—Estaba pensando lo mismo —convino Juana—. La ciudad está demasiado tranquila.
—Exacto.
Flamel miró a su alrededor. ¿Dónde estaban los parisinos que iban a trabajar y los turistas decididos a visitar los monumentos más emblemáticos de la ciudad por la mañana? Las pocas personas que merodeaban por las calles pasaban de largo mientras conversaban alegremente entre sí. Se oían sirenas por todas partes y la policía había invadido cada calle de la ciudad. Y entonces Nicolas cayó en la cuenta de que, probablemente, el alboroto que había formado Nidhogg se habría convertido en noticia de última hora. Los telediarios estarían avisando a la población, prohibiéndoles que se acercaran a ciertas calles. Se preguntaba qué excusa se habrían inventado las autoridades para explicar tal caos.
Sophie se abría paso ciegamente entre la multitud, siguiendo el rastro fantasmagórico de las auras de Josh, Dee y Maquiavelo. Chocaba con gente continuamente y se disculpaba, pero jamás apartó la vista de aquellas estelas de luces. Y entonces se fijó en que los rayos de sol eran más intensos y cada vez le costaba más distinguir las siluetas de los tres hombres. Empezaba a darse cuenta de que le quedaba poco tiempo.
Juana de Arco se unió al Alquimista. —¿Realmente puede distinguir el rastro de sus auras? —preguntó en un francés arcaico.
—Así es —respondió Nicolas en la misma lengua—.
La chica es extraordinariamente poderosa: no se imagina hasta dónde llegan sus poderes.
—¿Tienes idea de hacia dónde vamos? —preguntó Juana mientras observaba a su alrededor. Se figuró que estaban en algún punto de las inmediaciones del Palais de Tokyo. Sin embargo, al seguir la grieta provocada por el coche patrulla con todo detalle, no había prestado demasiada atención al paisaje.
—No lo sé —dijo Nicolas, frunciendo el ceño—. Sólo me pregunto por qué razón nos estamos dirigiendo hacia este laberinto de callejones. Yo pensaba que Maquiavelo quería mantener al chico bajo custodia.
—Nicolas, lo quieren para sí mismos, o mejor dicho, los Inmemoriales lo quieren. ¿Qué dice la profecía? «Los dos que son uno y el uno que lo es todo.» Según el Códex, «uno para salvar el mundo, el otro para destruirlo.» El chico es un premio —dijo Juana, desviando la mirada hacia Sophie y añadió—: Y ella, también.
Juana de Arco posó delicadamente la mano sobre el brazo del Alquimista.
—Sabes que no podemos permitir que ambos caiga en manos de Dee.
El. rostro de Flamel cobró el terrible aspecto de una máscara.
—Lo sé.
—¿Qué piensas hacer? —Lo que sea necesario.
Juana extrajo un teléfono móvil de color negro.
—Voy a llamar a Francis; quiero decirle que estamos bien —explicó. Miró a su alrededor en busca de algún edificio significativo—. Quizá él sepa dónde estamos.
Sophie giró a mano izquierda y se adentró en un sinuoso callejón; era tan angoste que apenas podían pasar dos personas juntas. En la oscuridad, podía distinguir la estela de luz con más claridad. Incluso podía detallar el perfil de su hermano. De repente, se animó; quizá podrían dar con él.
Entonces, de forma repentina, las auras se desvanecieron.
Se detuvo, confundida a la par que asustada. ¿Qué había ocurrido? Mirando atrás, podía vislumbrar perfectamente sus auras suspendidas en el aire. Una dorada y otra amarilla juntas, de Josh y Dee, y una grisácea que permanecía detrás.
Todos se reunieron en el centro de la callejuela. Sophie podía apreciar el perfil de su hermano ante ella. Entornando los ojos, concentrándose, intentó focalizar su atención en su aura...
Él estaba mirando hacia abajo, boquiabierto.
Sophie dio un paso hacia atrás. Justo bajo sus pies, se hallaba la tapa de una alcantarilla con las letras I. C. D. cinceladas en el metal. Unas motas multicolor perfilaban cada letra de un matiz diferente.
—¿Sophie? —dijo Flamel.
De repente, sintió una ola de emoción: era el alivio de saber que no había perdido a su hermano.
—Han descendido por aquí —respondió.
—¿Hacia abajo? —preguntó el Alquimista mientras empalidecía. Bajó el tono de voz y susurró—: ¿Estás segura?
—Sin duda —afirmó un tanto asustada por la expresión de Flamel—. ¿Por qué? ¿Qué ocurre? ¿Qué hay ahí abajo? ¿Cloacas?
—Cloacas... y cosas peores.
El Alquimista había cobrado un aspecto anciano y cansado.
—Bajo nuestros pies se hallan las célebres y legendarias catacumbas de París —murmuró.
Juana se agachó y señaló un punto de la tapa de la al cantarilla donde el musgo se había?, arrancado.
