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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (68 page)

Gritos de terror hendían la noche, proferidos por centenares de gargantas de los trogloditas wamphyri al darse cuenta de que estaban luchando con aquella clase de seres. Profundamente afectados, los dos Harry se apartaron de aquella carnicería. Pero…

—¡Hijo! —exclamó Harry padre, agarrando el brazo de su compañero—. ¡Mira!

El cielo se había oscurecido con las bestias voladoras y los guerreros de los wamphyri. Rodeaban el jardín y estaban planeando sobre él. Algunos de los guerreros eran verdaderamente gigantescos y cinco de ellos que hubieran caído sobre el jardín al mismo tiempo lo habrían cubierto y arrasado totalmente. Entretanto, allá arriba en las montañas, incluso ahora, estaba a punto de librarse una batalla más grande…

Volvieron al jardín por la ruta especial.

Los guerreros ya se habían posado en el suelo, más abajo de los acantilados situados delante del muro, donde los seguidores de lady Karen estaban ahora enzarzados en espantoso combate con ellos. Sus gritos y bramidos eran ensordecedores. Había otros guerreros que se movían en círculo y que parecían buscar una brecha entre los proyectores de luz ultravioleta que barrían el cielo y les socarraba la piel.

En uno de los picos parpadeaban los terribles espejos cuando Lesk el Glotón hizo que su montura se desplomara deliberadamente sobre los Viajeros que sudaban, juraban y morían en aquel lugar. Pero los Viajeros lo habían visto llegar y, antes de que su montura pudiera abalanzarse sobre ellos, dirigieron sus armas contra ella y dispararon contra la bestia y su jinete un tiro detrás de otro. Lesk, herido y ahora más peligroso que nunca, incitó al maltrecho animal a alejarse del pico y lo encaminó a un loco suicidio en el corazón mismo del jardín.

Al apercibirse de su llegada, proyectaron enseguida sobre él cegadores y humeantes rayos, mientras que su montura sentía cómo aquel sol artificial le corroía la piel y le quemaba sus muchos ojos. La bestia quiso retroceder y anular el salto que lo precipitaba de cabeza, empujó para arriba, pero cayó en picado en el jardín. Alguien entonces arrojó una granada que estalló delante mismo del animal. Con su cabeza en forma de espátula en llamas, chirriando igual que una válvula de seguridad sometida a alta presión, se desplomó en tierra, aunque no sin chocar con el muro y llevarse una parte de él por delante y, junto con ella, a algunos de sus defensores. El enorme cuerpo en forma de manta de aquella criatura abrió una zanja en la tierra, saltó como un tren que se hubiese salido de la vía y despidió por los aires a Lesk, que iba montado en la silla.

Otras bestias voladoras fueron apareciendo también de entre la oscuridad de la periferia, pero se estrellaron en las parcelas e invernaderos o cayeron en los estanques. De sus lomos saltaron lugartenientes de Shaithis, Belath y Volse, que hicieron una gran carnicería en el jardín. Jazz Simmons los vio y los persiguió con los detectores y con una sucesión de bombas explosivas. Dos por lo menos consiguieron huir entre las sombras y el humo, lo que les permitió entregarse a una matanza descomunal y ensañarse en todos los Viajeros o trogloditas que se tropezaban en su camino.

Jazz vio a Harry y a su hijo en el balcón de la casa de este último. Estaban contemplando la batalla. Casi sin aliento, les gritó:

—¿Cómo va todo?

En medio del resplandor y el barrido de los rayos ardientes, de los estampidos de las armas automáticas, de los aullidos de los monstruos y los gritos de los hombres, era difícil poder decirlo.

—También nosotros deberíamos meternos en esto —dijo Harry a su hijo.

—No —dijo éste, acompañando sus palabras con un movimiento de cabeza—. Nosotros somos el último recurso.

Harry no lo entendió, pero se puso en sus manos.

Zek se acercó corriendo a Jazz y lo agarró por el brazo en el lugar donde éste se encontraba, junto a la casa del Habitante.

—¡Mira! —le gritó.

Directamente sobre su cabeza, un guerrero llevaba arrastrando por el cielo una cosa increíble, hinchada y abotargada. Un segundo guerrero, que se encontraba a mayor altura, iba cargado de una manera similar. Los proyectores, igual que guadañas, los atravesaron mientras Zek, casi sin aliento, gritaba:

—¡Son bestias de gas!

—¿Cómo? —exclamó Jazz, atónito, observando que aquella cosa hinchada se había desprendido y, al igual que un obsceno balón, había caído en el jardín.

Aquella cosa se desvió un poco hacia el norte, por encima del muro, donde estaba concentrada la batería de proyectores. Los rayos de luz la localizaron, se centraron en ella y enseguida se puso a humear. Entonces, emanando negros vapores y nubes de humo, se precipitó a la tierra con más rapidez todavía.

Jazz, observando la estrategia, gritó:

—¡No!

Y agarrando a Zek, la empujó al suelo y la cubrió con su cuerpo.

