—Tú sí.
—Yo no soy uno de los Grandes Inmemoriales —replicó el arácnido.
Alcanzaron el final del túnel y De Ayala apareció justo delante de ellas. Era un fantasma desde hacía siglos; había visto maravillas y monstruos, pero jamás había contemplado algo parecido a Aerop-Enap. El aspecto de la gigantesca criatura le dejó sin palabras.
—Juan —dijo Perenelle con amabilidad—, dime.
—La Diosa Cuervo está aquí—respondió finalmente el fantasma—. Está exactamente encima de nosotros, posada sobre la torre hidráulica, como un buitre. Está espetándote. Ha tenido una discusión con la esfinge —añadió De Ayala—. La esfinge insistía en que los Inmemoriales te habían entregado a ella; Morrigan, en cambio, afirmaba que Dee le había prometido que tú eras suya.
—Qué alegría estar tan reclamada —dijo la Hechicera mientras alzaba la mirada. A continuación, contempló a Aerop-Enap y añadió—: ¿Crees que sabe que estás aquí?
—Es muy poco probable —respondió la Vieja Araña—. Dee no tiene por qué decírselo. Con tantas criaturas mágicas y míticas en la isla, Morrigan no podrá distinguir mi aura.
Perenelle esbozó una sonrisa que iluminó su rostro. —¿Le damos una sorpresa?
osh Newman se detuvo y tragó saliva. En cualquier momento iba a vomitar. Aunque bajo tierra la temperatura era fresca y el aire húmedo, Josh no cesaba de sudar, de forma que el cabello se acoplaba al cráneo y sentía la camiseta mojada y congelada. Al principio se había asustado, después se había aterrado y, finalmente, se había quedado de piedra.
Descender a las cloacas había sido una mala idea. Dee había abierto la tapa de la alcantarilla de un tirón sin realizar esfuerzo aparente. Un segundo más tarde, la lanzó como si fuera una pluma que una brisa hedionda hubiera soplado. Después, el Mago se deslizó por el agujero, seguido por Josh y, en la retaguardia, por Maquiavelo. Habían bajado por una escalera metálica que conducía a un túnel tan angosto que se vieron obligados a caminar en fila india. De hecho, los techos eran tan bajos que sólo Dee podía andar completamente erguido. Al poner los pies en el suelo, el joven sintió cómo las zapatillas de deporte se empapaban de repente de un agua congelada y mugrienta. El hedor era insoportable, de modo que Josh intentó no pensar sobre lo que debía vadear por ese riachuelo.
La peste a huevos podridos del azufre cubrió ligeramente los demás olores de la alcantarilla en el momento en que Dee creó una burbuja de luz azul. Flotaba y danzaba en el aire, a unos treinta centímetros enfrente del Mago, mostrando el interior del estrecho y arqueado túnel. Desprendía una luz pálida que iluminaba una oscuridad que parecía impenetrable. A medida que avanzaban, Josh lograba distinguir cosas que se movían y puntos destellantes de luz bermeja que se desplazaban por las sombras. Tenía la esperanza de que sólo fueran ratas.
—No me... —empezó Josh. Su voz retumbó de forma distorsionada en el interior del túnel. Después, continuó—: La verdad es que no me gustan mucho los sitios cerrados.
—A mí tampoco —añadió Maquiavelo enseguida—. Pasé algún tiempo en la cárcel, hace muchos años. Jamás lo olvidaré.
—¿ Era peor que esto? —preguntó Josh con la voz quebrada.
—Sí, peor.
Maquiavelo caminaba detrás de Josh y se inclinó ligeramente hacia delante para añadir:
—Intenta mantener la calma. Éste es un túnel de mantenimiento; llegaremos a las verdaderas cloacas en unos minutos.
Josh respiró hondamente y sintió arcadas. No podía olvidar que sólo debía respirar por la boca.
—¿Acaso eso nos será de gran ayuda? —murmuró apretando los dientes.
—Las cloacas de París son un espejo de las calles de la ciudad —explicó Maquiavelo. Josh sentía el aliento del italiano en la nuca. Después, continuó—: Las cloacas más grandes miden casi cinco metros de altura.
Maquiavelo tenía razón; unos instantes más tarde abandonaron aquel túnel claustrofóbico y angosto y se adentraron en una cloaca arqueada tan ancha que incluso podría caber un coche. Los muros de ladrillo se hallaban iluminados y repletos de tuberías de diversas clases. En algún punto a lo lejos, el agua salpicaba y gorgoteaba.
