—Puedes descansar en el taxi —le dijo Brooke—. Tenemos que ir a la calle Wooster a reunimos con tu madre.
—De acuerdo —dijo Aimee introduciendo con esfuerzo su barriga por la puerta abierta del taxi. Se sentó ahí y no se movió. No se deslizó hacia el otro asiento para que Brooke también pudiera entrar. Al final, Brooke tuvo que dar la vuelta y entrar por la otra puerta del taxi.
—Al sesenta y cuatro de Wooster —le indicó Brooke al taxista mientras cerraba la puerta de un portazo.
Llegaron al Soho y encontraron a la madre de Aimee de pie en la acera con su falda vaquera de vuelo y zapatos cómodos. Llevaba una bolsa negra para cámara de fotos colgada al hombro y un móvil pegado a la oreja.
—Aquí Mamá pájaro, el Águila ha aterrizado —le pareció a Aimee oír decir a su madre por el móvil antes de que lo apagase.
—Hola, mamá —dijo Aimee sacando su barriga del taxi—. ¿Por qué no has venido a comer?
—Tenía que recoger algunas cosas —empezó a explicar la madre de Aimee, y cuando una Brooke llena de pánico simuló desesperadamente que giraba un volante a espaldas de Aimee, añadió—: y había un tráfico tremendo por el puente.
—Ah —dijo Aimee, que no había visto la mala interpretación de Brooke—, bueno, ¿qué queréis que hagamos?
—Yo necesito una taza de café.
—Vale —dijo Aimee— pero una rápida. Estoy un poco cansada.
—Vamos por aquí —dijo Brooke, y condujo a Aimee a la entrada de una calle. Mientras Aimee conversaba con su madre, el dedo de Brooke apuntó al timbre del tercer piso; pero antes de que lo pulsara, un hombre musculoso abrió la puerta. Llevaba una caja de herramientas de carpintero y saludó a Brooke mientras les dejaba vía libre para entrar en el edificio.
—Ya está todo listo —dijo el carpintero al salir.
Brooke desvió la mirada y Aimee supuso que el carpintero era esquizofrénico o bien estaba hablando por un móvil minúsculo.
—¿Adónde vamos? —preguntó Aimee.
—Al tercer piso —dijo su madre.
—Es una cafetería privada que acaba de abrir —dijo Brooke abriendo la puerta.
—Mmm, interesante —dijo Aimee.
En otro momento habría sentido más curiosidad, más suspicacia respecto a los planes de su amiga, pero el embarazo, unido a la decepcionante fiesta y a su fatiga general le impedían centrarse en dos cosas a la vez. En ese instante, Aimee estaba observando los zapatos de Brooke.
—Creo que es la primera vez que te veo llevar playeras, Brooke.
—¿En serio?
—En serio.
—Pues a veces las llevo.
Aimee dejó que la condujeran a través del portal 64 de la calle Wooster. No preguntó: «¿Qué narices estamos haciendo?» o «¿Son legales las cafeterías privadas?» cuando cogieron el ascensor para subir al tercer piso.
—¿De qué marca son? —preguntó Aimee, que seguía mirando fijamente los zapatos de Brooke—. ¿Son unas Tretorn?
—Unas Keds —dijo Brooke esbozando una sonrisa.
—Anda, Keds —dijo Aimee, sintiendo de repente un interés exagerado por las playeras de Brooke—. Qué monas.
—¿Te encuentras bien, cariño? —le preguntó su madre cuando salían del ascensor.
—Sí, sólo es cansancio —dijo Aimee. Pensaba contarle toda la historia a su madre más tarde, cuando estuvieran solas en su piso. Le hablaría de la falta de interés que mostró su marido respecto a la amniocentesis, de la mediocre
baby shower
y de cómo la felicidad, cual novio desconsiderado incapaz de devolver una llamada, parecía evitarla últimamente.
—Por aquí —indicó Brooke mientras las dirigía hacia la puerta 3F. La abrió y entró. Aimee y su madre la siguieron.
