Es fácil dejar de fumar, si sabes cómo (8 page)

El tabaco no mejora las comidas, las estropea. Te destruye el paladar y el olfato. Mira a los fumadores en un restaurante, fumando entre plato y plato. No disfrutan de la comida: en realidad están deseando que se acabe, porque interfiere en el fumar. Muchos fuman en estas situaciones aun sabiendo que molesta a los no-fumadores. Los fumadores en general no son personas que desprecien a los demás; simplemente, se desesperan si no pueden fumar. Están entre la espada y la pared: o bien tienen que abstenerse y ser desgraciados porque no pueden fumar, o fuman y son desgraciados, sintiéndose culpables y despreciables de sí mismos.

Observa a los fumadores en una recepción oficial en la que no pueden fumar antes del brindis. Muchos de ellos de repente desaparecen misteriosamente y van a los servicios para dar un par de caladas en secreto. Ahí es donde ves el fumar realmente como una adicción. Los fumadores no fuman porque les gusta. Lo hacen porque se sienten desgraciados sin el tabaco.

Puesto que muchos empezamos a fumar en reuniones sociales, cuando somos jóvenes y tímidos, adquirimos la creencia de que no podemos disfrutar de estas reuniones sociales sin tabaco. Es una idiotez. El tabaco te quita la confianza en ti mismo. El efecto del tabaco en las mujeres nos ofrece un clarísimo ejemplo del miedo que produce. Casi todas las mujeres se preocupan mucho de su aspecto físico. No se imaginan en una ocasión social sin estar perfectamente arregladas y oliendo bien. Pero el saber que su aliento huele a cenicero viejo no les disuade de dejar de fumar en absoluto. Sé que les preocupa mucho; muchas odian el olor que desprenden sus ropas o su propio pelo, pero esto no les impide fumar. Tal es el miedo que esta terrible droga produce en el fumador.

Los cigarrillos no ayudan en las reuniones sociales; las estropean. Tienes que llevar el vaso en una mano y el cigarrillo en la otra; vigilar que no se te caiga la ceniza y buscar un sitio para las interminables colillas; procurar no soplar humo en la cara a tus interlocutores; preguntarte si te huele el aliento o si resultan desagradables tus dientes manchados.

No sólo no hay nada de qué privarse. Al contrario, hay muchos beneficios maravillosos. Cuando el fumador piensa en dejar de fumar, tiende a concentrarse en su salud, el dinero que se puede ahorrar y el rechazo social. Estas tres cosas son evidentemente muy importantes, pero creo que los mayores beneficios son psicológicos, incluyendo:

  1. La recuperación del valor y confianza en ti mismo.
  2. La liberación de la esclavitud.
  3. La desaparición de esas terribles sombras negras en el fondo de tu mente: saber que la mitad de la población te desprecia y, peor aún, despreciarte a ti mismo.

No sólo es mejor la vida del no-fumador que la del fumador, sino que disfruta de la vida infinitamente más. No quiero decir simplemente que tendrás mejor salud y más dinero, sino que serás más feliz y disfrutarás más de la vida.

Los beneficios maravillosos que se obtienen cuando uno se convierte en no-fumador se detallan en los próximos capítulos.

Algunos fumadores tienen dificultades para comprender este concepto de vacío; veamos si este ejemplo te ayuda.

Imagina que tienes una erupción en la cara. Yo tengo una crema maravillosa. Te digo: «Prueba esto.» Te pones la crema y la erupción desaparece inmediatamente. Una semana más tarde vuelve a aparecer. Preguntas: «¿Te queda algo de esa crema?» Digo: «Quédate con el tubo. Puede que la vuelvas a necesitar.» Te pones la crema. ¡Milagro!, la erupción desaparece. Pero cada vez que aparece de nuevo es más grande la zona afectada, duele más y los intervalos más cortos. Al cabo del tiempo la erupción te cubre toda la cara y el dolor es insufrible. Ahora vuelve cada media hora. Sabes que la crema la quita temporalmente, pero sigues muy preocupado. ¿Dónde acabará esto? ¿Afectará al final a todo el cuerpo? ¿Desaparecerá el intervalo por completo? Vas al médico, pero no te puede hacer nada. Pruebas otros medicamentos pero ninguno funciona, sólo la crema maravillosa.