Josh empezó a deshacerse del sentimiento claustrofóbico. A veces, Sophie se asustaba en espacios abiertos y extensos; en cambio, él sufría en espacios cerrados diminutos. Agorafobia y claustrofobia. Inhaló profundamente; el aire aún estaba teñido del hedor de aguas residuales, pero al menos podía respirar. Levantó la parte frontal de su camiseta negra, se la acercó a la nariz y la olió: apestaba. Cuando saliera de ahí, si es que lograba salir de ahí, tendría que quemar toda la ropa, incluyendo los pantalones téjanos de diseño que Saint-Germain le había regalado. Rápidamente la soltó, pues cayó en la cuenta de que había expuesto a sus acompañantes la bolsa de cuero que contenía las dos páginas del Códex. Sin importar lo que ocurriera, Josh estaba decidido a no entregar las páginas a Dee, no hasta que estuviera seguro, muy, muy, muy seguro, de que los motivos del Mago eran honestos.
—¿Dónde estamos? —preguntó Josh, mirando a Maquiavelo. Dee se había desplazado hacia el centro de la cloaca; la burbuja sólida de color blanco daba vueltas sobre la palma de su mano.
El italiano miró a su alrededor.
—No tengo la menor idea —admitió—. En París, hay alrededor de dos mil cien kilómetros de alcantarillado. Pero no te preocupes, no nos perderemos. La mayoría de las cloacas tienen un cartel con indicaciones.
—¿ Carteles con indicaciones en las cloacas ?
—Las cloacas de París representan una de las grandes
maravillas de esta ciudad —explicó Maquiavelo con una sonrisa.
—¡Venid! —exclamó Maquiavelo. Su voz retumbó por el túnel.
—¿ Sabes hacia dónde vamos ? —preguntó Josh en voz baja. Por su propia experiencia, el muchacho sabía que necesitaba estar distraído; si comenzaba a pensar en lo angostos que eran los túneles y en el peso que soportaban, su claustrofobia le dejaría paralizado.
—Estamos descendiendo hacia la parte más profunda y antigua de las catacumbas de París. Estás a punto de ser Despertado.
—¿ Sabes a quién vamos a visitar ?
El rostro impasible de Maquiavelo se convirtió en una terrible mueca.
—Sí, pero sólo por su reputación. Jamás lo he visto —susurró mientras agarraba a Josh por la manga y le estiraba.
—Aún no es demasiado tarde para dar marcha atrás —avisó.
Josh, atónito, parpadeó.
—No creo que a Dee le gustara.
—Probablemente no —asintió Maquiavelo con una sonrisa irónica.
Josh estaba perplejo. Dee le había confesado que Maquiavelo no era amigo suyo y resultaba más que evidente que los dos hombres no coincidían en sus opiniones.
—Pero creí que Dee y tú pertenecíais al mismo bando.
—Ambos estamos al servicio de los Inmemoriales, eso es cierto... pero jamás he aprobado los métodos del Mago inglés.
Delante de ellos, Dee se dirigió hacia un túnel más estrecho y se detuvo ante una puerta metálica un tanto angosta protegida por un candado muy grueso. Apretó el cerrojo de la cerradura de metal con unos dedos que desprendían un olor rancio y la puerta se abrió.
—Rápido —dijo con aire impaciente.
—Esta... esta persona que vamos a visitar —empezó Josh en voz baja— ¿realmente puede Despertar mis poderes?
—De eso no me cabe la menor duda —respondió Maquiavelo en un susurro—. ¿ Es tan importante para ti este Despertar? —preguntó. En ese instante, el muchacho se dio cuenta de que Maquiavelo le estaba observando muy de cerca.
—Los poderes de mi hermana, de mi hermana melliza, fueron Despertados —explicó lentamente—. Quiero... necesito tener mis poderes Despertados para poderme sentir otra vez unido a ella —relató. Miró a aquel hombre de cabello canoso y añadió—: ¿Tiene sentido?
Maquiavelo asintió sin gesticular ninguna expresión.
—Pero, Josh, ¿es ésa la única razón?
El chico le miró durante unos instantes antes de apartar la vista. Maquiavelo tenía razón; ésa no era la única razón. Cuando había empuñado a Clarent, había experimentado durante un breve tiempo una sensación única en que sus sentidos se habían agudizado intensamente. Durante esos pocos segundos, se había sentido increíblemente vivo, completo... y, sobre todas las cosas, quería volver a vivir esa sensación otra vez.
