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Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

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Rick se quedó con la mirada clavada en mi hermano, todavía anonadado.

—Sabes que tiene razón, ¿verdad? —dije. Los ojos me bizqueaban tras las gafas de sol. La claridad en el exterior de la furgoneta era tan intensa que deseé con todas mis fuerzas que la ingestión de analgésicos no supusiera un riesgo una vez que me encontrara en la zona cero. Pero no era así; no es una buena idea ingerir productos que merman la capacidad de percepción y el control sobre el cuerpo—. ¿Por qué has salido del coche?

—No creía que fuera peligroso —farfulló Rick.

Meneé la cabeza.

—Siempre es peligroso. Coge la mochila, activa las cámaras y pongámonos en marcha. —Seguí el mismo camino que Shaun hasta las puertas del rancho. Salir del coche era un error de novato, pero el currículum de Rick no destacaba especialmente en el apartado de trabajo de campo. Era bueno como redactor y sabía desenvolverse entre periodistas veteranos. El resto iría aprendiéndolo, si vivía lo suficiente.

Si bien salir del vehículo era un error de novato, internarse en el rancho a pie era una estupidez suprema, pero tampoco teníamos otra elección. No sólo porque nuestros vehículos nunca cabrían en las construcciones que quedaban en pie, sino también porque no habríamos podido evitar quedarnos atrapados en los baches y los surcos que había abierto en el suelo la maquinaria de limpieza de las autoridades competentes. Era mejor ir a pie con los ojos bien abiertos que entregarnos a una falsa sensación de seguridad y quedarnos tirados por culpa de las malas condiciones de los caminos.

Shaun estaba junto a la garita de los guardias, donde dos tipos inquietos y bien afeitados vigilaban desde detrás de unos gruesos cristales blindados. Ambos vestían unos monos militares lisos. Por la expresión de sus rostros se deducía que era la primera vez que participaban en las labores de control de un brote, y nosotros no encajábamos en el perfil que esperaban en unos individuos interesados en internarse en una zona de acceso restringido, aunque en este caso se tratara de una zona que se abriría al público en las siguientes setenta y dos horas y que había sido objeto de una prueba completa de Nguyen-Morrison, de un bombardeo de lejía y de una descontaminación intensiva. Si se hubiera tratado de una granja agrícola en vez de un rancho de cría de caballos, las autoridades se habrían visto obligadas a clausurarla durante al menos cinco años, para dar tiempo a los agentes químicos a filtrarse por el suelo. En este caso, se importaría pienso y agua durante dieciocho meses, hasta que las aguas subterráneas estuvieran completamente limpias.

A veces estamos dispuestos a hacer cosas realmente impresionantes para eliminar las posibilidades de una exposición al virus en su estado activo.

—¿Algún problema? —pregunté, deteniéndome junto a Shaun y regalando una tensa sonrisa a los muchachos armados—. No parecen alegrarse demasiado de vernos.

—Estaban más alegres antes de que les dijera que tenemos el permiso del senador Ryman para estar aquí y vía libre para entrar en la propiedad. Aunque creo que se sintieron ligeramente aliviados cuando comprobaron que nuestro salvoconducto no les obliga a acompañarnos. —Shaun sonrió de una manera casi maliciosa cuando nos entregó a Rick y a mí los chivatos que nos daban derecho a acceder a la zona. Los chivatos portaban unas placas con nuestra identidad inscrita, que nos abrirían cualquier parte sellada en todas las zonas restringidas por peligro biológico—. En cierta manera, creo que los muchachos no tienen ningunas ganas de toparse personalmente con un infectado. Es increíble que superaran la fase de adiestramiento básico.

—No te burles de ellos —le recriminé, apretando el chivato contra la correa de mi mochila. La lámina metálica quedó fuertemente adherida a la tela, se activó y empezó a emitir una tranquilizadora luz verde—. ¿Cuánto tiempo tenemos?

—Las doce horas de costumbre. Si aún estamos dentro de los límites de la zona cuando los chivatos se apaguen, tendremos que pedir auxilio y rezar para que nos hagan caso. —Shaun se pegó el chivato al cuello de la cota de malla; emitió un destello intermitente que fue debilitándose hasta adquirir su habitual gris metálico.

—¿Se ha detectado últimamente algún movimiento en la zona? —preguntó Rick. Su chivato colgaba del auricular de su teléfono inalámbrico, y los destellos verdes contrastaban con la parpadeante luz amarilla del LED del aparato.

—Nada de nada. —Shaun señaló a los guardias—. ¿Nos ponemos en marcha antes de que nos detengan por merodear fuera de una zona de peligro biológico?

—¿Pueden hacer eso? —inquirió Rick.

—Estamos a menos de cien metros del escenario de un brote reciente —respondí—. Pueden hacer lo que quieran.

Fui hacia las puertas. El chivato adherido a la mochila parpadeó y las puertas se abrieron para dejarme entrar en el rancho. En ese lado de la zona restringida no se realizaban análisis de sangre. Si yo, una vez infectada, decidía entrar en un lugar infectado, mi proceso de amplificación se daría en un lugar cercado y no sería lo que la mayor parte de la gente consideraría una pérdida.

