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Authors: Lisa Beth Kovetz

Tags: #GusiX, Erótico, Humor

El club erótico de los martes (16 page)

BOOK: El club erótico de los martes
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«¿Quién necesita sentarse en una fiesta? Estaré bailando toda la noche», se dijo. Iba a estar fabulosa si encontrara la forma de agacharse para coger el vestido turquesa del suelo. Al final, con una maniobra de danza moderna que podría describirse como «Gusano arrastrándose por alfombra», Margot se introdujo en el vestido turquesa. Se las arregló para arquearse sobre sus pies y enderezarse para conquistar el mundo.

—Voy a Long Island. Me gustaría ir por la FDR hacia el Triborough —le dijo Margot al taxista, y le satisfizo su gruñido indignado de macho tercermundista ante su tono autoritario y su aspecto libertino. Él siguió sus instrucciones y se dirigió a la autopista FDR.

—¿Qué está haciendo, señora? —preguntó el taxista al no verla por el espejo retrovisor.

—Nada —dijo Margot, tumbada en el asiento trasero para poder seguir respirando.

Hacía una noche agradable y sólo llevaba consigo el chal más fino que tenía y un bolso sin asas con turquesas auténticas incrustadas. Si hiciera frío, le pediría la chaqueta a Trevor. El taxi llegó a la dirección que indicaba la invitación.

—¿Piensa bajarse? —preguntó el taxista.

—Por supuesto que sí. Deme sólo un minuto.

Margot esperó a que el coche que estaba enfrente de ella se quedara vacío y se marchara.

—Necesito que me abra la puerta, por favor.

El taxista miró por el retrovisor y no vio a nadie. «La zumbada esta está medio desnuda», pensó, pero salió del coche y le abrió la puerta. Margot salió del taxi como si su cuerpo estuviera metido en un bloque de hormigón, sacando en primer lugar los pies. Dio propina extra al taxista porque, aunque tenía los ojos como platos, no se rió.

Pusieron bebidas y entremeses antes de la ceremonia. Margot, en busca de Lux, se topó con Brooke y Aimee justo cuando la primera se estaba sirviendo un vaso de vodka.

—¡Esto es fabuloso! —proclamó Brooke a voz en grito.

El vodka estaba helado en un bloque de hielo metido en un balde. El balde tenía dos pequeñas sujeciones de metal a ambos lados ancladas en una mesita, lo cual permitía incluso a los invitados más ebrios seguir vertiendo vodka helado en un vaso con tan sólo ejercer con algunos dedos un poco de presión sobre el cuello de la botella. Alrededor del hielo, pingüinos formados con huevos duros y aceitunas salpicaban una montaña de Crisco y se deslizaban en un océano de caviar.

—¿Qué lleva puesto Lux? —quiso saber Margot.

—Todavía no la he visto —dijo Aimee.

La ex mujer de Trevor entró con elegancia.

—¡Eh, Candice! —Margot saludó con la mano y recibió una mirada en respuesta.

—¿Qué le pasa?

—Que tiene la energía diabólica suficiente para partirle la cara —se rió Brooke.

—Margot, creo que esa mujer te odia.

«Bien —pensó Margot—, pues que me odie. Espero que tenga razones para ello.»

—Hay mucha gente del trabajo —comentó Brooke mientras entraban en la sala donde se celebraba la ceremonia.

—Madre mía, ¿es eso Lux? —preguntó Margot de repente.

—Es la asistente del rabino —dijo Brooke.

—No sabía que Trevor fuera judío —dijo Aimee.

—No lo es —les informó Margot—. La novia sí.

—La ceremonia va a empezar —dijo Brooke mientras se servía un poco más de los pingüinos del vodka helado.

—Bien, entremos —dijo Aimee.

—Espera, un último baño de este caviar —suplicó Brooke.

—Tienes una mancha negra de caviar en la boca y, madre mía, Brooke, mira tus dientes —dijo Aimee, escarbando en su bolso en busca de un espejo de mano.

