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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (67 page)

Y mostró una granada a Jazz.

Jazz la sopesó con la mano. Tenía el tamaño de una naranja, pero era sumamente pesada. Con un movimiento de cabeza dijo:

—Ésta no la conozco.

—Es americana —le dijo el Habitante— y se utiliza para desalojar nidos de ametralladoras y trincheras. Es una arma bastante siniestra: se convierte en astillas metálicas, de fósforo y abrasivas.

Mientras tanto, Harry padre se sirvió del continuo de Möbius (por vez primera en aquel mundo) para trasladar a dos Viajeros muy importantes a un pico cercano que descollaba por encima de la mayor parte de los demás. Conocían su trabajo y lo habían practicado en ocasiones anteriores. En una depresión situada en lo alto de un pico, literalmente un «nido de águilas» por derecho propio, se habían montado unos grandes espejos sobre unas placas giratorias que captaban los últimos rayos de sol y los proyectaban hacia arriba o hacia abajo, en dirección a los atacantes. Los Viajeros también tenían sus fusiles y cartucheras de proyectiles letales para los vampiros.

Mientras Harry depositaba a sus sorprendidos protegidos y los preparaba para regresar al jardín, sus ojos penetrantes detectaron en el cielo algo que se estaba acercando rápidamente. De momento todavía se encontraba a tres o cuatro kilómetros al este del jardín, pero incluso a esta distancia su tamaño y su forma eran inconfundibles. Era un animal volador, algo así como la montura de Shaithis.

Los Viajeros también lo habían avistado.

—¿Intentamos quemarlo? —gritaron al tiempo que se dirigían a sus espejos.

—¿Un animal volador? —dijo Harry frunciendo el entrecejo, ya que el instinto lo ponía en guardia contra las acciones precipitadas—. A menos que se proponga atacar el jardín…

Volvió al punto de partida y buscó a Harry hijo, pero en su lugar encontró a Zek Föener, con los ojos cerrados, de cara al nordeste, con una mano temblorosa que se llevaba a la frente.

—¿Ocurre algo? —preguntó Harry.

—No, Harry —respondió Zek, sin abrir los ojos—, lo que ocurre es bueno. Lady Karen se acerca porque viene a unirse a nosotros. Quiere luchar a nuestro lado. Cuenta con cuatro magníficos guerreros, pero se mantendrán a la expectativa hasta que ella los llame. Lo que quiere saber ahora lady Karen es si puede posarse aquí sin ningún peligro.

—¿No querrá atacarnos?

—¡Se une a nosotros! —repitió Zek—. Tú no la conoces como yo, Harry. Ella es diferente.

Karen ahora estaba más cerca, como máximo a un kilómetro y medio de distancia, pero todavía cautelosa, todavía lejos. Todos los que estaban en el jardín la habían visto. Jazz Simmons se acercó a toda prisa, con un brillante aparejo de latón que colgaba de la caja del arma.

—¿Y esto qué es? —dijo.

En aquel mismo momento acababa de materializarse el Habitante. Zek habló con los dos hombres y les dijo lo que había comunicado a Harry padre.

—Harry —dijo el Habitante volviéndose a su padre—, ve y di a los Viajeros que no disparen. Veamos primero si viene en son de paz.

Antes que nada, Harry se desvió hacia el pico donde los Viajeros estaban encargados de manipular sus letales espejos. Les transmitió el mensaje de Harry hijo e hizo correr la voz por el jardín y sus defensores. Entretanto Zek comunicó a lady Karen que se posase delante del muro, exactamente entre el muro y los acantilados.

La montura en la que volaba Karen se acercó más y voló más bajo, al tiempo que cada vez iba haciéndose más grande en el cielo. A lo lejos, detrás de ella, otras cuatro formas oscuras se movían rápidamente a través del cielo azul oscuro tachonado de estrellas. Aunque a distancia parecían minúsculas, todo el mundo sabía que en realidad eran grandes, como también sabían quiénes eran.

—¡Ya llega! —dijo Zek con un suspiro.

La montura en la que llegaba Karen, colocándose de cara al viento nocturno que soplaba del oeste, fue bajando lentamente. Por un momento pareció planear igual que una cometa, pero después se dejó caer y desenrolló su juego de patas elásticas como gusanos y se posó en tierra. Chocó en el suelo, aunque no violentamente, y bajó las alas como buscando estabilidad. La cosa quedó allí aparcada, ladeándose e inclinándose considerablemente, mirando con manifiesto desinterés primeramente el jardín, después las amplias rampas que bajaban desde las montañas a la llanura y finalmente de nuevo el jardín. Karen bajó y se acercó al muro. Iba vestida —o desnuda— como para sembrar la consternación entre los presentes, es decir, de la manera que tenía por costumbre.

Los dos Harry, Jazz y Zek fueron a su encuentro. El primer impulso de Zek fue estrecharla entre sus brazos, pero se retuvo. Se dio cuenta inmediatamente de que Jazz se había quedado profundamente impresionado por la aparición de Karen. A Harry padre le ocurría lo mismo: estaba admirado ante la belleza de Karen. Era una belleza que se apartaba de lo terrenal, esto por supuesto, pues era creación de su vampiro, si bien en lo tocante al aspecto, la forma y el atractivo personal, quedaba en parte anulado por el fulgor sanguinolento de sus ojos. Era indudable que la mujer era un wamphyri.