La bestia de gas, un ser vivo que en otro tiempo había sido un hombre, emitió un grito agudo y sibilante al tiempo que su piel se ennegrecía y agrietaba…, y seguidamente estallaba en mil pedazos con la potencia de una bomba de trescientos kilos. Los que manejaban las armas que emitían rayos, situados debajo mismo de la explosión, murieron instantáneamente y tanto sus cuerpos como su equipo quedaron destruidos. Una tercera parte de las defensas del Habitante quedaron arrasadas.

Por el jardín se difundió un viento cálido y maloliente y hasta que no se disipó, Jazz no ayudó a Zek a levantarse. La casa del Habitante seguía en pie, pero todas las ventanas habían saltado por los aires y faltaba la mitad del tejado. Harry y su hijo pudieron refugiarse debajo de los aleros antes de producirse la explosión. Ahora salieron, pálidos e impresionados.

Había otros guerreros que se habían posado en la parte de atrás del collado. En aquel lugar lucharon contra los seguidores de Karen, derrotándolos y silenciándolos sin tardanza. Sin embargo, en la zona había Viajeros fuertemente armados con granadas que arrojaron sus proyectiles mortales y devolvieron a los guerreros golpe por golpe.

Los lugartenientes de los wamphyri hacían estragos en todos los rincones del jardín y sus guanteletes de guerra chorreaban sangre de los Viajeros. La noche estaba inundada de humo y hedores, hendida por los estampidos de las armas, más infernal todavía como consecuencia de las surrealistas cuchilladas asestadas por la luz cauterizadora y por los largos momentos de oscuridad total…

Junto al muro medio derruido, lady Karen vio aparecer algo que salía de aquella depresión llena de humo. Iba arrastrándose por el suelo pero, al llegar al nivel del mismo, se levantó y atacó. Era el loco de lord Lesk, el más sanguinario de todos los wamphyri, casi totalmente recuperado, sin que apenas se resintiera de las heridas que había recibido ni de la caída que había sufrido. Al ver a Karen, se lanzó sobre ella lleno de las peores intenciones.

Pero ésta empujó a un asustado Viajero y dirigió su lámpara directamente contra la odiosa cara de Lesk consiguiendo cegarlo totalmente. Éste lanzó una maldición, se cubrió el rostro con las manos, se acercó a Karen y de un puntapié le hizo saltar la lámpara de las manos. Medio ciego, volvió hacia ella el costado izquierdo y descargó toda la furia de aquel ojo sin párpado que tenía en el hombro. Pero al hacer un movimiento con su guantelete, giró su cuerpo con el impulso y de nuevo volvió a perderla de vista. Karen se había librado del golpe que intentaba asestarle Lesk y, de un rápido movimiento de su guantelete, cortante como una navaja barbera, arrancó la carne de su costado, llegando hasta las costillas del monstruo.

Lesk dio un alarido, se tambaleó, quedó jadeante, como sorprendido ante lo que acababa, de ocurrirle, y con la mano libre, se tocó torpemente el cuerpo para comprobar el daño terrible que acababan de hacerle. Su corazón latía como un gran fuelle amarillo, perfectamente visible contra la bolsa oscura y palpitante de su pulmón izquierdo. Los Viajeros se abalanzaron sobre él, tratando de hacerle la zancadilla y de llevárselo a rastras. Mientras tanto, Lesk seguía rugiendo enfurecido, Karen se acercó y, con el arma terrible que llevaba en la mano, le arrancó el corazón desnudo. Le cortó las arterias y se lo extrajo del cuerpo. Lesk tosía y escupía sangre, parecía irse hinchando por momentos y… al final se desplomó como un árbol acabado de talar. Los Viajeros se lanzaron sobre él como lobos, lo decapitaron, lo rociaron con petróleo y le prendieron fuego. Lesk se deshizo en llamas.

Entretanto…

Una segunda bestia de gas fue derivando directamente hacia la casa del Habitante. Los dos Harry huyeron de la casa y encontraron a un par de lugartenientes de los wamphyri en su camino. La estrategia que observaron en su trato con ellos demostró la afinidad que tenían: dejaron que los vampiros, armados con sus guanteletes, se acercaran a ellos y los atacaran e inmediatamente escaparon a través de las puertas de Möbius. Cuando sus perseguidores penetraron en aquel reino desconocido pisándoles los talones, cerraron las puertas y salieron por otras. Los lugartenientes desaparecieron y tal vez lo único que ahora llegaba hasta ellos eran los débiles ecos de sus gritos, que muy pronto se ahogarían en el alboroto y la confusión de la batalla.

La plañidera bestia de gas situada sobre la casa del Habitante fue alcanzada por un proyectil extraviado de un arma. La bestia estalló con un estruendo espantoso, provocando la demolición de la casa y despidiendo una terrible vaharada que difundió un hedor apestoso.

Los guerreros se acercaron al collado detrás del poblado. Otro se estrelló en la baja estructura que albergaba los generadores de Harry hijo. Las restantes lámparas ultravioleta dejaron de parpadear y sólo quedó un puñado de linternas y la luz de las estrellas para iluminar la noche que estaba desplegándose ante ellos. Las voces estridentes de lord Belath y de lord Menor Maimbite ya estaban sonando dentro del jardín. Desde arriba, lord Shaithis daba instrucciones a gritos.