Brooke se limpió la cara e hizo un movimiento rápido alrededor de la boca con el último sorbo de su vodka.

—¿Dónde va a celebrarse la ceremonia? —preguntó Brooke.

—Ahí dentro —dijo Margot.

Al entrar en el engalanado santuario, bajaron el tono.

—Entonces, ¿dónde está la recepción? —susurró Aimee.

—Aquí mismo —dijo Margot—. Hay otra habitación ahí.

Margot señaló al fondo de la sinagoga, a una pared plisada.

—Es la sala del
bar mitzvah
{6}
. La pared se abre. Tiene un quiosco de música, pista de baile giratoria, de todo —dijo Margot.

—Qué religión más estupenda, que tiene a mano una pista de baile giratoria para eventos significativos —dijo Brooke.

En silencio ocuparon sus asientos en el lado del novio. Habían decorado la sinagoga con largas guirnaldas de color rosa chicle formadas con rosas teñidas y cintas que imposibilitaban el acceso a los bancos desde el pasillo interior. Uno tenía que elegir entre dar la vuelta por fuera o ser estrangulado por las flores.

—Es una princesa judía muy típica de Long Island —susurró Aimee a Brooke, y ésta dijo «shhh» con una risita.

Brooke, Aimee y Margot avanzaron altaneras hacia el centro y encontraron asientos cerca de las guirnaldas de flores. La música empezó y se hizo el silencio en la sala. La chica de las flores entró, mirando con suspicacia a los invitados y arrojando un solo pétalo de su gran cesta de flores a cada diez pasos. A continuación aparecieron una tía y un tío, y detrás una señora mayor ligeramente desconcertada, con un vestido azul lavanda que la favorecía mucho; se detuvo en mitad del pasillo como si de repente hubiera olvidado hacia dónde se dirigía. La hilera de rosas encadenadas en cada fila de asientos sólo le dejaban un camino posible, hacia el rabino que le sonreía esperando casar a alguien.

—Pero yo no soy judía —dijo la señora mayor a Margot, que se encontraba de pie al final de la fila.

—No querida, Teddy se va a casar con una chica judía. Ésta es la boda de Teddy —le contestó Margot.

—¿Teddy?

—El hijo de Trevor.

La mujer miró a Margot sin comprender y le cogió la mano. Mientras Margot luchaba por abrirse paso hacia el otro lado de las rosas, apareció de repente Trevor y condujo a su madre por el pasillo. «Gracias», le dijo a Margot por encima del hombro, y los ojos de ella se llenaron de lágrimas.

—Buf —susurró Brooke—. Matadme antes de que llegue a ese punto.

—¡Shhh! —le ordenaron Aimee y Margot al mismo tiempo.

Trevor se las arregló para depositar a su madre en algún lado y volver a tiempo para recorrer junto a su hijo el pasillo.

El rostro nervioso y excitado de Teddy no era nada comparado con las expresiones de dolor de sus padres. La tremenda aglomeración de familiares sobrecargaba la feliz ceremonia.

*

Teddy —le había confiado Trevor a Margot— nunca sentaría la cabeza. Desde luego nunca se casaría. Había estado viviendo con un dibujante de graffiti desde que sus padres se separaron. De pronto se inscribió en un master de administración empresarial y luego se prometió a esta chica tan tradicional de Long Island.

—No me gusta —dijo Trevor a Margot cuando ésta le preguntó por la boda—. Es demasiado ordinaria para él.

Trevor estaba soberbio, y Margot quiso extender la mano y tocar la manga de su esmoquin cuando él pasó por delante, pero esas enormes rosas impedían cualquier posible contacto. Cuando todos estuvieron reunidos, se atenuaron las luces y comenzó la marcha nupcial. De repente las luces se apagaron. Un segundo después una luz intensa iluminó el fondo de la sinagoga, revelando a la novia ahí sola, vestida de un blanco cegador. La madre de Trevor se quedó boquiabierta.

