Dee soltó una carcajada.
—Oh, sí. Se puede hacer hoy mismo —finalizó el Mago con aire triunfante.
—Pero Flamel dijo... —empezó Josh. El muchacho notaba cómo el corazón le latía con emoción y nerviosismo. Si alguien pudiera Despertar sus poderes...
—Flamel dice muchas cosas. Creo que ya no sabe discernir entre la verdad y la mentira.
—¿Acaso tú sí? —preguntó bruscamente Josh.
—Siempre —respondió mientras señalaba con el pulgar hacia Maquiavelo, que permanecía inmóvil detrás—. El italiano no es amigo mío —dijo en voz baja, mirando fijamente al joven, que seguía algo confundido y turbado—, así que pregúntaselo tú mismo: pregúntale si tus poderes podrían ser Despertados en cuestión de horas.
Josh se volvió para observar a Nicolás Maquiavelo. El hombre de cabello canoso parecía estar preocupado, pero enseguida asintió dándole la razón al Mago.
—El Mago inglés está en lo cierto: tus poderes podrían ser Despertados hoy mismo. Imagino que tardaríamos una hora en encontrar a alguien que estuviera dispuesto a hacerlo.
Con una sonrisa triunfante, Dee se volvió hacia Josh.
—Depende de ti. Dame una respuesta: ¿quieres volver junto a Flamel y sus vagas promesas, o prefieres que alguien Despierte tus poderes?
Mientras se daba la vuelta y seguía el rastro de los zarcillos de energía negra que envolvían la hoja de piedra de Excalibur, Josh supo la respuesta. Recordó las sensaciones, las emociones y el poder que había sentido recorrer por su cuerpo cuando empuñó a Clarent. Y Dee afirmaba que todo aquello era una mínima parte comparado con el Despertar.
—Necesito una respuesta —exigió Dee. Josh Newman respiró profundamente. —¿Qué tengo que hacer?
uana condujo el Citroën abollado hacia la boca del callejón y lo aparcó cuidadosamente de tal modo que bloqueó la entrada. Inclinada hacia el volante, estiró el cuello rastreando la callejuela, buscando un movimiento y preguntándose si aquello debía de ser una trampa.
Seguir a Josh había sido extraordinariamente sencillo; lodo lo que había tenido que hacer era seguir la gran grieta que se abría en el pavimento por el roce de la llanta metálica del coche patrulla que conducía. Hubo un momento de pánico en que Juana le perdió la pista entre un laberinto de callejuelas secundarias, pero entonces una columna de humo negro apareció sobre los tejados. Se dirigió hacia el punto donde emergía la columna y divisó en medio de un escondido callejón un coche patrulla ardiendo.
—Quedaos aquí —ordenó a un Flamel exhausto y a una Sophie pálida mientras se apeaba del coche. Juana de Arco empuñaba su espada con la mano derecha. Caminó por el callejón, golpeando suavemente la hoja de su espada contra la palma de su mano izquierda. Sabía perfectamente que habían llegado demasiado tarde y que Dee, Maquiavelo y Josh ya se habrían ido. Sin embargo, prefirió no correr riesgos y ser precavida.
Avanzando silenciosamente hasta el centro del callejón, Juana vigilaba cautelosamente los cubos de basura, pues alguien podía estar escondido ahí. En ese instante, Juana se percató de que aún estaba aturdida por la desaparición de Scatty. Un momento antes había estado junto a su vieja amiga y, un segundo más tarde, aquella criatura más marina que humana brotó de las aguas y arrastró a Scathach con ella.
Juana se enjugó las lágrimas. Conocía a Scathach desde hacía más de cinco siglos. A lo largo de los primeros años, ambas guerreras habían sido inseparables. Habían vivido aventuras por todo el mundo, habían visitado países aún sin explorar por Occidente, se habían topado con tribus cuyo modo de vida era el mismo que aquel de los ancestros. Habían descubierto islas perdidas, ciudades ocultas y países olvidados. Scatty le había mostrado algunos Mundos de Sombras donde, juntas, habían luchado contra criaturas que sólo existían en los mitos humanos más oscuros. Juana sabía que nada podía sobrevivir a la Sombra... Sin embargo, la propia Scathach siempre había afirmado que podía ser vencida y que pese a ser inmortal, no era invulnerable. Juana siempre se había imaginado que cuando su amiga finalmente descansara en paz sería en medio de un acontecimiento dramático e inolvidable... no por ser arrastrada a las turbias, aguas de un río por una criatura.
Juana lloraba la pérdida de su gran amiga, pero ahora no era el momento de llorar. Todavía no.
