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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

El Mago (51 page)

53

orrigan intentaba con todas sus fuerzas incorporarse, pero una telaraña del mismo grosor que su brazo rodeaba su cintura y se enroscaba por sus piernas, inmovilizándolas, de forma que le era imposible ponerse en pie. Empezó a deslizarse hacia un lado y otro de la torre hidráulica cuando una segunda y una tercera telaraña se entretejieron a su alrededor, envolviéndola desde el cuello hasta los pies, dejándola con el mismo aspecto que una momia. Perenelle saltó de la espalda de Aerop-Enap y se agachó junto a la Diosa Cuervo. El extremo de la lanza vibraba con energía y un humillo rojo y blanco emergía en espiral por el aire nocturno.

—Supongo que en este momento tienes ganas de gritar —dijo Perenelle con una sonrisa irónica—. Adelante.

Morrigan no se contuvo. Separó las mandíbulas y la Diosa Cuervo dejó ver unos dientes salvajes. Entonces aulló.

Un llanto aterrador retumbó por toda la isla. Todo pedazo de vidrio que había sobrevivido al paso del tiempo en Alcatraz se hizo añicos y la torre hidráulica se tambaleó. Más allá de la bahía, la ciudad de San Francisco se despertó con un sinfín de alarmas de negocios, de hogares y de coches que estallaron por el sonido cacofónico. Todos los perros que estaban a un radio de quince quilómetros de la isla empezaron a aullar lastimosamente.

Sin embargo, el grito también atrajo al resto de la bandada de pájaros que alzaron el vuelo en un cielo nocturno produciendo unos cacareos estridentes. Casi de forma inmediata, la mayoría quedaron enredados entre los hilos d una nube de telarañas que colgaba en el aire, uniendo edificios desolados, tejiendo cada ventana abierta. En el instante en que los pájaros se desplomaron sobre el suelo, una oleada de arañas de todo tipo de tamaño y forma se abalanzó sobre ellos, cubriéndolos con telarañas plateadas. En cuestión de momentos, la isla volvió a quedar sumida en un silencio absoluto.

Un puñado de cuervos logró escapar. Seis de ellos planeaban sobre la isla, intentando evitar las guirnaldas y redes de telaraña pegajosa. Los pájaros se dirigían hacia la bahía de San Francisco, hacia el puente, alzaban el vuelo y después se giraban para descender en picado y atacar. Volaban por encima de las telarañas y daban vueltas alrededor de la torre hidráulica. Doce ojos negros se fijaron en Perenelle. Unos picos afilados y unos colmillos punzantes se aproximaban a la mujer.

Arrodillada junto a Morrigan, Perenelle vio reflejado el movimiento en la mirada oscura de su adversaria. La Hechicera encendió el extremo de la lanza con una única palabra y la giró entre su mano, dejando una estela triangular en la neblina que les cubría. Los pájaros salvajes cruzaron el triángulo... y cambiaron.

Seis huevos perfectos quedaron atrapados en el aire por varias hebras de telaraña plateada.

—El desayuno —comentó Aerop-Enap con aire satisfecho, mientras descendía de la torre.

Perenelle se sentó junto a la Diosa Cuervo, que seguía zarandeándose. Descansando la lanza sobre las rodillas, la Hechicera echó un vistazo a la bahía, hacia la ciudad que durante más de una década había considerado su hogar.

—¿Qué hacemos ahora, Hechicera? —preguntó Morrigan.

—-No tengo la menor idea —respondió Perenelle con sinceridad—. Al parecer, Alcatraz me pertenece —añadió algo perpleja—. Bueno, a mí y a Aerop-Enap.

—A menos que domines el arte del vuelo, estás atrapada aquí —gruñó Morrigan—. Esta cárcel es propiedad de Dee. Los turistas no pueden visitar este lugar; no hay excursionistas ni barcos de pesca. Sigues siendo una prisionera, igual que cuando estabas encerrada en tu calabozo. Y la esfinge patrulla los pasillos de abajo. Sin duda, te está buscando.

La Hechicera sonrió.

—Puede intentarlo —replicó mientras giraba la lanza, que zumbaba en el aire—. Me pregunto en qué podría convertirla: en una niña, en un cachorro de león o en un huevo de pájaro.

—Sabes que Dee volverá, y con refuerzos. Seguro que traerá a su ejército de monstruos.

—Le estaré esperando —-prometió Perenelle.

—No puedes vencerle —dijo bruscamente Morrigan.

—Eso es lo que nos han dicho docenas de veces a Nicolas y a mí. Y fíjate, aquí seguimos.