—¡Madre del amor hermoso! —susurró Brooke—. Es un vestido de boda de Barbie.

Aún sobrecogidas por el efecto del foco y la aparición como por arte de magia de la novia, ni Margot ni Aimee criticaron el arranque de Brooke. Si la novia lo había oído, no lo reflejaba con su deslumbrante sonrisa, recién blanqueada para la ocasión.

El traje de la novia, un brillante vestido de tubo con tirantes espagueti, arrastraba por el suelo. Aun así, la novia había insistido en hacerse una depilación completa de piernas y de ingles brasileñas que la habían dejado sin un solo pelo, desde los diminutos pelos del dedo gordo del pie hasta los pelos rizados que crecían en la hendidura entre la vagina y los muslos. Debería haber ido al salón de belleza el día anterior, pero Teddy la había arrastrado a alguna exposición de arte en la ciudad. Pospuso la sesión completa de depilación para las ocho de la mañana, pero se quedó dormida. Tras cancelar su reunión con el rabino, la novia fue corriendo en el último minuto al salón de belleza para que le hicieran la depilación corporal.

Fue un error. Se quedó horrorizada con los agujeritos rojos que cubrían sus piernas, dedos gordos y vagina, allí donde había habido pelo. Ella había pretendido estar más sexy que nunca ese día, pero había acabado pareciéndose a un pollo desplumado. Conforme se fue acercando la hora de la boda, los puntitos rojos fueron desapareciendo, pero una ligera sensación de quemazón le impidió ponerse medias. Por lo tanto, bajo su resplandeciente vestido blanco de tubo cortado al bies con tirantes de espagueti, la novia apenas llevaba un tanga blanco.

Margot fue la primera en percatarse, pero Aimee lo dijo.

—Madre mía, Margot, lleva el mismo vestido que tú —observó Aimee después de la ceremonia al entrar en la sala del bar mitzvah para cenar y bailar.

—¿Quién? —preguntó Margot como si no lo supiera.

—La novia.

—Qué va. El suyo es...

—Blanco —le informó Brooke.

—¿Qué puedo decir? Tiene un gusto excelente.

Brooke, Margot y Aimee se sentaban en la mesa número 11, con otros amigos de la oficina. No había ninguna tarjeta de color marfil con el nombre de Lux escrito en caligrafía.

—Creo que daré una vuelta por la fiesta antes de sentarme —dijo Margot a sus amigas mientras se acomodaban en la mesa.

La sala, que quizá no fuera tan bonita a la luz del día, resultaba elegante en la oscuridad. Había, tal como Margot había previsto, una pista de baile con espejos que giraba lentamente en el centro de la sala, lanzando piedras preciosas de luz que se reflejaban en las caras sonrientes de personas que deseaban lo mejor a los novios. Margot se quedó ahí parada. Estaría de pie toda la noche. Estaba simulando escuchar a la banda cuando Trevor llegó por detrás y la abrazó.

—Gracias.

—¡Oh! —exclamó ella ante su calidez—. ¿Gracias por qué?

—Por mi madre.

—Ah sí. Claro. Habría hecho más pero...

—... las flores.

—Sí —dijo ella.

—Unas rosas muy grandes.

—Exageradamente grandes. ¿Te encuentras bien?

—Eh, claro. Mi ex mujer está ahora tan enfadada conmigo como lo estaba cuando estábamos casados. No sé muy bien para qué nos molestamos en separarnos.

—Baila conmigo —dijo Margot, sin importarle que fuera una incongruencia.

—Sí, por favor —respondió Trevor, y la abrazó.

