—¡Oh! —gritó Paloma cuando la vio—. ¡Qué bonito! ¡Es una monada! Es increíble que al principio sean tan pequeños. Tengo un montón de ropa de bebé que puede servirte. Tengo que desenterrarla para ti.
—Sería estupendo. Después de todo lo que ha pasado en los últimos meses no quería tentar la suerte comprando demasiadas cosas. —Emma parecía incómoda.
—Eso es una tontería. Yo no soy supersticiosa. —Paloma le dio palmaditas en la mano—. No, si lo entiendo. Te prepararé una bolsa de ropita.
—¿Y si tienes otro hijo?
—Nooo. —Negó con la cabeza—. Ya he tenido bastante. Olivier quisiera tener un equipo de fútbol, pero yo tengo que pensar en mi carrera. Tuvimos a Benito muy pronto, pero tuvimos que esperar para que llegara Paco y la pequeña. Olivier ya tiene a su nena. —Paloma pidió un vaso de vino—. Siento llegar tarde. ¿Llevas mucho rato esperándome? —Rebuscó en el bolso para encontrar el móvil—. Mamá… bien. La conocerás ahora. Se suponía que cuidaría de los niños esta noche para que Olivier y yo pudiéramos ir al teatro, pero hemos tenido una discusión. —Indicó por gestos una bomba explotando—. Así que se lo he pedido a Luca pero no volverá de Madrid a tiempo. Tengo que llamar a Olivier y cancelarlo…
—Yo me quedaré con ellos.
—No. No puedo pedirte eso…
—En serio, me encantará. ¿Por qué no me los traes a la hora de té? Los dejaré listos para acostarse y que Luca los recoja más tarde.
—¿Estás segura? —A Paloma se le había iluminado la cara—. ¡Hace tanto que no salimos una noche! Se me ha olvidado lo que es salir con mi marido.
—Así practicaré. —Emma se arrellanó en la silla—. Entonces ¿has conseguido sacarle a Macu algo sobre la casa? Me encantaría saber por qué tapiaron esa habitación.
Paloma negó con la cabeza.
—Quiere contarlo, estoy segura, pero algo la detiene. Mamá también lo sabe, no tengo la menor duda, pero no quiere contármelo. —Se inclinó hacia Emma—. Me parece que hay algo vergonzoso para nuestra familia.
—No quiero crearte ningún problema. Se lo he preguntado a Freya, pero tampoco suelta prenda. —Emma movió el agua del vaso y las burbujas destellaron al sol—. Ojalá desembuchara. Tengo la sensación de que ha llevado una carga durante mucho tiempo.
—Yo creo que mucha gente que pasó la guerra… —Paloma titubeó—. Opinan que los recuerdos están mejor enterrados.
—¿A qué bando pertenecía tu familia?
Paloma parpadeó por la franqueza de la pregunta.
—No es tan simple. Muchas familias solo querían pasar, vivir en paz. Ignacio, mi abuelo, era un buen hombre, pero lo pasó mal porque… —Se apoyó en el respaldo y suspiró—. Me parece que era sabido que Macu era roja, como Rosa. Creo que se metieron en algún lío. Esto es pequeño y la gente habla. A mamá… le gusta hacer lo correcto. Se preocupa mucho por el honor del apellido Santangel. El pasado es el pasado.
—¿Por eso no le gusto a tu madre? ¿Que yo viva en la casa está despertando viejos recuerdos? —Emma le sostuvo la mirada—. Así que por eso no quiere que trabaje con Luca.
—Intenta protegerlo, pero mi hermano es un hombre hecho y derecho —repuso sonriendo Paloma—. Gracias a él los Santangel son prósperos. Ha duplicado las tierras que poseemos y nuestra fortuna.
—¿En serio?
—Mi hermano el triunfador. —Tomó un sorbo de vino—. Quizá los últimos años ha trabajado demasiado.
«Sé cómo se siente», pensó Emma.
—Cuéntame cosas de Luca.
—¿Qué quieres saber?
Emma se ruborizó, jugueteando nerviosamente con el vaso.
