Miré a mi hijo pequeño, que me estaba observando, a la espera de una buena respuesta.
—Es como esto —dije—. Es como este momento.
De pronto lanzó un grito de entusiasmo. Un pez había picado. Y entonces, ante mi sorpresa y deleite, enrolló el sedal con una pericia que habría aprendido de su abuelo, durante aquellos largos días de pesca sin mí. Y se puso en pie —sosteniendo en alto el pez plateado, que bailaba y se agitaba en el sedal— mientras reía y sonreía con orgullo.
La esposa del rey a Shubiluliuma de los hititas:
¡El que es mi esposo ha muerto! ¡No tengo hijos!
No quiero tomar por esposo a uno de mis súbditos.
¡No escribí a ningún otro país, te escribí a ti!
Dicen que tienes muchos hijos. Dame uno de tus hijos.
¡Será mi marido, y será rey de Egipto!
De Hans Gustav Güterbock,
The Deeds of Suppiluliuma as told by his son, Mursili II
,
séptima tablilla
Esta carta (conservada en una tablilla de arcilla en acadio, la lengua franca de la diplomacia internacional en su tiempo) de una reina egipcia a Shubiluliuma I, rey de los hititas, fue descubierta en los archivos hititas, y constituye una pista tentadora de uno de los misterios sin resolver más enigmáticos y atrayentes del Mundo Antiguo.
Es un mensaje audaz y extraordinario en todos los sentidos, no solo porque los egipcios y los hititas llevaban décadas en guerra, luchando por el control de los territorios sirios y los reinos situados entre las fronteras de sus imperios, sino porque una carta semejante podía ser considerada un acto de traición. Pero lo más significativo es que ningún miembro de la realeza egipcia había hecho jamás semejante petición a un extranjero, y mucho menos a un enemigo. El intercambio internacional de novias reales solo favorecía a una de las partes. No obstante, tenemos aquí a una reina egipcia que pide a su enemigo un hijo para compartir el trono. Es un misterio extraordinario que rivaliza con el de la muerte de Tutankhamón.
En la carta, la reina recibe el nombre de «Dahamunzu», que puede ser una traducción del título egipcio
Tahemetnesu
(la Esposa del Rey). Por complejos motivos de cronología egipcia y la incertidumbre que rodea a la traducción de la versión hitita de los nombres egipcios, la atribución no puede ser segura. Algunos estudiosos proponen una cronología según la cual la Esposa del Rey podría haber sido Nefertiti. Pero otros opinan que la carta fue enviada por Anjesenamón, viuda de Tutankhamón e hija de Ajnatón y Nefertiti. Esta última atribución conforma la base histórica de esta novela.
Anjesenamón se convirtió en la última superviviente de su dinastía, la decimoctava, cuando su marido Tutankhamón falleció a la edad de diecinueve años. Ella debía de tener tan solo veintiuno en aquel momento, y carecía de herederos. Se cree que contrajo matrimonio después con Ay, el poderoso cortesano que había colaborado estrechamente con la familia real desde el período de Amarna. Es posible incluso que fuera su tío abuelo. Ya anciano en la época del matrimonio, Ay gobernó tan solo durante unos cuatro o cinco años. Su muerte planteó a Anjesenamón, en aquel momento con veinticinco o veintiséis años, una grave serie de dilemas. ¿Cómo podía gobernar sola? ¿Cómo podía continuar su estirpe? ¿Cómo podía asegurar la estabilidad de su cargo, y la de Egipto, en el interior y en el exterior? ¿En quién podía confiar? A la joven y relativamente inexperta reina los hombres de la élite de la nobleza y el sacerdocio debían de parecerle más una amenaza que un posible apoyo. Por encima de todo, ¿cómo podía defenderse del ambicioso desafío a la corona que representaba Horemheb, el general del ejército egipcio? No es de extrañar que en una de sus cartas a los hititas escribiera «¡Tengo miedo!».
Durante la decimoctava dinastía, otras mujeres de la familia real habían alcanzado un gran poder, incluida la reina Hatshepsut (1473-1458 a.C.), quien había gozado de todo el apoyo de los sacerdotes de Amón cuando se coronó; la reina Tiy, consorte del Rey Sol de Egipto, Amenhotep III; y la más famosa, Nefertiti, cuya historia se narró en
El reino de los muertos
. Pero quizá debido a su juventud, a la relativa inexperiencia en el poder, y a la ausencia de un matrimonio estable y de herederos, la posición de Anjesenamón en aquel momento era mucho más vulnerable.
Egipto era en la decimoctava dinastía el mayor poder del antiguo Oriente Próximo, y los hititas sus enemigos más encarnizados. Pero después del postrer derrumbamiento de su imperio, los hititas desaparecieron de la historia, y no fue hasta finales del siglo XX que se convirtieron en el foco de investigaciones arqueológicas e históricas. La monarquía era hereditaria, y el rey, al que llamaban «Mi Sol», era el sumo sacerdote del reino. Entre sus responsabilidades se contaba la supervisión de los santuarios y templos.
