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Authors: Lisa Beth Kovetz

Tags: #GusiX, Erótico, Humor

El club erótico de los martes (14 page)

BOOK: El club erótico de los martes
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Brooke cerró la puerta por si alguno de los empleados pasaba por delante. Luego descolgó el vestido de la percha y se lo puso. La suerte genética de Brooke la había dotado de un cuerpo tremendamente estiloso de manera natural. Era tan alta, esbelta y recta como puede serlo una chica sin llegar a ser chico. La última adquisición de Bill se deslizó por su cuerpo y se adaptó a él, haciéndole parecer aún más plana a la vez que dejaba al descubierto su espalda musculosa. Brooke dio una vuelta desganada por el florido dormitorio de su madre y luego se desplomó en el diván situado a los pies de la cama.

—Al menos siempre incluye el ticket del regalo —dijo su madre arrastrando las palabras desde los cómodos almohadones de la cama. Y a continuación—: Tu querido novio carece de gusto.

La risita picara de su madre empezó a aumentar hasta convertirse en una risa estridente impropia de una dama. La risa se hizo más escandalosa y Brooke se dio cuenta de que su madre había empezado a llorar.

—Pobre Eleanor —sollozó la madre de Brooke.

—¿Pobre Eleanor? Creía que no te gustaba la madre de Bill.

—Y no me gusta. Lo que he querido decir, cariño, cuando he dicho «pobre Eleanor», es que estoy tremendamente furiosa porque su hijo perfecto ha arruinado la vida de mi hija.

Dicho esto, la madre de Brooke se acabó su
gin-tonic,
se levantó de la cama y bajó a la biblioteca para servirse otra copa del bar de su marido.

—Lo siento, cariño —dijo cuando Brooke entró en la habitación—. No es asunto mío cómo arruines tu vida.

—Mamá —empezó a decir Brooke, pero su madre no quiso girarse y mirarla.

De repente, su madre se quedó extasiada ante la luz que se refractaba a través del vaso tallado, y Brooke cruzó la habitación hasta situarse justo enfrente de ella, tapándole la luz que entraba por la ventana. Su madre intentó seguir evitando la mirada de Brooke dando un sorbo largo y profundo a su bebida fría.

—Mírame, madre —dijo Brooke con cierta autoridad—. Bill Simpson no me arruinó la vida. Los tatuajes sí.

El
gin-tonic
salió despedido de la nariz de su madre.

—Te quiero, Brooke —se rió—. Dios, cómo te quiero. Y siempre he querido lo mejor del mundo para ti. Siento muchísimo que tu vida sea una mierda.

Brooke permaneció ahí un rato, boquiabierta y pestañeando. Su madre parecía un gato al que descubren haciendo pis sobre la alfombra buena.

—Mi vida no es una mierda —dijo Brooke finalmente.

—Bueno, en realidad no quería decir «mierda». Ya sabes, cariño, no debería tocar la ginebra. Me hace ser demasiado honesta. Es decir, no honesta, bueno, ya sabes a qué me refiero —atacó su madre, luego se retractó y finalmente volvió a atacar—. Es sólo que siento mucho que te hayan salido mal tantas cosas. Lo de la pintura y el matrimonio. Estás tan sola... Me entristece mucho que no tengas nada que mostrar en la vida.

—Soy muy feliz, madre.

—No intentes engañarme, Brooke —dijo su madre con ternura—. ¿Por qué no te quedas en el apartamento que tiene la abuelita en la Quinta Avenida? Vives en esa horrible cosa de una habitación que tú llamas apartamento. ¡Ni siquiera tienes televisión por cable!

—¡Por cable! —exclamó Brooke—. Mamá, si ni siquiera tengo tele. ¿Y cuándo te has vuelto tan... tan... americana?

Había sido una extraña selección de adjetivos. La madre de Brooke reaccionó inclinando la cabeza hacia arriba y moviendo las manos en el aire. La mujer podía ubicar a sus ancestros en el
Mayflower
{4}
. Un poco mas americana y sería indígena.

