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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

El Mago (23 page)

—Gracias —dijo, mirando a Juana—. Estaba delicioso.

—Hay una despensa llena de comida, Nicolas —informó mientras le miraba con sus enormes ojos grises que reflejaban preocupación—. Deberías comer algo más que sopa, pan y queso.

—Ha sido suficiente —respondió con amabilidad—. Ahora mismo necesito descansar y no quiero llenar el estómago de comida. Mañana disfrutaremos de un gran desayuno. Yo mismo lo prepararé.

—No tenía ni idea de que supieras cocinar —dijo Saint-Germain.

—No sabe —murmuró Scathach.

—Siempre había creído que comer queso por la noche te daba pesadillas —interrumpió Josh, mirando su reloj de pulsera—. Es casi la una de la madrugada.

—Oh, yo no necesito queso para tener pesadillas. De hecho, mis pesadillas ocurren cuando estoy despierto —confesó Nicolas mientras dibujaba una sonrisa que nada tenía de humorístico—. No dan tanto miedo —añadió. Después miró a Josh y a Sophie—. ¿Estáis bien?

Los mellizos se miraron el uno al otro y asintieron.

—¿Habéis descansado?

—Han dormido durante todo el día y la mayor parte de la noche —contestó Juana.

—Perfecto —comentó Flamel—. Vais a necesitar todas vuestras fuerzas. Y me gusta la ropa.

Mientras Josh iba vestido de forma idéntica a Saint-Germain, Sophie lucía una blusa de algodón blanca y unos tejanos azules con los bajos subidos, dejando al descubierto unos botines.

—Juana me la ha prestado —explicó Sophie.

—Es casi de tu talla —añadió Juana—. En breve volveremos al armario para que cojas algunas mudas para el resto del viaje.

Sophie hizo un gesto expresando su agradecimiento.

Nicolas se volvió hacia Saint-Germain.

—Los fuegos artificiales alrededor de la torre Eiffel fueron inspiradores, sencillamente inspiradores.

El conde hizo una reverencia.

—Gracias, Maestro —comentó orgulloso y satisfecho de sí mismo.

Juana dejó escapar una risa tonta, casi un ronroneo.

—Ha estado buscando una excusa para hacer algo así durante meses. Deberías haber visto el espectáculo que realizó en Hawai cuando nos casamos. Esperamos hasta el atardecer y después Francis encendió el cielo durante casi una hora. Fue precioso, aunque el esfuerzo le dejó agotado durante una semana —añadió con una sonrisa burlona.

Las mejillas del conde se ruborizaron, y éste alargó la mano y estrechó la de su mujer.

—Mereció la pena ver cómo observabas el espectáculo.

—La última vez que coincidimos no dominabas el fuego —dijo Nicolas—. Que yo recuerde, sí poseías una habilidad, pero nada parecido al poder que has demostrado hoy. ¿ Quién te formó ?

—Pasé un tiempo en la India, en la ciudad perdida de Ofir —respondió el conde, mirando al Alquimista—. Allí aún te recuerdan, Nicolas. ¿Sabías que construyeron una estatua en tu honor y en el de Perenelle en la plaza principal?

—No tenía la menor idea. Le prometí a Perenelle que algún día volveríamos —comentó Nicolas con aire melancólico—. Pero ¿qué tiene que ver esto con tu dominio del fuego ?

—Conocí a alguien allí... alguien que me formó —contestó Saint-Germain misteriosamente—, me enseñó cómo utilizar toda la sabiduría secreta que había adquirido de Prometeo...

—Robado —corrigió Scathach.

—Bueno, él la robó primero —respondió rápidamente Saint-Germain.

Flamel golpeó la mesa con la mano con tal fuerza que incluso la botella de agua vibró. La única que no se sobresaltó fue Scathach.

—¡Basta! —gritó.

