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Authors: Michael Ende

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

El ponche de los deseos (9 page)

D
E repente, Sarcasmo dio media vuelta y dijo:

—Me temo, Titi, que no vamos a sacar nada en claro, aunque lo siento por ti. Te has olvidado de un detalle o, más exactamente, de dos: del gato y del cuervo. Ellos querrán estar presentes. Y como tienes que formular tus deseos en voz alta, se enterarán de todo. Y entonces se te echará encima el Consejo Supremo de los Animales. Si los encerramos a los dos o los expulsamos de casa, también seremos sospechosos. Sería un irresponsable si te diera mi parte de la receta. No puedo permitir que te expongas a semejante peligro, querida tía.

Tirania sonrió, y sus dientes de oro volvieron a brillar.

—Eres muy amable conmigo, muchachito. Me alegra que te preocupes tanto de mí. Pero estás muy equivocado. ¡El gato y el cuervo
tienen
que estar presentes! Y es muy importante tenerlos como testigos. En eso está precisamente la gracia del asunto.

El mago preguntó:

—¿Cómo es eso?

—A fin de cuentas —explicó la bruja— no se trata de una pócima cualquiera. El ponche genialcoholorosatanarquiarqueologicavernoso tiene una propiedad que es ideal. Transforma en lo
contrario
lo que uno desea. Desea uno salud, y surge una epidemia; habla uno de bienestar general, y en realidad provoca la miseria; habla uno de paz, y el resultado es la guerra. ¿Has comprendido ya que se trata de una poción maravillosa?

Tirania sonrió de placer y prosiguió:

—Ya sabes cuánto me gustan los actos benéficos. Son mi pasión. Pues bien, hoy voy a organizar una fiesta, ¿qué digo?, ¡una
orgía
benéfica!

Los ojos de Sarcasmo comenzaron a brillar tras los gruesos cristales de sus gafas.

—¡Por el estroncio radiactivo! —exclamó—. Y los espías serán los testigos de que sólo hemos hecho obras buenas, actos de caridad en favor del pobre mundo doliente.

—Será una velada de San Silvestre —gorjeó Tirania— como la vengo imaginando desde que aprendí el abecé de las brujas multiplicadineros.

El sobrino la interrumpió con voz ronca:

—El mundo recordará durante siglos esta noche, la noche en que estalló la gran catástrofe.

—Y nadie sabrá —chilló ella— cuál fue el origen de la hecatombe.

—No, nadie —jaleó él—. Pues nosotros dos, tú, Titi, y yo, estamos aquí, limpios como corderos inocentes.

Se abrazaron y comenzaron a bailar. Todos los tarros y marmitas del recinto empezaron a tocar una chirriante y desentonada danza de la muerte con aire de vals, los muebles golpearon el suelo con las patas, el fuego verde de la chimenea llameó rítmicamente y el tiburón disecado de la pared siguió el ritmo abriendo y cerrando su impresionante dentadura.

—¡E
H, gatito! —musitó Jacobo—. No me encuentro bien. Se me va la cabeza.

—A mí me pasa lo mismo —respondió Maurizio, también en voz baja—. Es por esa música. Porque los músicos tenemos un oído muy sensible.

—Los gatos, quizá —dijo Jacobo—. Pero a nosotros no nos afecta nada la música.

—Quizá es también por los somníferos —conjeturó el gato.

—En tu caso, tal vez; pero en el mío no —precisó el cuervo.

—¿Estás completamente seguro de que has leído bien lo que hay escrito en el contenedor?

—¿Por qué? —preguntó con miedo Maurizio.

—Quizá es venenoso el producto en que nos encontramos.

—¿Qué? ¿Crees que estamos ya contaminados?

El gato estaba tan asustado que quiso saltar inmediatamente del contenedor.

—¡Alto! ¡Ahora no! Tenemos que esperar hasta que se marchen los dos. De lo contrario, ¡se acabó!

—¿Y si no se marchan?

—Entonces —rezongó sombríamente el cuervo—, tendremos un mal
endesenlace
.

—¡Perdóname! —suspiró compungido el gato.

—¿Qué tengo que perdonarte?

—No sé leer.

Hubo un largo silencio. Luego, el cuervo graznó:

—¡Ojalá me hubiera quedado en el nido con Támara!

—¿Es otra más? —preguntó Maurizio.

Pero el cuervo no contestó.

E
L mago y la bruja se habían dejado caer en sus sillas e intentaban recobrar el aliento. De cuando en cuando se le escapaba a uno de los dos una sonrisa maligna. Sarcasmo limpió las gafas, que tenían los cristales empañados, con la manga de la bata. Tirania se secó el sudor del labio superior con un pañuelito, procurando conservar intacto el maquillaje.