Le rodeó la cintura con sus brazos. Ella apoyó una mano en el cuello de su esmoquin al tiempo que se deslizaban por la pista. Margot llevaba zapatos de tacón casi todos los días de su vida, así que podía deslizarse con soltura con los tacones de aguja que la ponían casi a la misma altura que él. Él sintió un cuerpo fuerte y cálido entre sus manos y no se dio cuenta de que una parte del efecto estaba provocado por la lycra y la goma. Por un instante deambularon por la pista de baile como un tigre acechando en la jungla. El padre del novio no tenía grandes responsabilidades la noche de la boda, pero Trevor y Margot se metieron de cabeza en una de ellas.

—¿Puedo interrumpir? —preguntó la novia.

Por un momento, Margot la miró sin comprender, ocultando su indignación ante el hecho de que una arpía de veintitrés años con un vestido de tubo cortado al bies la hubiera hecho descender del cielo. Entonces Margot dio un paso atrás con elegancia y vio cómo Trevor arrastraba a esa joven con un vestido casi idéntico al suyo. Margot sonrió y se relajó mientras planeaba la retirada.

Brooke y Aimee la llamaron desde la mesa para que volviera con ellas, pero no podía ir a sentarse con las chicas y empezar a beber porque no podía sentarse. Viendo a Trevor bailar a lo lejos, la sonrisa de Margot empezó a petrificarse, y salió al pasillo. Recorrió con la vista la sinagoga en busca de un servicio.

El baño de señoras estaba abarrotado de primas, de las chicas de las flores y de las jóvenes damas de honor. No había nadie haciendo pis, sólo estaban plantificadas delante de los espejos hablando de chicos y jugueteando con el pelo. Una de las chicas estaba fumando y enseñando un pendiente nuevo que se había colocado en la ceja. Margot pensó en la posibilidad de abrirse paso a través de la multitud de chicas y esconderse en uno de los servicios, pero ahí también tendría que sentarse. No habría consuelo para ella en el baño esa noche.

Margot merodeó por la sinagoga dedicando una sonrisa forzada a amigos y otros extraños. Miró por la ventana hacia la tienda de regalos Hadassah, ya cerrada, aparentando interés por las tazas, los candelabros y libros sobre la Hannukkah. «Me compraría los candelabros porque son bonitos —pensó Margot haciendo la compra mentalmente—. Y me gustan esas velas trenzadas.» Todo lo demás era un poco excesivamente medieval como para interesarle realmente. Entonces su mirada se detuvo en una puerta que había detrás de la tienda de regalos que parecía conducir a otro cuarto de baño. Margot tiró de la puerta y vio que estaba abierta.

Un tocador con un espejo encima constituía el punto central de la habitación. El espejo estaba rodeado por una franja de luces, similares a las de un camerino entre bastidores. La ropa de calle de la novia estaba desperdigada por la habitación y Margot notó que, al igual que ella, la novia usaba unos estrechos vaqueros de Gap, de la talla 34. Margot se miró en el espejo y se maravilló ante la diferencia entre tener veintitrés y cincuenta.

Ninguna. Más dinero, más poder, más tranquilidad. «¿Qué he perdido?» Margot hizo una lista en su cabeza.

1) Atolondramiento.

2) Pobreza.

3) Inexperiencia.

4) La habilidad de tomar las decisiones equivocadas con rapidez.

5) Un amplio abanico de malas posibilidades, callejones sin salida y sufrimientos que llenan de obstáculos el camino correcta.

6) El estar descentrada.

7) La posibilidad de perder quince años descubriendo que una se ha casado con el hombre equivocado.

«No hay nada que merezca la pena en esa lista —pensó Margot—. Como mínimo, soy veinticinco años mayor que la mujer que se ha casado con Teddy. En estos años he ganado mucho; seguramente también haya perdido algo.» Margot se miró en el espejo iluminado. Tenía que torcerse e inclinarse para verse la cara, pero se dijo que había muy poca diferencia entre el blanco radiante de la novia y el turquesa profundo y maduro de su invitada. Separó la silla e intentó sentarse, pero la esclavitud a la que le sometía la lycra era más fuerte que la voluntad de Margot. Sencillamente, no podía doblarse.

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