—Quizá «americana» no sea la palabra adecuada —reconoció Brooke—. ¿Desde cuándo eres tan materialista? De nuevo, las manos al aire, esta vez indicando la mansión de una hectárea que albergaba más cristal que la Casa Blanca.

—Tampoco me refería exactamente a eso —admitió Brooke—. ¿No eras tú la que me dijo que «el Prozac es para las mujeres que no pueden permitirse viajar»? No estoy diciendo que tenga todo lo que desearía. Desde luego, mi vida habría sido distinta si me hubiera casado con Bill la primera vez que me lo pidió. Ahora tendríamos niños, y yo necesitaría espacio, así que probablemente volvería a instalarme en la Quinta Avenida. Ojalá mis cuadros aparecieran reseñados en los periódicos y revistas. Desearía que la gente me viera, y así podría sentir que estoy pintando para un público. Siento no tener niños. Siento no ser famosa, pero todo lo demás es estupendo. Disfruto de mi vida. Me duele, madre, que insistas en lamentarte de las cosas que me he perdido y que en realidad nunca quise.

—¿Eso hago?

—Sí. Por eso no me casé con Bill a los veinte. Fue la elección correcta para mí. No estaba preparada para la monogamia.

—Cariño, yo no estoy hablando de monogamia —dijo la madre de Brooke—. Estoy hablando de casarse. Que un hombre te jure amor y apoyo. Tampoco es que yo sea especialmente monógama, querida.

—Mamá, no necesito esa clase de apoyo. Tengo un fondo de inversiones. Me encanta pintar.

—¿Pero no quieres esto? —la madre de Brooke hizo un gesto abarcador con el vaso, indicando todo lo que se encontraba bajo el techo de su propia casa.

—¿Estás de broma? Quiero esto al menos una vez al mes, y por ello vengo a visitarte tan a menudo. Y cuando muráis, sería estupendo que papá y tú me legarais la mayor parte del porcentaje de la casa, dado que piensas que mi vida es una mierda sin ella. Hasta entonces, ninguna de sus partes encajará con mi pequeño y acogedor apartamento de soltera. Hasta entonces, viajo y juego y follo y como y pinto y juego y trabajo sólo un poco, y me lo paso realmente bien. Así que deja de llorar por mí.

—¿Eres feliz?

—¿Tú no lo serías?

La madre de Brooke se ventiló otro
gin-tonic.
La respuesta sincera era «no». Ella sería terriblemente infeliz con la vida de Brooke. Había pasado mucho tiempo desde que estuvo realmente enamorada de su marido, y aun así no podía imaginar divorciarse de él. Adoraba su casa, a sus niños y su estatus. Vivía con el temor de que una de sus aventuras le hiciera abandonar la seguridad de su distensión y desembocara en una petición de divorcio. Aunque gran parte del dinero de la herencia era de ella, sentía que todo se desmoronaría si él la dejaba; que, a pesar de poseer una consistente agenda de teléfonos, estaría sola en el inmenso mundo. No entendía de dónde sacaba su hija la fuerza para enfrentarse a la vida sin un contrato formal con un hombre.

Permaneció de pie sobre la alfombra buena observando a su hija. El efecto de «tu vida es una mierda, querida» había empezado a disiparse, y Brooke parecía tranquila.

—Me va todo bien, mamá —dijo Brooke.

La madre de Brooke estaba segura de que Brooke le estaba mintiendo para no preocuparla en exceso. «Lo más probable es que Bill esté teniendo una aventura —pensó—. Todos los indicios apuntan a eso. Bueno, si Brooke todavía no se siente capaz de hablarlo, no debo presionarla.» Entonces encontró una sonrisa amable que podía sacar a la superficie de su rostro. Una vez lograda, se la dedicó a Brooke.

