Read El Bastón Rúnico Online

Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El Bastón Rúnico (31 page)

BOOK: El Bastón Rúnico
10.8Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Envuelto en su capa, Hawkmoon permaneció junto al foque, contemplando cómo la ciudad de Zonguldak desaparecía poco a poco tras ellos.

Cuando el puerto se perdió de vista, la lluvia empezó a caer en forma de gruesos goterones, y Oladahn subió a cubierta para buscar a Hawkmoon.

—He limpiado nuestros camarotes lo mejor que he podido, duque Dorian, aunque no creo que podamos librarnos del olor que despide el barco, y supongo que habrá pocas cosas capaces de asustar a las enormes ratas que he visto.

—Lo soportaremos —dijo Hawkmoon estoicamente—. Hemos pasado por cosas peores y el viaje sólo durará dos días. —Miró hacia donde estaba el primer oficial, apoyado sobre la rueda del timón—. Aunque me sentiría bastante mejor si los oficiales y la tripulación de este barco fueran un poco más capaces. —Sonrió y añadió—: Si el primer oficial continúa bebiendo tanto, y el capitán se dedica a dormir la mona, es posible que tengamos que hacernos cargo del mando.

En lugar de encerrarse en sus camarotes, los dos hombres prefirieron quedarse en la cubierta, bajo la lluvia, mirando hacia el norte y preguntándose qué podría ocurrirles todavía en su largo viaje hacia Camarga.

El desdichado barco navegó lentamente a lo largo de un día triste, zarandeado por el mar revuelto, impulsado por un viento traicionero que amenazaba con transformarse en tormenta, pero que nunca llegaba a tanto. El capitán acudía tambaleándose a la cubierta de tanto en tanto. Se dedicaba a gritarles a los hombres, maldecirles y golpearles, ordenándoles que izaran una vela o arriaran otra. Las órdenes que daba el capitán Mouso les parecieron totalmente arbitrarias tanto a Hawkmoon como a Oladahn.

Hacia el anochecer, Hawkmoon acudió al puente de mando para reunirse con el capitán. Mouso le miró con una expresión furtiva.

—Buenas noches, sir —dijo sorbiendo por la nariz y limpiándosela con la manga—.

Espero que el viaje sea satisfactorio para vos.

—Razonablemente, gracias. ¿Hemos hecho un buen promedio o no?

—Bastante bueno, sir —contestó el marino, volviéndose para no tener que mirar a Hawkmoon directamente —. Bastante bueno. ¿Queréis que ordene a la cocina que os preparen algo de cenar?

—Sí —asintió Hawkmoon.

El primer oficial apareció, procedente de debajo del puente, cantando suavemente y evidentemente borracho como una cuba.

Entonces, un repentino golpe de mar zarandeó el buque de costado, haciéndolo inclinarse de modo alarmante. Hawkmoon se agarró con fuerza a la pasarela, con la sensación de que ésta podría desprenderse en cualquier momento. El capitán Mouso no pareció darse cuenta de la existencia de ningún peligro, y en cuanto al primer oficial dio con sus huesos en el suelo, la botella se le cayó de la mano y su cuerpo se ladeó más y más.

—Será mejor que le ayudéis —dijo Hawkmoon.

—Ese está bien —replicó el capitán Mouso con una risotada—. Tiene la suerte de los borrachos.

Pero el cuerpo del primer oficial ya se había deslizado hasta la barandilla de estribor, pasando la cabeza y uno de los hombros a través de ella. Hawkmoon se inclinó y agarró al hombre, tirando de él hacia la seguridad del puente mientras el barco volvía a inclinarse, esta vez en la dirección opuesta, y las olas barrían la cubierta.

Hawkmoon miró al hombre al que acababa de rescatar. El primer oficial estaba tumbado, con los ojos cerrados, y sus labios seguían moviéndose débilmente, pronunciando las palabras de la canción que había estado cantando.

Hawkmoon se echó a reír, sacudiendo la cabeza y, dirigiéndose al capitán, le dijo:

—Tenéis razón… Tiene la suerte de los borrachos.