—¿Qué piensas hacer conmigo? —preguntó la Diosa Cuervo finalmente—. A menos que me mates, sabes que jamás descansaré hasta verte sin vida.

Perenelle esbozó una sonrisa. Se acercó la punta de la lanza a los labios y sopló suavemente hasta que la lanza cobró un resplandor escarlata.

—Me pregunto en qué te convertiría a ti. ¿En pájaro o en huevo ?

—Yo nací, no salí de un cascarón —respondió Morrigan—. No puedes amenazarme con la muerte. No me asusta.

La Hechicera se puso en pie y clavó la punta de la lanza en el suelo.

—No tenía pensado matarte. Había pensado un castigo mucho más apropiado para ti.

Entonces alzó la mirada hacia el cielo y una brisa le acarició el cabello, erizándoselo.

—A menudo me pregunto cómo debe de ser poder volar, planear silenciosamente por los cielos.

—No hay una sensación más plena —añadió honestamente Morrigan.

La sonrisa de Perenelle era glacial.

—Justo lo que me imaginaba. Por eso, voy a arrebatarte lo que consideras más preciado: tu capacidad y libertad de volar. He encontrado una celda maravillosa sólo para ti.

—Ningún calabozo puede encerrarme —desafió Morrigan con tono despectivo.

—Fue diseñada para atrapar a Aerop-Enap —dijo Perenelle—. En lo más profundo de la cárcel. Jamás podrás volver a ver la luz del sol o volar por los cielos.

Morrigan volvió a aullar y se retorció de un lado a otro. La torre hidráulica vibró y tembló, pero las hebras de la telaraña eran irrompibles. Entonces, de forma repentina, la Diosa Cuervo se quedó en silencio. La brisa marina empezó a soplar y la niebla rodeó a las dos mujeres. Ambas podían percibir las lejanas alarmas de los hogares de San Francisco.

Morrigan empezó a toser. Perenelle tardó unos instantes en darse cuenta de que, en realidad, la Diosa Cuervo estaba soltando carcajadas. Aunque sabía que la respuesta no iba a ser agradable, Perenelle preguntó:

—¿ Se puede saber qué te parece tan divertido ?

—Es posible que me hayas vencido —comentó Morrigan entre risas—, pero tú estás muñéndote poco a poco. Tu rostro y tus manos reflejan tu envejecimiento.

Perenelle alzó la mano y giró la lanza para que le iluminara la tez. Se quedó completamente atónita al descubrir unas manchas marrones sobre sus manos. Se rozó el rostro y el cuello, palpando las nuevas arrugas.

—¿Cuánto tiempo queda hasta que la fórmula alquímica se evapore, Hechicera? ¿Cuánto tiempo te queda hasta que te marchites y tu piel se arrugue? ¿Quedan días o semanas?

—Pueden ocurrir muchas cosas en cuestión de días.

—Hechicera, escúchame. Escucha la verdad. El Mago está en París. Ha capturado al chico y ha liberado a Nidhogg sobre tu marido y los demás —informó. Soltó un par de carcajadas y añadió—: Me encargaron la misión de matarte porque tú y tu marido ya no servís para nada. Los mellizos son la clave del futuro.

Perenelle se inclinó hacia Morrigan. La lanza emitió un resplandor carmesí que iluminó sus rostros.

—Tienes razón. Los mellizos son la clave del futuro... pero el futuro de quién: ¿de los Oscuros Inmemoriales o de la raza humana?

54

icolás Maquiavelo dio un paso hacia delante, algo tembloroso, y se asomó para contemplar las vistas de la ciudad de París. Estaba en el tejado de la catedral de estilo gótico conocida por todos como Notre Dame; desde allí se avistaba el río Sena y el Pont au Double y justo delante de él aparecía la extensa parvis, la plaza. Agarrándose firmemente al enladrillado ornamentado, inhaló hondamente y dejó que se le desacelerara el ritmo cardíaco. Acababa de ascender mil y un peldaños, desde las catacumbas hasta el techo de la catedral. Se habían adentrado por una ruta secreta que, según Dee, él había utilizado varias veces antes. A Maquiavelo le gustaba pensar que estaba en buena forma, era un vegetariano estricto y hacía ejercicio todos los días. Sin embargo, esa subida le había dejado exhausto. También estaba algo molesto por el hecho de que tal ascenso agotador no hubiera provocado ningún cansancio en el Mago inglés.

-—¿Cuándo dices que fue la última vez que subiste hasta aquí? —preguntó el italiano.