Movimientos, susurros, más movimientos... y entonces se encendieron las luces.
—¡Sorpresa! —gritó un coro de amigos. Margot estaba ahí, y su amiga Ellen, de la facultad, y Toby, del instituto. Rodeada por un grupo de amigas sonrientes y su madre, Aimee, por un instante, sintió el amor que tanto tiempo había esperado.
—¡Ay! —Aimee dio un grito ahogado—. ¡Estáis aquí! ¡Toby! Madre mía, has perdido un montón de peso. ¡Ellen! ¿Qué tal estáis?
Aimee abrazó y besó a todos, excepto a dos personas que no conocía, un hombre y una mujer, sentados en taburetes y en albornoz. Conversaban cerca de la ventana.
—¿Por qué no habéis venido al restaurante? —preguntó Aimee—. Podríamos haber comido todos allí.
—Esto no es una comida, Aimee —dijo Brooke.
—Es trabajo —dijo Margot tendiéndole una cámara digital.
—Estas están un poco polvorientas —criticó la madre de Aimee descolgando la bolsa de su cámara del hombro.
—He conseguido la Nikon D70 —dijo Margot—. No sé si es buena, o la que quieres, pero cuando comentaste lo de probar con una digital no estábamos muy preparadas, así que tuve que coger el modelo que tuvieran en alquiler.
Aimee sostuvo la bonita cámara en sus manos.
—¿Cuándo dije que quería probar con una cámara digital? —dijo Aimee casi en un susurro.
—Hoy en la comida. Dos amantes, entrelazados, una foto desde algún punto entre esos dos cuerpos enredados —recitó Brooke como si de un menú se tratara, y no de una descripción estética.
Fue entonces cuando Aimee miró a su alrededor y se dio cuenta de que no estaba en ninguna galería de la calle Wooster. Era un estudio de fotografía. Una de las paredes blancas del fondo de la sala se fundía con el blanco suelo, creando la ilusión óptica de un espacio infinito. Había pantallas de lino y focos por toda la habitación esperando a que ella diera la señal. Y sus amigos estaban allí, todos en vaqueros y camisetas y zapatos cómodos, felices de ayudarla a hacer algunas fotos.
—Imaginamos que esto sería más divertido para ti que una comida y unos cuantos regalos envueltos en papel color pastel —dijo Brooke cuando Aimee se quedó ahí parada, mirándolos. Y entonces aparecieron las lágrimas.
—¡Madre mía! ¡Madre mía! Sois maravillosos. ¡Ay! ¡Esto es precioso! ¡Oh! —Aimee derramó lágrimas de crema facial.
Tuvo que abrazar y besar a cada uno de ellos y decirles lo estupendos que eran veinte veces antes de estar preparada para trabajar. La visión de la plataforma de resina acrílica, construida según las indicaciones de Aimee, suscitó más lágrimas y sollozos.
—Hay otra sesión a las siete —le avisó Margot— así que más vale que no empieces a llorar otra vez.
Los modelos que estaban junto a la ventana dejaron de hablar y se quitaron los albornoces, revelando dos preciosos cuerpos desnudos.
—Vale, vale, comencemos entonces —dijo Aimee, y su mente empezó a funcionar de esa forma tan eficaz—. Quiero que la caja esté aquí, y Toby, a ver si puedes conseguirme una cartulina para quitar algo de luz. Margot, ten preparada la cámara digital. Voy a empezar con mi propia cámara. Ellen, ¿te importa ponerle el carrete?
—¿Qué quieres que hagamos? —le preguntó uno de los modelos.
—Poneos en la plataforma y empezaremos con unos besos —indicó Aimee.
