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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El Bastón Rúnico (28 page)

BOOK: El Bastón Rúnico
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Desde la figura que se erguía sobre ellos surgió una risa débil y musical.

—No soñáis, extranjeros. Somos hombres como vosotros. La masa de nuestros cuerpos sólo está alterada un poco, eso es todo. No existimos en las mismas dimensiones que vosotros, pero somos perfectamente reales. Somos los hombres de Soryandum.

—De modo que no habéis abandonado vuestra ciudad —dijo Oladahn—. Pero ¿cómo habéis alcanzado este… peculiar estado de existencia?

El hombre fantasma volvió a reír.

—Mediante el control de la mente —contestó—, el experimento científico y un cierto dominio del tiempo y del espacio. Lamento que sea imposible describir cómo alcanzamos este estado, ya que, entre otras cosas, lo hemos conseguido mediante la creación de un vocabulario completamente nuevo, y el lenguaje que yo tendría que utilizar para explicarlo no significaría nada para vosotros. No obstante, podéis estar seguros de una cosa…

Poseemos una excelente capacidad para juzgar a las personas, y es por ello por lo que os hemos reconocido a vosotros como amigos potenciales, y a esos otros como enemigos reales. —¿Enemigos vuestros? ¿Cómo es eso? —preguntó Hawkmoon.

—Os lo explicaré más tarde.

El hombre fantasma se inclinó hacia adelante hasta encontrarse sobre la figura de Hawkmoon. El joven duque de Colonia sintió una extraña presión sobre su cuerpo y después fue elevado del suelo. Aquel hombre podía parecer intangible, pero sin duda alguna era mucho más fuerte que cualquier ser mortal. Desde las sombras surgieron otros dos hombres fantasma. Uno de ellos cogió a Oladahn, mientras que el otro levantaba una mano y, de algún modo extraño, producía una radiación en la mazmorra que, a pesar de ser muy suave, fue suficiente para iluminar todo el lugar. Hawkmoon observó que los hombres fantasma eran altos y delgados, que tenían rostros enjutos y elegantes y ojos aparentemente ciegos.

Al principio, supuso que el pueblo de Soryandum era capaz de atravesar los muros sólidos, pero ahora se dio cuenta de que habían entrado procedentes de la parte superior de la mazmorra, ya que aproximadamente a media altura del muro se abría un largo túnel.

Quizá en un lejano pasado ese túnel fue utilizado como una especie de tobogán, para dejar caer por él sacos de mercancías.

Entonces, los hombres fantasma se elevaron en el aire en dirección al túnel, sosteniendo a los dos hombres encadenados, entraron en él y se desplazaron hacia arriba, hasta que se pudo ver luz en el extremo más alejado… Era la luz de la luna y las estrellas. —¿Adonde nos lleváis? —susurró Hawkmoon.

—A un lugar más seguro donde podamos liberaros de vuestras cadenas —le contestó el hombre fantasma que le transportaba.

Una vez que llegaron a la parte superior del túnel y sintieron el frío de la noche, se detuvieron un momento para permitir que el que no llevaba carga alguna se adelantara para asegurarse de que no había por allí guerreros de Granbretan. Éste hizo una seña a los otros, indicándoles que le siguieran, y todos se desplazaron por las calles arruinadas de la silenciosa ciudad, hasta que llegaron a un sencillo edificio de tres pisos, que se encontraba en mejores condiciones que el resto, pero en el que no parecía existir ninguna entrada al nivel del suelo.

Los hombres fantasma volvieron a elevar a Hawkmoon y a Oladahn y, al llegar a la altura del segundo piso, pasaron a través de un amplio ventanal, introduciéndose en la casa.

Se detuvieron en una estancia vacía de todo tipo de ornamentación y los depositaron suavemente en el suelo. —¿Qué es este lugar? —preguntó Hawkmoon, a quien todavía no le parecía seguro confiar en lo que le decían sus sentidos.