—¡Ah, muchachito! —dijo como de pasada—. Tú has hablado varias veces de «nos» y de «nosotros». Pero entendámonos bien: yo necesito tu parte del pergamino y tu ayuda de experto; pero ya te las he pagado bien, ¿no es cierto? Naturalmente, sólo yo beberé y formularé deseos. Llegado ese momento, tú te mantendrás al margen.

—Te equivocas, querida tía —respondió Sarcasmo—. Tú no conseguirías otra cosa que achisparte e incluso ponerte enferma. Ten en cuenta que ya no eres una jovencita. Déjame tranquilamente eso a mí. Tú puedes decirme los deseos que debo formular para ti. Sin esta condición, no colaboro.

Tirania se enfureció.

—¿He oído bien? —gritó—. ¡Has jurado por el Tenebroso Banco-Palacio de Plutón venderme tu parte!

Sarcasmo se frotó las manos.

—¿Sí? No lo recuerdo.

—¡Por amor del diablo, muchachito! —jadeó ella—. ¡No pensarás violar un juramento como ése!

—Yo no he jurado nada —respondió él sonriendo sarcásticamente—. Habrás oído mal.

—¿Adonde ha ido a parar nuestro antiguo sentido de la familia? —dijo, y se tapó la cara con las manos cubiertas de anillos—. ¡Ni siquiera una tía anciana y candorosa se puede fiar de su sobrino preferido!

—Por favor, Titi —dijo él—, no comiences otra vez con esas bobadas.

Durante un rato se miraron los dos con ojos hostiles.

—Si no cambias de actitud —dijo al fin la bruja—, estaremos sentados aquí hasta el próximo año.

M
IRÓ otra vez al reloj, y era evidente que le costaba dominarse. Le temblaban las mejillas, y su doble papada vibraba.

Sarcasmo saboreaba secretamente la situación, pese a que sus perspectivas no eran mucho mejores. Había dependido durante tantos y tan largos años de la bruja, y ella se lo había hecho sentir tan claramente, que ahora le causaba verdadero placer tenerla, al fin, una vez en sus manos.

Le hubiera gustado prolongar más aquel juego, pero también para él faltaban pocas horas hasta la medianoche.

—El próximo año —murmuró un poco ausente— va a empezar enseguida.

—Exactamente —saltó Tirania—. ¿Sabes lo que ocurrirá entonces, imbécil? El ponche de los deseos pierde su poder de inversión al primer toque de las campanas de San Silvestre.

—Estás exagerando, como de costumbre, Titi —afirmó Sarcasmo, un tanto inseguro—. Yo odio las campanadas porque me ponen los pelos de punta. Pero no pretenderás convencerme de que un solo toque de campana puede destruir todo el poder mágico infernal de una poción tan eficaz.

—El poder mágico, no; pero sí el
poder de inversión
, ¡y eso es mucho peor! Entonces, la mentira se transforma en verdad, ¿entiendes? Entonces se cumple literalmente todo lo que se ha formulado.

—Un momento —dijo irritado el mago—. ¿Qué significa eso?

—Eso significa que el ponche debe estar preparado antes de la medianoche, y cuanto antes mejor. Porque yo tengo que beberme hasta la última gota y formular todos mis deseos antes de que suene el primer toque del repique de Año Nuevo. Si queda algún resto, por pequeño que sea, se irá todo a pique. Imagínate lo que pasaría en ese caso: todos mis deseos, aparentemente buenos, incluidos los que he expresado antes, no se transformarían en lo contrario, sino que se cumplirían al pie de la letra.

—¡Horrible! —gimió Sarcasmo—. ¡Espantoso! ¡Aterrador! ¡Monstruoso!

—Así es —corroboró la tía—. Pero si nos apresuramos, saldrá todo bien.

—¿Bien? —preguntó Sarcasmo, perplejo.

—Quiero decir mal, naturalmente —lo tranquilizó ella—. Bien para nosotros, pero mal en realidad. Todo lo mal que podemos desear.

—¡Maravilloso! —exclamó Sarcasmo—. ¡Grandioso! ¡Fabuloso! ¡Embriagador!

—¡Tú lo has dicho, muchacho! —respondió Tirania, e intentó animarlo dándole unas palmadas en la rodilla—. Así que da el paso de una vez.

Al ver que su sobrino seguía observándola indeciso, sacó otra vez de su bolso-caja de caudales fajos y fajos de billetes y los amontonó delante de él.

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