—¡Buffy! —Me dejé caer de rodillas junto a ella y noté el crujido de los cristales bajo la tela reforzada de mis tejanos; tendría que examinarlos en busca de esquirlas antes de volvérmelos a poner. Le pasé una mano reconfortante por la espalda—. Cariño, no pasa nada, estás bien. Respira hondo, corazón, te sacaremos de aquí. Vamos, cariño, respira hondo.
—Georgia…
La voz de Shaun sonó tan forzada que me hizo pensar que mi hermano debía de estar enfermo. Levanté la cabeza, todavía con la mano apoyada en la espalda de Buffy.
—¿Qué…?
Shaun me hizo un gesto para que me callara sin desviar la atención del interior de la cabina del camión. Su mano derecha se movía con lentitud hacia la pistola que llevaba en los vaqueros. Lo que fuera que estaba mirando no entraba en mi campo de visión, así que dejé a Buffy tosiendo en el suelo, me levanté y me quité las gafas de sol. El humo no me irritaría los ojos más de lo que ya estaban y veía mejor sin ellas.
Al principio lo único que noté procedente del interior de la cabina fue el ruido de movimientos lentos e irregulares, como de alguien intentado nadar por una balsa llena de cemento todavía en estado líquido. Luego mis pupilas se dilataron esos milímetros extra que mi vista agudizada por el virus emplea para compensar el cambio repentino de luz y vi claramente lo que tenía delante de mí.
—¡Oh! —exclamé en un susurro—. Mierda.
—Sí —afirmó Shaun—. Mierda.
Buffy había caído fuera de la cabina del camión al abrir la puerta; Buffy no llevaba puesto el cinturón de seguridad. Buffy nunca se ponía el cinturón de seguridad. Le gustaba ir sentada con las piernas cruzadas sobre el asiento, y eso resultaba imposible con el cinturón de seguridad abrochado. Chuck, en cambio, era un ciudadano respetuoso con la ley, que obedecía las normas de circulación. Se abrochaba el cinturón de seguridad siempre que se subía a un vehículo. Se lo había abrochado antes de que el convoy iniciara la marcha aquella mañana y todavía lo llevaba abrochado en ese momento, cuando ya no podía recordar cómo funcionaba el cierre o, ni siquiera, lo que era el cierre del cinturón de seguridad. Sus manos se agitaban inútilmente, dando zarpazos en el aire mientras que su boca masticaba sin sentido, estimulada por la presencia de carne fresca.
Tenía sangre alrededor de los labios. Había sangre alrededor de sus labios, sangre en su cinturón de seguridad y sangre en el asiento que había ocupado Buffy.
—¿Causa de la muerte? —pregunté tan clínicamente como pude.
—Trauma por impacto —respondió Shaun. La criatura con el cuerpo de Chuck le bufó, abrió la boca y empezó a gemir. Con una indiferencia pasmosa, Shaun levantó la pistola y disparó. La bala se hundió entre los ojos del zombie; cesaron sus movimientos para tratar de agarrarnos y sus músculos fueron relajándose a medida que el mensaje de su segunda y definitiva muerte llegaba a todos los rincones de su cuerpo—. La conversión debió de ser instantánea —continuó mi hermano como si nada—. Era delgado. La amplificación se habría completado en cuestión de minutos.
—¿De dónde habrá salido la sangre?
Shaun se volvió a mí y luego miró a Buffy, que seguía sentada de rodillas sobre los cristales rotos, abrazándose y tosiendo.
—Chuck no tuvo tiempo de desangrarse.
Permanecí inmóvil durante un instante que me pareció eterno, con la mirada fija en el interior de la cabina. Chuck continuaba desplomado y quieto. Ansiaba encontrar algo, cualquier cosa, que me sirviera para explicar la sangre; una herida en el cuero cabelludo, por ejemplo, o una hemorragia nasal que se hubiera iniciado al golpearse la cabeza y que no hubiera cortado hasta que experimentó la reanimación. Pero no hallé nada; allí dentro sólo había un cuerpo menudo y triste, y manchas de sangre que no correspondían a ninguna herida visible.
Me volví a Buffy, que seguía de rodillas, como atontada, sin mostrar sorpresa cuando vio la pistola de Shaun desenfundada. Me acerqué a ella y los cristales crujieron bajo las suelas de mis zapatos.
—¿Buffy? ¿Me oyes?
—Estoy muerta, no sorda —respondió, y levantó la cabeza. Las lágrimas le habían dejado un rastro limpio en las mejillas manchadas de hollín—. Te he oído perfectamente. Hola, Georgia. ¿Estáis todos bien? ¿Chuck…?
—Chuck está tomándose un descanso —respondí, agachándome—. Shaun, llama por radio a Rick. Dile que venga y que traiga el botiquín.
