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Authors: Lisa Beth Kovetz

Tags: #GusiX, Erótico, Humor

El club erótico de los martes (10 page)

—No. Estábamos a punto de hacerlo. En el camión. El violó mi idea de cómo debía ser el sexo. Fue mi primera vez y me hizo sentirme barata e insignificante. Era un objeto sexual en rebajas. No valía ni unos pocos pasos más para llegar al lecho del camión. Estaba deshecha. No podía soportar ser yo misma por más tiempo, así que cambié.

—¿Y crees que cambiaste a mejor? —inquirió su tercera terapeuta.

—Creo que sí —dijo Margot—, pero sigo sin entender cómo puede alguien querer casarse.

*

Margot había visto al hijo de Trevor unas cuantas veces cuando él estaba en Yale, y luego una vez más después mientras movía los hilos para conseguirle un buen puesto de trabajo. Margot pensaba que era un buen chico, en el mismo sentido en que lo era Trevor, salvo que el chico aún rebosaba belleza de...

Juventud. «Trevor no se ha cuidado, mientras que yo sí. Ésa es la razón por la que el chico en plena juventud es considerablemente más guapo que el padre», se dijo Margot.

«Veamos lo que el señor Ping ha hecho de cena», dijo Margot en voz alta mirando la bolsa que contenía su cena. Comió espárragos y berenjenas mientras hojeaba un catálogo de Bergdorf en busca del vestido de noche perfecto.

Se comió sus verduras lentamente, pero aun así se terminó la cena con demasiada rapidez. Quería comer más o beber algo, quería volver al gimnasio, quería apalancarse delante de la televisión, pero Margot tenía demasiado autocontrol como para permitir que nada de eso ocurriera. Comer más haría que se pusiera excesivamente gorda. ¿Volver al gimnasio? Excesivamente delgada. La televisión te vuelve estúpido. ¿Era demasiado tarde para ir de tiendas? En unos grandes almacenes o en una boutique Margot se sentía tranquila y segura.

Su deseo insaciable e inalcanzable de cambiar de aspecto provocó que las bisagras de su armario estallaran literalmente. Los armarios abarrotados del piso de Margot albergaban un conjunto para cada ocasión. Tenía trajes de noche despampanantes que en realidad se ponía para fiestas de la empresa. Cuando se celebraba alguna gala benéfica se podía contar con que Margot pagase la mesa entera e invitase a todos sus colegas, en parte porque era muy caritativa y en parte porque necesitaba una excusa para comprar un vestido nuevo. Tenía tanto trajes informales como de vestir. Guardaba sus jerséis de cachemira amontonados en las bolsas de plástico con cremallera donde había venido envuelta su ropa de lino. Entre toda esta maravilla espectacular, Margot sólo tenía un par de vaqueros y un par de zapatos planos.

Cuando las puertas de la mole que tenía por armario ya no cerraban, Margot seleccionó, tiró y regaló ropa, lo que le valió el apodo de «Benevolencia» entre la gente. Recientemente, Margot había descubierto las bolsas de aspirador, que absorberían todo el aire de los espacios entre la ropa que metiera en ellas. Esto reducía las necesidades de almacenamiento de su armario, y Margot lo alabó como un milagro de la ciencia moderna.

Margot se quedó de pie delante de su espléndido armario. Miró la hora. No era demasiado tarde para ir de compras, pero incluso ese sedante placentero se estaba volviendo opresivo.

Siempre quedaba el maletín, pero Margot ya se había jurado no usar el trabajo como narcótico. Después de que su casero le denegara el permiso de poner esa puerta interior, las revistas de muebles perdieron el encanto y Margot abandonó la redecoración de su apartamento como método de relajación. Quería trabajar en algo que fuera suyo, algo que pudiera poseer. Pero a pesar de todo su dinero y placer, no era propietaria de nada. Margot se sentó junto a la mesa y miró por la ventana, en espera de alguna señal que le dijera que estaba preparada para empezar a crear su próxima vida. La preparación, para Margot, lo era todo.