El Habitante era el único que no parecía impresionado.

—¿Has venido para unirte a nosotros en la batalla que se aproxima? —dijo con voz totalmente privada de emoción.

—He venido a morir con vosotros —respondió ella.

—¡Oh! ¿Lo dices en serio?

—¡Y tan en serio! —repitió—. Si crees en los milagros, reza para que se produzca uno. De todos modos, yo no me preocupo por mí.

Y les explicó en qué dilema se encontraba, corroborando lo que Zek Föener ya sabía, es decir, que cualquiera que fuese el bando en que se situase, los wamphyri querrían librarse de ella.

—De esta manera, por lo menos, me llevaré algunos por delante.

—¿Y tus trogloditas, tus lugartenientes? —la acució el Habitante.

—He puesto en marcha a mis trogloditas: los he soltado —respondió ella—. Mis «lugartenientes», como tú los llamas, no son más que perros cobardes. Les he dado el pasaporte. Tal vez los señores se han apoderado de ellos. Ni lo sé ni me importa.

—O sea, que tu nido de águilas ha quedado vacío.

—Sí.

—Pues has sacrificado muchas cosas.

—No —dijo ella, con un movimiento de cabeza—, soy yo la que ha sido sacrificada. Y ahora será mejor que hagas los preparativos finales. Tú no puedes oírlos, pero yo sí, y no tardarán en llegar.

—Tiene razón —confirmó Zek—. Tienen sus pensamientos centrados en la guerra, como si no quisieran hacer otra cosa que leer en ese libro monstruoso. ¡Ya llegan!

El Habitante afirmó con un gesto de cabeza y señaló las cuatro formas oscuras que iban bajando por la oscuridad del cielo.

—¿Son de fiar tus guerreros, Karen?

—Ellos sólo obedecen mis órdenes —respondió.

—Entonces coloca a dos en la parte de atrás del collado, sobre el montículo —dijo indicándole el lugar— y otro par abajo, al pie de los acantilados donde crecen los primeros árboles. Allí nos protegerán, por poca que sea la protección que puedan ofrecernos, y estarán bien situados para lanzarse en caso de que fuera necesario. Y tú, ¿cómo piensas luchar?

—¡Con todo lo que pueda!

Y echando para atrás su diáfana capa y descubriendo el costado derecho, cogió el guantelete que llevaba colgado a la cintura y metió en él la mano derecha. A la pálida luz de las estrellas fulguraron hojas, ganchos y hoces, mientras Karen flexionaba el arma mortífera y se la ajustaba a la mano.

—¡Mira! —gritó Jazz—. ¡Ya los veo!

Era imposible no verlos. Todo el cielo por la parte de oriente se había oscurecido con una multitud de manchas grandes y pequeñas, como si estuviese acercándose un enjambre de langostas. Sin embargo, pese a ser igualmente voraces, ni eran tan pequeñas, ni eran langostas, por supuesto.

—¡Cada uno en su sitio! —gritó el Habitante—. ¿Están preparadas las lámparas?

Por toda respuesta, los Viajeros conectaron a lo largo de la pared las baterías de las lámparas de luz ultravioleta y trataron de apuntarlos con ellas a través de la oscuridad. Parecía que hendían la noche con sus rayos calientes y humeantes. Aquella luz no mataría la carne de los vampiros, pero los heriría y cegaría sus ojos, aunque sólo fuera temporalmente.

El Habitante cogió por el codo a uno de los Viajeros que pasaban.

—¿Qué habéis hecho de vuestras mujeres y vuestros hijos? —preguntó—. ¿Y mi madre?

—Se han ido, Habitante —respondió el hombre—, se han marchado a la Tierra del Sol, donde se quedarán hasta que conozcan el resultado de la batalla.

Harry hijo se volvió a su padre y a los demás y con la cabeza hizo un ademán sombrío.

—Entonces estamos a punto —dijo.

—Es lo que conviene hacer —respondió Jazz Simmons—, porque la guerra ya ha empezado. —E inclinando la cabeza en dirección a la Tierra de las Estrellas, añadió—: Escuchad…

Los gritos roncos de los trogloditas y el clamor de la batalla se elevaban desde las sombras. El rumor y los estampidos de las armas también se dejaban oír. Eran un puñado de trogloditas cuya capacidad para aprender les había permitido acomodarse a las armas.

Harry hijo exclamó:

—Bueno, es lo que cabía esperar: los señores han concentrado a sus trogloditas en los bordes de las montañas desde hace bastante tiempo. Son cientos… puedo saber cuántos son exactamente. —Después, volviéndose a su padre, dijo—: Harry, podrías servirte de la colaboración de un experto.

—Dime su nombre.

—¿Cuándo fue la última vez que te pusiste en contacto con los muertos?

Harry se apartó un paso con expresión decaída, pero enseguida asintió con un gesto.

