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Authors: Paul Cleave

Tags: #Intriga

El coleccionista (28 page)

Ya se han impreso casi cien páginas. Igualo los bordes del montón de hojas impresas con unos golpecitos sobre la mesa y me las llevo al salón. El ambiente está muy cargado dentro de la casa y el olor a tinta de la impresora me ha seguido por el pasillo, con lo que el aire aún ha quedado más cargado. Abro las puertas acristaladas que dan acceso a la terraza.

Las páginas impresas se me caen al suelo. Daxter está colgando del canalón del tejado con los ojos entreabiertos, y si ayer parecía dormido, hoy tiene el inconfundible aspecto de un gato muerto al que han colgado por el cuello con un trozo de alambre.

28

Lo que compensa es ver esa expresión. Hace más de veinte años desde la última vez que la vio y le trae un montón de recuerdos que le hacen sentir una calidez interior y cierto sentimiento de añoranza. Habrá más gatos, se dice a sí mismo, porque hay más gente que le ha hecho daño. A través del agujero de la valla puede ver cómo a Tate se le caen los papeles de la mano. Caen sobre el suelo y se dispersan como una baraja de cartas, las primeras son las que van a parar más lejos, sobre el césped reseco. Tate alarga las manos hacia el gato y Adrian no se queda para ver lo que ocurre a continuación, sino que baja corriendo la calle hasta donde tiene el coche aparcado. Ya casi ha cumplido su misión. Conduce hasta el final de la calle, gira a la izquierda, luego otra vez hacia la izquierda y sube por la calle paralela hasta llegar a la calle sin salida en la que vive Tate. Se detiene frente a su casa.

La puerta está abierta y eso le facilita las cosas. Pensaba llamar a la puerta y disparar a Tate en cuanto la abriera, lo que siempre implica un riesgo, pero al verla abierta decide entrar. No oye nada a excepción de un sonido mecánico repetitivo que procede de la primera habitación que queda a la izquierda, algo así como «ruuun-clic, ruuun-clic». Se saca la Taser del bolsillo. Le sudan las manos y está a punto de caérsele. La mantiene apuntando hacia delante, pero cerca de su cuerpo, para protegerla. El trapo lo lleva en el bolsillo trasero, junto con la botellita de plástico del fluido que adormece a la gente.

Lo ideal sería disparar a Tate por la espalda. Todo iría mucho mejor, aunque no es imprescindible que sea así. En cualquier caso, en cuanto Tate haya caído y esté inconsciente, Adrian puede llevar el coche marcha atrás hasta la entrada y recogerlo. No es que se le dé muy bien conducir marcha atrás, pero lo ha hecho ya otras veces y está seguro de que puede volver a hacerlo. Aparcará junto al coche de Tate porque la entrada es lo suficientemente ancha. Luego abrirá el maletero, meterá a Tate dentro y volverá a Grove. Lo dejará en una de las salas de paredes acolchadas. No estará tan cómodo como en una cama, pero será lo más seguro, tratándose de alguien como Tate.

Theodore Tate, asesino y cazador de asesinos. La pieza de coleccionista perfecta. También podrá contarme historias, y de las buenas.

La habitación de donde procede el ruido es un estudio. Hay una impresora de la que no paran de salir páginas expulsadas por una ranura, como un sobre cuando lo echas en el buzón. Las páginas caen en una bandeja. Ya hay muchas, como también hay un montón de papeles y fotografías esparcidos por el suelo y encima de la mesa. Adrian recoge la última página que sale de la impresora. Le echa una ojeada y luego recoge otras páginas de la bandeja y también las lee por encima.

Dios mío, ¿es el libro en el que estaba trabajando Cooper? Reconoce algunos de los nombres. ¡Lo es! ¡Sí, lo es! No puede creerlo, está tan entusiasmado que las manos empiezan a temblarle aún más. Van saliendo más páginas de la impresora. Las recoge también. ¿Cómo habrá conseguido una copia? ¿Y para qué la quiere? Mira a su alrededor, como si tuviera que encontrar ahí la respuesta. Aunque se fija en el resto de papeles y fotografías y se da cuenta de que tienen que ver con otro caso, uno sobre el que ha estado leyendo últimamente. Tate no solo está buscando a Cooper, sino también a la mujer que ha estado matando a tipos uniformados.