Una vez un amante en retirada le gritó a la cara: «Eres una neurótica del control». Lo dijo como podría haberle dicho de qué color eran sus ojos.

«¡Ya lo sé! —le había gritado Margot en respuesta—. Si no sabes aceptarlo, ¡que te jodan!»

La preparación era algo bueno, y él no había conseguido entender por qué ella no estaba por la labor de enseñarle. El acto de besarse la preparaba para los tocamientos, que desembocaban en el sexo, de la misma forma que el instituto prepara para la formación superior, la cual aportaba las aptitudes necesarias para tener éxito en la Facultad de Derecho. A los cincuenta, Margot estaba preparada para empezar a crear algo que la motivara desde que cumpliera setenta años hasta el final de su vida. Margot no se sentiría realizada si llegara a los setenta y dijera: «Ay, Dios mío, mira dónde estoy. ¿Y ahora qué?». Como todo en su vida, los setenta fluirían con elegancia gracias a la tarea realizada a partir de los cincuenta.

Se acercó a su ordenador y lo encendió.

Como abogada, las palabras habían sido su pan de cada día. Las palabras habían iluminado la senda de la niña Margot, la estudiante Margot y la abogada Margot. Era lógico pensar que las palabras podrían iluminar el camino de la elegante anciana Margot. Se sentó y comenzó a teclear.

A los
50 49 50
55 Trevor seguía siendo un semental atractivo y sexy, y cuando se inclinó y la besó...

Margot se detuvo, pensando por un momento en el nombre. Utilizaría un término general que cambiaría más tarde.

...cuando Trevor se inclinó y la besó, la tierra se movió, pero eso fue sólo el principio. Besarla era una invitación abierta para que ella le devolviera el beso. Y eso haría. ¡Ay, cómo planeaba besar a ese hombre! Su obsesión por la comida sana y el aeróbic se veía recompensada cuando, incluso a los cincuenta, podía arrojar su vestido al suelo con las luces encendidas y sin preocuparse por encontrar el mejor ángulo para acercarse a la cama de él. La entrega absoluta era lo mejor para ella, y atravesó la habitación a zancadas, echó a un lado las mantas y cogió su pene fuerte y rígido con la...

«¿Pene? No —pensó Margot, "pene" es demasiado clínico. ¿Qué otra palabra es buena para "pene"?» Planificadora nata, Margot abrió un documento en blanco en su procesador de textos y procedió a hacer una lista de sinónimos de «pene». Tenía un aspecto tal que así:

Pene, polla, tranca, cola, paquete, pilila, pito, minga, verga, nabo, picha, apote, cimbel, plátano, manguera, serpiente, tercera pierna, partes nobles, salchicha, salami, genitales, taladradora, el badajo y los cascabeles, órgano viril, falo, soga, Raoul.

Eliminó «Raoul» porque en realidad sólo era aplicable a un fin de semana en concreto que había pasado en Brasil con un hombre en particular. Luego puso la lista en orden alfabético y la guardó en un archivo de fácil acceso para uso posterior. Satisfecha con su esfuerzo, repitió el proceso con «testículos», «pechos» y «vagina». Una hora después, con su diccionario casero dispuesto, Margot se sintió preparada para seguir escribiendo.

Trevor se tumbó en su sofá, y mientras las manos de Margot entretenían al badajo y los cascabeles, ésta buscó con la boca su...

Margot dejó otra vez de escribir. Estaba bien llamarle a él Trevor, pero le daba vértigo escribir sobre un personaje llamado «Margot». Quizá Ellen. Alma. Jennifer. Atlanta. Margot borró todo lo que había escrito y empezó de nuevo.

Atlanta entró en la habitación y el corazón de Trevor dejó de latir.
Caminó atravesó a zancadas
cruzó de un salto la habitación y aterrizó encima de él, y ahí empezó a tirar de las sábanas hasta tocar su...

