Steve metió el dispositivo en una bolsa de residuos biológicos y sonrió.
—En contra de toda justicia, todavía estás limpia.
—Le debo otra a mi ángel de la guarda —dije. Eché un vistazo a mi lado y vi que el dispositivo que analizaba la sangre de Shaun todavía estaba realizando su ciclo de luces intermitentes, mientras que Rick empezaba en ese momento su prueba.
—Ya, bueno, no deberías abusar de tu ángel —me aconsejó Steve, en un tono más serio. Me volví de nuevo a él, sorprendida. Su expresión se había endurecido—. Puedes marcharte.
—Claro —dije. Fui hacia la puerta, donde dos tipos con cara de palo y uniforme militar me observaron mientras apretaba el dedo índice contra la almohadilla de un dispositivo de análisis mucho más sencillo. Otra aguja se hundió en las profundidades de la yema de mi dedo, la luz del artilugio cambió del rojo al verde y la puerta se abrió. Mientras salía, iba sacudiendo la mano utilizada para los análisis.
A nuestra furgoneta y al coche de Rick se había unido un tercer vehículo: una larga furgoneta negra con los vidrios de espejo, que brillaban con la pátina característica de las armaduras plateadas. Tenía el techo plagado de tal número de antenas y platos de parabólicas que dejaba en ridículo nuestro modesto surtido de transmisores. Me detuve para examinarla mientras Shaun y Rick cruzaban la puerta del rancho y me alcanzaban.
—¿Crees que está ahí el tipo encantador que daba las órdenes por el altavoz?
—No me imagino quién más puede ser —respondí.
—Bueno, pues entonces vamos a saludarlo y a darle las gracias por el recibimiento. La verdad es que han conseguido conmoverme. Una cesta con fruta habría sido más adecuada, pero, ¿una emboscada? Sin duda es una manera única de demostrar a alguien lo mucho que te importa. —Shaun fue directo hacia la furgoneta. Rick y yo lo seguimos caminando tranquilamente.
Mi hermano llamó a la puerta de la furgoneta con la palma de la mano. Al no recibir respuesta, cerró el puño y aporreó la puerta con fuerza. Justo cuando sus golpes empezaban a coger ritmo, la puerta se abrió con violencia y apareció el rostro rubicundo de un general, que nos lanzó una mirada colérica.
—Me da a mí que melómano no es —farfullé entre dientes. Rick resopló.
—No sé qué os pensáis que estáis haciendo, mocosos… —empezó a decir el general.
—Estoy casi seguro de que están buscándome —le interrumpió el senador, asomando detrás de él. El general guardó silencio, y trasladó su mirada furibunda al senador, quien simplemente pasó por delante de él sin hacerle el menor caso, bajó de la furgoneta y estrechó la mano de mi hermano—. ¡Shaun, me alegro de ver que estás bien! Me preocupé un poco al oír que os habían interceptado las comunicaciones.
Tuvimos suerte —repuso Shaun, sonriente—. Gracias por ahorrarnos todos los trámites.
—Ha sido un placer. —El senador Ryman volvió la vista atrás, en dirección al general con el rostro encendido—. General Bridges, gracias por preocuparse por la seguridad de mi sección de prensa. Hablaré con sus superiores sobre esta operación y me aseguraré de que les quede claro el papel que ha jugado usted en ella.
El general se puso lívido. Sin perder la sonrisa, Shaun le saludó agitando en alto los dedos.
—Encantado de conocerle, señor. Que pase un buen día. —Se volvió a Rick y a mí, y nos pasó los brazos por los hombros—. Bueno, mis queridos socios en la labor de hacer auténticas estupideces en aras de la educación de las masas, ¿estáis de acuerdo conmigo en que he conseguido subir tres puntos la audiencia? O no, esperad, ésa es una estimación demasiado prudente, pues me siento como un dios entre mortales, como un pionero en lugares impenetrables. ¡Dejémoslo en cinco puntos! ¡En serio, deberíais venerarme y rezar por mi gloria suprema!
Volví la cabeza lo justo para mirar al senador. Ryman se esforzaba en sonreír, pero tenía los ojos serios. Era el rostro de un hombre sometido una gran tensión.
—Quizá luego —repliqué—. Senador Ryman, ¿cómo se ha enterado?
—Steve estaba escuchando vuestra retransmisión —explicó el senador—. Cuando oyó que habíais encontrado algo me llamó y vinimos hacia aquí inmediatamente.
—Muchas gracias —dijo Rick—. De lo contrario habríamos tenido que lidiar con unos cuantos problemas.
—Como la ceguera permanente —señaló Shaun, mirándome.
—O una estancia con todos los gastos pagados en un complejo de actividad biológica del gobierno —añadí—. Señor, ¿quiere que le sigamos hasta casa y le expliquemos detalladamente nuestro hallazgo?