Las puertas se cerraron a mi espalda, aunque rápidamente volvieron a abrirse cuando Shaun se acercó a ellas. Lo mismo ocurrió con Rick. Sólo se podía pasar de uno en uno. Si habían seguido el protocolo estándar, las puertas estarían electrificadas con un dispositivo que aumentaba la potencia de la descarga exponencialmente en el caso de que algo se aferrara a ellas. Era una medida que nunca detendría a una horda de zombies decididos a atravesarla, pero siempre era mejor que nada.

—Instalando la primera cámara fija y enviando la señal por el canal ocho. Activando chivatos —dijo Shaun, plantando un pequeño trípode del que emergió una antena que emitió unos destellos amarillos al conectarse con la red inalámbrica local. La cámara enviaría las imágenes a las bases de datos de la furgoneta. No sacaríamos nada de provecho a no ser que se produjera un brote durante nuestra estancia en el rancho, pero nunca va mal cubrirse las espaldas. Más importante aún, la cámara haría sonar la alarma en el caso de que detectara algún movimiento que no se correspondiera con las señales distintivas que recibía de cada uno de los miembros del equipo—, George, ¿tenemos algún mapa?

—Tenemos un mapa —respondí, sacando mi PDA y extendiendo completamente la pantalla—. Buffy lo copió antes de irse. —Dios bendiga a Buffy. Un equipo nunca está completo sin un buen técnico informático, y el sinónimo de un equipo incompleto es «muertos»—. Mantengámonos juntos. —Y lo hicimos.

El rancho de la familia Ryman era del estilo pre-Levantamiento, con algunos ajustes requeridos por la carrera política del senador y la posibilidad de una invasión de muertos vivientes. La mayoría de los edificios no estaban conectados entre sí; había cuatro caballerizas: una para los partos, otro para los potros de uno a dos años, otro para los caballos de más de dos años, y uno más, aislado y construido de acuerdo con los protocolos modernos para los periodos de cuarentena, destinado a los caballos enfermos. La vivienda principal tenía más ventanas de las que podría tolerar una persona en su sano juicio, pero, al parecer, para los Ryman, eso no había supuesto un problema.

—¿Tenemos las coordenadas del brote? —preguntó Shaun tras estudiar el mapa.

—Sí. —Empecé a teclear en mi PDA—. ¿Alguno de vosotros quiere apostar a cuál fue el lugar donde se originó el brote?

—En un almacén aislado —respondió Rick.

—En la cuadra para los partos —señaló Shaun.

—Incorrecto. —Presioné la tecla de Intro. El mapa de la pantalla quedó dividido por una serie de cuadrículas rojas. La zona con mayor concentración de cuadrículas rojas correspondía a la caballeriza para los potros de menos de dos años; toda la construcción estaba teñida de rojo y las líneas partían de él en todas direcciones—. El brote inicial se dio en la cuadra para potros de uno a dos años. Donde se albergaba a los caballos más fuertes, sanos y resistentes.

—No sé mucho sobre caballos —dijo Shaun, frunciendo el ceño—, pero me parece curioso. ¿Se ha identificado al paciente cero?

—Hay un animal que ha dado un noventa y siete por ciento en la prueba Nguyen-Morrison —respondí, y saqué una foto de un caballo de un pálido color dorado con una veta blanca en el hocico—. El caballo
Tiempo para la Fiebre del Oro.
Un macho de menos de dos años, sin castrar; se le realizaban revisiones veterinarias cada tres meses desde que nació y siempre las había pasado, además todas las semanas se le sometía a un análisis de sangre. No constan niveles elevados de virus en su historial médico. Si hubiéramos estado buscando el caballo más sano del planeta, hablando en términos epidemiológicos, no nos habríamos equivocado eligiendo éste.

—¿Y es nuestro paciente cero? —inquirió Rick—. Eso sí que es raro. Quizá le mordió algo.

—Se registran todos los movimientos que realizan estos caballos durante todo el día, todos los días. —Cerré los archivos de los informes, plegué la PDA y me la guardé en la mochila—.
Fiebre
salió de paseo la noche anterior al brote, lo cepillaron y lo devolvieron limpio a la cuadra, sin heridas ni arañazos. Ya no abandonó la caballeriza hasta el momento de la tragedia.

—¿Y los demás caballos no dieron positivo en el Nguyen-Morrison? —Shaun hurgó en su mochila y sacó una barra metálica telescópica que fue extendiendo mientras avanzábamos, sin que nadie lo hubiera propuesto en voz alta, hacia la parte del rancho en la que se encontraban las caballerizas. Si todavía quedaban pruebas, las encontraríamos allí.

—El siguiente es el caballo del box contiguo al anterior,
Cielo Rojo Matutino
, que dio un resultado del noventa y uno por ciento y mostraba marcas de mordiscos. Una diferencia del seis por ciento no deja lugar a dudas de que
Fiebre
es nuestro paciente cero.

