Marte ladeó ligeramente la cabeza para mirar a Josh una vez más y después alargó la mano. Estaba a más de medio metro de distancia, pero, aun así, su aura se encendió silenciosamente. El resplandor iluminó el interior del aposento, tiñendo de color dorado las paredes de hueso, provocando que Phobos y Deimos se escabulleran en busca de cobijo en la oscuridad más sombría tras el pedestal. De repente, el aire se cubrió del aroma de las naranjas.
Entornando los ojos para ver más allá de la luz cegadora que emergía de su propia piel, sintiendo cómo el cabello se le erizaba y crepitaba a causa de la electricidad estática, Josh observaba atónito a Marte. La costra de piedra empezaba a desprenderse de la yema de sus dedos, dejando así al descubierto una piel bronceada y muscular. El aura del Inmemorial también se iluminó, de forma que la silueta de la estatua quedó sumida en una neblina de color púrpura. La piel saludable del dios empezó a teñirse repentinamente de un brillo escarlata mientras diminutos destellos brotaban de su aura y se sumergían en su piel, cubriéndola poco a poco de una costra de piedra. Josh frunció el ceño; daba la sensación de que el aura del dios se estuviera solidificando a su alrededor, formando un caparazón.
—Los poderes de la chica han sido Despertados —prosiguió Dee con una voz que retumbaba en la cámara—. Los del chico todavía no. Si realmente queremos vencer, si queremos que los Inmemoriales regresen a este mundo, debemos Despertar los poderes del muchacho. Marte Vengador, ¿despertarías al joven?
La deidad clavó su espada en el suelo, de forma que la punta quedó hundida entre los huesos humanos. Con ambas manos alrededor de la empuñadura, Marte Vengador se inclinó hacia delante para mirar a Josh.
«Jamás muestres temor; mantén la calma». Josh se enderezó y después desvió la mirada directamente hacia la abertura rectangular del casco de piedra. Durante un segundo, Josh creyó haber visto una mirada de color azul. Pero enseguida desapareció; en su lugar dos ojos bermejos resplandecieron con fuerza. El aura de Josh perdió intensidad y, de forma inmediata, los dos sátiros se aproximaron y treparon por el pedestal para reunirse con la deidad. Sus miradas hambrientas eran inequívocas.
—Mellizos.
Josh tardó unos instantes en darse cuenta de que Marte había hablado. La voz del dios era sorprendentemente suave y agradable.
—¿Mellizos? —preguntó.
—S... sí —tartamudeó el joven—. Tengo una hermana melliza, Sophie.
—Una vez tuve mellizos... hace ya mucho tiempo —informó Marte con un tono de voz perdido y lejano.
El resplandor carmesí se desvaneció y su mirada volvió a cobrar un tono añil.
—Eran unos buenos chicos —añadió. Josh no sabía exactamente a quién se estaba dirigiendo la deidad. Después preguntó—: ¿Quién es el mayor? ¿Tú o tu hermana?
—Sophie —respondió Josh sin poder evitar una tierna sonrisa—. Pero sólo veintiocho segundos.
—¿Quieres a tu hermana? —preguntó Marte.
Sorprendido, Josh dijo:
—Sí... bueno, quiero decir, sí, por supuesto que sí —concluyó finalmente—. Ella es mi hermana. Marte asintió con la cabeza.
—Rómulo, mi hijo menor, dijo las mismas palabras que tú. Me juró que quería a su hermano, Remo. Y después lo asesinó.
El aposento quedó sumido en un silencio absoluto.
Fijándose en el interior del casco, Josh fue testigo de cómo la mirada azul de Marte Vengador se humedecía. De inmediato, los ojos del joven se llenaron de lágrimas compasivas. Las lágrimas del dios se evaporizaron y sus ojos volvieron a teñirse del color de la sangre.
—Yo mismo Desperté las auras de mis hijos, les di acceso a poderes y habilidades más allá de los humanos. Todos sus sentidos y emociones se realzaron, incluyendo los sentimientos del dolor, miedo y amor —explicó. Después, hizo una pausa y, más tarde, añadió—: Siempre se habían mantenido unidos, muy unidos, hasta que Desperté sus sentidos. Eso les destruyó —comentó. Se produjo una pausa más larga y agregó—: Quizá sería mejor si no te Despertara. Por tu propio bien y por el de tu hermana.
Josh pestañeó, mostrando su sorpresa y se volvió hacia Dee y Maquiavelo. El rostro del italiano permanecía impasible, pero el Mago parecía tan asombrado como él. ¿Acaso Marte estaba rechazando Despertarle?
—Señor Marte —empezó Dee—, el chico debe ser Despertado...
—La decisión será sólo suya —interrumpió Marte.
—Exijo...
El destello bermejo de su mirada se tornó incandescente.