—Aquí es donde vivimos —contestó el hombre fantasma—. No somos muchos.

Aunque vivimos durante siglos, somos incapaces de reproducirnos. Eso fue lo que perdimos al convertirnos en lo que somos.

Ahora, otras figuras salieron por una puerta. Algunas de ellas eran mujeres. Todas mostraban el mismo aspecto hermoso y grácil, y todos los cuerpos eran de una opacidad lechosa; ninguno de ellos portaba ropas. Los rostros y los cuerpos no parecían tener edad alguna, apenas si eran humanos, pero irradiaban tal sensación de tranquilidad, que Hawkmoon se sintió inmediatamente relajado y seguro.

Uno de los recién llegados traía con él un pequeño instrumento, apenas mayor que el dedo índice de Hawkmoon. Se inclinó y lo aplicó sobre los diferentes candados que cerraban las cadenas. Los candados se abrieron uno tras otro, hasta que, finalmente, Hawkmoon y Oladahn se encontraron libres.

Hawkmoon se sentó en el suelo, frotándose los doloridos músculos.

—Os lo agradezco —dijo —. Me habéis salvado de un desagradable destino.

—Nos alegramos de haberos sido de alguna ayuda —replicó uno de los hombres fantasma, algo más bajo de estatura que el resto—. Soy Rinal, antiguo jefe consejero de Soryandum —se presentó, adelantándose y sonriendo—. Y nos preguntamos si os interesaría sernos de alguna ayuda para nosotros.

—Me encantaría realizar cualquier cosa a vuestro servicio, en pago por lo que habéis hecho por nosotros —replicó Hawkmoon con seriedad—. ¿De qué se trata?

—Nosotros también nos encontramos en grave peligro ante esos extraños guerreros con sus grotescas máscaras bestiales —le dijo Rinal—. Porque tienen la intención de arrasar Soryandum. —¿Arrasarla? Pero ¿por qué? Esta ciudad no representa ningún peligro para ellos… y se encuentra demasiado lejos como para que deseen anexionársela.

—No tanto —dijo Rinal—. Hemos escuchado sus conversaciones y sabemos que Soryandum tiene cierto valor para ellos. Desean construir aquí una gran estructura para almacenar avíos de guerra y cientos de sus máquinas voladoras. De ese modo, desde aquí podrán enviar sus máquinas voladoras contra los territorios adyacentes, para amenazarlos y apoderarse de ellos.

—Ya entiendo —murmuró Hawkmoon—. Eso tiene sentido. Y esa es la razón por la que D'Averc, el ex arquitecto, ha sido elegido para cumplir esta misión particular. Aquí ya hay suficientes materiales de construcción que podrían ser remodelados para formar una de sus bases de ornitópteros. Por otro lado, el lugar es tan remoto que pocos se darían cuenta de su actividad. De ese modo, el Imperio Oscuro contaría a su favor con el factor sorpresa en cuanto decidiera lanzar un ataque. ¡Debemos detenerlos!

—Así debe ser, aunque sólo sea en beneficio nuestro —siguió diciendo Rinal—.

Nosotros formamos parte de esta ciudad desde hace mucho más tiempo del que podáis imaginar. Tanto ella como nosotros existimos como una misma cosa. Si la ciudad fuera destruida, nosotros también pereceríamos.

—Pero ¿cómo podemos detenerlos? —preguntó Hawkmoon—. ¿Y cómo puedo yo seros de alguna ayuda? Sin duda alguna, debéis tener a vuestra disposición los recursos de una ciencia muy sofisticada. Yo sólo dispongo de mi espada…, ¡e incluso ésa está en manos de D'Averc!

—Ya os he dicho que estamos inextricablemente unidos a la ciudad —siguió diciendo Rinal con paciencia—. Y así es, exactamente. No podemos alejarnos de ella. Hace ya mucho tiempo que nos desembarazamos de cosas tan poco sutiles como las máquinas.