—Sea lo que fuere lo que se te haya ocurrido, estoy dispuesto cuando tú lo estés, hijo.

Se introdujeron en el continuo de Möbius hasta la llanura cubierta de piedras y se materializaron a una cierta distancia de las montañas y de sus sombras. En las sombrías colinas, en el punto en que se unían con las montañas propiamente dichas, vieron unas nubes de polvo que se levantaban y que sólo podían indicar que en aquel lugar estaba desarrollándose una furiosa lucha. En medio del clamor y de la agitación se podía oír de cuando en cuando el estampido de una arma y el destello ocasional que producía. Los dos Harry se acercaron un poco más y de un salto se situaron en el fragor de la batalla. Los soldados trogloditas del Habitante estaban en la retaguardia. Una nutrida hilera de hombres de Neanderthal cayó bajo el asalto masivo de otros como ellos, empujados a mayor altura en los estribos de las montañas. Sin embargo, los trogloditas de los wamphyri no eran como ellos, eran esclavos, los trogloditas del Habitante eran libres. Por esta razón luchaban.

Cuando Harry hijo vio cómo se estaban desarrollando las cosas, dijo:

—Quisiera salvar a algunos, si es posible.

Entonces Harry Keogh, necroscopio, cerró los ojos y habló con los numerosos muertos de aquel extraño mundo.

—Estamos necesitados de vuestra ayuda —les comunicó en tono de súplica—. Os lo digo a vosotros que estáis aquí debajo, dentro de la tierra, bajo el suelo, allí donde las raíces se entrelazan. Necesitamos vuestra ayuda para luchar contra una gran injusticia.

Debajo del suelo hubo cosas que se movieron y que escucharon la voz desesperada de un amigo, al que trataron de responder.

¿Quién es? ¿Qué pasa? ¿Que hemos de ayudarte? ¿Cómo podemos ayudarte?

—¡Se trata de los trogloditas! —dijo Harry hijo—. Antes de los wamphyri, vagabundeaban por la Tierra de las Estrellas a voluntad. Han vivido y han muerto aquí a millares. Ellos eran sus maestros y ésta era su tierra.

—¿Cómo está todo? —dijo Harry hablando con ellos como hablaba siempre con los muertos, es decir, como si fueran sus amigos, sus iguales, sus compañeros incluso—. Si estáis convertidos en polvo, no podéis ayudarnos, pero si me oís, si podéis entender, escuchad.

Entonces les expuso lo que necesitaba de ellos, al igual que lo hizo también Harry hijo, que iba contestando las disparatadas preguntas de los muertos.

¿Los wamphyri, dices? Algunos de nosotros fuimos sus servidores en vida. Muchos de nosotros, muchos centenares, morimos en sus guerras. ¡Falsos dioses! ¡Viles, terribles dueños! Pero ¿luchar contra ellos? ¿Cómo? Si volverían a destruirnos de nuevo, nos destruirían por segunda vez
.

—No podéis morir dos veces —dijeron Harry y el Habitante, desesperados los dos—. Sólo vuestros hermanos pueden morir y es lo que harán ahora mismo: morir para hacer frente a las tropas de los wamphyri.

¿Las tropas? ¿Trogloditas como nosotros?

—Las tropas, sí —dijo el Habitante—, soldados pero también esclavos de los wamphyri. La muerte a ellos no les causa ningún terror, porque la prefieren a la vida que llevan.

El Habitante dice la verdad
, intervinieron algunos de los trogloditas de Harry hijo, muertos recientemente en la batalla.
Nosotros por lo menos te conocemos, Habitante, y con gusto volveremos a levantarnos
.

—¿Y qué pasará con el resto? —gritó Harry padre—. ¿No se levantarán también? Despertaos ahora antes de que sea demasiado tarde. Tenéis hijos, nietos, biznietos que están luchando en estos momentos. ¡Uníos con nosotros en esta gran batalla contra vuestros inmemoriales opresores, los vampiros!

En las peñas que rodeaban los estribos, en antiguos cementerios excavados en las cavernas, se removieron los cuerpos conservados y momificados de millares de trogloditas, que se levantaron y se sacudieron la tierra que tenían encima. Tumbas solitarias debajo de los árboles también entregaron sus muertos. Detrás de la masa de trogloditas wamphyri que hacían retroceder a los defensores, se sentaron cadáveres muertos recientemente que forzaron sus maltrechos cuerpos a moverse y, a rastras y caminando penosamente, se dirigieron contra sus enemigos, mandados por los vampiros. El hedor a tumba llenaba el aire. Salían de las sombras, de tumbas y nichos cubiertos de moho, de los múltiples lugares de reposo que existen más allá de la vida.

Las fuerzas de los trogloditas seguidores del Habitante, al ver quién acudía ahora a secundarlos en la batalla, pese a tenerlos de su lado y ver que ahuyentaban a los invasores, se sintieron presa del terror y huyeron a esconderse en lugares secretos. Pero no importaba, porque aquel lúgubre ejército de muertos estaba dispuesto a realizar el trabajo que aquéllos habían abandonado. Y serían ellos los que saldrían victoriosos porque, como habían dicho los necroscopios, no era posible morir dos veces.

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