De repente, los pómulos del Alquimista se hicieron más prominentes, insinuando así la calavera que se ocultaba bajo la piel. Su mirada casi incolora ahora era visiblemente oscura, una mezcla entre gris, marrón y negro. Apoyando los codos sobre la mesa, se pasó las manos por el rostro y emitió un suspiro estremecedor. La atmósfera comenzó a oler a menta, pero el aroma era un tanto amargo.

—Lo siento. Ha sido un gesto imperdonable. No debería haber alzado la voz —comentó, rompiendo el silencio que se había formado.

Cuando se apartó las manos del rostro, esbozó una tímida sonrisa. Miró a todos sus acompañantes y contempló las expresiones de asombro de los mellizos.

—Perdonadme. Estoy cansado, agotado. Podría dormir una semana entera. Continúa, Francis, por favor. ¿Quién te formó?

El conde de Saint-Germain tomó aire.

—Él me dijo... él me dijo que jamás debía pronunciar su nombre en voz alta —finalizó.

Con los codos colocados sobre la mesa, Flamel entrelazó las manos y apoyó la barbilla sobre los puños. Miraba fijamente al músico con un rostro impasible.

—¿Quién fue? —exigió.

—Le di mi palabra —respondió Saint-Germain rotundamente—. Fue una de las condiciones que me impuso 214 cuando decidió formarme. Dijo que algunas palabras y ciertos nombres contenían un poder capaz de hacer temblar los cimientos de este mundo y de los Mundos de Sombras. Además, me dijo que atraía atenciones desagradables.

Scathach dio un paso hacia delante y apoyó su mano sobre el hombro del Alquimista.

—Nicolas, sabes que es cierto. Existen palabras que jamás deberían pronunciarse, nombres que nunca deberían usarse. Cosas antiguas, cosas inhumanas.

Nicolas asintió con la cabeza.

—Si le diste a esa persona tu palabra, deberías cumplirla, por supuesto. Pero dime —continuó sin ni siquiera mirar al conde—, esta persona enigmática, ¿cuántos brazos tenía?

Saint-Germain se sentó repentinamente. La expresión de sorpresa en su rostro revelaba la verdad.

—¿Cómo lo has sabido? —susurró.

La boca del Alquimista se retorció formando una horrible mueca.

—En España, hace unos seiscientos años, conocí a un hombre manco que me enseñó algunos secretos del Códex. También se negó a dar su nombre en voz alta —explicó. Inesperadamente, Flamel clavó la mirada en Sophie—. Posees los recuerdos de la Bruja. Si se te ocurre un nombre, sería mejor para todos nosotros que no lo pronunciaras.

Sophie cerró la boca tan rápidamente que incluso se mordió el interior del labio. Conocía el nombre del individuo de quien Flamel y el conde estaban hablando. También sabía quién, y qué, era. Y había estado a punto de articular su nombre.

Flamel se volvió hacia Saint-Germain.

—Sabes que los poderes de Sophie han sido Despertados. La Bruja le enseñó los conceptos básicos de la Magia del Aire, y estoy decidido a que ambos, tanto Sophie como Josh, reciban una formación respecto a las magias elementales lo antes posible. Sé dónde encontrar a maestros de la Magia de la Tierra y el Agua. Justo ayer había pensado que deberíamos seguir el rastro de algún Inmemorial relacionado con el fuego, Maui o Vulcan, o incluso tu antiguo némesis, el mismo Prometeo. Pero ahora, espero que esto no sea necesario —explicó. Después, se tomó unos instantes para respirar—. ¿Crees que podrías enseñar a Sophie la Magia del Fuego ?

Saint-Germain parpadeó, mostrando así su asombro. Se cruzó de brazos y miró a Sophie y al Alquimista mientras sacudía la cabeza expresando su disconformidad.

—No estoy seguro de que pueda. De hecho, no estoy seguro de que deba...