—¿Sale con alguien? Quiero decir que… sé que no le intereso, pero ¿por qué no se ha casado con una mujer adorable y ha tenido un montón de hijos?
—¿Sabes? Tiene mucho con lo que lidiar, un montón de responsabilidades. —Miró a los ojos a Emma—. Algunos hombres son así, los tiene atrapados el trabajo…
—Pero es tan… Tiene que haber habido mujeres en su vida.
—¿Sexo? Claro que ha tenido… que tiene novias. Pero no es un hombre de familia.
—No. —Emma sacudió la cabeza—. Veo algo en su mirada cuando juega con tus hijos: es amor pero con algo de pena… Le han herido. Sé lo que se siente: lo reconozco.
—Muchas mujeres han querido robarle el corazón y han fracasado. Me gustas, Emma. No te busques más disgustos. Ya has sufrido demasiado. Si quieres una relación, un padre para tu hijo, conozco a montones de hombres que te adorarían. No pongas tus esperanzas en Luca.
—Claro que no. No, no necesito a nadie. He tardado casi un año en volver a sentirme fuerte. No correré el riesgo de…
Paloma se llevó una mano a la frente.
—Te has enamorado de él, ¿verdad?
—¡No! —Emma notó que se estaba poniendo como un tomate—. Quiero decir que… a lo mejor si todo fuera diferente…
—La gente se hace vieja esperando que todo sea perfecto —dijo Paloma—. Mi hermano es un hombre maravilloso, pero ha sufrido mucho. —Dudó un instante y prosiguió—: Lo acosan muchos fantasmas.
—¿No nos acosan a todos? —Emma miró fijamente las palomas que alzaban el vuelo desde la plaza hacia las cúpulas azules y el cielo cerúleo—. ¿Habría alguna diferencia si no estuviera embarazada?
—No. No se trata de esto. Si confía en ti, a lo mejor te lo contará todo cuando esté listo para hacerlo. No me corresponde a mí hablar a su espalda. Te adoro, Emma, espero que seamos grandes amigas.
Emma estiró el brazo y le cogió la mano.
—Lo mismo digo. Lo entiendo.
—Si él no te ha explicado por qué está solo, entonces yo no puedo hacerlo, simplemente no puedo.
Esa noche Emma disfrutó en casa del sonido de risas, dibujos animados en la televisión y pasos de piececitos yendo de un extremo al otro del pasillo de arriba.
«Una casa como esta necesita la risa de los niños», pensó. Después del té, bañó a los niños, les puso los pijamas de algodón y los peinó como había visto hacer a Paloma. La habitación más caliente de la casa era la cocina, así que los instaló en el sofá, delante del fuego, tapados con mantas, y les contó un cuento de criaturas mágicas que vivían en los naranjales antes de la llegada de los humanos, de unicornios y leones y de tigres que hablaban y caballos voladores blancos como la nieve. Acabado el cuento, se sentó a disfrutar del silencio, los críos dormidos, y la calidez.
La despertó un gemido lastimero y se levantó con dificultad.
—¿Gata? —llamó.
Siguió el sonido de los gemidos hasta el fregadero y abrió la cortina que había debajo. Allí, en un rincón, sobre un nido de trapos, encontró a la gata lamiendo al primer gatito.
—¡Bien hecho! —la felicitó, poniéndose a cuatro patas. La gata la miró impasible—. Buena chica. Si necesitas ayuda me lo dices, ¿vale? —Cerró la cortina y la dejó tranquila.
Volvió a sentarse en el sofá. El viento hacía temblar las cristaleras de la terraza y ella se quedó mirando el fuego. Seguramente se quedó dormida porque cuando despertó Luca estaba apoyado en el quicio de la puerta, mirándolos sonriente.
—No —le susurró cuando hizo amago de levantarse—. No te muevas. ¡Tenéis un aspecto tan pacífico! —cogió en brazos a Paco y se sentó a su lado en el sofá.
Apoyó un brazo en el respaldo y Emma notó el roce de la mano en su hombro. Sonrió adormilada.