Ahora dependes totalmente de la crema. Nunca sales sin asegurarte de tener a mano un tubo de la crema. Si vas de viaje, te llevas unos cuantos tubos. Ahora, además de las preocupaciones por tu salud, te cobro veinte mil pesetas por tubo. No tienes más alternativa que pagar.

Luego lees en la sección de salud de tu periódico que esto no sólo te ocurre a ti, sino que muchas personas padecen el mismo problema. De hecho, los farmacéuticos han descubierto que la crema no cura la erupción, lo único que hace es esconderla debajo de la piel. Es la crema misma la causa del crecimiento de la erupción. Lo único que tienes que hacer para eliminar la erupción es no utilizar la crema. Desaparecerá por sí sola, con el tiempo.

¿Seguirías usando la crema?

¿Necesitarías fuerza de voluntad para dejar de usarla? Si dudases del artículo, estarías receloso durante unos días, pero una vez que te dieras cuenta de que la erupción mejoraba, la necesidad o las ganas de utilizar la crema desaparecerían.

¿Te sentirías deprimido? Por supuesto que no. Tenías un problema horrible, sin solución. Ahora has encontrado la solución. Incluso si tardara un año en desaparecer la irritación por completo, cada día, al verte mejor, pensarías: «¡Qué maravilla! No me voy a morir.»

Esta fue la magia que ocurrió en mí cuando apagué aquel último cigarrillo. Quisiera dejar claro algo en la analogía de la erupción y la crema. La erupción no representa ni el cáncer de pulmón, arteriosclerosis, enfisema, angina de pecho, asma crónica, bronquitis ni tampoco una enfermedad coronaria. Todos estos problemas se añaden a la erupción. No son los millones de pesetas que quemamos; ni una vida de mal aliento y dientes manchados, de letargo, mala respiración y tos; ni los años que pasamos asfixiándonos, deseando no hacerlo; ni los momentos en que nos sentimos castigados, cuando no se nos permite fumar. No es la vida en la que nos desprecian los otros, o, peor aún, nos despreciamos a nosotros mismos. Estos son cosas adicionales a la erupción. La erupción es la que nos hace cerrar nuestra mente ante todas esas cosas. Es aquella sensación de pánico de: «Me apetece un cigarrillo.» Los no-fumadores no sufren esa sensación. Lo peor que soportamos es el miedo y el mayor beneficio que recibes cuando dejas de fumar es liberarte de ese miedo.

Fue como si la niebla intensa que había en mi mente se esfumase. Podía ver con toda claridad que esa sensación de pánico al querer un cigarrillo no se debía a mi debilidad o a una propiedad mágica del cigarrillo. Este miedo lo causó el primer cigarrillo y los que vinieron después, que, lejos de aliviar esa sensación, la acrecentaron. A la vez veía que esos fumadores «felices» pasaban por la misma pesadilla que yo. No tan mala como la mía, pero todos construyendo argumentos falsos para justificar su estupidez.

¡ES TAN BUENO SER LIBRE!

15. La esclavitud impuesta

En general, cuando los fumadores tratan de dejarlo, las razones más frecuentes son la salud, el dinero y el rechazo social; pero una parte del lavado de cerebro de esta horrible droga es la pura esclavitud que impone.