—De acuerdo, entonces. Y ahora, por amor de Dios, vamos a devolver ese horrible vestido a la tienda de señoronas donde Bill lo haya encontrado y vamos a la ciudad a buscar algo decente que puedas llevar.

—Tiene el peor gusto del mundo, ¿verdad?

El mal gusto de Bill superaba los 5.000 dólares. Dinero en mano, Brooke y su madre llamaron a un chófer para que las llevara a la ciudad. Brooke indicó al conductor que las dejara en una esquina de un barrio de tiendas modernas, salpicado de maravillosas boutiques. Empezaron a recorrer la calle acariciando telas mientras las adulaban hombres y mujeres elegantemente desnutridos que trabajaban por un pequeño porcentaje de las ventas.

Salían y entraban de las pequeñas tiendas que anunciaban camisetas como piezas de museo de incalculable valor. Estaban buscando un vestido de fiesta que pudiera pasar de la percha al salón de baile sin modificaciones. Eso resultaría imposible para la mayoría de las mujeres, pero Brooke poseía ese cuerpo poco femenino para el que los diseñadores poco masculinos habían creado el vestido.

Todo le quedaba bien, pero con un vestido escotado y de rubíes de Lanvin parecía una diosa. El vendedor prometió plancharlo, envolverlo y enviarlo a casa de Bill. Brooke y su madre continuaron bajando por el otro lado de la calle, explorando en busca de los zapatos perfectos y un bolso de noche a juego.

—Demasiado brillantes —declaró su madre cuando Brooke descubrió unos preciosos zapatos de rubíes—. Los zapatos de satén con el talón descubierto y con sujeción van mejor con ese vestido.

Los zapatos que realmente quería Brooke, junto con el diseño de Lanvin, le dejaron sólo 20 dólares para el bolso a juego, que costaba 625 dólares.

—Compra los zapatos abiertos, y yo pagaré el bolso —le ofreció su madre, haciendo un leve gesto de disgusto ante el pensamiento de que Brooke cogiera los zapatos de salón brillantes en lugar de los que ella había ofrecido pagar. Esa escena se había repetido cientos de veces siendo Brooke adolescente, cuando su madre ejercía el poder de la tarjeta de crédito sobre el deseo de su hija de vestir de forma diferente del resto de las debutantes de guantes blancos. Brooke había perdido la batalla tantas veces que un par más de zapatos de talón descubierto cuando ella en realidad los quería de salón tampoco era una tragedia. Aun así, una mueca de desaprobación se paseó por la cara de Brooke. Antes de que ésta pudiera claudicar ante los zapatos sin talón, la madre de Brooke sintió un gran arrebato de pena y culpabilidad por su hija.

—Pero qué estoy diciendo —dijo de repente la madre de Brooke—. Tú los quieres cerrados. Y los zapatos con brillantes están muy de moda ahora. Y me encanta el bolso. Y tú deberías tener lo que quieras. Ven, vamos a llamarles rápidamente y aún tendremos tiempo de tomar un café. Voy a llamar al chófer para que nos recoja en la cafetería y te lleve a casa de Bill cuando estés lista.

Los zapatos perfectos de rubíes y el bolso de cristal a juego fueron pagados, envueltos e introducidos en una bolsa. Brooke y su madre cotillearon sobre la gente que las rodeaba mientras se tomaban una minúscula taza de café de diez dólares y compartían un bizcocho de arándanos de seis dólares sentadas en torno a una minúscula mesa.

—Llámame para contarme lo que lleva la gente —le recordó su madre conforme Brooke salía del taxi. Le gritó «pásatelo bien» cuando el coche se puso en marcha. Con dificultad, Brooke cruzó la acera con las bolsas hasta la entrada oscura y fría de la «casucha» que tenía Bill en la Quinta Avenida.