«Soy una jodida loba. Parece que voy a tirármelo y luego comérmelo.» Sentada en la soledad de su apartamento, a Margot le dio la risa tonta mientras escribía.

...hasta tocar su... piel, y entonces Atlanta empezó a recorrer suavemente con el dedo el contorno de su pecho. Conforme su pecho, entre otras cosas excitantes, se acercaba al borde de su cinturón se iba poniendo cada vez más tenso, y Atlanta empezó a...

«Espera. ¿Qué tal el nombre
Atlanta Jane
? —pensó Margot—. ¡Sí! Me gusta. La convertiré en una de vaqueros cuando más adelante añada la parte narrativa a la sexual. Puede ser buena. Muy buena. ¿A quién conozco en la editorial que me deba un favor?»

Margot borró los últimos párrafos. Pensó en qué se sentiría al ser una mujer llamada Atlanta Jane y comenzó de nuevo.

Atlanta Jane se deslizó con gracia por la habitación. Trevor no podía apartar sus ojos de sus hermosos y voluptuosos pechos. Conforme ella se acercaba, las manos siguieron a los ojos. Tocó cada rincón de su cuerpo, recorriendo con las manos su espalda y las curvas endurecidas de sus nalgas.

«¿Curvas endurecidas? Sí, por qué no», pensó mientras el mundo grisáceo se escurría, reemplazado por cualquier otro color que ella decidiera añadir a su historia.

Con las manos en sus
glúteos culo trasero
glúteos, Trevor atrajo a Atlanta Jane al calor de su cuerpo. La hizo rodar hacia el centro de la cama y deslizó el tirante de su camisón fino de seda por el hombro, se lo bajó y se lo quitó. Empezó a besar esos pezones duros mientras ella acariciaba sus hombros incitándolo a bajar.

Sonó el teléfono. Margot estaba inmersa en su creación, pero su mano, tras tantos años de trabajo, le acercó automáticamente el auricular a la cara.

—Margot Hillsboro —dijo Margot en lugar de «hola».

—¿Margot? Soy Aimee. ¡No vas a creer a quién acabo de ver lamiendo la cara de Trevor en un bar del centro!

9

La última reunión en condiciones

Como un calmante para el dolor, la sensación recorría su cuerpo y entraba en el mío.

En la primera frase, Brooke levantó la mirada de su revista. Las manos de Lux temblaban un poco mientras leía.

Las puertas del gimnasio... podías oír cómo se abrían y cerraban, pero ya daba igual. Al ver a Carlos gemir y golpear la pared con el puño, yo también enloquecí con él, bajo él, hasta que llegó al final. Me abrazó y me besó en el cuello, lo cual era una cosa muy dulce, nada propio de él. Y cuando empecé a bajarme la falda, el señor Andrews, que daba Sociales, estaba de pie a nuestro lado, y me dijo algo así como que no nos delataría si le dejábamos participar. Eso era una estupidez, no te podrías ni imaginar hasta qué punto lo era. El señor Andrews era un idiota porque ya no éramos niños. En cuanto nos dijo algo así quedó claro que no podría llevarnos ante nadie. Si decía que nos había visto, nosotros diríamos lo que nos dijo. Vamos, que lo que estábamos haciendo iba contra las normas, pero lo que dijo él era peor. Yo le dije que no me follaría ni aunque viniera con un título de graduación para mí y todos mis amigos. Un par de semanas después, Carlos y sus amigos le pillaron por banda y le dieron una buena tunda. Por supuesto, los expulsaron. Y él dejó la enseñanza. Fin.

Lux cerró de golpe su cuaderno y lo estrechó contra su pecho.

—Es una chorrada, ¿a que sí? —preguntó Lux.

—No lo es —dijo Margot rápidamente.

—No es ninguna chorrada. Me ha gustado la parte en la que Carlos le pega una paliza —dijo Brooke—. Eso demuestra que aún quedan caballeros.

—¿A qué te refieres? —preguntó Lux.

—Carlos defendió tu honor.