—Alguien la ha abierto recientemente —anunció mientras desviaba la mirada hacia Nicolas y Sophie—. Tienes razón: se lo han llevado al Imperio de la Muerte.
h, para ya!
Perenelle atizó un golpe en la cabeza de la araña Inmemorial con la lanza que llevaba en la mano. El ancestral símbolo de poder se iluminó de color rojo y el insecto se introdujo rápidamente en el interior del calabozo. La parte superior de su cráneo chisporroteaba a la vez que emergía un humo grisáceo en forma de espiral.
—¡Eso ha dolido! —exclamó Aerop-Enap, más molesta que herida—. Siempre estás intentando hacerme daño. La última vez que nos vimos casi acabas conmigo.
—Y déjame que te recuerde que la última vez que coincidimos tus seguidores intentaron sacrificarme y activaron un volcán extinguido. Obviamente, estaba un poco enfadada.
—Bueno, tú destruíste una montaña entera sobre mí —replicó Aerop-Enap en un ceceo muy peculiar producido por los colmillos—. Podrías haberme matado.
—Era sólo una montañita —recordó Perenelle a la criatura. Creía que Aerop-Enap era una hembra, pero no estaba del todo segura. Después, añadió—: Has sobrevivido a situaciones mucho peores.
Los ocho ojos de Aerop-Enap estaban clavados sobre la lanza que sujetaba Perenelle.
—¿Al menos podrías decirme dónde estoy?
—En Alcatraz. O mejor dicho, en lo más profundo d Alcatraz, una isla en la bahía de San Francisco, en la Costa Oeste de Norteamérica.
—¿ En el Nuevo Mundo ? —preguntó la araña.
—Así es, en el Nuevo Mundo —contestó Perenelle con una sonrisa. La solitaria araña Inmemorial solía hibernar durante siglos, de forma que a menudo se perdía grandes épocas de la historia humana.
—¿Qué estás haciendo tú aquí?
—Soy una prisionera, al igual que tú —confesó. Después dio un paso hacia atrás y añadió—: Si dejo de apuntarte con la lanza, no harás nada estúpido, ¿verdad?
—¿Como qué?
—Como abalanzarte sobre mí.
Todos los pelos que cubrían las patas de Aerop-Enap se erizaron y se desprendieron al unísono.
—¿Tregua? —sugirió la araña Inmemorial.
Perenelle afirmó haciendo un gesto con la cabeza.
—Tregua. Al parecer, tenemos un enemigo común.
Aerop-Enap se deslizó hacia la puerta de la celda.
—¿Sabes cómo he llegado hasta aquí?
—Pensé que serías tú quien me contestara a mí esa pregunta —dijo Perenelle.
Sin apartar una mirada cautelosa de la lanza, el ara nido dio un paso indeciso hacia el pasillo.
—El último lugar que recuerdo es la isla Igup, en el archipiélago de Polinesia —añadió.
—Micronesia —corrigió Perenelle—. El nombre cambió hace más de ciento cincuenta años. ¿Cuánto tiempo has estado dormitando, Vieja Araña? —preguntó, llamando a la criatura por su nombre común.
—No estoy segura... ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos y tuvimos ese pequeño malentendido? En años humanos, Hechicera.
—Cuando Nicolas y yo estábamos en Pohnpei investigando las ruinas de Nan Madol —contestó inmediatamente Perenelle. Tenía una memoria extraordinaria, casi perfecta. Y después, agregó—: Eso fue hace más de doscientos años.
—Supongo que por aquel entonces decidí echarme una siestecilla —explicó Aerop-Enap, saliendo completamente de la celda. Tras ella, millones de arañas empezaron a hervir en el interior del calabozo—. Recuerdo haberme despertado de aquel sueño tan agradable... Y ver al Mago Dee. Pero no estaba solo. Alguien más, algo más, estaba con él. Le estaba instruyendo.
—¿Quién? —preguntó enseguida Perenelle—. Intenta recordar, Vieja Araña, esto es muy importante.
Aerop-Enap cerró cada uno de los ojos e intentó rememorar lo que había sucedido.
—Algo me lo impide —dijo mientras abría los ojos de forma simultánea—. Algo poderoso. Quienquiera que sea estaba protegido por un campo mágico increíblemente poderoso —continuó mientras miraba hacia un lado y el otro del pasillo—. ¿Por aquí?
—Por aquí —confirmó la Hechicera, señalando con la lanza.
Aunque Aerop-Enap había pronunciado la palabra «tregua», Perenelle no estaba preparada para enfrentarse desarmada a uno de los Inmemoriales más poderosos.
—Me pregunto por qué te quería como prisionera.
Una idea repentina se le cruzó por la cabeza. Se detuvo de forma tan inesperada que la araña Inmemorial no pudo
evitar chocarse con ella, casi empujándola hacia el suelo embarrado y mugriento.
