—¿Buffy? —Shaun interrumpió lo que estaba diciendo, y él y Rick se volvieron a mí. Alcé una mano para que guardaran silencio—. ¿Sigues ahí?
—Sigo aquí… yo… eh… Creo que sigo aquí, sí. —Parecía un poco asustada—, ¿Georgia? Estamos en el primer puesto, Georgia. Tenemos más visitas, referencias, enlaces vinculados y fragmentos citados que todas las páginas de noticias del planeta.
Todo mi cuerpo se puso rígido. Me humedecí los labios.
—Repítelo.
—Estamos en el primer puesto, Georgia.
—¿Estás segura?
—Completamente. —Hubo otra pausa hasta que añadió con voz lastimera—: ¿Y ahora qué hacemos?
—¿Y ahora qué hacemos? ¿Y ahora qué hacemos? ¡Despiértalos a todos, Buffy! ¡Llama a tu gente y despiértala!
—El senador Ryman…
—¡Estamos de camino! ¡No te preocupes por él! ¡Llama a tu gente y que se ponga a trabajar en la maldita página! —Me golpeé la anilla de la oreja para cortar la conexión y me volví a los demás—. ¡Shaun, empieza a marcar! Quiero que todo tu equipo se ponga a actualizar los contenidos, ya tardan, y eso incluye a Dave. En Alaska hay teléfonos, ¡por Dios! Rick, comprueba tu buzón de entrada y vacíalo de toda la publicidad que te ha estado llegando por error.
—George, ¿qué…?
—Tenemos los datos de audiencia, Shaun. ¡Estamos arriba de todo! —Asentí con la cabeza al ver su expresión de incredulidad—. ¡Sí! Ahora llámalos.
El resto del viaje se convirtió en un torbellino de llamadas telefónicas, mensajes de texto, correos electrónicos y sacar de su merecido descanso a una persona tras otra para enviarlos de vuelta al trabajo. El grueso de los miembros de mi equipo estaba demasiado desorientado por la falta de sueño para ponerse a discutir cuando les ordené salir de la cama y volver a sus terminales, donde al entrar en la página les aparecía un nuevo mensaje de bienvenida en letras rojas parpadeantes: «Líder mundial de las páginas de información de la red».
Mahir fue el mejor: cuando lo llamé me contestó con un silencio de estupefacción, maldijo a los cuatro vientos y me colgó para dedicarse a su ordenador. Adoro a los hombres que se mantienen fieles a sus prioridades.
Rick, mi hermano y yo estábamos tan absortos en el trabajo que nos perdimos el resto del viaje hasta el «lugar seguro» para el encuentro con el senador. Estaba enviando instrucciones a Alaric y a Suzy cuando las puertas del vehículo se abrieron, la luz inundó los asientos traseros y Shaun, que tenía los pies apoyados contra la ventanilla izquierda, a punto estuvo de salir rodando por el aparcamiento.
—Hemos llegado —anunció Steve. Los tres continuamos dentro del coche, tecleando frenéticamente nuestro montón de PDA y pantallas. Rick demostraba una pericia enorme tecleando a la vez en su Palm y en su teléfono móvil, utilizando los pulgares para introducir datos. Steve frunció el ceño—. ¡Eh, chicos, que hemos llegado! El senador os está esperando.
—Un segundo —dije, dejando libre una mano lo suficiente para hacerle el gesto universal de «espera». Steve se quedó mirándome boquiabierto, y yo acabé de dar las instrucciones que Alaric y Suzy necesitaban para mantener su sección de la página operativa hasta que yo pudiera conectarme de nuevo. Dudaba que llegaran vivos al final del día, pero Mahir les ayudaría en todo lo que pudiera, y él prácticamente tenía los mismos permisos de administrador que Shaun y yo; tendría que bastar. Bajé la PDA—. Muy bien. ¿Adónde tenemos que ir?
—¿Estás segura de que no necesitas un par de minutos más para mirar tu correo electrónico u otra cosa? —preguntó Steve.
Eché un vistazo a Shaun.
—Creo que se está burlando de nosotros.
—Y yo creo que tienes razón —repuso Shaun; salió del vehículo y me tendió las manos—. No hagas caso de los ignorantes y salgamos de aquí. Tenemos representantes del gobierno a los que incordiar.
El coche se había detenido en un garaje cubierto que no debía de alcanzar la cuarta parte de las dimensiones del garaje del hotel. La iluminación era tan intensa que yo no me había percatado del paso de la luz natural a la artificial. Cogí las manos de Shaun para no perder el equilibrio mientras descendía y me metía la PDA en la funda colgada; luego me di la vuelta para ayudar a bajar a Rick, quien me lanzó una mirada a la que le respondí con un gesto de asentimiento.
Era su momento. Rick abrió los ojos como platos, ahorrándonos a Shaun y a mí el aparecer como unos paletos, antes de preguntar:
—¿Dónde diablos estamos?
—El senador considera prudente disponer de una segunda residencia en la localidad para reuniones que requieren cierta discreción —respondió Steve.
Me volví a él y le lancé una mirada severa.