—George…
—¡Hazlo! —espeté sin apartar los ojos de Buffy, y sentí, más que oí, la mirada furibunda de mi hermano clavada en la espalda. Yo estaba demasiado cerca de Buffy; ella apenas pesaba nada y yo estaba demasiado cerca; si estaba experimentando una amplificación, yo no podría retroceder con la suficiente rapidez. Pero me daba igual—. Buffy, ¿tienes algún tipo de herida? Hemos encontrado sangre y no sabemos el origen. Necesito que me digas si tienes alguna herida.
Buffy sonrió. Se trataba de un gesto mínimo de total resignación, que se transformó en una mueca de dolor cuando se remangó la manga derecha y tendió el brazo hacia mí para mostrarme el lugar en el que le habían arrancado un trozo de carne de un mordisco; tenía el hueso al aire, teñido de rojo.
—¿Te referías a algo así? Debí de golpearme la cabeza contra el techo cuando el camión volcó, porque desperté cuando sentí el mordisco de Chuck.
La hemorragia empezaba a remitir. La coagulación rápida de la sangre es uno de los primeros y clásicos síntomas de que el virus Kellis-Amberlee está iniciando el proceso de amplificación. Tragué saliva.
—Creo que sí —respondí en un tono apagado y de desagrado.
—¿Sabes? Oí los disparos. Si Chuck está tomándose el tipo de «descanso» del que ya no se recuperará. —Buffy volvió a bajarse la manga—, deberías dispararme ahora mismo. Hay que ocuparse de las cosas antes de que se vuelvan incontrolables.
—Rick viene de camino con el botiquín —dijo Shaun, poniéndose a mi lado y apuntando a Buffy con su pistola en todo momento—. Sabes que Buffy tiene razón.
—Chuck acababa de convertirse cuando la mordió. Hay una posibilidad de que su saliva todavía no tuviera el virus activado —repuse, lanzándole una mirada por encima del hombro. Estaba mintiendo, a nadie más que a mí, pero Shaun no me contradijo. Al menos durante unos minutos no me contradijo—. Esperaremos a los resultados de los exámenes.
—Nunca se me han dado bien los exámenes —repuso Buffy. Se sentó en el suelo con las rodillas pegadas contra el pecho, adoptando inconscientemente una postura infantil—. En el colegio siempre suspendía. Hola, Shaun. Siento mucho hacerte pasar este mal trago.
—No es culpa tuya —dijo mi hermano con aspereza. Cualquiera que no lo conociera como yo, probablemente no se hubiera dado cuenta de lo angustiado que estaba—. Lo estás llevando muy bien, Buffy, dadas las… ya sabes… las circunstancias.
—Ya no podemos hacer nada, ¿no? —El tono de su voz era dulce, pero las lágrimas empezaban a llenarle los ojos; una saltó y cayó por el camino trazado en la mejilla por sus predecesoras—. No digo que todo esto me haga feliz, pero no voy a descargar mi frustración en vosotros. Tengo fe en que Dios me recompensará por mi abnegación.
—Espero que no te equivoques —dije suavemente. Hace quince años, la Iglesia Católica declaró mártires a todas las víctimas de ataques zombies para acabar con el desagradable asunto de la extremaunción; es difícil llevarla a cabo cuando la muerte es fulminante, inesperada y está llena de dientes.
—¡Traigo la unidad! —gritó Rick, corriendo para reunirse con nosotros tres. Llevaba la escopeta debajo del brazo y una unidad de análisis de sangre en la mano izquierda. Se detuvo en seco cuando vio a Buffy y se puso blanco—. Por favor, dime que no es para ti, Buffy.
—Lo siento —dijo Buffy, levantando las manos—. Tíramelo.
Los ojos de Rick se abrieron como platos en su pálido rostro, y le arrojó la unidad. Buffy la agarró con agilidad y metió la mano derecha, la del brazo mordido, por la ranura de la unidad. Cerró los ojos para no ver las luces que iniciaban su ciclo de parpadeos verdes y rojos.
—Tenéis que leer mis notas —dijo en un tono extremadamente controlado, como si pretendiera ofrecer un modelo de sensatez y tranquilidad—. Están almacenadas en el servidor, en mi directorio privado. Mi nombre de registro es el mismo que utilizo para subir las poesías, la contraseña es «4—Febrero—29», febrero con mayúscula inicial. No tengo tiempo para explicároslo todo, leed las notas.
El cuatro de febrero del 2029 fue el día que el gobierno de Estados Unidos por fin reconoció que Alaska era un territorio extremadamente propicio para los reanimados y que sería imposible rebajar sus cotas de peligro biológico más allá del nivel 2. Lo cual significaba que era ilegal poner el pie en Alaska sin una licencia extraordinaria y prácticamente imposible de obtener; por no hablar ya de vivir entre sus fronteras. Ese mismo día se emprendieron las labores de evacuación de los últimos habitantes del estado, entre los que se encontraba la familia de Buffy, que, como muchos otros desplazados, nunca superó la pérdida de Alaska.
