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Authors: Michael Ende

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

El ponche de los deseos (6 page)

Maurizio estaba tan indignado que casi no podía respirar.

—Re… re… tira inmediatamente lo que acabas de decir, detractor. De lo contrario…, de lo contrario…

Se le erizó tanto la piel que parecía el doble de gordo de lo que ya era.

Pero Jacobo estaba lanzado y ya no podía detenerse.

—¡Ven aquí! —vociferó—. ¡Panzudo niño mimado, perezoso saco de bienestar! Tú no sirves para otra cosa que para jugar con ovillos de lana y para estar tumbado en el sofá. Lárgate, lameplatos; si no, haré de ti un paquete y te enviaré a tu casa, junto a tu elegante familia de gatitos zalameros.

Los ojos de Maurizio comenzaron a brillar con un fulgor salvaje.

—Yo desciendo de una antigua familia noble de caballeros napolitanos. Mis antepasados se remontan hasta Mioderico el Grande. Y no permito que nadie injurie a mi familia. Y mucho menos un truhán advenedizo como tú.

—¡Ah, ya! —chilló Jacobo—. Tus antepasados agotaron todo su cerebro y no pudieron legarte a ti nada de él.

Maurizio encogió las uñas.

—¿Sabes con quién estás hablando, miserable ave de corral? Tienes delante de ti a un gran artista. Yo soy un minnesínger famoso y, antes de perder la voz, he enternecido los corazones más altivos.

El viejo cuervo soltó una carcajada impertinente.

—Estoy seguro de que tú, con tu miniestatura y tu minicerebro, eres un minnesínger. ¡Pero no te pavonees tanto, fatuo escobón!

—Pueblerino iletrado —bufó Maurizio con el mayor desprecio—, ni siquiera sabes qué es un minnesínger. ¡Y tu lenguaje es barriobajero, miserable vagabundo!

—Me importa un pepino —replicó Jacobo—. Yo hablo como me sale del pico, porque tengo uno, y tú no, piojoso barón gatuno…

Y súbitamente, sin que ninguno de los dos supiera exactamente cómo surgió ni quién empezó, formaron juntos un manojo de pelos y plumas que rodaban por el suelo. El gato mordía y arañaba, y el cuervo daba picotazos y clavaba las garras. Pero como el tamaño y las fuerzas de los dos eran bastante parecidos, ninguno de los dos lograba vencer al otro. Unas veces volaba el cuervo, y el gato lo perseguía; otras veces ocurría lo contrario. De este modo llegaron sin darse cuenta al laboratorio. Jacobo picoteaba con saña la cola de Maurizio, y eso le producía al pequeño gato un dolor insoportable; pero al mismo tiempo Maurizio le había hecho al cuervo una llave que estaba a punto de asfixiarlo.

—Ríndete o eres cuervo muerto —balbució Maurizio.

—Ríndete tú primero —jadeó Jacobo— o te arranco la cola.

Y al fin se soltaron los dos al mismo tiempo y se sentaron frente a frente sin aliento.

El gato intentó, con lágrimas en los ojos, enderezar la cola, que ahora ya no ofrecía un aspecto elegante, sino que había tomado una forma de zigzag. Y el cuervo contemplaba con melancolía las plumas esparcidas por el suelo, que en realidad le eran muy necesarias.

Pero, como suele ocurrir tras estas peleas, los dos se sentían bastante pacíficos y dispuestos a reconciliarse.

Jacobo pensaba que no debería haber sido tan rudo con el pequeño gato, y Maurizio meditaba si no habría sido, tal vez, injusto con el desventurado cuervo.

—Perdóname, por favor —maulló.

—Lo siento —graznó Jacobo.

—¿Sabes? —prosiguió Maurizio con voz temblorosa al cabo de un rato—, yo no puedo creer lo que has dicho hace un momento. Porque ¿cómo puede uno tratar tan bien a un gato-artista tan grande como yo y, al mismo tiempo, ser un vulgar truhán? Eso no es posible.

—Sí, sí —respondió Jacobo, gesticulando con energía—. Desgraciadamente, es posible. Lo que pasa es que no te ha tratado bien. Te ha
domesticado
para engañarte. También mi jefa,
madam
Tirania lo ha intentado conmigo. Sin embargo, yo no me he dejado domesticar. Me he limitado a comportarme como si me dejara. Pero ella no se ha dado cuenta. Yo sí la he engañado
a ella
.