El estar tumbada bajo dos extraños desnudos en una caja de plástico hizo que Aimee se sintiese sudorosa, joven y fuerte. Recuperó su antigua ilusión y empezó a dar instrucciones y ánimos. Quería conseguir una imagen que describiera lo que significa sentir pasión. Los modelos, que se habían conocido en el estudio, se abrieron de piernas y se pusieron de cuclillas y se recorrieron mutuamente con la lengua. El hombre tenía un anillo en el pezón y la mujer estaba agujereada por una variedad aún más amplia de sitios. Empezaron mostrándose bruscos, e incluso un poco fríos. Aimee lo toleró un rato, pero eso no era lo que ella buscaba.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Aimee a la mujer desnuda y agujereada.
—Enid —dijo.
—De acuerdo, Enid, éste es Brock. ¿Es ése tu verdadero nombre, Brock?
—Eh, no. Es mi nombre artístico —dijo él.
—¿Cuál es tu verdadero nombre?
—Tom.
—Vale, Tom, ésta es Enid. Sé amable con ella.
La sencilla instrucción de Aimee relajó a los modelos. Con un ojo puesto en el reloj, Aimee encontró los momentos que había estado buscando mientras las agujas avanzaban desde las 16.30 hasta las 19.00.
—Tengo que llamar —dijo Brooke—. El siguiente grupo está subiendo por el ascensor.
Aimee sonrió. Rodeó a Brooke con sus brazos y la abrazó.
—Gracias —dijo—. Ha sido fantástico.
—Bueno, chicos —llamó Brooke a sus amigos—. Se acabó. Volvamos a casa de Aimee y echemos un vistazo a las fotos.
Cuando regresaron a casa de Aimee, Margot, con ayuda de la madre, descargó directamente el contenido de la cámara digital Nikon en la gran televisión. Las imágenes mostraban cómo una mujer insensible se iba volviendo tierna.
—¡Ésa! —gritó Aimee, señalando la imagen de la pantalla—. Ésa es la que quiero. ¿Qué número es? ¿Alguien me la puede apuntar, por favor?
—Me gusta el modo en el que ella despliega su cuerpo hasta encontrar el punto en que él la está tocando —dijo Toby.
—Y la sombra de él cayendo sobre ella es increíble —comentó Brooke.
Tan sólo la madre de Aimee parecía estar molesta. Se había separado de la masa negra formada por los amigos de Aimee, se había servido un plato de comida y vagaba inspeccionando la pila de regalos para el bebé en tonos pastel.
—¿Se encuentra bien, señora C? —preguntó Brooke.
—Sí, estoy bien.
—Parece disgustada.
—Bueno, es sólo eso. En fin, es que no consigo entender por qué iba a querer una mujer eso —dijo la madre de Aimee.
—¿Quiere decir una sesión fotográfica en vez de una
baby shower
? —preguntó Brooke.
—No, me refiero a los pendientes de agujero que tiene en su cosita —dijo la madre de Aimee señalando con la cabeza a Enid, que estaba sentada en un rincón apartado del piso de Aimee hablando íntimamente con Tom.
—Bueno —empezó a decir Brooke, y luego hizo una pausa como si realmente estuviera sopesando todo el abanico de impulsos psicológicos que podían provocar que una mujer se agujereara los labios de su vagina—, creo que un pendiente de clip sería ya demasiado doloroso.
La madre de Aimee se rió.
—Y además, ya sabes, los pendientes de clip pueden ser muy chabacanos —añadió Brooke, provocando otra carcajada en la madre de Aimee.
—¿Crees que Aimee está contenta con la fiesta? —preguntó su madre.
—Vamos a averiguarlo —dijo Brooke atravesando con la madre de Aimee el piso y uniéndose a la tertulia del sofá.
—¿Estás contenta de las fotos que has hecho? —preguntó Brooke a Aimee.
—Desde luego. Hay una en particular que voy a ampliar a tamaño póster —dijo Aimee—. Gracias por este día. Ha sido perfecto.
—Ven a comer algo —dijo Brooke.
—Anda, como si no llevara todo el día tragando —dijo Aimee.