Juana de Arco había sido una guerrera desde su época adolescente. En aquel entonces dirigió todo el ejército francés a la batalla. Había visto a muchos amigos perecer en la lucha y había aprendido que, si concentraba su
atención en sus muertes, sería incapaz de luchar. Ahora, era necesario que protegiera a Nicolas y a la chica. Más tarde, ya habría tiempo para llorar la muerte de Scathach, la Sombra, y también para ir en busca de la criatura que Flamel había denominado Dagon. Alzó la espada en su mano.
La petite mujer francesa pasó junto a los restos de un coche patrulla y se agachó para leer, de forma experta, el rastro y las señales sobre las piedras. Escuchó cómo Sophie y Nicolas se apeaban del Citroën abollado y destartalado y se acercaban pisoteando charcos de aceite y agua mugrienta. Nicolas empuñaba a Clarent. Juana percibió el inconfundible temblor mientras se aproximaban y se preguntó si la espada seguiría conectada con el muchacho.
—Salieron corriendo del coche y se detuvieron aquí —explicó sin desviar la vista del pavimento—. Dee y Maquiavelo estaban frente a Josh. Él estaba aquí —señaló—. Pasaron corriendo por estos charcos; podréis ver con claridad el perfil de sus zapatos en el suelo.
Sophie y Flamel se inclinaron y observaron atentamente el suelo. Ambos asintieron, aunque Juana sabía que no habían vislumbrado nada en absoluto.
—Mirad, esto es interesante —continuó—. En este punto las pisadas de Josh están apuntando hacia el lado derecho del callejón y, por lo que veo, estaba de puntillas, como si estuviera a punto de salir corriendo. Pero mirad aquí —dijo mientras señalaba unas huellas de talones sobre el suelo que únicamente ella lograba distinguir—. Los tres se fueron juntos. Dee y Josh delante y Maquiavelo detrás, siguiéndoles.
—¿Puedes seguirles el rastro? —preguntó Flamel.
Juana se encogió de hombros.
—Quizá hasta el fondo del callejón, pero más allá de eso... —informó. Entonces se encogió de hombros y en seguida se irguió—. No, es imposible; hay demasiadas huellas ajenas.
—¿Qué vamos a hacer? —murmuró Nicolas—. ¿ Cómo vamos a encontrar a Josh?
Juana desvió su mirada hacia Sophie.
—Nosotros no podemos... pero Sophie sí.
—¿Cómo? —preguntó la joven.
Juana movió la mano formando una línea horizontal ante ella. Una estela de luz permaneció en el aire y el nauseabundo callejón se cubrió del aroma de la lavanda.
—Ella es su hermana melliza: ella podrá seguir su aura.
Nicolas Flamel agarró a Sophie por los hombros, obligándola a que lo mirara a los ojos.
—¡Sophie! —exclamó—. Sophie, mírame.
Sophie abrió los ojos, completamente teñidos de rojo e intentó contemplar al Alquimista. Estaba adormecida. Scatty había desaparecido del mapa y Maquiavelo y Dee habían secuestrado a su hermano. Todo el plan estaba desbaratándose por momentos.
—Sophie —repitió Nicolas esta vez más calmado, clavando su mirada pálida en la de la joven—. Necesito que seas fuerte ahora.
—¿Qué sentido tiene? —preguntó—. Todos han desaparecido.
—No han desaparecido —dijo Nicolas muy seguro de sus palabras.
—Pero Scatty... —hipó Sophie.
—... es una de las mujeres más peligrosas del mundo —finalizó Flamel. Ha sobrevivido durante más de dos mil años y ha luchado contra bestias infinitamente más peligrosas que Dagon.
Sophie no estaba segura de si Nicolas estaba intentando convencerla a ella o a sí mismo.
—Vi cómo aquella cosa la sumergía en el agua y hemos estado esperando al menos diez minutos. Y ella no ha salido a la superficie. Seguro que se ha ahogado.
Sophie tosió mientras los ojos se le llenaban de lágrimas una vez más. Le picaba la garganta, como si hubiera vomitado.
—Yo mismo he visto cómo Scathach ha superado situaciones peores, mucho peores —continuó Nicolas intentando sonreír—. ¡Dagon la ha cogido por sorpresa! Scatty es como un felino: odia el agua. El Sena fluye con mucha rapidez; probablemente se hayan deslizado río abajo. Ella nos encontrará.
—Pero ¿cómo? No tiene la menor idea de dónde estamos —dijo Sophie. Detestaba la forma en que los adultos mentían. Era tan evidente.
—Sophie —anunció Nicolas con tono serio—. Si Scathach está viva, nos encontrará. Confía en mí.
En ese preciso instante, Sophie se dio cuenta de que no confiaba en el Alquimista.
Juana abrazó a Sophie y le apretó suavemente el hombro.
—Nicolas tiene razón. Scatty es... —empezó. Juana no pudo contener la sonrisa. El rostro se le iluminó y continuó—: Es extraordinaria. Una vez, su tía la abandonó en uno de los Mundos de Sombras del Infierno: tardó siglos en encontrar la salida. Pero lo consiguió.