—La única explicación de un caso como éste es la amplificación espontánea —señaló Shaun, con el ceño completamente fruncido. Extendió el último tramo de su barra y apretó un botón en el mango para electrificarla—. ¿Se descarta un ataque al corazón o cualquier otra causa de muerte natural?

—Totalmente, en un lugar como éste —repuso Rick. Shaun y yo nos volvimos a él. Rick meneó la cabeza y continuó—: Escribí un artículo sobre el funcionamiento de los ranchos modernos hace unos años. Es tan estricta la monitorización de los animales que si un caballo de repente muere, ya sea por una parada cardiaca, porque se atragante con el pienso o por lo que sea, se sabe inmediatamente.

—¿Quieres decir que los cuidadores de los caballos deberían haber recibido algún tipo de aviso de que el caballo había muerto y deberían haber llegado allí antes de que se levantara y empezara a morder a los otros caballos? —inquirí pronunciando las palabras muy lentamente—. ¿Y por qué no fue así?

—Porque cuando en vez de la reanimación se produce una conversión no hay una interrupción de los signos vitales —explicó Shaun. Su voz empezaba a adquirir un tono casi de entusiasmo—. Un minuto antes estás perfecto y un minuto después, ¡bang!, eres una masa de carne que se arrastra por el suelo propagando el virus. Los monitores no registran una conversión espontánea porque en esos casos no son capaces de detectar ninguna anomalía.

—Y la gente sigue afirmando que la tecnología moderna no nos protege —observé con desdén—. De acuerdo, entonces si el caballo regresó limpio a la caballeriza a las siete en punto, lo cepillaron y experimentó una amplificación espontánea durante la noche, los monitores no lo detectaron. Eso todavía no explica por qué sucedió lo que sucedió.

La amplificación espontánea es una realidad. A veces, el virus en su estado latente decide que ha llegado la hora de despertar, y ya nada puede detenerlo. Aproximadamente, el dos por ciento de los brotes registrados durante el Levantamiento se atribuyeron a una amplificación espontánea. Normalmente afecta a la población anciana y a la más joven, porque el virus reacciona con sus propios cambios a los cambios bruscos del peso del individuo. Nunca había oído hablar de un caso de amplificación espontánea en ganado ni en caballos, pero tampoco se ha demostrado nunca que no fuera posible… y no era descabellado imaginarse que podía ocurrir. ¿Y resulta que el paciente cero de la amplificación espontánea en caballos sufrió la conversión en la cuadra del senador Ryman justo el día en que era elegido candidato a la presidencia por el Partido Republicano? Coincidencias así sólo se dan en las tragedias de Dickens; no suelen ir ocurriendo por ahí en el mundo real.

—No me lo trago —dijo Rick, expresando en voz alta lo que yo pensaba—. Es demasiado rebuscado. Tenemos un caballo, un caballo sano, que de pronto se convierte en zombie y mata a un montón de personas. ¿No es una auténtica tragedia? Eso es lo que yo escribiría si me encargarais un artículo de interés humano sobre algo inverosímil para la primera página.

—Entonces, ¿por qué nadie está investigando a fondo el caso? —Shaun se detuvo en mitad del campo, entre las cuatro caballerizas. Miró primero a Rick y luego a mí—. No quiero parecer maleducado, Rick, pero eres nuevo en estos asuntos, y tú, George, eres algo así como una paranoica profesional. ¿Por qué no hay nadie más escarbando en toda esta mierda?

—Porque nadie mira dos veces un brote —respondí—. ¿Has olvidado cómo te pusiste cuando tuvimos que leer todos aquellos libros sobre el Levantamiento en sexto curso? Llegué a pensar que, por tu culpa, nos expulsarían a los dos. Dijiste que las cosas sólo podían haber ido tan mal como fueron porque la gente se conformaba con la primera explicación que le daban y se aferraba a ella con uñas y dientes, en vez de dedicarse a algo tan complicado como pensar.

—Y tú me contestaste que eso formaba parte de la naturaleza humana y que debíamos estar agradecidos por ser más listos que el resto —replicó Shaun—. Y luego me pegaste.

—Ahí tienes tu respuesta: la naturaleza humana.

—Da a la gente algo en lo que poder creer, sobre todo algo como una tragedia personal y una adolescente que, en un acto heroico, salva a su familia, y no sólo te creerá todo el mundo, sino que querrá creerte con todas sus fuerzas. —Rick meneó la cabeza—. Es una buena noticia, y a la gente le gusta creer en las buenas noticias.

—A veces es genial vivir en un mundo donde «buenas» y «noticias» no siempre se unen para referirse a «información positiva». —Me volví a Shaun—. ¿Por dónde empezamos?

En el estudio de edición y en la oficina soy la persona al cargo; sin embargo, en las salidas de campo, la cosa cambia. Shaun lleva la voz cantante, a menos que yo exija una evacuación inmediata. Ambos somos lo suficientemente listos para conocer nuestros puntos fuertes. El suyo consiste en apalear bichos muertos y sobrevivir para contarlo en un blog.

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