Hattusa, la capital fortificada del país hitita, se hallaba en la Anatolia central (la Turquía moderna). Gracias al poder de sus ejércitos (una mezcla de profesionales, hombres que respondían al llamamiento de la obligación feudal y tropas mercenarias), y a su control de estados y territorios vasallos, conquistaron el norte de Siria y expandieron su imperio, que se extendía desde la costa egea de Anatolia hasta Babilonia. En la época en que transcurre esta novela se habían afirmado como uno de los actores principales en la escena internacional. El rey Shubiluliuma I (1380-1346 a.C.) fue uno de los grandes reyes guerreros, equivalente a los demás reyes del antiguo Oriente Próximo. Pero el asombroso éxito de la expansión hitita les condujo a un conflicto directo con Egipto.
En la época en que transcurre esta novela, los egipcios y los hititas llevaban años en guerra. Estaba en juego el control de Siria, la encrucijada del comercio del Oriente Próximo antiguo. Desde el gran puerto de Ugarit, artículos procedentes del Mediterráneo oriental (cedro, grano, oro, plata, lapislázuli, estaño, caballos, etc.) llegaban para ser vendidos y distribuidos por mediación de una red de rutas comerciales que se extendían por el sur hasta Egipto, por el este hasta Babilonia y por el nordeste hasta Mitanni. Por lo tanto, Siria era vital para el comercio, pero también indispensable desde un punto de vista estratégico, y los grandes imperios guerreaban y negociaban por la influencia y el dominio del país.
Hacía mucho tiempo que Egipto controlaba los territorios del sur y del centro de Siria, que eran una fuente de pingües beneficios y de prestigio político. Pero Shubiluliuma, en una serie de lo que debieron de ser osadas campañas militares, no tardó en apoderarse del control de los reinos y ciudades situados al norte de la región desde el imperio de Mitanni. El statu quo estaba amenazado, y la región se volvió inestable desde un punto de vista político (no es difícil reconocer los paralelismos con el Oriente Medio de la actualidad). Personajes como Aziru de Amurru, tal como atestigua la historia, aprovecharon la oportunidad para forjar alianzas que convenían a sus ambiciones y para expandir sus territorios.
Por lo tanto, la carta de Anjesenamón en la que solicita a Shubiluliuma que le envíe un hijo con el que casarse era algo sin precedentes, y llegó en un momento de escalada del conflicto entre los dos superpoderes. Shubiluliuma, como es de suponer, se mostró muy suspicaz ante la petición. Según los anales, envió a un alto funcionario a Egipto para investigar. Y a la primavera siguiente el alto funcionario (el embajador Hattusa de esta novela) regresó con un representante de la corte egipcia (Najt en la novela), provisto de otra carta:
¿Por qué dices «me engañan» de esta manera? De haber tenido un hijo, ¿habría escrito sobre mi vergüenza y la de mi país a una tierra extranjera? No me creíste, y así me lo confirmaste. El que era mi marido ha muerto. No tengo hijos. Jamás tomaré a un sirviente y lo convertiré en mi marido. No he escrito a ningún otro país, solo a ti. Dicen que tus hijos son numerosos, así que dame uno. Para mí será un marido, pero en Egipto será rey.
Según los anales, Shubiluliuma continuó suspicaz:
Sigues pidiéndome un hijo como si fuera mi deber. En cierta manera se convertirá en un rehén, pero no le convertirás en rey.
Pero sabemos que, después de negociaciones, se llegó a un acuerdo, y su hijo Zannanza fue enviado a Egipto. Pero entonces se produjo el desastre, pues Zannanza fue asesinado durante la travesía. Los hititas culparon a los egipcios, por supuesto:
Cuando Shubiluliuma se enteró del asesinato de Zannanza, empezó a lamentarse por él, y así habló a los dioses: «¡Oh, dioses! No he cometido mal alguno, pero el pueblo de Egipto me ha hecho esto, y también han atacado la frontera de mi país».
Y al final, lo que Anjesenamón había pensado como una solución radical para el problema de su sucesión, y como un intento de forjar un tratado de paz mediante el matrimonio entre los dos imperios, azuzó la hoguera del conflicto y condujo a uno de los enfrentamientos más famosos del Mundo Antiguo, la batalla de Qadesh, en 1274 a.C.
La dramática geopolítica de la región y los sofisticados métodos diplomáticos de aquel tiempo componen el panorama histórico de esta novela: espero que los paralelismos con nuestro mundo moderno, ahora que los grandes poderes están influyendo en Oriente Medio por motivos comerciales y políticos, contribuyan a aumentar el placer del relato. Me he basado en las mejores pruebas históricas y arqueológicas disponibles para reconstruir tanto el mundo cotidiano como el drama de la alta política en Egipto, Siria y Hatti. Y por mediación de los ojos de Rahotep, Buscador de Misterios, he imaginado la forma de introducirme en los acontecimientos tal como pudieron ser vividos por los principales protagonistas. Por encima de todo, he intentado contar la historia que se oculta tras las misteriosas cartas de Anjesenamón, y solucionar el misterio de qué la habría impulsado a recurrir a medidas tan desesperadas, quién mató a Zannanza, cómo y por qué.