Todavía no recuperado del todo de la explosión de la bestia de gas, Harry agarró el brazo de su hijo.

—Antes has dicho que nosotros éramos el último recurso —le recordó casi sin aliento—. Sea lo que fuere lo que querías decir con esto, sea lo que fuere lo que pensases, mejor sería que lo dijeses ahora.

—Padre —respondió—, en el continuo de Möbius hasta el pensamiento tiene peso. Tú y yo estamos enlazados. Dondequiera que nos encontremos del continuo de Möbius, tenemos que conocernos forzosamente.

Harry asintió con un gesto.

—Por supuesto —dijo.

—Yo he hecho cosas con el continuo de Möbius que tú ni siquiera has soñado —prosiguió el Habitante, con tono ingenuo y sin ganas de fanfarronear—. A través de él puedo enviar algo más que meros pensamientos, con tal de que haya alguien que reciba lo que yo envío. En este caso, sin embargo, lo que tengo que enviar es peligroso, no para ti, sino para mí.

—No te sigo.

Desesperadamente consciente de que estaba perdiéndose la batalla, Harry se pasó la lengua por los labios resecos y movió la cabeza.

—Pero me seguirás —le replicó rápidamente el Habitante.

—Ya sé qué quieres decir —dijo Harry—, pero ¿esto no perjudicará el jardín, no dañará a los Viajeros?

—No estoy seguro. Quizás un poco, aunque no será grave ni duradero. De todos modos, tendrías que desembarazarte de lady Karen.

Se dirigió corriendo a las ruinas de su casa y encontró una túnica hecha con una brillante plancha metálica que tenía guardada en ella y se la puso. Lo cubría de pies a cabeza y estaba provista de unos discos de vidrio de color para cubrir los ojos.

—Ya la he usado con anterioridad —dijo—, para ir más allá de las estrellas. Ahora mejor será que te ocupes de Karen.

Harry, que lo había seguido, dijo:

—¿Dónde te encontraré?

—Aquí. Te estaré esperando.

Harry se sirvió del continuo de Möbius y se trasladó al muro. Allí, unos hombres provistos de lanzallamas estaban rociando con ellos a un guerrero que tenían acorralado. Karen estaba luchando con un lugarteniente y se dedicaba a acabar con él cuando Harry llegaba.

—No me preguntes nada y ven rápidamente conmigo —le dijo Harry.

La cogió, se introdujo en una puerta de Möbius y salió a la llanura de piedras, a una distancia prudencial de la deslumbrante Puerta en forma de esfera. Karen, casi cegada, se tambaleó un momento y sus ojos escarlata quedaron redondos como platos.

—¿Cómo…?

—Dime cuál es tu columna —le preguntó.

Ella se lo indicó con el dedo y él volvió a llevársela consigo…

Después la dejó en su nido de águilas, ahora desierto, y regresó al jardín. Su hijo lo estaba esperando.

—¿Lo entiendes? —quiso saber el Habitante.

—Sí —dijo Harry asintiendo con la cabeza—. Sigamos adelante.

Entraron en el continuo de Möbius y Harry hijo se puso rápidamente en marcha, a través de las montañas hasta la Tierra del Sol y de allí…

… ¡al sol! Se quedó fuera de aquel horno monstruoso suspendido en las profundidades del espacio y abrió una puerta de Möbius. Harry oyó el siseo que le hacía emitir el tormento que sufría y oyó también su pensamiento que decía:
¡Ahora!

Abrió una puerta de Möbius que daba al jardín, la atrancó, la fijó allí y dejó que su hijo orientara y derramara la luz del sol a través del continuo de Möbius y a través de la puerta de Harry. Inmediatamente el jardín quedó inundado de luz intensa, resplandeciente y dorada.

Harry hizo girar la puerta como si fuera la torreta de un tanque y proyectó su haz de luz solar concentrada a través del jardín. El rayo alcanzó a los guerreros, que cayeron derribados desde el collado. La luz se los comió como si fuera ácido, devorando su carne de vampiros, puesto que aquello era luz del sol, no atenuada por la distancia ni diluida por la atmósfera, sino esencia del sol. Los monstruos se fundieron, hirvieron y cayeron en pozos viscosos y negros.

¡Ay!, la agonía que sufría el Habitante era un auténtico fuego que quemaba en la mente de su padre. El rayo se interrumpió, dio tiempo a Harry para recuperarse, para descansar de la tarea de mantenerse firme y de controlar la puerta de Möbius.

—¿Hijo? —sus angustiados pensamientos se perdieron por el camino de Möbius—. ¿Estás bien?

¡No!… Sí, sí… estoy perfectamente bien. Aguarda un momento

Harry esperó, conjuró una puerta y miró fuera. Escogió nuevos blancos: lord Belath y lord Menor, que pasaban junto a una hueste de aterrorizados Viajeros, a los que aplastaban como moscas.

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