—¡Tú exiges!
—En nombre de mi maestro, por supuesto —corrigió Dee rápidamente—. Mi maestro exige...
—Tu maestro no está en capacidad de realizar exigencias, Mago —murmuró Marte—. Y si vuelves a musitar otra palabra, liberaré a mis acompañantes.
En ese preciso instante, Phobos y Deimos se encaramaron sobre los hombros de la deidad para observar al Mago inglés. Ambos babeaban ansiosamente.
—Es una muerte terrible. Esta decisión, no permitas que nadie te influencie. Puedo Despertar tus sentidos. Puedo hacer de ti un ser muy poderoso, peligrosamente poderoso —recalcó. Ahora, en el centro de sus ojos escarlata se percibía una luz amarillenta. Segundos más tarde, Marte preguntó—: ¿Eso es lo que quieres?
—-Sí —confirmó Josh sin dudar.
—Tiene un precio, al igual que todo.
—Lo pagaré —añadió de inmediato. Sin embargo, no tenía la menor idea del precio que exigía el Dios de la Guerra.
Marte asintió con la cabeza y la piedra del casco crujió.
—Una buena respuesta; la respuesta correcta. Haberme preguntado sobre el precio habría sido un error terrible.
Phobos y Deimos cacarearon y Josh asumió que aquello eran carcajadas. Enseguida supuso que otros mortales habrían pagado un precio por intentar negociar con el Dios Durmiente.
—Llegará el momento en que deba recordarte que estás en deuda conmigo —explicó el dios. Después miró más allá del chico y preguntó—: ¿Quién será el mentor del chico?
—Yo —dijeron Maquiavelo y Dee simultáneamente.
Josh se volvió hacia los dos inmortales, un tanto asombrado por su respuesta. Entre los dos, el joven prefería que Maquiavelo se convirtiera en su mentor.
—Mago, es tuyo —anunció Marte después de tomarse unos momentos para considerar su decisión—. Puedo leer tus intenciones y tus motivos con claridad. Estás decidido a utilizar al chico para traer de vuelta a los Inmemoriales; de eso, no me cabe la menor duda. En cambio, tú... —añadió a la vez que ladeaba la cabeza hacia Maquiavelo—. No soy capaz de leer tu aura; no sé lo que quieres. Quizá sea porque aún no has tomado una decisión.
Las rocas se partieron y se agrietaron cuando el dios se levantó. Medía más de dos metros de altura y la cabeza casi rozaba la bóveda de la cámara.
—Arrodíllate —ordenó Marte a Josh.
El joven enseguida plegó las rodillas y la deidad extrajo su enorme espada del suelo y la aproximó al rostro de Josh. Al mirar la punta del arma de Marte, Josh entornó los ojos. Estaba tan cerca que incluso podía distinguir en qué lugares la hoja estaba desconchada y vislumbrar una estela en espiral que decoraba el centro de la espada.
—¿ Cuál es el nombre de tu clan y cómo se llaman tus padres ?
El muchacho tenía los labios tan resecos que apenas podía pronunciar palabra.
—¿El nombre de mi clan? Oh, mi nombre de familia es Newman. Mi padre se llama Richard y mi madre, Sara.
De pronto, recordó que Hécate le había formulado las mismas preguntas a Sophie. Aquello había ocurrido tan sólo dos días antes, pero le parecía una eternidad.
El timbre de la voz del dios cambió, cobró más fuerza, más intensidad. El volumen de su voz hizo que incluso le vibraran los huesos.
—Josh, hijo de Richard y Sara, del Clan Newman, de la raza humana. Yo te concedo un Despertar. Has reconocido que no hay don sin precio. Si decides no pagar el precio correspondiente, te destruiré a ti y todo lo que te rodea.
—Pagaré —replicó rápidamente Josh mientras la sangre le tronaba en la cabeza y la adrenalina le recorría el cuerpo.
—Sé que lo harás.
Un segundo más tarde, la deidad movió la espada: primero rozó el hombro derecho de Josh, después el izquierdo y finalmente volvió a acariciar el derecho. Su aura se iluminó, perfilando así el contorno de su cuerpo. Unos zarcillos de neblina dorada empezaron a emerger de entre su cabellera dorada y la esencia cítrica se hizo más intensa.
—De ahora en adelante, oirás con claridad... Y un humillo se enroscó en los oídos del chico. —Saborearás con pureza...
Josh abrió la boca y se aclaró la garganta. Surgió una bocanada de humillo del mismo color que el azafrán y unos diminutos destellos de color ámbar danzaron entre sus dientes.
—Sentirás con sensibilidad...
El joven alzó las manos. Brillaban con tal fuerza que incluso parecían transparentes. Las chispas se enroscaban entre los dedos. Las uñas, mordidas de forma irregular, fácilmente podían confundirse con espejos.