—¿Qué tal el día?
—Bien. Pero no me he divertido tanto como tú. —Miró los montones de dibujos de la mesa y los juguetes esparcidos por el suelo.
—Está muy desordenado. Iba a recogerlo todo antes de que llegaras.
La pequeña suspiró en sueños y se hizo un ovillo pegada a Emma, con un brazo sobre su regazo. Luca le acarició el dorso de la manita con afecto.
—Adivina qué: ¡tenemos gatitos! —le susurró Emma—. ¿Te parece que a Paloma le gustaría tener un par para los niños cuando los destete?
—Pues claro. De hecho podemos con un par de gatos en la finca. Nuestro viejo macho desapareció.
—Lo hacen a veces cuando están viejos.
—Tal vez, o puede que fueran los perros salvajes.
—Esperemos que esté tranquilamente al sol bajo un naranjo. —Emma ahogó un bostezo.
—Estás cansado. Debería llevarme a estos monstruitos a casa. —Cogió a los niños en brazos y se levantó.
—Es una pena molestaros. Esto es lo que un hombre sueña tener al llegar a casa.
—¿Qué?
—A una mujer con un bizcocho en el horno, una tropa de críos, la cena en la mesa…
Emma se rio, levantándose con dificultad.
—No. —Parecía dolido—. Tú eres una mujer de negocios, lo sé. A lo mejor queremos cosas distintas.
—Luca… —Lo cogió de la manga.
—Gracias, Emma. —Había vuelto a levantar las defensas—. Hasta luego.
VALENCIA, noviembre de 1937
Al anochecer, Freya subió la colina de Villa del Valle. Se arrebujó en el abrigo mientras el frío viento soplaba, arrastrando el aroma terroso de las cebollas desde los sembrados. Le dolían todos los huesos. Lo único que deseaba era dormir.
—¡Buenas! —saludó, abriendo la puerta de la cocina. Se inclinó a besarle la coronilla a la pequeña, que estaba sentada a la mesa en su trona.
—¿Mucho trabajo hoy? —le preguntó Rosa. Estaba etiquetando botellas de esencias, filas de botellas de vidrio ambarino que relucían a la luz de la lámpara.
—El hospital es una locura. Ojalá los médicos españoles no nos hicieran sudar tinta.
—Tienen su modo de hacer las cosas y tú tienes la tuya. Volveré pronto. Macu pude ayudarme más con Lulú ahora que es mayor.
—¿Dónde está Macu?
Rosa levantó los ojos de lo que hacía. En cuanto dejaron de hablar, Freya oyó el inconfundible quejido de los muelles de la cama de arriba.
—Se están despidiendo, supongo.
Freya se ruborizó. Durante las últimas semanas había visto a Charles transformarse. Había dejado de ser un alma en pena y volvía a ser el de siempre.
—Claro. Esta noche se marcha a Barcelona.
—Todo el mundo se está yendo a Barcelona —dijo Rosa con amargura—. Primero el Gobierno viene aquí corriendo y ahora se largan a Barcelona. —Miró a su pequeña, pensando en los niños que estaban siendo evacuados de España—. Freya, quería pedirte…
—¿Sí?
—Si ocurre algo aquí, alguna desgracia, ¿me prometes cuidar de Lulú?
—Por supuesto que sí; pero no te preocupes, que no va a pasar nada.
—¿Quién sabe? La guerra no va bien. Todos los días espero que Jordi entre por esa puerta. Todos los días, pero nada.
—¿Tampoco sabes nada de Vicente?
Rosa negó con la cabeza.
—¿Quién sabe en qué asuntos anda metido? No me fío de él. Me parece que es buena cosa que tu hermano se vaya.
—Me alegro de que Charles y Macu sean…
—¿Amantes? —Rosa dejó el lapicero e hizo un gesto abarcando las botellas que tenía delante—. El amor es la mejor medicina. Macu ha experimentado su plenitud y tu hermano se ha recuperado. Cuando se vaya, me parece que se alegrará de casarse con Ignacio.