—Si tuvieras que tomar una decisión, Vieja Araña, si tuvieras que escoger entre el regreso de los Inmemoriales a este mundo o dejarlo en manos de los humanos, ¿por qué opción te decantarías ?
—Hechicera —empezó Aerop-Enap, mostrando sus aterradores colmillos al intentar dibujar una sonrisa—, yo fui uno de los Inmemoriales que votó que deberíamos dejar la tierra a los simios. Reconocí que nuestro tiempo en este planeta había llegado a su fin; y por nuestra arrogancia, casi lo destruimos. Era el momento perfecto para retirar nos y dar paso a la raza humana.
—Entonces, ¿ no estarías a favor del regreso de los Inmemoriales?
—No.
—¿Y si se produjera una batalla, te situarías al lado de los Inmemoriales o de los humanos?
—Hechicera —continuó la araña Inmemorial con tono serio y contundente—, en ocasiones pasadas he defendido a los humanos. Junto con mis familiares, Hécate y la Bruja de Endor, hemos ayudado a la civilización de este planeta A pesar de mi aspecto, mi lealtad se debe a la especie humana.
—Esa es la razón por la. que Dee te ha capturado. No podía permitirse que alguien tan poderoso como tú se posicionara junto a la raza humana en una batalla.
—Entonces debo suponer que la confrontación está cerca. Sin embargo, Dee y los Oscuros Inmemoriales estarán atados de pies y manos hasta que consigan el Libro de... ¿Están en posesión del Libro?
—De la mayor parte de él —confirmó Perenelle con tono triste—. Deberías conocer el resto de la historia. ¿ Estás familiarizada con la profecía de los mellizos ?
—Por supuesto. El viejo loco de Abraham siempre estaba parloteando sobre los mellizos y garabateando sus indescifrables profecías en el Códex. Jamás le creí una sola palabra. Y durante todos los años que lo conocí, jamás acertó una sola cosa.
—Nicolas ha encontrado a los mellizos.
—Ah —suspiró Aerop-Enap. Durante unos instantes, la araña Inmemorial no musitó una sola palabra. Después, parpadeó sus ocho ojos al mismo tiempo y finalizó—: Al menos Abraham tenía razón en algo; bueno, eso puede ser un comienzo.
Mientas Perenelle caminaba con dificultad entre un fango que le alcanzaba el tobillo y asumía lo que había descubierto en las catacumbas de Alcatraz, se dio cuenta de que, pese a su tamaño descomunal, la araña Inmemorial reptaba fácilmente sobre la mugre. Tras ellos, las paredes y los techos hervían con millones de arañas que seguían a Aerop-Enap.
—Me pregunto por qué Dee no intentó matarte.
—No puede hacerlo —dijo Aerop-Enap como si tal cosa fuera un hecho—. Mi fallecimiento enviaría olas a través de una miríada de Mundos de Sombras. A diferencia de Hécate, tengo amigos, y muchos de ellos no dudarían en investigar mi muerte. Créeme, Dee no quiere que eso ocurra.
Aerop-Enap se detuvo frente a la primera de las lanzas que Perenelle había desenterrado. Con una pata la agarró y examinó el jeroglífico pintado sobre la punta de la lanza.
—Qué curioso —ceceó—. Estas Palabras de Poder ya eran consideradas ancestrales en la época en que los Inmemoriales gobernaban la tierra. Pensé que las habríamos destruido a ambas. ¿Cómo es posible que el Mago inglés haya redescubierto estos símbolos?
—Yo me hago la misma pregunta —confesó Perenelle Giró la lanza en su mano para observar el jeroglífico cuadrado y añadió—: Quizá haya copiado el hechizo de algún lugar.
—No —respondió rápidamente Aerop-Enap—. Las palabras por sí solas son poderosas, cierto, pero Dee las ha colocado siguiendo un patrón particular que le ha ayudado a mantenerme atrapada en el calabozo. Cada vez que intentaba escapar, era como correr hacia un muro de piedra. He visto esa cenefa antes, antes de la caída de Danu Talis, De hecho, ahora que lo pienso, la última vez que vi ese patrón fue antes de la creación de la isla, en el fondo del océano. Alguien instruyó a Dee; alguien que sabía cómo crear esas protecciones mágicas, alguien que, al igual que yo, las había contemplado antes.
—Nadie sabe quién es el maestro de Dee, el Inmemorial a quien sirve —dijo Perenelle con aire pensativo—. Nicolas ha pasado décadas intentando descubrir, en vano, quién controla al Mago.
—Alguien ancestral —respondió Aerop-Enap—, alguien tan ancestral como yo, o incluso más. Quizá es uno de los Grandes Inmemoriales —añadió mientras parpadeaba con los ojos de forma simultánea—. Pero es imposible; ninguno de ellos sobrevivió a la caída de Danu Talis.