En el siglo pasado hubo una dura lucha para abolir la esclavitud, pero el fumador se pasa la vida padeciendo un estado de esclavitud autoimpuesta. No parece darse cuenta de que cuanto más se le permite fumar, más desearía ser un no-fumador. No sólo no disfrutamos de la mayor parte de los cigarrillos que fumamos, sino que ni siquiera nos damos cuenta de que los fumamos. Únicamente después de un período de abstinencia podemos pensar que disfrutamos de algún cigarrillo (por ejemplo, el primero de la mañana, el de después de comer, etc.).

El cigarrillo sólo posee cierto valor a nuestros ojos cuando intentamos reducir el consumo o dejarlo por completo, o cuando la sociedad nos obliga a la abstinencia, por ejemplo, en las iglesias, en los hospitales, en los supermercados o en el cine.

El fumador decidido a serlo debe hacerse cargo de que esta tendencia a la prohibición de fumar irá a más, no a menos. Hoy es en ciertos lugares, mañana será en todos los edificios públicos.

Ya pasaron aquellos tiempos en que el fumador podía entrar en casa de un amigo o de un desconocido y preguntar: «¿Os importa que fume?» Hoy en día, el pobre fumador, al entrar en una casa ajena, buscará desesperadamente ceniceros y si contienen colillas. Si no ve ningún cenicero, tratará de aguantarse, y si esto resulta imposible pedirá permiso para fumar. Se le contesta cada vez con más frecuencia: «Bueno, puedes fumar si no hay más remedio», o bien «Preferiríamos que no fumases, el olor tarda tanto en irse después...». El desgraciado fumador se siente miserable, deseando que se abriese la tierra y se lo tragase.

Me acuerdo de cuando yo fumaba; cada vez que iba a la iglesia era una tortura. Incluso en la boda de mi hija, tenía que haberme comportado como el clásico padre orgulloso, pero pensaba: «A ver si termina esto, y salimos a fumar un pitillo.»

Te ayudará observar a los fumadores en estas ocasiones. Forman corrillos. Nunca sale un paquete solo. Se ofrecen una veintena de paquetes, y la conversación es siempre la misma:

–«¿Fumas?»

–«Sí, pero oye, fúmate uno de los míos.»

–«Me fumaré uno de los tuyos luego.»

Los encienden y aspiran el humo hasta el fondo de los pulmones, mientras piensan: «Qué suerte la nuestra. Tenemos este premio, y el pobre no-fumador no tiene ninguno.»

Ni falta que le hace al «pobre» no-fumador. Nuestro cuerpo no fue diseñado para irse envenenando sistemáticamente durante toda su vida. Lo más patético es que incluso mientras fuma, el fumador no alcanza esa sensación de paz, confianza y tranquilidad de la que el no-fumador ha disfrutado toda su vida. El no-fumador no está sentado en la iglesia deseando que se pase el tiempo más rápidamente. Puede disfrutar de toda su vida.

Me acuerdo de cuando jugaba a los bolos en campo cubierto en invierno. Estaba prohibido fumar en el recinto, y, con la excusa de ir al WC, me escapaba de vez en cuando para tomarme unas caladas en secreto. No era ningún chaval de catorce años, sino un respetado asesor financiero de cuarenta años. ¡Qué triste espectáculo! Incluso cuando había vuelto y estaba jugando no me lo pasaba bien. Sólo esperaba que acabara aquello para poder fumar. Esa era la manera que tenía de relajarme y de disfrutar de mi
hobby
preferido.

Para mí, uno de los mayores placeres de ser no-fumador es verse liberado de esa esclavitud, y disfrutar de todas las cosas de la vida; en lugar de estar la mitad del tiempo aguantándote sin fumar para luego, cuando enciendes un cigarrillo, estar deseando no tener que hacerlo.

Los fumadores tendrían que grabar en su mente que cuando están en casa de un no-fumador o en compañía de no-fumadores, no es el no-fumador santurrón quien les está privando de un placer, sino el «monstruito».

16. Me ahorraré «equis» pesetas al mes

Nunca repetiré lo suficiente que la dificultad al dejar de fumar está en el lavado de cerebro. Cuanto más superemos el lavado de cerebro antes de empezar, más fácil te resultará luego conseguir tu propósito.