Todas ellas fueron escondidas en una colina situada a muchos kilómetros de distancia de Soryandum. Ahora necesitamos una en particular, y nosotros no tenemos acceso a ella.

Vos, sin embargo, podréis obtenerla para nosotros gracias a vuestra movilidad mortal.

—Con mucho gusto —dijo Hawkmoon—. Si nos indicáis la localización exacta de esa máquina, os la traeremos. Será mejor que nos marchemos pronto, antes de que D'Averc se dé cuenta de que hemos escapado.

—Estoy de acuerdo en que esa tarea debe realizarse lo antes posible —asintió Rinal—, pero he omitido deciros una cosa. Ocultamos las máquinas en una caverna cuando aún éramos capaces de alejarnos algo de Soryandum. Para estar seguros de que nadie acudiría a buscarlas, las protegimos con una máquina bestia…, un terrible artilugio diseñado para aterrorizar a cualquiera que descubriera el lugar. Pero esa criatura de metal también puede matar…, y matará a cualquiera que, no siendo de nuestra raza, se atreva a entrar en la caverna donde están las máquinas.

—En ese caso, decidnos cómo podemos anular a esa bestia —dijo Oladahn.

—Únicamente podéis utilizar un método —contestó Rinal con un suspiro—. Tenéis que luchar contra ella… y destruirla.

—Ya entiendo —asintió Hawkmoon con una sonrisa—. De modo que acabo de escapar de una dificultad para tener que enfrentarme con otra apenas menos peligrosa.

—No —dijo Rinal levantando una mano—. No os exigimos nada. Si creéis que vuestra vida será más útil poniéndola al servicio de alguna otra causa, olvidaros inmediatamente de nosotros y seguid vuestro camino.

—Os debo la vida —replicó Hawkmoon—. Y mi conciencia no se quedaría tranquila si me limitara a marcharme de Soryandum sabiendo que vuestra ciudad será destruida, vuestra raza exterminada, y que el Imperio Oscuro contará así con la posibilidad de penetrar aún más profundamente en el este de lo que ya ha hecho. No… Haré todo lo que pueda, aunque no será nada fácil sin contar con armas.

Rinal hizo una seña a uno de los hombres fantasma, que abandonó la estancia para regresar al cabo de un rato con la espada de combate de Hawkmoon, y el arco, las flechas y la espada de Oladahn.

—Nos ha sido muy fácil recuperarlas —dijo Rinal con una sonrisa—. Y tenemos otra arma especial para vos. —Le entregó a Hawkmoon el pequeño artilugio que antes había utilizado para abrir los candados—. Esto fue lo único que conservamos cuando ocultamos nuestras otras máquinas. Es capaz de abrir cualquier cerradura… Todo lo que tenéis que hacer es apuntar hacia ella con esto. Os ayudará a entrar en el almacén principal donde la bestia mecánica guarda las viejas máquinas de Soryandum. —¿Y cuál es la máquina que deseáis que os encontremos? —preguntó Oladahn.

—Se trata de un pequeño artilugio que tiene aproximadamente la cabeza de un hombre. Tiene los colores del arco iris, y reluce. Su aspecto es el del cristal, pero al tacto parece metal. Posee una base de ónice de la cual se proyecta un objeto octogonal. Es posible que en el almacén haya dos. Si podéis, traed los dos. —¿Qué es lo que hace? —inquirió Hawkmoon.

—Eso lo veréis cuando regreséis con él.

—Si es que lo conseguimos —observó Oladahn con un sombrío acento filosófico.

4. La bestia mecánica

Después de haberse recuperado con buena comida y vino robados a los hombres de D'Averc por los hombres fantasma, Hawkmoon y Oladahn se ciñeron las armas y se aprestaron para abandonar la casa.

Sostenidos por dos de los hombres de Soryandum, fueron suavemente depositados sobre el suelo.

—Que el Bastón Rúnico os proteja —susurró uno de ellos mientras la pareja se dirigía hacia los muros de la ciudad—, pues hemos oído decir que estáis a su servicio.