Sophie asintió. Sabía que lo que decían era verdad; la Bruja de Endor sabía más sobre su nieta que el Alquimista o Juana. Sin embargo, no se equivocaba al afirmar que ambos estaban terriblemente preocupados por la Sombra.
—Ahora, Sophie —resumió Nicolas—. Necesito que encuentres a tu hermano.
—¿ Yo ? ¿ Cómo ?
—Estoy escuchando sirenas —avisó rápidamente Juana mientras miraba hacia el otro lado del callejón—, muchas sirenas.
Flamel ignoró el comentario. Tenía la mirada clavada en los ojos azules de Sophie.
—Tú puedes encontrarle —insistió—. Tú eres su hermana melliza: es una conexión más allá de la sangre. Siempre has sabido cuándo estaba en un lío, ¿verdad?
Sophie afirmó con la cabeza.
—Nicolas... —repitió Juana—, no tenemos mucho tiempo.
—Siempre has sentido su dolor, notado cuándo estaba triste o deprimido.
Sophie asintió otra vez.
—Os une un vínculo muy fuerte y, precisamente por eso, puedes encontrarlo —finalizó el Alquimista.
Después giró a la muchacha de forma que quedó mirando hacia el fondo del callejón.
—Josh estaba de pie justo aquí —dijo mientras señalaba un punto en concreto—. Maquiavelo y Dee estaban por aquí.
Sophie estaba confundida y comenzaba a sentirse molesta.
—Pero se han ido. Se lo han llevado.
—No creo que le forzaran a ir a ningún sitio; supongo que se fue con ellos por voluntad propia —dijo Nicolas en voz baja.
Esas palabras dejaron completamente aturdida a Sophie. Josh jamás la hubiera abandonado, ¿o sí? —Pero ¿por qué? Flamel encogió los hombros.
—¿Quién sabe? Dee siempre ha sido muy persuasivo y Maquiavelo es todo un maestro de la manipulación. Pero podemos encontrarlos, de eso no me cabe la menor duda. Tus sentidos han sido Despertados, Sophie. Vuelve a mirar; imagina a Josh enfrente de ti, míralo...
Sophie respiró profundamente y cerró los ojos; después, los volvió a abrir. No lograba ver nada fuera de lo habitual; estaba en un callejón decorado con grafitis, repleto de cubos de basura a ambos lados y aquella columna de humo que emergía del coche patrulla se enroscaba alrededor de su cuerpo.
—Su aura es dorada —continuó Flamel—, la de Dee es amarilla... la de Maquiavelo es grisácea o de un blanco sucio...
Sophie comenzó a agitar la cabeza.
—No veo nada —empezó.
—Entonces permíteme que te ayude.
Nicolas posó una mano sobre su hombro y, de repente, el hedor del coche en llamas se sustituyó por el refrescante aroma a menta. Instantáneamente, el aura de Sophie resplandeció alrededor de su cuerpo, crepitando y echando chispas, como si se tratara de fuegos artificiales. Su aura pura plateada se entremezcló con el verde esmeralda del aura de Flamel.
Y entonces vio... algo.
Justo enfrente de ella, Sophie podía apreciar la figura de su hermano. Un contorno fantasmagórico e insustancial compuesto por hebras de motas de polvo dorado. Al moverse, dejaba un rastro dorado en el aire. Ahora que la joven sabía lo que buscaba, también lograba distinguir el rastro de las auras de Maquiavelo y Dee.
Parpadeó lentamente, con temor a que aquellas imágenes se desvanecieran; sin embargo, permanecieron pendidas en el aire ante ella y, además, los colores se intensificaron. El aura de Josh brillaba sobre las demás. Alargó la mano, intentando rozar el brazo dorado de su hermano. La neblina dorada se esfumó, como si una ráfaga de viento hubiera pasado sobre ella.
—Puedo verles —anunció Sophie todavía atónita. Jamás podría haberse imaginado que sería capaz de hace: algo así. Después, añadió—: Puedo ver sus perfiles.
—¿Hacia dónde han ido? —preguntó Nicolas.
Sophie siguió los reflejos de colores suspendidos en el aire; se dirigían hacia el fondo del callejón.
—Por aquí —señaló mientras se encaminaba hacia el final de la callejuela. Nicolas no dudó en seguir sus pasos muy de cerca.
Juana de Arco echó un último vistazo a su coche preferido, completamente abollado, y les siguió.
—¿Qué estás pensando? —preguntó Flamel.
—Estoy pensando que cuando todo esto acabe, voy a arreglar este coche para que vuelva a parecer nuevo. Nunca volveré a sacarlo del garaje.
—Algo anda mal —comentó Flamel mientras serpenteaban por las sinuosas calles parisinas.
Sophie concentraba su atención en seguir la estela dorada de su hermano e ignoró al Alquimista.