De vez en cuando me encuentro discutiendo con los que yo llamo fumadores resueltos. Según mi propia definición, un fumador resuelto es aquel que económicamente se lo puede permitir, que no cree estar perjudicando su salud, y al que no le importa el rechazo social. (Ahora ya no queda mucha gente así.)

Si es un hombre joven, le digo: «No me puedo creer que el dinero que gastas en esto no te importe.»

Normalmente se le ilumina la cara. Si le hubiera atacado con argumentos relacionados con la salud o con el rechazo social, a lo mejor se hubiera sentido en inferioridad de condiciones, pero el dinero...

«Me lo puedo permitir. Sólo me gasto «equis» pesetas a la semana, y yo creo que merece la pena. Es el único vicio o placer que tengo, etc.»

Si es una persona que fuma un paquete diario, le digo:

«Todavía me cuesta creer que no te importe el dinero. Te vas a gastar unos cinco millones de pesetas a lo largo de tu vida. Bien: ¿qué es lo que vas a hacer con esos cinco millones? No es como si los quemaras o los tiraras al desagüe; vas a usar este dinero para perjudicar tu salud, destrozar tus nervios, para quitarte confianza en ti mismo, y ser esclavo toda tu vida, para tener los dientes manchados siempre y el aliento maloliente, ¿seguro que estas cosas no te preocupan?»

En ese momento te das cuenta, sobre todo si el fumador es joven, que él nunca lo ha considerado como un gasto que le vaya a durar toda la vida. Para la mayoría, basta con darse cuenta de lo que cuesta un solo paquete. A veces calculamos lo que nos gastamos en una semana, y eso es alarmante. Rara vez calculamos el gasto que supondría en un año (lo que ocurre cuando contemplamos la posibilidad de dejarlo), y eso ya asusta. Pero calcular lo que uno se gasta a lo largo de toda su vida, es impensable.

Pero, como estamos discutiendo, el fumador suele decir:

«Me lo puedo permitir. Es sólo tanto a la semana.» Se autoconvence con el truco del vendedor de enciclopedias.

Entonces le digo:

«Te voy a hacer una oferta que no puedes rechazar. Dame trescientas mil pesetas ahora, y yo te suministraré gratis todos los cigarrillos que necesites durante el resto de tu vida.»

Si le ofreciera hacerme responsable de su hipoteca de cinco millones a cambio de trescientas mil, me haría firmar un papel en el acto, pero ningún fumador resuelto (y recuerda que estamos hablando de personas que no piensan dejar de fumar nunca, no de personas como tú, que tienes la intención de dejarlo) ha aceptado mi oferta. ¿Por qué no?

Llegados a este punto de la conversación, el fumador suele decir: «Mira, aunque no te lo creas, es verdad que no me preocupa el aspecto económico.» Si tú también estás pensando algo así, debes preguntarte por qué no te preocupa. ¿Por qué en otros aspectos de la vida te tomas bastantes molestias para ahorrar unos cuantos miles aquí y allá, y al mismo tiempo no te importa gastar millones en envenenarte?

La respuesta a estas preguntas es la siguiente: casi cada vez que tomas una decisión, pasas primero por un proceso analítico, sopesando los argumentos a favor y en contra para llegar a una respuesta razonada. Puede que sea la respuesta incorrecta, pero al menos será el resultado de una deducción racional. Si un fumador sopesa los pros y los contras del fumar la respuesta docenas de veces es:

«DEJA DE FUMAR, QUE ESTÁS HACIENDO EL PRIMO.» Por tanto, los fumadores fuman, no porque quieren o porque lo han decidido racionalmente, sino porque creen que no pueden dejarlo. Entonces tienen que lavar sus propios cerebros. Tienen que esconder la cabeza bajo tierra.

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