Entonces, al volver la cabeza creyó ver algo en las aguas. La luz se desvaneció con rapidez, pero estuvo seguro de haber visto un barco no lejos de donde ellos se encontraban.

—Capitán…, ¿veis algo en esa dirección? —gritó, sujetándose a la barandilla y escudriñando la masa imponente de las aguas.

—Parece una especie de almadía —respondió el capitán.

Hawkmoon pudo ver aquella cosa con mayor claridad cuando una ola la acercó. Se trataba, en efecto, de una almadía sobre la que se veía a tres hombres.

—Por el aspecto que tienen parecen náufragos —dijo Mouso como sin darle importancia alguna—. Pobres bastardos. —Se encogió de hombros y añadió—: Bueno, eso no es asunto nuestro…

—Capitán, tenemos que salvarlos —dijo Hawkmoon.

—Jamás lo conseguiremos con esta luz. Además, estamos perdiendo el tiempo. En este viaje no transporto nada, excepto a vos, y tengo que llegar a Simferopol con el tiempo suficiente para recoger mi carga antes de que lo haga otro.

—Tenemos que salvarlos —repitió Hawkmoon con firmeza—. Oladahn…, una cuerda.

El hombre bestia búlgaro encontró un cabo de cuerda en la caseta del timón y acudió corriendo con ella. La almadía todavía estaba a la vista. Los hombres estaban tendidos sobre ella, con las caras hacia abajo, agarrándose con todas sus fuerzas para salvar sus vidas. A veces, la almadía desaparecía, hundiéndose en el agua, pero al cabo de unos segundos reaparecía de nuevo, a buena distancia del barco. El espacio que los separaba se hacía cada vez más y más grande, y Hawkmoon se dio cuenta de que les quedaba poco tiempo antes de que la almadía fuera arrastrada demasiado lejos como para alcanzarla. Ató uno de los extremos de la cuerda a la barandilla de cubierta y se ató el otro extremo alrededor de la cintura, se quitó la capa y la espada y se lanzó al mar espumeante.

Hawkmoon se dio cuenta inmediatamente del grave peligro en que se encontraba. Era casi imposible nadar en contra de las enormes olas, y era muy posible que las aguas le arrojaran contra el costado del buque, estrellándole contra él, aturdiéndole y ahogándole.

A pesar de todo, braceó con fuerza en el agua, luchando por mantener la boca fuera de ella y tratando desesperadamente de localizar la posición de la almadía. ¡Allí estaba! Sus ocupantes ya habían visto el barco y se habían medio incorporado, gritando y levantando los brazos. No habían visto aún a Hawkmoon, que nadaba hacia ellos.

Mientras nadaba, Hawkmoon logró distinguir alguna que otra vez a los hombres de la almadía, aunque no pudo verlos con claridad. Ahora, dos de ellos parecían estar luchando entre sí, mientras que el tercero permanecía sentado, observándolos. —¡Aguantad! —gritó Hawkmoon por encima del rugido del mar, la espuma y el viento.

Echando mano de todas sus fuerzas, Hawkmoon nadó con mayor firmeza y no tardó en hallarse junto a la almadía, como si un salvaje caos de aguas negras y blancas le hubieran arrojado allí.

Hawkmoon se agarró al borde de la almadía y vio que, en efecto, dos de los hombres luchaban ferozmente entre sí. También se dio cuenta de que llevaban las máscaras de la orden del Oso. Así pues, se trataba de guerreros de Granbretan.

Por un instante, Hawkmoon debatió consigo mismo si debía dejarlos abandonados a su destino. Pero si lo hacía así, terminó por reflexionar, no sería mejor que ellos. Debía hacer todo lo posible por salvarlos. Después ya decidiría lo que hacer con ellos.

Llamó a la pareja que seguía luchando, pero ninguno de ellos pareció escucharle.

Gruñeron y maldijeron enfrascados en su forcejeo, y Hawkmoon se preguntó si acaso no se habían vuelto locos a causa de sus sufrimientos.

Trató de subirse a la almadía, pero el agua y la cuerda que llevaba atada alrededor de la cintura se lo impidieron. Vio que la figura sentada le miraba y le hacía una señal casi con naturalidad.

