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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (58 page)

BOOK: El origen del mal
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Súbitamente una manaza enorme cayó sobre el hombro de Vyotsky y éste sintió que se le helaba la sangre en las venas. La voz estentórea de Shaithis silbó en su oído:

—¿Dónde están? ¿Es que tu arma los ha pulverizado? Espero por tu bien que no sea así.

Vyotsky no miró para atrás y continuó con la vista fija en el reborde vacío, que contemplaba con la boca abierta.

—¿Y bien? —prosiguió Shaithis, hundiendo los dedos en el hombro de Vyotsky.

—Yo no les he disparado, ¡no! —dijo el ruso tragando saliva y negando con rápidos movimientos de cabeza—. Había alguien más: un hombre con una capa y una máscara. Ha aparecido… y se los ha llevado.

—¿Que se los ha llevado? ¿Un hombre con una capa y…?

Vyotsky notaba en el cuello el aliento ardiente de Shaithis.

—¿Era de oro la máscara? —preguntó.

Ahora Vyotsky lo miró y retrocedió aterrado, como apartándose del horror que le inspiraba aquel rostro.

—¿Cómo… cómo? ¡Sí! Ha aparecido y… ha desaparecido. Y ellos han desaparecido con él.

—¡¡Ahhhhu! —exclamó Shaithis con voz horrible—. ¡Es el Habitante!

Sus dedos, igual que abrazaderas de acero, machacaron el hombro de Vyotsky. El ruso llegó a pensar por un momento que iba a precipitarlo desde lo alto del reborde.

—No…, no ha sido culpa mía —farfulló—. Yo los había encontrado, los había seguido. A lo mejor se han metido en la cueva. ¡A lo mejor están en ella los tres!

Shaithis olisqueó el aire al tiempo que le temblaban los labios.

—Nada. ¡Aquí no hay nadie! Me has fallado.

—Pero…

Shaithis lo soltó.

—No voy a matarte, Karl. Tu espíritu es débil, pero tu carne es fuerte. Y en el nido de águilas de Shaithis, el wamphyri; siempre puede sacarse provecho de una carne fuerte.

Después se dio la vuelta y prosiguió:

—Y ahora sígueme abajo. Y te lo advierto: no trates de escapar. Porque, como vuelvas a intentarlo una segunda vez, voy a ponerme muy, pero que muy enfadado y a entregarte a mi guerrero favorito. Le haré este regalo y sólo me reservaré el corazón para mí, para darme el banquetazo.

Vyotsky vio que comenzaba a bajar, hizo rechinar los dientes y lentamente levantó el cañón del arma.

Sin volverse a mirar atrás, Shaithis dijo:

—Sí, hazlo, Karl, y así comprobarás cuál de los dos tiene mayor disgusto.

La expresión tensa del ruso fue suavizándose lentamente. ¿Cómo se podía luchar con gente como aquélla? ¿Qué esperanza podía tener un hombre de derrotar, de hacer siquiera algún daño a alguien como lord Shaithis? Dejó escapar un suspiro que tenía refrenado, tragó saliva, puso el seguro del arma y le siguió tímidamente mientras iba bajando aquel saliente de roca.

Más abajo, en los bosques, un gran lobo aullaba lastimeramente: era Lobo, el animal que pertenecía a Zek, y aullaba porque sabía que lo habían separado de su dueña y que ésta había huido muy lejos. Con la cabeza levantada aulló de nuevo y el lamento salió temblando de su tensa garganta. De pronto husmeó el aire y dirigió la mirada hacia el norte, un poco hacia el oeste, al otro lado de las montañas. Sí, su dueña estaba allí. Aquél era el camino que debía tomar.

Gris como la noche, Lobo se puso a trepar entre los árboles mientras por su lado pasaban dos figuras en dirección opuesta. Lobo encogió el labio superior y lo retorció dejando al descubierto sus dientes afilados… pero no profirió sonido alguno. Las dos figuras se perdieron de vista y se adentraron en los bosques envueltos en niebla. Lobo dejó que siguieran su camino mientras él continuaba el suyo.

La llamada de sirena de su dueña resonaba con fuerza en su cabeza…

Era mediodía en Perchorsk, pero en las entrañas de metal y plástico de aquel lugar igualmente habría podido ser medianoche y nada habría cambiado. Sin embargo, se estaba produciendo un cambio y era que el director Luchov y Chingiz Khuv estaban observando cómo un equipo de operarios instalaba unos tubos en la parte alta de la pared que bordeaba el corredor que formaba el perímetro. Aquellos tubos podían tener unos setenta milímetros de diámetro y eran de plástico negro; en otras circunstancias habrían podido ser conductos de cables eléctricos. Sin embargo, su finalidad no era ésa.

—¿Un protector de fallos? —preguntó Khuv con aire confuso—. No sé nada de todo esto. Quizá podrás darme una explicación.

Luchov lo miró e inclinó ligeramente la cabeza.