—Te lo agradezco, Georgia, pero no. Preferiría que regresarais al hotel e hicierais lo que consideréis oportuno. Id a hacer vuestro trabajo. —Había algo quebrado en su expresión. En el funeral me había parecido ver al senador envejecido, pero me había equivocado; en ese momento sí que parecía mucho más viejo—. Os llamaré mañana por la mañana, cuando haya tenido tiempo de explicar a mi esposa que la muerte de nuestra hija no se debió a un accidente y de emborracharme como una cuba.
—Entiendo —dije. Me volví a Rick—. Nos veremos en el hotel. —Rick asintió y se dirigió hacia su coche. No quería que dejara aquí su vehículo. Habíamos cabreado al ejército, y un acto aislado de «vandalismo» no era una idea descabellada—. Llámenos si necesita algo, ¿de acuerdo, senador?
—Contad con ello. —La voz de Ryman sonaba triste; como también triste era su paso mientras caminaba en dirección a su vehículo todo terreno oficial. Steve ya le estaba abriendo la puerta del acompañante. No vi a ningún otro agente de seguridad, aunque sabía que estaban allí. No iban a correr ningún riesgo llevando a un candidato presidencial a un lugar tan próximo a una zona de peligro biológico, sobre todo después de que saliera a la luz la información que acabábamos de descubrir.
Observé al senador mientras subía al coche. Steve cerró la puerta, hizo un gesto de despedida con la cabeza en dirección a nosotros, se sentó en el asiento del conductor y arrancó. El pequeño Volkswagen con placas de blindaje salió unos minutos después, traqueteando por el camino, con destino a la civilización.
Shaun me puso una mano en el hombro.
—George, ¿te parece que vayamos ya, antes de que los memos mandamases nos vengan con una excusa para detenernos? Aparte del gato, claro. Se lo ha llevado Rick, así que si van a detener a alguien, sólo será a él. Ya sabes, le atarán correas con electrodos a las partes íntimas…
—¿Eh? —Me di la vuelta para mirar a mi hermano—. Sí, vamos. Va, estoy lista.
—¿Te encuentras bien? —Me miró fijamente—. Estás pálida.
—Estaba pensando en Rebecca. ¿Conduces tú? Me duele demasiado la cabeza y no me fío.
Shaun sí que empezó a parecer realmente preocupado. Cuando vamos juntos, nunca le dejo conducir. Su idea de la seguridad vial consiste en correr para que los polis no nos pillen.
—¿Estás segura?
Le lancé las llaves. Normalmente no me gusta ir en el mismo coche cuando él está al volante, pero normalmente no tengo un montón de gente muerta, un candidato presidencial angustiado y un insoportable dolor de cabeza con los que lidiar.
—Conduce tú.
Shaun me lanzó una última mirada de preocupación y fue hacia la furgoneta. Yo lo seguí, me subí al asiento del acompañante y cerré los ojos. En una inusitada demostración de preocupación por mi bienestar, Shaun condujo como un ser humano sensato, a la velocidad más que razonable de ochenta o noventa kilómetros por hora y consciente de que los frenos podían utilizarse en otras situaciones además de la de «una banda de zombies está bloqueando la carretera delante de nosotros». Me hundí en el asiento sin abrir los ojos y empecé a repasar mentalmente los últimos acontecimientos.
Cuando había dicho que los hechos relacionados con el brote en el rancho no cuadraban, lo había hecho con la ligera esperanza de encontrar alguna prueba de negligencia humana o de la presencia de un zombie intruso que hubiera provocado el incidente y en el que no hubieran reparado después de la masacre, dejando que la culpa recayera en los caballos; algún detalle nimio que sin embargo hubiera disparado mi sentido de «algo huele mal aquí». En resumen, alguna tontería, una menor que no fuera a dar un vuelco al caso.
Rebecca Ryman había sido asesinada.
Eso daba un vuelco al caso.
Sabíamos desde hacía semanas que la muerte de Tracy (y por extensión, probablemente todo el brote de Eakly, aunque no se había hallado ninguna prueba concluyente que lo confirmara), no se debía a un accidente, pero carecíamos de pruebas de que fuera algo más que un chiflado aprovechando la ocasión para provocar un pequeño desastre. Pero las probabilidades de que dos acciones de sabotaje tuvieran por azar el mismo grupo de personas como objetivo eran entre pocas y casi nulas. Y aún se reducían más si se tenía en cuenta que el hombre involucrado en ambos incidentes era uno de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos de América. Esto era tan bombazo. Un auténtico bombazo.
Y también era muy, muy malo, pues quienquiera que estuviera detrás de esto no temía violar la ley Raskin-Watts, lo que significaba que ya había cruzado una línea que la mayoría de la gente ni siquiera es consciente de que existe. El asesinato es una cosa. Pero eso era terrorismo.
—¿George? ¿Georgia? —Shaun me sacudía el hombro. Abrí los ojos y pestañeé instintivamente hasta que me di cuenta de que estaba envuelta por la bendita penumbra. Enarqué una ceja y me volví a él. Mi hermano me sonrió aliviado—. ¡Eh! Te has quedado dormida. Ya hemos llegado.