—Ayudadme —dijo Hawkmoon con la voz entrecortada por el esfuerzo—, o no podré ayudaros.

La figura se incorporó y avanzó sobre la almadía hasta que su paso quedó bloqueado por los dos hombres enzarzados en lucha. Se encogió de hombros, los agarró a ambos por el cuello, se detuvo un instante hasta que la almadía se hundió en el agua, y después los empujó al mar. —¡Hawkmoon, mi querido amigo! —dijo una voz desde el interior de la máscara de oso—. ¡Cuánto me alegra verte! Bueno…, ya os he ayudado. He aligerado vuestra carga…

Hawkmoon consiguió agarrar a uno de los hombres, que seguía forcejeando con su compañero. Con sus pesadas máscaras y armaduras, no tardarían más que unos segundos en hundirse. Pero no pudo sostenerlos. Contempló fascinado cómo las máscaras se fueron hundiendo bajo las olas con una aparente lentitud gradual.

Miró al superviviente, que ahora se inclinaba para ofrecerle una mano. —¡Habéis asesinado a vuestros amigos, D'Averc! Tengo muy buenas razones para dejar que os hundáis con ellos—. ¿Amigos? Mi querido Hawkmoon, no eran nada de eso. Sirvientes, sí, pero no amigos. —D'Averc se sujetó cuando otra ola golpeó la almadía, casi obligando a Hawkmoon a perder su punto de apoyo—. No eran amigos. Eran leales, sí…, pero tremendamente aburridos. Y se habían convertido en verdaderos idiotas. Eso es algo que no puedo tolerar. Vamos, permitidme que os ayude a subir a mi pequeña embarcación.

No es mucho, pero…

Hawkmoon dejó que D'Averc le ayudara a subir a la almadía. Después, se volvió hacia el barco y les hizo señas, apenas visible a través de la oscuridad. Sintió que la cuerda se tensaba cuando Oladahn empezó a tirar de ella.

—Ha sido una verdadera suerte que pasarais por aquí —dijo D'Averc tan fríamente como la lentitud con que estaban siendo arrastrados hacia el barco—. Ya me imaginaba ahogado en este mar, hundiéndome en él cuando aún no se habían cumplido todas mis gloriosas promesas…, ¿y a quién me encuentro en ese espléndido barco sino al noble duque de Colonia? El destino ha hecho que nos encontremos de nuevo, duque.

—Sí, pero estoy dispuesto a arrojaros por la borda como habéis hecho con vuestros amigos. Y así lo haré si no contenéis la lengua y me ayudáis con esta cuerda —gruñó Hawkmoon.

La almadía se balanceó sobre las aguas y finalmente chocó contra el medio podrido costado del Muchacha sonriente. Una escala descendió hacia ellos y Hawkmoon empezó a subir por ella, aupándose finalmente sobre la borda, respirando entrecortadamente, pero sintiéndose aliviado.

Cuando Oladahn vio aparecer la cabeza del náufrago, lanzó una maldición e hizo el gesto de desenvainar la espada, pero Hawkmoon le detuvo.

—Es nuestro prisionero, y podemos mantenerlo con vida, ya que, si más tarde nos encontramos con problemas, puede ser un buen medio para llegar a un compromiso. —¡Qué sensible! —exclamó D'Averc admirativamente. Después empezó a toser—.

Perdonadme… Me temo que mis padecimientos me han debilitado extraordinariamente.

En cuanto me cambie de ropa, tome algo caliente y haya descansado una noche entera, volveré a ser yo mismo.

—Tendréis suerte si no os dejamos pudrir atado al palo mayor —dijo Hawkmoon—.

Llevadlo abajo, a nuestro camarote, Oladahn.

Encorvados en el pequeño camarote débilmente iluminado por un pequeño farol que colgaba del techo. Hawkmoon y Oladahn observaron a D'Averc, mientras éste se quitaba la máscara, la armadura y sus empapadas ropas. —¿Cómo es que estabais en la almadía, D'Averc? —preguntó Hawkmoon mientras el francés se secaba nerviosamente.