—No te lo he dicho —respondió tajantemente Dee. Estaba a la izquierda de Maquiavelo, en las sombras de la torre sur. Y añadió—: Pero por si es de tu interés, fue en 1575. Me reuní con Morrigan justo ahí. Fue precisamente en este tejado donde descubrí la verdadera naturaleza de Nicolas Flamel y conocí la existencia del Libro de Abraham. No estaría mal que todo se acabará aquí.

Maquiavelo se inclinó ligeramente hacia delante y se volvió a asomar. Estaba justo encima del rosetón del área oeste. La plaza que lograba avistar debería estar repleta de turistas; en cambio, estaba completamente desierta.

—¿Y cómo sabes que Flamel y los demás vendrán hasta aquí? —preguntó.

Dee esbozó una horripilante sonrisa, mostrando sus diminutos dientes.

—Sabemos que el chico sufre de claustrofobia. Sus sentidos acaban de ser Despertados. Cuando se despierte del trance en que le ha dejado Marte, empezará a sentir miedo y sus sentidos, ahora agudizados, sólo añadirán más terror. Por el bien de su sensatez, Flamel se verá obligado a llevarle a la superficie lo antes posible. Sé que hay un pasadizo secreto que conduce desde la ciudad romana hasta la catedral —explicó mientras señalaba a cinco figuras que se tropezaban con la puerta central de la catedral—. ¿Ves? —dijo con aire triunfal—. Yo jamás me equivoco. ¿Sabes lo que tenemos que hacer? —preguntó, mirando a Maquiavelo.

El italiano afirmó con un gesto.

—Sí, lo sé.

—No parece que la idea te entusiasme. —Desfigurar un monumento histórico es un crimen.

—¿Acaso asesinar no lo es? —preguntó Dee.

—Bueno, las personas siempre pueden reemplazarse.

—Déjame sentarme —jadeó Josh. Sin esperar ninguna respuesta, se retorció, deshaciéndose del apoyo de su hermana y de Saint-Germain y se recostó sobre una piedra circular ubicada sobre la plaza de adoquín. Dobló las piernas, acercándose las rodillas al pecho, apoyó la barbilla sobre las rótulas y colocó los brazos alrededor de las espinillas. Temblaba con tal energía que incluso los talones daban golpecitos suaves a la piedra del pavimento.

—De veras, no deberíamos detenernos —dijo rápidamente Flamel, mirando a su alrededor.

—Danos un minuto —respondió bruscamente Sophie.

Se arrodilló junto a su hermano y alargó la mano para acariciarle. Pero al aproximarse, una chispa crepitó entre sus dedos y el brazo de Josh y ambos se sobresaltaron.

—Sé perfectamente lo que estás sintiendo —dijo Sophie con tono amable—. Todo es excesivamente... brillante, ruidoso, agudo. La ropa te pesa, las texturas se tornan ásperas, los zapatos te aprietan demasiado. Pero créeme, te acostumbrarás. Esas sensaciones se desvanecen.

Josh estaba viviendo una situación que ella misma había experimentado hacía tan sólo un par de días.

—La cabeza me da vueltas —murmuró Josh—. Me da la impresión de que está a punto de explotar, como si la información se desbordara. Además no puedo dejar de pensar en todas esas imágenes...

La joven frunció el ceño. Aquello no pintaba bien. Sophie recordaba perfectamente que tenía los sentidos abrumados, demasiado agudos. Pero fue en el momento en que la Bruja de Endor le transmitió toda su sabiduría cuando sintió que la cabeza le iba a estallar. Entonces, le vino una idea a la cabeza. Cuando entró corriendo al aposento de hueso, había sido testigo de cómo la gigantesca mano del Inmemorial estaba posada sobre la cabeza de su hermano.

—Josh —dijo en voz baja—. Cuando Marte Despertó tus poderes, ¿qué dijo?

Su hermano sacudió la cabeza.

—No lo sé.

—Piensa —ordenó Sophie. Entonces se percató de que su hermano estaba gesticulando una mueca de dolor. En voz baja, añadió—: Por favor, Josh. Es muy importante.

—Tú no eres mi jefa —murmuró el joven mientras dibujaba una sonrisa.

—Lo sé —respondió Sophie—, pero todavía soy tu hermana mayor... ¡dímelo!

Josh arrugó la frente.

—Dijo... dijo que el Despertar no era un regalo, sino un don por el que debería pagar más tarde. —¿Qué más?

—Dijo... dijo que mi aura era una de las más poderosas que jamás había visto.

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