—Vas a ponerte bien —dije, con la mirada fija en las luces. Continuaban con su alternancia entre el verde y el rojo, todavía analizando su sangre, pero el ciclo empezaba a desarrollarse con irregularidad y la luz roja permanecía encendida durante seis segundos antes de cambiar al verde. El resultado definitivo del análisis estaba próximo y no pintaba bien para Buffy.
—Estás demasiado obsesionada con la verdad, Georgia —dijo Buffy con voz serena, en paz consigo misma—. Eso te convierte en una mentirosa pésima. —Las lágrimas le caían rápidas por las mejillas—. Te juro que no tenía ni idea de que iban a hacer lo que hicieron. Ni puñetera idea. Si lo hubiera sabido, nunca habría accedido. Tenéis que creerme, nunca habría aceptado.
La alternancia de luces cesó, y el rojo brillante ya no desapareció, tan incuestionable como el diagnóstico de un médico. Tal vez la carga viral que Chuck había transmitido a Buffy con su saliva había sido mínima, pero había sido suficiente. Sin embargo, hubo otra cosa que también me dejó helada. Me puse en pie, retrocedí y me detuve junto a Shaun; saqué la pistola del cinturón.
—¿No habrías accedido a qué?
—Decían que el país estaba alejándose de Dios. Decían que estábamos actuando ajenos a los deseos que reserva para nuestra nación y por eso estaban ocurriendo estas cosas. Y yo les creí.
—¿A quién creíste?
—No me dieron ningún nombre. Simplemente me dijeron que podían hacer que las cosas fueran como debían, como tenían que ser para que nuestro país recuperara su grandeza. Lo único que yo debía hacer era permitirles el acceso a nuestra base de datos para que pudieran seguir la campaña de Ryman.
—¿Cuándo te diste cuenta del uso que estaban dándole a esa información, Buffy? ¿Antes o después de Eakly? —inquirió Rick con un tono seco.
—¡Después! —respondió Buffy, abriendo los ojos y lanzando una mirada lastimera a Rick—. Después, os juro que fue después. Hasta que ocurrió lo del rancho no entendí que… no entendí…
Sacudí la mano en el aire. Ya comprendía lo que quería decir.
—Oh, Dios mío. Con acceso a nuestras bases de datos conocían en todo momento los pasos del senador, las medidas de seguridad a su alrededor, dónde nos hospedábamos…
—Aún peor —señaló Shaun a media voz—. Buffy tenía nuestras bases de datos conectadas a las bases de datos del senador. ¿No es cierto?
—En ese momento me pareció práctico, y Chuck me dijo que no pasaría nada siempre y cuando no entráramos en los temas más delicados. Facilitaba las cosas…
—Facilitaba un montón de cosas —espeté—. Como, por ejemplo, averiguar el momento en el que el rancho sería más vulnerable. Les bloqueaste el acceso, ¿verdad? Les dijiste que no les darías nada más.
—¿Cómo lo sabes? —Cerró de nuevo los ojos, temblando.
—Porque no tendrían otro motivo para intentar matarnos. —Miré de reojo a Rick y a Shaun—. Hemos dejado de serles útiles, así que los «amigos» de Buffy intentaron eliminarnos.
—Mis notas —dijo Buffy, con un deje de desesperación en la voz. Empezaban a secársele las lágrimas. Otro síntoma clásico de la conversión; al virus no le gusta malgastar líquidos—. Tenéis que leer mis notas. En ellas he escrito todo lo que tengo. No sé nombres, pero hay registros de fechas, hay direcciones IP, podéis intentar… intentar…
—¿Cómo has podido hacerlo, Buffy? —preguntó Shaun—. ¿Cómo demonios has podido hacerlo? ¿Al senador? ¿A nosotros? ¡Por Dios, Buffy, han muerto personas!
—Entre ellas, yo. Ha llegado el momento de que me peguéis un tiro. Por favor.
—Buffy…
—No me llamo Buffy —dijo, y abrió los ojos. Sus pupilas se habían dilatado hasta alcanzar las proporciones de las mías. Dirigió aquellos ojos de una negrura antinatural hacia mí y sacudió la cabeza—. No recuerdo mi nombre, pero sé que no es Buffy.
Shaun alzó lentamente su pistola, y yo levanté una mano para detenerlo.
—Yo la contraté —dije en un tono calmado—. Me corresponde a mí dispararle.
Di un paso adelante y me agarré la mano derecha con la izquierda para afirmar la pistola. Buffy seguía mirándome; su rostro mantenía una expresión plácida—. Lo siento.
—No es tu culpa —respondió Buffy.
—Te llamas Georgette Marie Meissonier —dije, y apreté el gatillo.
Buffy cayó desplomada en silencio. Shaun me rodeó con los brazos y así permanecimos un rato, sin movernos, arropados por la noche.
Ya nada volvería a ser igual.