No puede creer la suerte que ha tenido de venir a parar aquí.

¡No piensa que la sonrisa pueda desaparecerle del rostro hasta dentro de unas horas!

Sale de nuevo al vestíbulo. Oye cómo Tate habla con alguien y de inmediato el corazón empieza a latirle más fuerte dentro del pecho y pierde la sonrisa. ¡Hay dos personas aquí dentro! Vuelve a entrar en el estudio, recoge el manuscrito y los papeles que hay esparcidos por la habitación y lo mete todo dentro de una carpeta vacía. No se los lleva todos, y no puede esperar a que acabe de salir el resto de la impresora. A Cooper le encantará conseguir esta información sobre Melissa X. ¡Así sí que se pondrá contento! Tiene la sensación de estar llevándose un tesoro. Y de que en cualquier momento Tate y su amigo entrarán de repente en el estudio y lo atraparán. Eso lo pone nervioso y lo angustia.

Vuelve a salir de la casa y va corriendo hasta el coche. Su corazón se calma un poco, pero sigue sudando copiosamente. Arranca el coche y está a punto de marcharse cuando se da cuenta de que tal vez no es que Tate estuviera con alguien, podía ser simplemente que estuviera hablando por teléfono. Se siente idiota. Apuesta a que era eso, Tate estaba llamando a alguien. Probablemente a la policía. Aún tiene tiempo de volver atrás e intentar añadirlo a su colección.

Pero está nervioso, demasiado nervioso, y ya ha tenido suficiente suerte por esta mañana: ha entrado y salido de la casa sin que nadie le viera, ha conseguido toda esa información y ha desenterrado el gato. Ya volverá en otro momento. Puede volver esta misma noche, o mañana, o la semana que viene. Se pone en marcha y se aleja de la calle. Los nervios que sentía se convierten en entusiasmo. De hecho, está tan entusiasmado que durante el camino de vuelta se detiene cinco minutos para echarle un vistazo al libro. Ver los nombres de toda esa gente a la que conocía es como arrancarle la costra a un viejo recuerdo, solo que esos recuerdos le hacen sonreír. Sigue conduciendo hasta una tienda de esas que abren las veinticuatro horas y se detiene a comprar un periódico, y cuando finalmente llega a casa, entra corriendo y deja el libro de Cooper en el suelo, junto a la puerta del sótano, antes de bajar a verlo.

29

—Tengo algo para ti —anuncia Adrian.

Cooper está de pie al otro lado de la puerta. Ha permanecido mucho rato durmiendo, dos disparos de Taser en dos días lo han dejado agotado. Ha sido una larga mañana a oscuras seguida de una larga noche a oscuras. Este sótano es como un agujero negro en lo que al tiempo se refiere. Además, no está bien ventilado. El hedor a vómito y orina está haciendo mella en él y hace unos minutos ha tenido que ir de vientre nada más levantarse, con lo que el aire de la celda apesta. Y le duele la mano. Tiene un corte limpio en el tejido que une el pulgar a la mano, de manera que parece como si pudiera arrancárselo sin demasiado esfuerzo. No tiene nada con que vendárselo. Lo único que puede hacer para evitar una infección es esperar que eso no suceda.

—Yo también tengo algo para ti —dice Cooper—. Una disculpa. Sé que anoche pensaste que estaba intentando escapar y siento que pienses de ese modo, pero no lo intentaba, de verdad que no. Estaba subiendo para venir a buscarte.

—¿De verdad?

—Por supuesto —dice, aunque no sabe si Adrian está muy convencido de que esté diciendo la verdad—. Yo no te mentiría, Adrian. Al fin y al cabo, solo te tengo a ti.

—A mí me pasa lo mismo, solo te tengo a ti —dice Adrian—. Por eso te he traído algo. Dos cosas, de hecho.