Freya cruzó los brazos y se echó a reír.
—Tú lo planeaste todo, ¿verdad?
—No sé a qué te refieres… —Una sonrisa aleteó en sus labios—. Tal vez. Veía lo triste que estaba por la muerte de Gerda. ¿No estaría un poco enamorado de ella?
—Quién sabe. Estar con Macu lo ha hecho feliz, y me parece que escribir el libro le ayuda. —Miró el trabajo de Rosa—. Tienes una letra mucho mejor, ¿sabías? —Estudió su escritura infantil pero clara.
—Todo gracias a ti y a tu hermano. —Rosa sacó una libreta nueva—. Mira, estoy escribiendo mis recetas. A lo mejor un día Lulú también preparará medicamentos. —Los golpes de la cama contra la pared de arriba se hicieron más rápidos.
Freya se aclaró la garganta.
—¿Preparo un poco de té?
Charles se dejó caer sobre las almohadas y Macu se acurrucó en sus brazos.
—Te echaré de menos —murmuró él contra su pelo.
—Llévame contigo, Carlos.
—No puedo. Ya lo sabes. Aquí estás más segura.
—No te crearé ningún problema, te lo prometo. Puedo cuidarte, puedo luchar contigo como hizo Rosa con Jordi.
Charles cerró los ojos mientras la besaba.
—Ya me has cuidado, Macu. Sin ti… —Pensó en las semanas que había pasado recuperándose con las chicas, en los últimos días cálidos de otoño—. Gracias a ti me he rehecho.
—¿Solo para que te vayas y combatan y quizá te maten? —Se abrazó más a él—. Eso hacen las mujeres, lo que hacen Freya y Rosa en el hospital. Curan a los hombres únicamente para que los manden de nuevo al frente.
—Así son las cosas —dijo Charles. Echó un vistazo al reloj—. Tengo que arreglarme. El coche llegará enseguida. —Dejó la cama y recogió sus escasas pertenencias. Dudó cuando cogió la cámara, que llevaba semanas sin usar—. Macu, ¿puedo hacerte una foto para tener un recuerdo tuyo?
—Nunca nadie me ha hecho una foto… —Se tendió en la cama, con el pelo negro reluciente contra los azulejos azules y blancos, envuelta en la sábana blanca que le marcaba las curvas.
—Quiero recordarte así.
—Espera… —comentó ella, riendo. Estiró el brazo hacia la mesilla de noche y extrajo un abanico negro, que abrió con un chasquido, y se lo llevó a la cara, mirando fijamente la cámara y a Charles, que estaba de pie, desnudo, sosteniéndola.
Bajaron la escalera del brazo.
—Te echaré de menos —le dijo Macu.
—Y yo a ti —Charles le besó la frente—. Gracias.
—No seas tonto.
—No. —La miró a los ojos—. Me has salvado la vida. Cuídate, Macu. —Fuera alguien tocó un claxon—. Será mejor que me despida… —Se calló cuando oyeron abrirse de golpe la puerta de la terraza.
—¡Mírala con sus pociones! —aulló Vicente—. ¡Sois todas unas brujas!
Charles dejó en el suelo su petate.
—Perdóname, Macu.
Vicente, borracho, cruzó tambaleándose la cocina hacia Rosa y derribó las botellas cuidadosamente etiquetadas de la mesa. El bebé se puso a berrear, asustado.
—¿Dónde has estado? —le gritó Rosa.
—No es asunto tuyo. —La apartó de un empujón.
—¡No la toques! —le gritó Freya.
Vicente se enfrentó a ella.
—¡Tú…! Zorra inglesa creída, puta…
Charles le dio unos golpecitos en el hombro y, cuando se dio la vuelta, le dio un puñetazo en la nariz. Vicente retrocedió a trompicones y se cayó al suelo.
—Esta, señor, es mi hermana, y un caballero no le habla así. —Flexionó la mano—. ¡Caray, esto duele!
Rosa pasó tranquilamente por encima de Vicente, que seguía de bruces, y abrazó a Charles.