—Olerás con intensidad...
La cabeza de Josh estaba envuelta por una neblina dorada. Se escurría entre las ventanillas de la nariz; de este modo, daba la sensación de que estuviera respirando llamaradas de fuego. Su aura se había tornado más densa, más brillante y más reflectante.
La espada del Dios de la Guerra se movió otra vez, golpeando suavemente los hombros del joven.
—De veras, tu aura es una de las más poderosas que jamás he visto —confesó Marte en voz baja—. Hay algo más que puedo otorgarte, otro don, sin condición alguna. Es posible que lo encuentres útil durante los próximos días.
Alargando la mano izquierda, la deidad la posó sobre la cabeza del chico. De forma instantánea, el aura de Josh se encendió emitiendo una luz incandescente. Serpentinas y burbujas de fuego amarillo enroscaron su cuerpo y se arrastraron por la habitación. Phobos y Deimos, al observar tal explosión de luz y calor, huyeron despavoridos tras el pedestal de piedra. Sin embargo, los segundos que estuvieron expuestos a la luz fueron suficientes como para enrojecer su piel y chamuscar su cabello. La abrasadora luz obligó a Dee a agacharse y a taparse los ojos con las manos. Se enroscó, hundiendo el rostro entre sus manos mientras unas esferas ardientes recorrían el suelo, el techo y las paredes del aposento, dejando tras de sí unas marcas sobre el hueso pulido.
Tan sólo Maquiavelo había logrado escapar de la fuerza del estallido de luz. Se había girado e inmiscuido por la puerta justo en el instante en que Marte rozó al chico. Agachándose, se escondió entre las oscuras sombras mientras observaba cómo unas serpentinas de un amarillo cegador rebotaban entre las paredes y esferas de energía sólida resplandecían en el pasillo. Parpadeó varias veces, intentando esclarecer las imágenes que se aparecían ante él. Maquiavelo había sido testigo de otros Despertares, pero nunca había contemplado uno tan dramático. ¿Qué le estaba haciendo Marte al chico? ¿Qué don le estaba concediendo?
Entonces, con una visión borrosa, vislumbró una figura plateada que se materializaba al otro lado del pasillo.
Y la dulce esencia a vainilla cubrió el aire de las catacumbas.
osada sobre la torre hidráulica de la cárcel de Alcatraz, rodeada por descomunales cuervos, Morrigan canturreaba en voz baja una canción que escucharon por primera vez los humanos más primitivos y que, con el paso del tiempo, acabó dejando huella en el ADN de la raza humana. Era un ritmo lento y agradable, perdido y lastimero, bello y... completamente aterrador. Se trataba de la Canción de Morrigan: un llanto compuesto para inspirar miedo y terror. En los campos de batalla de todo el mundo, solía ser el último sonido que un ser humano escuchaba antes de perecer.
Morrigan se abrigó con su capa de plumas negras y contempló fijamente la bahía de la ciudad sumida en niebla. Podía sentir el calor de una multitud de humanos, podía ver el resplandor de casi un millón de auras que habitaban en la ciudad de San Francisco. Cada aura perfilaba la silueta de un humano; algunos repletos de temores y preocupaciones, otros llenos de emociones suculentas y sabrosas. Se frotó las manos y se rozó los labios con los dedos. Sus ancestros se habían nutrido de la raza humana: habían absorbido sus recuerdos y saboreado sus sentimientos como si se trataran de vinos de aguja. Pronto... oh, muy pronto, ella tendría la libertad de hacerlo otra vez.
Pero antes tenía un banquete para deleitarse.
Horas antes, había recibido una llamada de Dee. Al fin, él y sus Inmemoriales se habían convencido de que era demasiado peligroso permitir que Nicolas y Perenelle siguieran con vida; el Mago le había dado permiso para asesinar a la Hechicera.
Morrigan poseía un nido de cóndor ubicado en el pico más alto de las montañas de San Bernardino. Llevaría hasta allí a Perenelle y durante los días siguientes agotaría cada uno de sus recuerdos y emociones. La Hechicera había vivido durante casi siete siglos; había viajado por todo el planeta e incluso había visitado Mundos de Sombras; había sido testigo de maravillas y experimentado terrores. Y, por si fuera poco, esa mujer tenía una memoria extraordinaria; recordaría todo, cada sentimiento, cada idea y cada miedo. Y Morrigan se recrearía con todos y cada uno de ellos. Cuando acabara con ella, la legendaria y célebre Perenelle Flamel se convertiría en poco más que una criatura absurda y estúpida. La Diosa Cuervo inclinó ligeramente la cabeza hacia atrás y abrió la boca, mostrando unos colmillos blancos que se hundían en sus labios oscuros, dejando al descubierto una lengua diminuta y oscura. Pronto.