—¿Más mujeres para que las mate? —pregunta, esperando que así sea.

La próxima vez no desaprovechará la oportunidad. No volverá a dejar que su estúpido ego se interponga como anoche. Debería haber dejado vivir a la chica. Al menos hasta que se hubiera encargado de Adrian. En lugar de responderle, Adrian tiende las dos manos hacia él. En una tiene un periódico y en la otra, una carpeta. Cooper queda decepcionado al ver lo que le ha traído. El sol entra por la puerta del sótano, por lo que puede leer el periódico fácilmente. Ve un dibujo en la primera página de alguien que se parece a uno de los profesores que tuvo en la escuela primaria, el señor Maynard, que solía fumar en pipa en clase cuando ese tipo de cosas aún se consideraban normales. Adrian deja la carpeta sobre la mesilla, dobla el periódico en dos y lo vuelve a doblar una segunda vez.

—Apártate —dice Adrian.

—¿Por qué?

—Quiero pasarte esto por la puerta.

—De acuerdo.

Cooper retrocede. Se oye el ruido de un pestillo de menor tamaño que el de ayer por la noche y Cooper tiene que recurrir a todo su poder de autocontrol para no echarse a correr e intentar agarrarle el brazo a Adrian. Finalmente consigue contenerse y no se mueve de sitio. Incluso si fuera lo suficientemente rápido como para agarrarlo, ¿qué podría hacer? ¿Morderle los dedos hasta que Adrian cediera a abrirle la puerta?

De hecho, la idea no es tan mala, pero ya es demasiado tarde. La portezuela se abre un segundo, el periódico cae por la abertura, Adrian devuelve el pestillo a su posición original y vuelve a aparecer por la ventanilla. Cooper avanza unos pasos y recoge el periódico.

—¿Qué hay en la carpeta? —pregunta, mientras la mira desde el otro lado del cristal.

—Hablaremos de eso enseguida —dice Adrian—. La policía te está buscando —dice—. ¿De verdad has matado a seis personas?

—¿Dónde está mi cámara?

—¿Qué cámara?

—Había una cámara en mi maletín. Y ahora ya no está.

—Ah, la quemé —responde Adrian—. En el incendio, no quería que la policía la encontrara.

—¿Estás seguro de que quedó destruida?

—Le eché gasolina por encima. Mira —dice. Empieza a rascarse el cuello y Cooper quiere creerle, pero no está seguro de que lo que le cuenta sea verdad—. Sale en el periódico. Hay una foto del incendio.

Cooper despliega el periódico con cuidado para no abrirse de nuevo la herida de la mano con el borde del papel. Está demasiado oscuro, no ve nada. Adrian se da cuenta y se aparta de la ventanilla para que la luz que viene del piso superior pueda entrar en la celda. Hay una fotografía de su casa, solo que ya no es su casa, sino una gran bola de fuego ubicada en su dirección postal.

—Dios mío —dice, a la vez que siente una náusea. Le encantaba su casa. Le encantaba—. Mi casa. La has destruido completamente.

—Lo sé, genial, ¿no? Eso ha evitado que la policía pudiera encontrar algo que sugiriera que eres un asesino en serie. He pensado que hoy podrías contarme cosas sobre la gente que pasó por aquí —dice.

—Mi casa —dice Cooper—. ¡Me has quemado la puta casa! —Levanta la mirada hacia Adrian, que lo mira confuso. En cuanto salga de este lugar piensa reducirlo a cenizas y Adrian podrá contemplarlo todo desde dentro, mientras goza de la comodidad de esta puta celda.

Aprieta los puños, el corte de su pulgar se abre ligeramente en algún punto y supura algo de sangre. Al menos la cámara quedó destruida. Tiene que haber sido así. En la foto también se ve su coche, que es donde le cayó la cámara, por lo que aunque estuviera mintiendo cuando ha dicho que le prendió fuego, debe de haber quedado destruida de todos modos.

Por fuerza.