Incluso él se sentía perplejo ante la aparente frialdad de aquel hombre. Admiraba aquella cualidad e incluso se preguntó si no estaría empezando a gustarle D'Averc de alguna forma extraña. Quizá fuera la honestidad con la que D'Averc admitía sus propias ambiciones, o lo poco dispuesto que estaba para justificar sus acciones aun cuando implicaran el asesinato, como había sucedido hacía bien poco.

—Se trata de una larga historia, querido amigo. Nosotros tres, Ecardo, Peter y yo, dejamos que nuestros hombres se encargaran de aquel monstruo ciego que vos pusisteis en libertad y que se lanzó sobre nosotros. Nos las arreglamos para alcanzar la seguridad de las colinas. Algo más tarde apareció el ornitóptero que habíamos enviado a buscar para recogeros a vos. El aparato empezó a trazar círculos, evidentemente extrañado ante la desaparición de toda una ciudad…, tal y como nos sentíamos nosotros mismos, debo admitirlo. Eso es algo que debéis explicarme más tarde. Bueno, el caso es que le hicimos señales al piloto y éste descendió hacia donde nos encontrábamos. Ya nos habíamos dado cuenta de la posición algo difícil en que estábamos… —D'Averc se detuvo y preguntó—: ¿Es posible comer algo?

—El capitán ha ordenado que nos sirvan una cena —dijo Oladahn—. Continuad.

—Éramos tres hombres sin caballos en un lugar del mundo bastante apartado. Por otro lado, no habíamos logrado manteneros cautivo cuando os apresamos y, por lo que sabíamos, el piloto era la única persona con vida que conocía todo lo sucedido… —¿Matasteis al piloto? —preguntó Hawkmoon.

—En efecto. Fue necesario. Entonces subimos a su máquina con la intención de llegar hasta la base más cercana. —¿Qué ocurrió después? —preguntó Hawkmoon—. ¿Sabíais cómo controlar el ornitóptero?

—Habéis hecho una buena deducción —contestó D'Averc sonriendo—. Mis conocimientos sobre esas máquinas voladoras son muy limitados. Logramos elevarnos en el aire, pero esa condenada máquina no se dejaba controlar con facilidad. Antes de que nos diéramos cuenta, nos arrastraba sabe el Bastón Rúnico adonde. Sentí miedo por mi propia seguridad, lo admito. El monstruo se comportaba cada vez de un modo más errático, hasta que finalmente empezó a caer. Me las arreglé para guiarlo de modo que cayera sobre las suaves orillas de un río, y apenas si sufrimos daños. Ecardo y Peter empezaron a mostrarse histéricos; no dejaban de pelear entre ellos y sus actitudes se me hicieron insoportables y difíciles de controlar. A pesar de todo, logramos construir una almadía, con la intención de flotar río abajo hasta que llegáramos a una ciudad… ¿En esa misma almadía? —preguntó Hawkmoon.

—En la misma, sí.

—Entonces, ¿cómo llegasteis al mar?

—Debido a las mareas, mi buen amigo —contestó D'Averc con un airoso movimiento de la mano—. O de las corrientes. No me había dado cuenta de que estuviéramos tan cerca de un estuario. La corriente nos arrastró a buena velocidad y finalmente nos alejó de tierra. Pasamos varios días sobre esa condenada almadía, viéndome obligado a soportar los lloriqueos de Ecardo y Peter, que se acusaban mutuamente de sus desgracias, cuando, en realidad, tendrían que habérmelas achacado a mí. Oh, no podéis imaginar lo torturante que fue esa situación, duque Dorian.

—Os merecíais algo peor —espetó Hawkmoon.

Se escuchó un golpe en la puerta del camarote. Oladahn la abrió y entró un muchacho que llevaba una bandeja con tres cuencos llenos con una especie de cocido gris.

BOOK: El Bastón Rúnico
10.8Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Lighthouse by Alison Moore
Untitled by Unknown Author
The Ravaged Fairy by Anna Keraleigh
Bonded by April Zyon
The Lincoln Lawyer: A Novel by Michael Connelly
One More River by Mary Glickman
The Thames River Murders by Ashley Gardner
Pranked by Sienna Valentine


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024