—O reuniones con personas que se sienten incómodas rodeadas de caballos, ¿no?
—Puedo asegurarle, señorita Mason, que no estoy cualificado para hablar sobre esos asuntos.
Con su respuesta estaba dándome la razón.
—Está bien. ¿Por dónde es?
—Por aquí, por favor. —Steve nos condujo hasta una puerta blindada de acero, donde vi con sorpresa que no había los habituales controles de sangre. Tampoco había ningún picaporte. Shaun y yo nos miramos; Steve se llevó la mano al auricular.
—Base, nos encontramos en la puerta oeste.
Se oyó un clic, y una bombilla verde en la parte superior del marco de la puerta se encendió. La puerta se abrió, y una suave ráfaga de aire procedente del pasillo interior nos acarició el rostro; se trataba de una zona de presión positiva, diseñada para expulsar el aire del interior y no permitir el acceso de aire del exterior, eliminando así el riesgo de contaminación.
—No me extraña que no necesiten controles de sangre. —Seguí a Steve por el interior del pasillo con mi hermano y Rick pisándome los talones. La puerta se cerró a nuestra espalda.
La iluminación del pasillo me hacía daño en los ojos a pesar de las lentillas. Guiñé los ojos y dejé que Shaun me adelantara para que su silueta borrosa me guiara hasta la puerta al final del pasillo, donde nos aguardaba una pareja de agentes, cada uno de ellos con una gran bandeja de plástico en las manos.
—El senador preferiría que esta reunión no fuera retransmitida ni grabada —señaló Steve—. De modo que os agradecería que depositarais en las bandejas todo aquello que no sea imprescindible. Se os devolverá al concluir la reunión.
—Estás de broma, ¿verdad? —dijo Shaun.
—Me parece que habla muy en serio —repliqué, volviéndome a Steve—. ¿Quieres que entremos desnudos?
—Si pensáis que no podemos fiarnos de que dejáis todos vuestros juguetes aquí, traeremos una pantalla de pulso electromagnético —advirtió Steve. Empleaba un tono suave, pero la tensión que acumulaba alrededor de los ojos delataba que sabía exactamente lo que estaba pidiéndonos y que no le hacía ni pizca de gracia hacerlo—. La elección es vuestra.
Una pantalla de pulso electromagnético con la potencia suficiente para proteger una zona freiría la mitad de nuestros dispositivos de grabación más delicados y podía causar un daño casi irreparable al resto. Reemplazar tal cantidad de aparatos arrasaría con nuestro presupuesto de varios meses, sino del resto del año. Protestando, los tres empezamos a despojarnos de los dispositivos que llevábamos encima (en mi caso también de mis piezas de bisutería) y a dejarlos en las bandejas. Los agentes contemplaban la escena impertérritos, esperando a que acabáramos.
Me saqué la anilla de la oreja y con ella en la mano miré a Steve.
—¿También está prohibido que nos comuniquemos con el exterior o podemos conservar los teléfonos?
—Podéis quedaros exclusivamente con los utensilios que necesitéis para tomar notas personales y con los dispositivos de comunicación que puedan permanecer desactivados durante el transcurso de la reunión.
—Sensacional. —Dejé la anilla en la bandeja y devolví la PDA al estuche del cinturón. Me sentía rara sin mi pequeño ejército de micrófonos, cámaras y dispositivos de almacenamiento de datos, como si en cuestión de minutos el mundo se hubiera convertido en un lugar más peligroso—. ¿Cómo se ha tomado Buffy todo esto?
Steve sonrió de medio lado.
—Me han dicho que no la privarían de su equipo hasta que llegásemos nosotros.
—¿Estás diciéndome que ahora mismo tus hombres están ahí dentro intentando quitarle a Buffy todos sus dispositivos? —inquirió Shaun, volviéndose hacia la puerta cerrada con una mezcla de fascinación y cautela—. Tal vez deberíamos esperar aquí fuera. Sin duda estaremos muchísimo más seguros.
—Desgraciadamente, el senador Ryman y el gobernador Tate están esperándoos. —Steve hizo un gesto con la cabeza a los agentes apostados en la puerta. El de la izquierda cogió la bandeja que sujetaba su compañero, y éste abrió la puerta. Otra ráfaga de aire recorrió el pasillo con presión positiva—. Adelante, por favor.
—¿Tate está dentro? —pregunté, entornando los ojos—. ¿Estás diciendo que Tate está dentro?
Steve cruzó la puerta sin responderme. Todavía con los ojos entornados, meneé la cabeza y fui tras él, seguida de cerca por Shaun y por Rick. Cuando el último de nosotros cruzó la puerta, los agentes se quedaron en el pasillo y la cerraron.
—¿Qué es esto? —exclamó Shaun—. ¿No nos hacen análisis de sangre?
—Supongo que piensan que no tienen sentido —sugirió Rick.
Yo mantuve la boca cerrada y me dediqué a escudriñar la casa. La decoración era sencilla y de buen gusto; claro, de líneas finas y rincones bien iluminados. Las luces del techo proporcionaban una luz invariable, y sin dispositivos para regular la intensidad ni interruptores; había luz u oscuridad, nada en medio. La iluminación no era tan brillante como la del pasillo, pero también me molestaba. Las luces respondían una pregunta: este lugar sólo era para reuniones y fiestas, pero no era un hogar. Emily, afectada también de Kellis-Amberlee de la retina, no habría podido vivir aquí.