Aunque tal vez no.

—Lo hice por ti —dice Adrian en voz más baja—. Para ayudarte.

Cooper baja el periódico. Lo dobla por la mitad y lo tira encima de la cama. «Pasito a pasito. Estás tratando con un tarado, recuérdalo.»

Un tarado que tiene a él y a su futuro en sus manos.

—Exacto, lo hiciste por mí. Me encantaba esa casa —dice, y piensa que gracias a Dios la tenía asegurada—. Pero tienes razón, es por mi bien y te agradezco que te preocupes tanto por mí.

—Ahora tu casa es esta —dice Adrian—, mientras que esa otra te estaba anclando a tu vida anterior. Además, tengo tu libro.

—¿Qué?

—Es bueno —dice Adrian.

—Por supuesto que lo es —replica Cooper—. ¿Cómo lo has conseguido? ¿Has impreso una copia desde mi casa?

—No. Se lo robé a alguien.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿A quién?

—A Theodore Tate. Está intentando encontrarte.

—Me suena ese nombre —dice Cooper, y al cabo de un momento ya sabe por qué. Theodore Tate ha salido en los periódicos unas cuantas veces en los últimos años por diferentes casos. Formaba parte de un equipo que investigaba el asesinato de una prostituta, o de alguien que atracó una gasolinera a punta de pistola. Luego saltó a los titulares cuando perdió a su hija en un accidente. El tipo que la mató desapareció, en teoría huyó del país para no tener que enfrentarse a la cárcel. Posteriormente Tate apareció de nuevo en los periódicos el año pasado, después de atrapar y matar a un asesino en serie.

—Es poli —dice Adrian—. En cualquier caso, no encontrará nada porque no hay nada que encontrar.

—¿Por qué tenía él el manuscrito? —pregunta Cooper, pero enseguida le sobreviene una pregunta aún más importante—. ¿Cómo se lo has quitado?

—No sé por qué lo tenía —responde Adrian—. Pero lo encontré en su casa.

—¿Lo has matado?

—No soy un asesino, ¿recuerdas? Lo dejé como lo encontré.

—¿Y qué hacías tú en su casa?

—No quiero hablar de ello —responde Adrian.

—Algo querrías hacer para llegar hasta allí. Está implicado de algún modo. Dime, ¿cómo?

—No sé en qué está implicado.

—Entonces, ¿por qué fuiste a su casa?

—Para conseguir esto —dice Adrian con la carpeta en la mano.

—¿Qué hay ahí dentro?

—Es un caso en el que está trabajando Tate.

—¿Qué caso?

—El caso Melissa X.

Cooper nota cómo un escalofrío le recorre el espinazo hasta llegarle a la entrepierna y se queda allí localizado. Se lleva la mano al testículo que le queda.

—¿Tate está trabajando en eso? —pregunta Cooper.

—Eso parece —responde Adrian.

—¿Puedo verlo?

—Para eso te lo he traído. Si eres amable conmigo, más tarde te lo dejaré leer.

—De acuerdo, Adrian, seguro. No hay problema. Pero recuerda que tienes que ir con cuidado, Adrian. ¿Y si te hubiera atrapado? ¿Qué habría sido de mí?

—No lo sé —responde Adrian—, no había pensado en ello. Yo no le habría contado nada acerca de ti a la policía, te lo prometo. No habrían venido a buscarte.

—Y me habría muerto de hambre aquí dentro —dice Cooper.

Entonces le viene a la cabeza Emma Green, encerrada en otra celda de otra clínica mental abandonada. Le dejó algo de agua, pero nada de comida. ¿Cuánta agua le dejó? Dos botellas, cree. Tal vez dos litros, en total. Más que suficiente para un día. Pensaba volver a la noche siguiente. Pero resulta que no ha sido un día. Han sido tres y medio. Si se la ha racionado, estará bien. Si se la bebió toda el lunes por la noche, después de que él se marchara, ya debe de estar muerta. Cuando salga de aquí no va a ser precisamente divertido acercarse a ver a Emma Green.

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