Aimee se sentó en el sofá con sus amigos y comió y abrió regalos. Ellos gritaron embelesados al ver la ropita y los juguetes, y uno por uno se fueron marchando. Toby tenía que coger un tren y Ellen se dirigía a Europa y estaba de paso en la ciudad. Al final, después de besar a su madre y abrazar a Brooke y a Margot, Aimee se quedó sola en su amplio piso con su barriga y sus regalos y las fantásticas fotografías que había hecho ese día. Fue, como luego le diría Aimee a su madre por teléfono, el mejor día de su vida.
Bichos y ratones
El lápiz de Lux se quedó inmóvil sobre el cuaderno.
Si no sintiera tanto miedo de los bichos y los ratones, correría por el bosque con el perro de noche. Sería capaz de romperme los huesos para romper las cadenas que me atan los brazos al cuerpo y...
¿Y? El lápiz tamborileaba sobre la palabra «y». No sabía qué más escribir después del «y». Parecía que la palabra se había quedado colgando. A veces escribía «pero» en lugar de «y». Aun así, la siguiente frase no se materializaba ni en su mente ni en el papel. Las imágenes llevaban semanas persiguiéndola, y había llegado a creer que cuando encontrara las demás palabras sabría qué hacer con su vida, al menos por un tiempo.
Trevor salió del dormitorio en albornoz, aún con marcas de la almohada en la mitad de la cara. Entró somnoliento en la cocina y se sirvió un vaso de zumo, mirando a Lux mientras se lo bebía.
—¿Dónde has estado últimamente, cariño?
Lux mantuvo la mirada en su cuaderno. Todo empezaba estupendamente hasta que él pronunciaba el «¿dónde estabas, zorra?». Trevor hablaba con dulzura; utilizaba el verbo auxiliar («has»), una palabra cariñosa («cariño») y una palabra extra («últimamente»), que implicaba una mayor cantidad de información. Según la experiencia de Lux, cualquier conversación que comenzara con «dónde estabas» acababa con un moratón en el brazo o un mordisco en el culo.
—Ya te lo he dicho, he estado echándole una mano a Jonella con el bebé porque ella estaba mala.
—Sí, pero...
—Eso es lo que pasó —dijo Lux con tanta firmeza que Trevor supo que le estaba ocultando algo.
—Lo comprendo, pero... eh... ¿va todo bien?
—Sí —dijo Lux.
—¿Sí qué?
—Sí, Trevor, todo va bien, ¿por qué coño no me invitaste a la boda de tu hijo?
Trevor paró mientras la culpa le golpeaba de lleno en la cara. «No la he invitado a la boda y ahora la conejita está enfadada conmigo», pensó Trevor malinterpretando lo que decía Lux. Trevor creyó que el hecho de que Lux le estuviera gritando por haberla excluido de la fiesta significaba que estaba enfadada con él por haberla excluido de la fiesta. No era así. Lux pasaba olímpicamente de la boda de Teddy. Lux estaba asustada y estaba haciendo lo posible para que no la pegara o, lo que es peor, la mordiera.
«Esquivar» era una de las palabras de la lista de conceptos y frases de Lux que quería hacer suya y utilizar. Una vez que descubrió cómo se escribía y encontró un diccionario, aprendió que significa: a) rechazar un ataque; b) evitar responder a una pregunta directamente. Cada pelea que Lux había tenido en su vida, incluso las batallas que ganaba, acababan con un nuevo moratón en su cuerpo porque nunca había oído la palabra «esquivar» y por lo tanto no entendía que también podía defenderse huyendo. Le gustaba el concepto, y estaba trabajando para perfeccionarlo. Su pregunta sobre qué había pasado con su condenada invitación de boda era una defensa en forma de ataque. Era demasiado complicado para que Trevor lo entendiera, y tampoco pretendía que lo hiciera.
—La boda. Sí. Maldita sea, lo siento, Lux. Fue un gran error. ¿Por eso estás enfadada? Las invitaciones se enviaron hace semanas y mi mujer fue quien hizo la lista de invitados y... ay, conejita, fue una noche espantosa. Te lo habrías pasado fatal. Yo lo pasé fatal. Pero debería haberte llevado.