No había ventanas.
Fuimos hacia el comedor, donde un eficiente guardia de seguridad de traje negro estaba acabando de despojar a Buffy de su equipo. Si las miradas mataran, la de Buffy habría causado un brote allí mismo.
—¿Ya estáis, Paul? —inquirió Steve.
El guardia de seguridad, Paul, le lanzó una mirada de agobio y asintió con la cabeza.
—La cooperación de la señorita Meissonier es encomiable.
—Mentiroso —masculló Shaun, tan cerca de mi oreja que no creo que nadie más lo oyera.
—Buffy —dije, reprimiendo la sonrisa que asomaba a mis labios—, ¿cuál es la situación?
—Chuck está dentro con el senador y la señora Ryman —informó Buffy, todavía con su mirada fulminante clavada en Paul—. El gobernador Tate acaba de entrar. Nadie me ha dicho que Tate fuera a venir, de lo contrario te habría avisado.
—No pasa nada. —Meneé la cabeza—. Nos guste o no, ahora forma parte del equipo de la campaña del senador. —Me volví a Steve—. Cuando gustes, Steve.
—Por aquí. —El agente abrió la puerta del otro extremo de la sala y la sostuvo abierta mientras los cuatro entrábamos. Tras Rick, cerró la puerta, y la cerradura se deslizó hasta emitir un clic final.
Nos hallábamos en un salón decorado en crudos blancos y negros, con elegantes sofás art déco blancos flanqueados por unas mesitas negras, y con unos focos cuidadosamente orientados para arrojar su rayo de luz sobre unas diminutas piezas de arte, una sola de las cuales debía de valer más que nuestro presupuesto de un año. Los únicas manchas de color en toda la sala se hallaban en los rostros del senador y de su esposa, que tenían las mejillas enrojecidas de tanto llorar, y del gobernador Tate, quien llevaba un traje azul marino que, de una manera educadamente discreta, decía a gritos «dinero». Los tres se volvieron hacia nosotros, y el senador además se puso en pie, se alisó la chaqueta del traje y tendió la mano a Shaun. Mi hermano se la estrechó. Yo pasé de largo y fui hacia el gobernador Tate, que intentaba por todos los medios disimular su desagrado.
—Gracias por venir —dijo el senador Ryman, soltando la mano de Shaun y sentándose de nuevo. Emily llevaba los ojos ocultos tras unas gafas de sol con los vidrios de espejo. Logró esbozar media sonrisa y cogió las manos de su marido. Él tiró de ella para acercarla, sin ni siquiera percatarse de su gesto. Apenas le quedaban fuerzas para reconfortar a nadie, pero las pocas que conservaba, no dudaba en cedérselas a su esposa. Era la clase de tipo que este país necesitaba como líder.
—¿Acaso teníamos elección? —inquirió Shaun, dejándose caer en uno de los sofás y apoltronándose con una estudiada informalidad. Eso le valió la mirada del gobernador, lo que combinado con la confiscación de nuestro equipo, dejaba a Shaun de lo más propenso a la insolencia. Perfecto. Siempre me resulta más sencillo dar la imagen de persona razonable cuando a mi lado mi hermano me ofrece un claro contraste.
—Nos alegramos de estar aquí, senador, aunque me temo que no acabo de entender por qué se nos ha confiscado el equipo de grabación. Algunas de esas cámaras son delicadas, y no me quedo tranquila dejándolas con personas que no forman parte de nuestro equipo. Si nos hubieran informado de esta necesidad de discreción antes de salir del hotel, las habríamos dejado allí.
Tate resopló.
—¿No querrás decir que habríais traído cámaras más fáciles de ocultar?
—La verdad, gobernador, es que quiero decir lo que acaba de oír. —Me volví para mirarlo a los ojos sin pestañear. Una de las ventajas del Kellis-Amberlee de la retina es que elimina la necesidad de lubricar constantemente el ojo, es decir, para que todo el mundo me entienda, no tengo que parpadear con demasiada frecuencia. Que te mire fijamente alguien con mi afección pude ponerte de los nervios rápidamente, al menos eso dice Shaun—. Sé que se ha unido recientemente al equipo y que quizá no esté habituado a trabajar con miembros de medios de comunicación acreditados. Podemos ser comprensivos. Sin embargo, le agradecería que tuviera presente que nosotros llevamos ya algún tiempo trabajando con el senador Ryman y su equipo, y que jamás hemos retransmitido o distribuido material que se nos haya solicitado que no hiciéramos público. Admito que, en parte, esto puede deberse a que nunca se nos ha pedido que no hiciésemos pública alguna información sin ofrecernos una buena razón para ello, pero también creo que hemos demostrado nuestra capacidad de conducirnos con el tacto, la corrección y, por encima de todo, el patriotismo que conllevan el deber de servir como los medios de comunicación acreditados en una campaña política nacional.