—Tú trabajas aquí —dijo encogiéndose de hombros— y no hay razón para que te oculte nada. Ya hace tiempo que propuse la instalación de este mecanismo. Es de una sencillez extraordinaria y totalmente a prueba de impericia. Y lo que es más: es barato, muy rápido y fácil de instalar, como puedes ver tú mismo. Si sigues estos hilos, verás que van directamente a los compartimentos de carga que se encuentran dentro de las puertas principales. Allí podrás encontrar un contenedor de quince mil litros en la trasera de un camión. El camión está allí cerrado y con los frenos puestos, con el brazo del rotor eliminado. También es un protector de fallos. Los tubos se conectan directamente con el camión y están tendidos a través del Projekt.

Khuv pareció fruncir todavía más el entrecejo.

—Ya he visto el camión —dijo—. Es un vehículo de suministros militares que transporta combustibles químicos para los lanzallamas. ¿Quieres decir que esos tubos conducen ese material? ¡Pero si es terriblemente corrosivo! ¡Se comería el plástico en cosa de minutos!

Luchov se encogió de hombros.

—En cuyo caso ya no importaría —dijo—, porque los protectores de fallos no tienen que actuar más que una sola vez, comandante, y en esto radica la conveniencia de éste. Alimentados por la gravedad, a través de estos tubos bajarán quince mil litros de combustible extremadamente potente y circularán por el Projekt en menos de tres minutos. A lo largo de su curso hay rociadores, que diseminarán el combustible a presión por todos los rincones. Sus vapores son densos, pero se difunden con gran rapidez. El Projekt tiene laboratorios, salas de calderas, estufas eléctricas, talleres, mil tipos diferentes de puntos de incandescencia de una u otra clase.

Volvió a encogerse de hombros.

—Estoy seguro de que te das cuenta de adonde quiero ir a parar. Si pudiéramos resumirlo todo, nos serviríamos de una única palabra: infierno.

A una cierta distancia, Vasily Agursky se había parado a escuchar. Khuv se dio cuenta de su presencia y ahora lo estaba observando con fijeza. Sin apartar la vista de Agursky, Khuv dijo:

—Supongo que esta información no es confidencial. En caso de que lo fuera, quiero llamarte la atención de que nos están escuchando.

—¿Confidencial?

Luchov echó un vistazo al pasillo y descubrió a Agursky.

—No, yo diría que más bien se trata de una cuestión de importancia primordial. Todos cuantos trabajan aquí en el Projekt no tardarán en darse cuenta de la extraordinaria importancia que tiene este mecanismo. Habría que considerar criminalmente irresponsable a la persona que tratara de mantener esta noticia en secreto. Pondremos avisos en todas partes explicando con todo detalle cómo funciona el sistema. No se trata de un asunto reservado únicamente a la KGB, comandante, sino que incumbe a la humanidad. No se trata de la seguridad personal tuya sino también de la mía… y de la de mis superiores. ¡Y de la de los tuyos!

Agursky se acercó un poco más y se reunió con Khuv y con Luchov. —En caso de que se utilice este sistema alguna vez —dijo con una voz extraña y exenta de toda emoción—, todo el Projekt quedaría destruido, ¿verdad?

—Exactamente, Vasily —dijo Luchov dirigiéndose a él—. Su finalidad es ésa, pero sólo se recurrirá a ella en caso de que vuelva a escapar de la puerta un horror semejante al del Encuentro Uno.

Agursky asintió con un gesto.

—Por supuesto, ya que el fuego lo destruiría. Es la única manera de asegurarnos de que no volverá a entrar nunca más en el mundo otro ser parecido a aquél.

—Y más aún —dijo Luchov—. Ésta es la única manera de estar seguros de que este lugar no se convertirá nunca en el foco de la Tercera Guerra Mundial.

—¿Cómo? —saltó Khuv.

Luchov se dirigió a él y dio una vuelta a su alrededor.

—¿Y tú te figuras que los norteamericanos estarán tranquilamente sentados ante las monstruosidades que salen de aquí, esperando que sean lanzadas al espacio aéreo? Tú sabes tan bien como yo que ellos se figuran que las fabricamos nosotros.

Khuv aspiró una bocanada de aire y al momento adoptó una actitud suspicaz.

—¿Con quién has estado hablando, Viktor? Esto se parece extraordinariamente a algo que el espía británico Michael Simmons me dijo una vez. Espero que no te habrá dado por meterte en cosas que no te conciernen. Admito que este protector de fallos que has inventado puede ser necesario, pero no pienso tolerar que nadie se entrometa en mis asuntos.

—¿Me estás acusando de alguna cosa concreta? —dijo Luchov, que trataba de refrenar la indignación que sentía.

—Es posible —dijo Khuv con tono helado—. Todavía no sabemos dónde estuviste metido durante tres horas cuando apareció aquí aquel maldito «esper» con intenciones homicidas. ¿Qué me dices de eso? ¿Hablaste con Alec Kyle?

Luchov frunció el entrecejo y las venas de su cráneo cubierto de cicatrices latieron con fuerza.

—Ya te he dicho que no sé qué me pasó aquella noche. Supongo que estaba inconsciente. Quizá fue un intento de rapto… fallido, como se comprobó después. En lo que se refiere a ese… Alec Kyle, no sólo no lo he visto en mi vida, sino que ni siquiera he oído hablar nunca de él.