Hawkmoon se volvió para preguntarle cómo se había enterado de ello. Era la segunda vez que alguien le decía que estaba al servicio del Bastón Rúnico; y, sin embargo, no tenía la menor conciencia de estarlo. Pero el hombre fantasma se desvaneció antes de que él pudiera preguntarle nada.

Frunciendo el ceño, Hawkmoon emprendió la marcha hacia las afueras de la ciudad.

A varios kilómetros de distancia de Soryandum, entre las colinas, Hawkmoon se detuvo para orientarse. Rinal le había dicho que buscara un mojón hecho de granito, dejado allí varios siglos antes por sus antepasados. Finalmente lo vio. Era una vieja piedra que parecía de plata bajo la luz de la luna.

—Ahora tenemos que dirigirnos hacia el norte —dijo—, en busca de la colina de la que se extrajo esta piedra de granito.

Media hora después distinguieron la colina. Por su aspecto parecía como si, en alguna época lejana, una espada gigantesca la hubiera cortado, aunque ahora dicha característica parecía natural puesto que la hierba había vuelto a crecer en ella.

Hawkmoon y Oladahn cruzaron el césped primaveral hasta llegar a un lugar donde unos espesos matorrales crecían contra la pared de la colina. Apartándolos, divisaron una estrecha abertura en la pared. Aquella era la entrada secreta a los almacenes donde los hombres de Soryandum guardaban sus máquinas.

Se metieron por ella y los dos hombres se encontraron en el interior de una gran caverna. Oladahn encendió la antorcha que habían traído consigo para ese propósito, y a la luz de la misma observaron una gran caverna cuadrada que, evidentemente, había sido hecha de modo artificial.

Recordando las instrucciones recibidas, Hawkmoon cruzó la caverna, dirigiéndose hacia la pared más alejada, buscando una pequeña señal que debía estar situada a la altura del hombro. Finalmente la vio… Era una señal escrita con caracteres desconocidos para él. Debajo de ella había un pequeño agujero. Hawkmoon sacó el instrumento que se le había entregado y lo apuntó hacia el agujero.

Experimentó una sensación hormigueante en la mano al aplicar una ligera presión sobre el instrumento. Delante de él, la roca empezó a retemblar. Una poderosa bocanada de aire hizo oscilar las llamas de la antorcha, amenazando con apagarlas. La pared empezó a brillar, se hizo transparente y terminó por desaparecer completamente.

«Seguirá estando allí —les había dicho Rinal —, pero habrá sido removida temporalmente a otra dimensión.»

Cautelosamente, con las espadas en las manos, los dos hombres se introdujeron en un gran túnel lleno de una fría luz verde procedente de paredes que semejaban vidrio fundido.

Delante de ellos se encontraron con otra pared. En ella sólo había un único lugar rojo, y Hawkmoon apuntó su instrumento hacia él.

Una vez más se produjo una repentina bocanada de aire. En esta ocasión casi estuvo a punto de derribarlos. Después, la pared resplandeció con un color blanco que adquirió un lechoso color azulado antes de desvanecerse por completo.

Esta parte del túnel tenía el mismo color azulado lechoso, pero la pared que se extendía ante ellos era negra. Una vez que ésta se hubo desvanecido también, entraron en un túnel de piedra amarillenta y supieron que la cámara principal de almacenamiento y su guardián se encontraban ante ellos.

Hawkmoon se detuvo un momento antes de aplicar el instrumento a la pared que tenían ante ellos.

—Debemos ser hábiles y movernos con rapidez —le dijo a Oladahn—, porque la criatura que está al otro lado de esta pared se activará en cuanto perciba nuestra presencia…

Se calló al escuchar un sonido apagado…, un fantástico fragor y estruendo. La pared se estremeció como si algo hubiera lanzado contra ella un enorme peso desde el otro lado. Oladahn contempló la pared con expresión dudosa.

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