—Estaba pensando —dije petulante, pero después de desabrocharme el cinturón de seguridad, admití—: Y tal vez también dormitando un poco.
—No pasa nada. ¿Qué tal tu cabeza?
—Mejor.
—Bien. Rick ya está aquí, y tu equipo lo tiene frito… ha llamado tres veces para preguntar cuándo llegaríamos.
—¿Alguna noticia de Buffy? —Agarré la mochila, abrí la puerta y me salí de la furgoneta. En el garaje hacía frío; estaba prácticamente lleno. Era de esperar; cuando el senador nos reservó las habitaciones, nos buscó el mejor hotel de la ciudad. Una seguridad de cinco estrellas no sale barata, pero incluye varios extras, como un garaje subterráneo con sensores de movimiento que no sólo rastrean los movimientos de las personas, sino que tiene en cuenta el tiempo que pasan en el garaje y lo que están haciendo. Si Shaun y yo nos hubiéramos quedado ahí abajo un rato, caminando en círculo, obtendríamos una visión completamente nueva del servicio de seguridad del hotel; sin duda, esta opción habría sido tentadora si no tuviéramos ya una noticia que casi nos quemaba las manos. Empezaba a echar de menos los tiempos en los que juguetear con los sistemas de seguridad de los ricachones nos daba para llenar la página principal.
—Sigue con Chuck, pero me ha dicho que los servidores están listos para que subamos lo que queramos y que la sección de Ficción no publicará nada en un par de días; deberíamos seguir adelante sin ella. —Shaun cerró de un portazo la puerta de la furgoneta y fue hacia el ascensor que nos conduciría al hotel—. Parecía bastante impresionada. Me dijo que seguramente se quedaría toda la noche con Chuck.
—Está bien.
Como la mayoría de los hombres del senador, Chuck se hospedaba en el Complejo de Negocios Embassy Suites, un nombre rimbombante para una serie de edificios de apartamentos, que ofrecía alojamiento para estancias más prolongadas que nuestras lujosas habitaciones, aunque estrictamente temporales. Su apartamento disponía de cocina, salón y una bañera en la que un ser humano normal podía darse un baño de verdad. Nuestras habitaciones ofrecían un número considerable de canales de televisión por cable; dos camas extragrandes, que habíamos juntado en un extremo de la habitación para dejar espacio para los ordenadores, y una instalación eléctrica sorprendentemente estable; sólo habíamos hecho saltar el disyuntor dos veces, y para nosotros eso representaba prácticamente un récord.
El acceso a los ascensores estaba protegido por una rudimentaria esclusa de aire. Las puertas correderas se abrieron cuando nos acercamos a ellas, e inmediatamente se cerraron y nos dejaron recluidos en una antecámara. Otro par de puertas nos impedían el paso al ascensor. Como era un hotel con los últimos avances, las puertas estaban preparadas para ocuparse de hasta cuatro personas a la vez, aunque la mayoría de la gente no era tan estúpida para aprovechar esa aparente ventaja, pues si alguien no superaba el examen, las puertas se bloqueaban y se alertaba al servicio de seguridad. Entrar en una esclusa de aire con alguien que no se sepa con seguridad que no está infectado es una especie de ruleta rusa en la que muchos prefieren no participar.
Shaun me cogió la mano y me la apretó antes de que nos separáramos. Él fue por el lado izquierdo de la puerta, y yo por el derecho.
—Buenas tardes, estimados huéspedes —dijo la voz cálida y maternal del hotel. Era evidente que se había diseñado para evocar tranquilizadoras imágenes de camas mullidas y bombones sobre la almohada todas las mañanas, y para persuadir de que la infección nunca conseguiría cruzar las puertas blindadas de cristal—. ¿Serían tan amables de indicarme el número de sus habitaciones y de identificarse?
—Shaun Phillip Mason —respondió mi hermano, haciendo una mueca. Nuestros habituales jueguecitos funcionan con el sistema de seguridad de casa, pero con un sistema tan avanzado, había muchas posibilidades de que el ordenador confundiera «hacer el tonto» con «identidad errónea» y diera la voz de alarma—. Habitación cuatrocientos diecinueve.
—Georgia Carolyn Mason. Habitación cuatrocientos diecinueve.
—Bienvenidos, señor y señorita Mason —respondió la voz del hotel tras un silencio que se prolongó quince segundos, mientras comparaba nuestra voz con los registros del hotel—. ¿Les importaría que les realizara un examen de la retina?
—Disfruto de una exención médica de acuerdo con la directriz federal 715 —señalé—. En mi historial médico consto como afectada de Kellis-Amberlee de la retina en estado no activo y, acogiéndome a la Ley para los ciudadanos discapacitados, solicito una prueba de reconocimiento de voz.
—Espere mientras reviso su historial médico —dijo la voz del hotel.
—Siempre igual —farfullé, poniendo los ojos en blanco.
—Sólo están siendo precavidos.
—Pero siempre es lo mismo.
—El sistema sólo tardará unos segundos en encontrar tu informe.