12

El espacio entre dos mundos

Las chicas se habían marchado. El tejado estaba reparado. Los condones viejos y usados que una vez salpicaron el patio trasero fueron enterrados bajo el nuevo jardín. Con un poco de suerte, los nuevos propietarios no tendrían perro. Lux contrató a Carlos para que pintara el interior con la excusa de que la casa era del amigo de un amigo del trabajo y necesitaba a un buen pintor, y que le pagaría en negro. Le pagó un sueldo aceptable y se sintió bien por ello. Luego vendió la casa.

El agente inmobiliario había pedido inicialmente una cantidad de dinero disparatadamente grande. Lux la dejó en 20.000 dólares y el lugar se vendió por 60.000 dólares por encima del precio inicial. Lux cambió de rumbo y compró un piso en Manhattan de dos dormitorios que requería trabajo duro.

—Sí, eh —dijo Carlos al teléfono con el llanto del bebé como música de fondo—, soy yo. Si, ya sabes, esos tipos del trabajo necesitan alguna vez... eh... ya sabes, alguien que les levante o les coloque cosas, llámame, ¿vale? En negro, ¿no?

—Sí, así funcionan ellos —dijo Lux recorriendo con el dedo la pintura desconchada de la cocina de Trevor—, y tienen otro sitio en Manhattan que necesita un poco de reforma y quieren que... pues eso, que me encargue yo. Decorarlo y esas cosas.

—¿Lo vas a pintar todo de lila?

Su agente inmobiliario le había indicado que pintara las paredes de color «lino irlandés», que es una forma pretenciosa de decir «beis».

—¿Quieres el trabajo o no? —dijo Lux metiendo presión, temiendo que Trevor saliera de la ducha mientras ella estaba al teléfono hablando con su ex sobre bienes inmuebles y pintura.

—Sí, sí. ¿Cuándo y dónde?

*

La cocina estaba destrozada. Lux encargó nuevos armarios y Carlos los colgó. Ella conservó el antiguo fregadero y decidió limpiarlo y pedirle a Carlos que lo incrustara en la nueva encimera. Carlos tenía mucha mano con el yeso y tapó hasta el último de los huecos que había en techo y paredes en un solo día. Enrollaron la alfombra y encontraron bichos y suelos de parqué. Carlos tenía un amigo que trabajaba para un tipo que tenía una lijadora, y el amigo accedió a pedirle la lijadora y el barniz y a rehacer los suelos el domingo a cambio de dinero en efectivo. Carlos trabajaba como un burro, y Lux iba los fines de semana a ayudarlo.

—No, no, mira, la semana pasada mi madre estaba enferma —le dijo a Trevor—. Este fin de semana mi amiga del instituto se puso mala y yo estoy cuidando a su bebé para que ella pueda descansar.

Hicieron falta seis semanas para que la gripe concluyera su ronda de visitas a todos los viejos amigos y familiares de Lux. En la última semana, Jonella fue a ayudar a Lux con la limpieza.

—Yo lo habría pintado lila —dijo Jonella mientras descansaban.

—Sí, yo también —asintió Lux mirando cómo los músculos de Carlos se contraían y estiraban bajo su camiseta.

—Quítate la camiseta —le ordenó Jonella.

—Tampoco tengo tanto calor —respondió.

—Bueno, pero nosotras sí —se rió Jonella.

Él soltó una carcajada como el gruñido de un gorila y le lanzó a Lux la camiseta sudada a la cabeza.

—Ahora los pantalones —dijo Jonella.

—No.

—Bah, venga, cariño.

—Tengo trabajo que hacer.

—¿Y?

—No llevo calzoncillos.

—Ah —dijo Jonella.

—¿Entonces ya se ha acabado el espectáculo? —preguntó Lux.

—Sí, no quiere acabar con pintura en la verga.

—No le culpo.

—Que os jodan a las dos, zorras chifladas, que intentáis bajarme los pantalones.

Pasó el rodillo por la pared, cubriendo toda la suciedad y las manchas, dejando un lienzo en blanco para que el inquilino de turno le diera su toque personal.

—¿Qué tal el trabajo? —preguntó Jonella mientras limpiaba a fondo el fregadero.

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