Juana alargó el brazo derecho y posó la mano sobre el hombro de su esposo. El conde se volvió. En ese momento, ella, en un gesto casi imperceptible, asintió. No movió ni un ápice los labios, pero todo el mundo escuchó claramente sus palabras.

—Francis, debes hacerlo.

El conde no vaciló.

—Lo haré... pero ¿es prudente? —preguntó con tono serio.

—Es necesario —respondió Juana de Arco.

—Deberá asimilar mucha cantidad de información... —protestó Saint-Germain. Después, hizo una reverencia a Sophie y continuó—: Perdóname. No era mi intención hablar de ti como si no estuvieras presente —se disculpó. Entonces desvió su mirada hacia Nicolas, y con tono vacilante, añadió—: Sophie aún debe ocuparse de los recuerdos de la Bruja.

—Ya no. Ya me he ocupado yo de eso.

Juana apretó el hombro de su marido. Se dio la vuelta para contemplar a todos los que estaban sentados alrededor de la mesa y finalmente se detuvo en Sophie.

—Mientras Sophie dormía, hablé con ella, la ayudé a clasificar los recuerdos, a categorizarlos, a separar sus pensamientos de los de la Bruja. No creo que le den más problemas.

Sophie estaba asombrada.

—¿Te has adentrado en mi cabeza mientras dormía?

Juana de Arco hizo un movimiento con la cabeza indicando negación.

—No me he adentrado en tu mente... Sencillamente, hablé contigo, te enseñé qué hacer y cómo hacerlo.

—Yo te vi hablando... —empezó Josh. Frunció el ceño y añadió—: Pero Sophie estaba profundamente dormida. No podía escucharte.

—Ella me escuchó —dijo Juana con rotundidad. Después miró a Sophie directamente y posó su mano izquierda sobre la mesa.

De las yemas de sus dedos emergió una neblina plateada mientras unas diminutas motas de luz que danzaban entre su piel, muy semejantes a gotas de mercurio, cruzaron la mesa en dirección a las manos de Sophie, apoyadas sobre la madera pulida de la mesa. A medida que se acercaban, las uñas de Sophie empezaban a tornarse de color plateado. De repente, las motas de polvo envolvieron los dedos.

—Puedes ser la hermana melliza de Josh, pero tú y yo, Sophie, somos hermanas. Somos Plata. Sé qué es escuchar voces en el interior de la cabeza; sé qué es ver lo imposible, saber los secretos más ocultos —confesó Juana de Arco. Desvió la mirada hacia Josh y más tarde hacia el Alquimista—. Mientras Sophie dormía, hablé directamente con su inconsciente. Le enseñé cómo controlar los recuerdos de la Bruja, cómo ignorar las voces y cómo clasificar las imágenes. Le enseñé a protegerse.

Sophie alzó levemente la cabeza con los ojos abiertos de par en par.

—¡Eso es lo que ha cambiado! —exclamó sobresaltada a la vez que asombrada—. Ya no escucho las voces —dijo, mirando a su hermano—. Empezaron a hablarme cuando la Bruja me transmitió toda su sabiduría. Había miles; me gritaban y susurraban en lenguas que apenas comprendía. Ahora se han calmado.

—Siguen ahí —explicó Juana—, siempre estarán ahí. Pero ahora ya puedes convocarlas cuando lo desees para utilizar su conocimiento. También he empezado el proceso de control de tu propia aura.

—Pero ¿cómo lo has hecho si estaba dormida? —insistió Josh. Era una idea que le seguía atormentando.

—Sólo la consciencia duerme, el inconsciente siempre está despierto.

—¿Qué quieres decir con controlar el aura? —preguntó Sophie un tanto confundida—. Creí que sólo era un campo eléctrico de color plateado que rodeaba mi cuerpo.

Juana rotó los hombros con un gesto elegante y distinguido.

—Tu aura es tan poderosa como tu imaginación. Puedes moldearla, unirla y crearla a tu gusto —dijo mientras alzaba la mano izquierda-—. Por eso, yo puedo hacer esto.