—Sí, anda —dijo Lux en tono burlón—. A Carlos le gusta pegar a la gente que sabe que no lo delatará a la policía.

Lux se quedó sorprendida al oír las carcajadas que había suscitado la verdad clara y objetiva sobre el zumbado de su ex, Carlos. Estar con Carlos había sido un auténtico suplicio, y ellas eran un puñado de perturbadas sexuales niñas de papá si creían que pegar palizas a la gente era divertido. Aun así, Lux necesitaba a esas mujeres, así que intentó ser amable.

—Bueno. ¿Qué os hace tanta gracia? —preguntó.

—No era gracioso. En absoluto. Es horrible. Pero lo que has contado es sorprendente, por eso nos hemos reído —dijo Brooke.

Margot, sin decir nada, volvió a meter sus fichas cuidadosamente mecanografiadas en la parte del bolso que tenía cremallera. El relato erótico de vaqueros de Atlanta Jane resultaba estúpido e insignificante comparado con la vida que había vivido Lux. Además, si bien había indicado al ordenador que reemplazara el nombre del compañero sexy y de pelo canoso de Atlanta Jane, «Trevor», por «Peter», y le había plantificado pantalones de gamuza, un falo monstruosamente grande y el tatuaje de un lobo, seguía siendo otra fantasía sobre Trevor. Nadie lo sabría, pero Margot no podía leer su historia erótica acerca de Trevor en voz alta a la mujer que realmente se lo había chupado.

*

—¿Cómo puedes estar segura de que era Trevor? —le había preguntado enojada a Aimee la noche anterior por teléfono.

—Tenía el aspecto de Trevor.

—Puede que lo tuviera, ¿pero estás cien por cien segura de que era él?

—Dios, qué insistente —se rió Aimee.

—¿Y la chica?

—¿La que le lamía la cara?

—La que presuntamente le lamía la cara. Tú dices que era Lux, pero realmente lo único que identificaste fue su falda y sus medias.

—Y los zapatos.

—Bueno, y los zapatos.

—Zapatos azules y medias lilas.

—Puede que sea la moda. Después de todo, estabas en Greenwich
{3}
.

—Eran Lux y Trevor. Lo sé.

—Pero no tienes pruebas de ello.

—Madre mía, Margot, su aventura de «hombre viejo con chica guapa y tonta» te trae por la calle de la amargura.

—¿Por qué van detrás de las chicas jóvenes? —le había preguntado Margot a Aimee, pero, antes de que ésta pudiera contestar, Margot empezó a hablar de la suavidad de su culo cincuentón y de la firmeza de sus pechos aún sin lamer. Había tenido algún que otro problemilla de cirugía estética, admitió Margot, pero eso mejoró aún más el conjunto—. ¡Y por si fuera poco, soy tremenda en la cama! —le había gritado Margot a Aimee—. ¡Y después de hacerlo mantengo conversaciones excelentes! ¡Y puedo pagar a medias el precio de cualquier sitio al que quieras ir!

Todo este tiempo Margot imaginó que estaba a unos pasos de la cama de Trevor, cuando en realidad ese tramo ya estaba ocupado.

—No sé qué es lo que te vuelve tan loca —le había dicho Aimee riendo—. ¿No tenía una mujer o algo así?

—Ya no, están divorciados, dos hijos, hace cinco años. Fue un mal trago, pero ya está superado —le informó Margot a Aimee.

—¿Qué debemos hacer al respecto?

—¿A qué te refieres?

—A Lux y a Trevor.

—Pues... nada. Quiero decir... en fin... ¿qué podemos hacer nosotras?

La mejor escena de venganza que podía evocar la imaginación de Margot era hablar con Trevor en privado y tener una conversación sincera sobre los peligros del acoso sexual, ya fuera real o percibido, que podría originar el fracaso de una aventura amorosa con una empleada. «No tires piedras sobre tu tejado, no bailes con las chicas que te llevan el café», etcétera, etcétera. Escribió un breve correo electrónico a Trevor mientras hablaba por teléfono con Aimee.

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