No existen pruebas, dejando aparte los anales hititas, de lo que ocurrió en el viaje de regreso a Egipto. Sin embargo, los
apiru
(o
habiru
en algunas traducciones) están bien documentados en fuentes egipcias, hititas y mitanianas. Inanna (conocida en acadio como Ishtar) fue la diosa sumeria del amor, la fertilidad y la guerra. Está plasmada de manera impresionante en el relieve de la
Reina de la Noche
del Museo Británico (también conocido como
Relieve Burney
), con alas, pies provistos de garras, un tocado de cuernos coronado por un disco, y las manos alzadas hacia el espectador (se pueden distinguir las líneas de la vida, la cabeza y el corazón en las palmas de sus manos). Sostiene los símbolos de la vara y el anillo (aparecen con frecuencia; su significado no está claro, pero solo eran sostenidos por dioses). Le acompañan leones y búhos, erguidos sobre una cordillera de montañas estilizadas. Su símbolo es una estrella de ocho puntas, que en la novela se convierte en el símbolo del Ejército del Caos. «Agita la confusión y el caos contra aquellos que la desobedecen, acelera la carnicería e instiga la inundación devastadora, revestida de un brillo aterrador», según el «Himno a Inanna».
Mi personaje ha tomado prestados el nombre y los poderes de su diosa. Para ella, el opio es tanto una mercancía como algo sagrado. Drogas psicotrópicas, en especial alucinógenas, han sido utilizadas con propósitos religiosos y chamánicos desde los tiempos prehistóricos. El «soma» era una bebida ritual de gran importancia entre los indoiranios primitivos, para los cuales poseía el rango de un dios. Existen abundantes pruebas del cultivo y uso ritual del opio en todo el Mundo Antiguo, en poblados neolíticos de Europa occidental y en Mesopotamia, donde los sumerios lo llamaban la «planta de la alegría». Los asirios y babilonios también recogían el «zumo de la adormidera». Los antiguos egipcios utilizaban la mandrágora (una fruta) y el loto para fines médicos narcóticos, aunque hemos de decir que cualquier identificación exacta del opio en los papiros herbales y médicos es problemática. Una referencia probable aparece en el papiro Ebers como un «remedio para acabar con el llanto [de los niños]». Las jarritas de base anular, cuya forma imitaba una vaina de amapola invertida, eran probablemente utilizadas para importar zumo de opio desde Chipre. También se ha teorizado que se mezclaban flores de opio y de loto con vino para uso tanto recreativo como religioso, porque los alcaloides efectivos eran solubles en alcohol. En esta novela, el «valle perdido» del Ejército del Caos se basa en el valle de la Beqaa, donde la producción de vino y opio, así como el gobierno de milicias tribales, sigue siendo tan activa hoy como a finales de la Edad del Bronce.
Por desgracia no existen más indicios en el momento de escribir esta obra que sugieran el destino de Anjesenamón después del asesinato de Zannanza. Horemheb (1323-1295 a.C.) sucedió a Ay en el trono de Egipto, y ella desaparece por completo de los documentos históricos. Y con su desaparición también llega a su fin la gran dinastía decimoctava de Ajnatón y Nefertiti, de Tutankhamón y Anjesenamón. Horemheb, siguiendo la costumbre iconoclasta de los nuevos reyes, destruyó sus templos y usurpó sus monumentos. Y después adoptó como heredero a un oficial militar del delta (la tierra natal de Horemheb), quien fundaría una nueva dinastía: la Ramesside, que abarcaría once gobernantes durante las dinastías decimonovena y vigésima.
Jamás se encontraron la tumba y la momia de Anjesenamón. Tampoco constan su nombre o imagen en la tumba de Tutankhamón, y pese a la costumbre de enterrar objetos personales pertenecientes a la Gran Esposa Real en la tumba, no encontraron nada de ella. La ausencia de tales objetos es significativa. De manera similar, como Gran Esposa Real de Ay, tendría que haber sido plasmada en la tumba de Ay, pero sus paredes están adornadas con imágenes de otra esposa, Tiy. KV63 (o sea, la tumba sesenta y tres que fue descubierta en el Valle de los Reyes) se halla cerca de la de Tutankhamón, y algunos fragmentos de cerámica sugieren una posible relación con Anjesenamón. Otra reciente excavación cercana ha sido identificada también como posible tumba: en febrero de 2010, pruebas de ADN alentaron las especulaciones acerca de que una de las dos momias femeninas de finales de la decimoctava dinastía, encontradas en el Valle de los Reyes, podría ser la de Anjesenamón. Pero en el momento de redactar este libro continúa en paradero desconocido. Lo único con lo que contamos son fragmentos de indicios, algunas gloriosas imágenes de ella, como la del trono dorado de Tutankhamón, y el gran misterio de las cartas hititas. «Tengo miedo», escribió. Tenía motivos para ello.