Inesperadamente, un guante metálico extraído de una armadura cobró vida alrededor de su mano. Cada remache estaba perfectamente formado e incluso había partes que estaban un tanto oxidadas.

—Inténtalo —sugirió Juana de Arco.

Sophie levantó la mano y clavó su mirada en ella.

—Visualiza el guante —indicó Juana—. Contémplalo en tu imaginación.

Un diminuto dedal se formó alrededor del dedo meñique de Sophie. Unos instantes después, se desvaneció.

—Bueno, necesitas un poco más de práctica —admitió Juana. Entonces echó un vistazo a Saint-Germain y después al Alquimista—. Dejadme un par de horas con Sophie, le daré más trucos para que controle y dé forma a su aura antes de que Francis empiece a formarla en la Magia del Fuego.

—Esta Magia del Fuego de que habláis... ¿es peligrosa? —preguntó Josh, mirando a su alrededor.

Aún tenía muy presente lo que le había ocurrido a su hermana cuando Hécate había Despertado sus poderes. No olvidaba que Sophie podía haber muerto. Y a medida que conocía más información acerca de la Bruja de Endor, se daba cuenta de que Sophie habría podido fallecer cuando la formaron en la Magia del Aire. Al ver que nadie respondía su pregunta, se volvió hacia el conde.

—¿Es peligroso?

—Sí—respondió el músico con sinceridad—. Muy peligroso.

Josh negó con la cabeza. —Entonces no quiero que...

Sophie alargó la mano y apretó con fuerza el brazo de su mellizo. Este bajó la mirada: la mano que le agarraba estaba envuelta en un guante de malla metálica.

—Josh, tengo que hacerlo.

—No, no tienes por qué.

—Sí.

Josh miró fijamente a su hermana. Sophie tenía una expresión que reflejaba la testarudez y la cabezonería que él conocía a las mil maravillas. Finalmente, Josh se dio la vuelta sin musitar palabra. No quería que su hermana aprendiera más magia; no sólo porque era peligroso, sino porque la distanciaría aún más de él.

Juana se volvió hacia Flamel.

—Nicolas, ahora tú debes descansar.

El Alquimista asintió con la cabeza.

—Lo haré.

—Esperábamos que llegaras antes —dijo Scathach—. Empezaba a creer que tendría que salir a buscarte.

—La mariposa me condujo hasta aquí. Llegué hace horas —explicó Nicolas con tono cansado—. Cuando supe dónde estabais, preferí esperar a que anocheciera antes de acercarme a la casa, por si alguien la estaba vigilando.

—Maquiavelo no tiene la menor idea de la existencia de esta casa —comentó Saint-Germain seguro de sí mismo.

—Perenelle me enseñó un hechizo muy sencillo hace años, pero sólo funciona cuando llueve. Utiliza las gotas de agua para refractar luz alrededor del individuo —explicó Flamel—. Decidí esperar hasta el anochecer para pasar aún más desapercibido.

—¿Y qué has hecho durante el día? —preguntó Sophie.

—Deambular por la ciudad, buscar algunas de mis antiguas guaridas...

—Supongo que la mayoría han desaparecido —intervino Josh.

—La mayoría, pero no todas.

Flamel se agachó y cogió un objeto envuelto con papel de periódico del suelo. Al colocarlo sobre la mesa, se percibió un ruido sólido.

—La casa en Montmorency aún sigue en pie.

—Debería haber adivinado que visitarías Montmorency —dijo Scathach con una sonrisa triste. Entonces desvió la mirada hacia los mellizos y continuó—: Es la casa donde Nicolas y Perenelle vivieron a lo largo del siglo XV. Allí pasamos todos momentos felices.

—Muy felices —asintió Flamel.

—¿Y aún sigue en pie? —preguntó Sophie maravillada.

—Es una de las casas más antiguas de París —respondió Flamel orgulloso.

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