Rió ladinamente.

—En todo caso, así he averiguado muchas cosas sobre ella y también sobre tu curioso maestro. Pero ¿dónde estará desde hace tanto tiempo?

Los dos se pusieron a escuchar. Pero no se oía nada. Sólo el viento de la tempestad gemía y silbaba fuera de la casa.

P
ARA llegar a su sótano secreto, fortificado por procedimientos mágicos absolutamente seguros, Sarcasmo tenía que recorrer un verdadero laberinto de pasadizos subterráneos, cada uno de los cuales estaba cerrado con varias puertas mágicas que sólo podían abrirse y cerrarse de forma muy complicada. Era un proceso que exigía mucho tiempo.

Jacobo se acercó a Maurizio y le susurró con voz misteriosa:

—Escúchame atentamente, gatito. Mi
madam
no sólo es la tía de tu maestro, sino que también le paga. Él le proporciona lo que ella le pide, y ella hace grandes negocios con los brebajes venenosos que él prepara. Mi
madam
es una bruja multiplicadineros, ¿entiendes?

—No —respondió Mauricio—. ¿Qué es una bruja multiplicadineros?

—Tampoco yo lo sé muy bien —admitió Jacobo—. Ella sabe hechizar con dinero. Logra de algún modo que el dinero aumente por sí mismo. Cada uno de los dos es perverso por sí solo. Pero cuando se unen una bruja multiplicadineros y un mago de laboratorio, ¡adiós!, se ciernen las tinieblas sobre el mundo.

De pronto, Maurizio se sintió terriblemente cansado.

Aquello era demasiado para él, y comenzó a añorar su camita con dosel.

—Si estás tan enterado de todo —preguntó con voz lastimera—, ¿por qué no te has dirigido a nuestro Consejo Supremo y se lo has comunicado?

—Yo contaba contigo —respondió Jacobo con cierta aspereza—, porque hasta ahora no tengo ninguna prueba de que están confabulados los dos. Entre los hombres, te lo aseguro, el dinero es el punto capital, especialmente en el caso de tu maestro y mi
madam
. Hacen todo por dinero, y con dinero pueden hacer todo. Es el peor instrumento mágico que existe. Pero eso no lo hemos descubierto hasta ahora los animales, porque entre nosotros no hay nada semejante. Yo sólo me enteré de que también en casa de Sarcasmo había uno de nuestros agentes, pero no sabía quién. Bueno, pensé, con la ayuda del colega lograré reunir pruebas. Particularmente, esta noche.

—¿Por qué particularmente esta noche? —quiso saber Maurizio.

Inesperadamente, el cuervo emitió un prolongado graznido, cargado de presagios, que resonó por todas las habitaciones y conmovió hasta los tuétanos al gato.

—¡Perdona! —prosiguió el cuervo en voz baja—. Es nuestra forma de reaccionar cuando se avecina una tormenta. Porque nosotros presentimos esas cosas. Todavía no sé qué se proponen ésos, pero me apuesto mis últimas plumas a que se trata de una inaudita humanada.

—Una… ¿qué?

—Bueno, no se puede decir cerdada, porque los cerdos no hacen nada malo. Por eso he venido volando de noche y en plena tempestad. Mi
madam
no sabe nada de esto. Yo contaba contigo. Pero ahora has puesto a tu maestro al corriente, y hemos perdido la ocasión. ¡Ojalá me hubiera quedado en el nido con mi Amalia!

—Creí que tu esposa se llamaba Clara.

—Ésta es otra —graznó involuntariamente Jacobo—. Pero ahora no sé trata de cómo se llama mi esposa, sino de que tú lo has estropeado todo.

Maurizio miró desconcertado al cuervo.

—Me parece que lo ves todo demasiado negro. Eres un pesimista.

—Es cierto —asintió secamente Jacobo Osadías—. Por eso tengo razón casi siempre. ¿Nos apostamos algo?

El gato le dirigió una mirada altiva.

—Está bien. ¿Y cuál será la apuesta?

—Si tienes tú la razón, yo me trago un clavo oxidado; si la tengo yo, te lo tragas tú. ¿De acuerdo?