Dee les condujo hacia otro túnel aún más angosto, si cabe, que el primero. Josh empezó a notar cómo se le formaba un nudo en el estómago y cómo el corazón le latía con fuerza. El túnel se retorcía y giraba continuamente. En su interior contenía decenas de escalones de piedra añeja y poco uniformes que descendieron con sumo cuidado. Las paredes parecían estar fabricadas con un material blando que se desmenuzaba con tan sólo rozarlo. En algunos puntos era tan angosto que Josh se veía obligado a retorcerse para poder pasar. Se quedó atascado durante unos instantes en una curva particularmente estrecha y, de inmediato, le entró pánico y se quedó sin respiración. Entonces Dee le agarró por un brazo y, de forma brusca y tosca, tiró de él, rompiéndole un pedazo de la camiseta.
—Casi hemos llegado —-murmuró el Mago. Levantó ligeramente el brazo y la burbuja de luz brillante y cegadora se alzó en el aire, iluminando así el enladrillado del túnel.
—Espera un segundo; deja que recupere el aliento.
Josh se inclinó hacia delante, apoyó las manos sobre las rodillas e inhaló profundamente. Cayó en la cuenta de que, mientras siguiera concentrado en aquella bolita de luz y no pensara en lo estrecho que era aquel túnel, todo iría bien.
—¿Cómo sabes hacia dónde vamos? —resolló—. ¿Has estado antes?
—Una vez estuve aquí.. pero de eso hace ya mucho tiempo —respondió Dee con una gran sonrisa—. Ahora mismo, me limito únicamente a seguir la luz.
La luz blanca iluminó el rostro del Mago inglés, transformando su sonrisa en algo espeluznante.
En ese momento, Josh se acordó de un truco que le había enseñado su entrenador de fútbol. Se colocó las manos sobre el estómago y apretó con fuerza al mismo tiempo
que respiraba y se erguía. La sensación de náuseas enseguida desapareció.
—¿A quién vamos a ver? —preguntó.
—Paciencia, humano, paciencia —contestó Dee mientras desviaba la mirada hacia Maquiavelo—. No me cabe la menor duda de que nuestro amigo italiano estará de acuerdo. Una de las grandes ventajas de ser inmortal es que uno aprende a ser paciente. Tal y como dice el dicho «las cosas buenas llegan a quien espera».
—No siempre son buenas cosas —musitó Maquiavelo cuando Dee se dio la vuelta.
Al final del angosto túnel se hallaba una puerta metálica. Daba la sensación de que nadie la había abierto en décadas, pues estaba completamente oxidada e incrustada en un muro de piedra caliza húmeda y goteante. Gracias al resplandor de la burbuja de Dee, Josh observó que el óxido había teñido la piedra del color de la sangre reseca.
La burbuja de luz se balanceaba en al aire mientras el Mago recorría con una uña, que desprendía un destello amarillento, la silueta de la puerta. Un segundo más tarde, la puerta metálica se despojó de su marco y un hedor a huevos podridos cubrió el putrefacto olor de aguas residuales.
—¿Qué hay ahí? —preguntó Josh.
Ahora que ya había logrado controlar el temor, empezaba a sentirse emocionado. Cuando al fin fuera Despertado, se las ingeniaría para salir de ahí y regresar al lado de Sophie. Se volvió hacia Maquiavelo, pero el italiano sacudió la cabeza y señaló hacia Dee.
—¿Doctor Dee?
El Mago agarró la puerta y, con una fuerza sobrehumana, la alzó como si de una pluma se tratara. Alrededor del marco, las piedras más blandas se desmoronaron y el yeso se desconchó a su alrededor.
—Si estoy en lo cierto, y casi siempre lo estoy —añadió el doctor John Dee—, esto nos dirigirá hacia las catacumbas de París.
Entonces Dee apoyó la puerta delicadamente sobre el muro y se adentró en aquel agujero.
Josh agachó la cabeza, se encorvó y siguió sus pasos.
—Jamás había oído hablar de ellas.
—Muy pocas personas que no vivan en París saben de su existencia —respondió Maquiavelo—. Junto con las cloacas, representan una de las maravillas de esta ciudad. Más de veinticinco kilómetros de túneles laberínticos y misteriosos. Estas catacumbas antaño fueron minas de piedra caliza. Y ahora están repletas de...
Josh penetró en el túnel, irguió el cuerpo y miró a su alrededor.
—... de huesos.
El muchacho sintió cómo se le hacía un nudo en el estómago y tragó saliva; el sabor era ácido y amargo. Justo encima de su cabeza, todo lo que alcanzaba a vislumbrar en aquel túnel sombrío, las paredes, el techo arqueado e incluso el suelo, estaba compuesto de huesos humanos.
icolas acababa de levantar la tapa de la alcantarilla cuando, de repente, el teléfono de Juana empezó a sonar con una canción tan aguda que ninguno pudo evitar sentir un sobresalto. El Alquimista colocó otra vez la tapa en su lugar, separándose ligeramente del agujero para no pillarse los dedos de los pies.