Lo cual era verdad, el hombre con el cual había hablado utilizaba el nombre de Harry Keogh.

Agursky dio media vuelta y los dejó enzarzados en sus discusiones. Khuv lo observó mientras se marchaba, fijándose de pronto en su figura vestida con bata blanca. ¿Le pasaba algo a aquel científico tan peculiar? O en cualquier caso, ¿se apreciaba en él alguna diferencia?

—¿No estás interesado en saber cómo se ha desencadenado todo? —preguntó Luchov, todavía con mirada iracunda.

—¿Cómo? ¡Ah, sí! Estoy muy interesado. Y lo que también me gustaría saber es si hay un protector de fallos para tu protector de fallos.

La atención de Khuv volvió a centrarse en el director del Projekt.

—En este lugar hay unos ciento ochenta hombres entre científicos, técnicos y soldados en todos los momentos del día y de la noche y hay invertidos muchos millones de rublos en equipo. Si se produjera un accidente…

—¡Oh, aquí no habrá ningún accidente! —dijo Luchov moviendo la cabeza—. En todo caso, se trataría de un acto deliberado, te lo aseguro. Permíteme que te explique cómo funciona.

»Hay un sector vacío junto al sector en el que yo trabajo. Es el Centro de Control del Protector de Fallos, al que tiene acceso únicamente el oficial de servicio en el período que le corresponde y yo durante las veinticuatro horas del día. ¡Ah, y también tú!… supongo, ya que insistes. De todos modos, espero que hagas constar tu nombre en la lista oficial, al igual que figura el mío.

—¿Un centro de control? —dijo Khuv—. ¿Y qué hay en ese centro de control?

—Un panel con un monitor de TV de circuito cerrado provisto de tres pantallas. Una vigilará la Puerta y las otras la caja de la escalera a través del hueco y la salida en dirección al Projekt propiamente dicho. También habrá sirenas de alarma para la evacuación, si bien admito que un hombre tendría que ser sumamente avispado para salir cuando se pusieran a sonar. En cuanto al mecanismo del protector de fallos, hay dos pulsadores y un conmutador eléctrico. El primer pulsador hará sonar la alarma de evacuación en los niveles superiores en el momento mismo en que el oficial de servicio vea algo que sale de la Puerta. El segundo pulsador sólo se utilizará en el caso de que la criatura que aparezca sea del tipo que sabemos y si la valla eléctrica, los lanzallamas y los Katushevs no consiguen impedir que salga. Este pulsador mantendrá el control de la maquinaria secundaria, lo que hará que las alarmas suenen con mayor insistencia y que las puertas de acero se cierren en los pozos de ventilación. Si la criatura en cuestión pasa de la parte central, así que pase de los niveles de magma al complejo propiamente dicho… se accionará el conmutador. Esto es algo que no puede ocurrir accidentalmente ni antes de que los dos botones hayan sido presionados. El conmutador, naturalmente, abre los grifos de acceso al tanque.

—¡Uf! —refunfuñó Khuv—. Observo que tu sector… y el Centro de Control… no están muy lejos del compartimento de carga y de la entrada principal.

—Tu sector tiene una situación similar, aunque la orientación sea diferente —señaló Luchov—. Tendríamos las mismas probabilidades. Como las tendrían igualmente todos cuantos estuvieran en esta zona, incluyendo a tus hombres de la KGB y a los parapsicólogos.

Khuv tuvo que admitirlo, aunque a regañadientes.

—¿Y consideras prudente informar a todo el mundo de cómo funciona exactamente este protector de fallos? ¿No crees que esto va a provocar una alarma terrible?

—Pienso que, en efecto, eso es lo que puede ocurrir —respondió Luchov—, pero no veo otra alternativa. En caso de… un desastre, por lo menos sobrevivirían el mayor número de personas posible. Y en lo que a los militares se refiere…, bueno, ya se sabe que son los últimos en echar a correr cuando empiezan a sonar las alarmas. Me refiero a los encargados de los Katushevs y a los escuadrones de los lanzallamas. Y aquí me temo que empiezo a parecerme demasiado a ti para mi gusto. De todos modos, ahora, por lo menos, tienen un último incentivo para frenar cualquier cosa que pueda aparecer a través de la esfera.

Khuv frunció los labios y no respondió nada.

—Y ahora que he satisfecho tu curiosidad —continuó Luchov—, quizá tendrás la amabilidad de decirme cómo van tus experimentos. ¿Has tenido alguna noticia de los desgraciados que empujaste a través de la Puerta? ¿O te has limitado a suprimirlos de la lista? ¿Y qué me dices de tus investigaciones sobre el asunto del intruso? ¿Sabes cómo se metió ahí dentro? ¿Qué has descubierto?

Khuv frunció el entrecejo, se dio media vuelta y echó a andar. Hablando por encima del hombro, dijo:

—En este momento no dispongo de ninguna información para ti, director. Pero tan pronto como tenga todas las respuestas y en el supuesto de que tengan pies y cabeza, puedes tener la seguridad de que serás el primero en conocerlas.

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