Maurizio procuró mostrarse tranquilo, pero le temblaba un poco la voz cuando contestó:

—¡De acuerdo! Acepto la apuesta.

J
ACOBO Osadías asintió y comenzó inmediatamente a inspeccionar el laboratorio. Maurizio lo siguió.

—¿Estás buscando ya el clavo?

—No —respondió el cuervo—. Busco un escondite adecuado para nosotros.

—¿Por qué?

—Porque tenemos que escuchar a los señores sin que se den cuenta.

El gato se detuvo y dijo indignado:

—No. Yo no hago una cosa así. No es propio de mi categoría.

—¿De qué?

—Quiero decir que eso es poco caballeroso. Eso no se hace. A fin de cuentas, yo no soy un cualquiera.

—Yo sí —dijo el cuervo.

—Pero no se debe escuchar furtivamente —afirmó Mauricio—. No está bien.

—Entonces, ¿qué harías tú?

—¿Yo? —meditó Mauricio—. Yo le preguntaría directamente al maestro, cara a cara.

El cuervo miró al gato de soslayo y graznó:

—¡Bravo, señor conde! ¡Cara a cara! Sería una escena digna de verse.

Entretanto habían llegado a un rincón oscuro y se hallaban junto a un contenedor de hojalata que tenía la tapa abierta. Sobre él había esta inscripción: RESIDUOS ESPECIALES.

Los dos animales echaron una ojeada a la inscripción.

—¿Sabes leer? —preguntó Jacobo.

—¿Acaso tú no? —respondió Maurizio con aire de suficiencia.

—No me han enseñado —admitió el cuervo—. ¿Qué dice ahí?

Maurizio no pudo resistir la tentación de dárselas de sabio delante del cuervo.

—Dice RESTOS DE COMIDA, o, ¡ah, no!, dice PRODUCTOS INFLAMABLES, aunque en realidad comienza con una zeta…

En ese instante se oyó entre el fragor de la tempestad un ruido que resonaba como el zumbido de una sirena y se acercaba rápidamente a la casa.

—Es mi
madam
—susurró Jacobo—. Siempre hace ese ruido infernal porque piensa que es de buen tono. Vamos. En ningún sitio estaremos mejor que en el contenedor.

Dio un vuelo y se posó encima de la pared del contenedor. El gato seguía dudando.

Entonces se oyó una voz chillona que salía de la chimenea:

¡Tralará, tralarí!

La visita ya está aquí.

¿No sabes quién es?

Pues, ¡ven y lo ves!

Al mismo tiempo bajó ululando por el tubo de la chimenea una ráfaga de viento, de suerte que las llamas de fuego verde se inclinaron y el recinto se llenó de densas nubes de humo.

—¡Oh…! —tosió Jacobo Osadías—. Es ella. Rápido, gatito. ¡Apresúrate!

La voz de la chimenea se acercaba cada vez más. Sonaba como si alguien silbara por un tubo muy largo:

¡Al negocio, al negocio!

¡Sacadle provecho!

Ni descanso ni ocio:

¡al negocio derechos!

Luego se oyó de pronto un lamento procedente del tubo de la chimenea y una voz murmuró confusamente:

—Un momento…, me parece… que me he quedado enganchada… Bueno… sí… ahora… puedo seguir.

El cuervo comenzó a saltar encima del contenedor y graznó:

—¡Ven de una vez! ¡Vamos! ¡Arriba!

El gato saltó junto a él. El cuervo le dio un empujón con el pico para que se metiera y entró tras él. En el último instante lograron cerrar la tapa uniendo sus fuerzas.

La estridente voz salida de la chimenea estaba ahora muy cerca:

¿Qué cuesta el mundo entero?

¡Dinero! ¡Dinero!

Si la bolsa se vacía,

¿qué hacer con la mercancía?

Pero somos millonarios

y cobramos honorarios.

En ese momento cayó por el tubo de la chimenea una verdadera granizada de monedas. Luego se oyó un golpe seco, se volcó la marmita con la esencia número 92, su contenido hizo que las ascuas chisporrotearan (así pues, de momento no podía salir al mercado la «Dieta del hombre sano») y Tirania Vampir chilló, sentada sobre las llamaradas:

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