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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El Bastón Rúnico (32 page)

BOOK: El Bastón Rúnico
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Hawkmoon aceptó la bandeja y le entregó a D'Averc uno de los cuencos y una cuchara. El francés dudó un instante; después, se atrevió a llevarse una cucharada a la boca. Pareció comer haciendo un considerable esfuerzo por controlarse. Terminó el contenido del cuenco y lo volvió a dejar sobre la bandeja.

—Delicioso —dijo—. Bastante bueno, tratándose de comida preparada en un barco.

Hawkmoon, que sintió verdaderas náuseas ante aquel rancho, le entregó a D'Averc su propio cuenco, y Oladahn hizo lo mismo.

—Os lo agradezco —dijo D'Averc—, pero creo en la moderación. Haber comido lo suficiente es tan bueno como un festín.

Hawkmoon sonrió ligeramente, admirando una vez más la frialdad que demostraba el francés. Evidentemente, la comida le había parecido tan nauseabunda como a ellos, pero tenía tanta hambre que se la comió y con ganas.

D'Averc se desperezó los doloridos músculos, contradiciendo así la invalidez que pretendía aparentar.

—Ah —bostezó —. Si me perdonáis, caballeros, ahora preferiría dormir. He pasado unos días verdaderamente agotadores.

—Ocupad mi cama —dijo Hawkmoon, indicando su desvencijado camastro. No mencionó que anteriormente había observado en él a toda una tribu de nerviosas pulgas—. Veré si el capitán dispone de una hamaca.

—Os lo agradezco —accedió D'Averc.

Y en su tono de voz pareció expresarse tal seriedad y convencimiento, que Hawkmoon se volvió hacia él desde la puerta, preguntándole: —¿Porqué?

D'Averc empezó a toser ostentosamente, después levantó la mirada y contestó con su viejo tono burlón: —¿Que por qué, mi querido duque? Pues por haberme salvado la vida, claro.

A la mañana siguiente la tormenta ya se había calmado y aunque el mar seguía encrespado, estaba mucho más tranquilo que el día anterior.

Hawkmoon se encontró con D'Averc en la cubierta. El hombre se había vestido una camisa y pantalones bombacho de terciopelo verde, pero no llevaba la armadura. Se inclinó en cuanto vio a Hawkmoon. —¿Habéis dormido bien? —le preguntó éste.

—Excelentemente.

Los ojos de D'Averc estaban llenos de humor, por lo que Hawkmoon supuso que había sido mordido numerosas veces por las pulgas.

—Esta noche llegaremos a puerto —le informó Hawkmoon—. Seréis mi prisionero…, mi rehén, si así lo preferís. —¿Rehén? ¿Acaso creéis que al Imperio Oscuro le importa que yo viva o muera una vez que he perdido mi utilidad?

—Ya veremos —replicó Hawkmoon acariciándose la joya de la frente—. Si intentáis escapar, os aseguro que os mataré… tan fríamente como habéis asesinado a vuestros hombres.

D'Averc tosió, ocultando la boca entre el pañuelo que llevaba.

—Os debo la vida —dijo—. De modo que tenéis el derecho de quitármela si así lo queréis.

Hawkmoon frunció el ceño. D'Averc era demasiado tortuoso como para que él comprendiera bien sus intenciones. Empezaba ya a lamentar su decisión. El francés podía demostrar ser más una molestia que un rehén. En aquel momento Oladahn se acercó corriendo sobre la cubierta.

—Duque Dorian —jadeó, señalando hacia un punto delante de ellos—. Una vela… Y se dirige directamente hacia nosotros.

—No corremos peligro —le tranquilizó Hawkmoon sonriendo—. No somos una presa codiciada por ningún pirata.

Pero momentos después, Hawkmoon observó señales de pánico entre la tripulación y cuando el capitán pasó a su lado, tambaleándose, le agarró por el brazo.

—Capitán Mouso…, ¿qué sucede?

—Peligro, señor —respondió el marino—. Un gran peligro. ¿Es que no habéis reconocido la vela?

Hawkmoon escudriñó el horizonte y vio que el otro barco llevaba una sola vela negra.

Sobre ella aparecía pintado un emblema, aunque no pudo distinguir cuál era.

—Sin duda alguna no nos molestarán —dijo—. ¿Por qué iban a arriesgarse a luchar por un viejo cascarón como éste? Vos mismo habéis dicho que no llevamos ningún cargamento.

—No les importa lo que llevemos o dejemos de llevar, sir. Atacan a cualquier cosa que vean moverse en el océano. Son como ballenas asesinas, duque Dorian… Su placer no consiste en apoderarse de tesoros, sino en destruir. —¿Quiénes son? Por su aspecto no parece un barco de Granbretan —dijo D'Averc.

—Probablemente, uno de esos no se molestaría en atacarnos —balbuceó el capitán Mouso—. No… Se trata de un barco tripulado por miembros adictos al culto del dios Loco.

Son de Muscovia y han empezado a aterrorizar estas aguas durante los últimos meses.

—Definitivamente, parecen tener intenciones de atacarnos —observó D'Averc con naturalidad—. Con vuestro permiso, duque Dorian, bajaré al camarote y me ceñiré la espada y me pondré la armadura.

—Yo también iré a por mis armas —intervino Oladahn—. Os traeré vuestra espada. —¡De nada servirá luchar! —gritó el primer oficial, gesticulando con su botella en la mano—. Será mejor que nos arrojemos al agua ahora mismo.

—Sí —asintió el capitán Mouso viendo como D'Averc y Oladahn iban en busca de sus armas—. Tiene razón. Nos superarán en número y nos harán pedazos. Si nos hacen prisioneros, nos torturarán durante días.

Hawkmoon empezó a decirle algo al capitán, pero se volvió al escuchar un chapoteo. El primer oficial se había lanzado al agua… cumpliendo lo que había dicho, Hawkmoon se abalanzó hacia la borda, pero no pudo ver nada.

—No os molestéis en ayudarle…, sino más bien seguid su ejemplo —dijo el capitán—, porque es el más prudente de todos nosotros.

Ahora, la nave enemiga se dirigía hacia ellos. En su vela negra aparecían pintadas un par de grandes alas rojas, en el centro de las cuales se veía un rostro enorme y bestial, en actitud de aullar, como si estuviera lanzando una risotada maniaca. Las cubiertas estaban llenas de marinos desnudos que no llevaban más que cintos con espadas y escudos recubiertos de metal. Desde la distancia, Hawkmoon escuchó un sonido extraño que al principio no pudo distinguir. Después, levantó la vista hacia la vela y supo de qué se trataba.

Era el sonido de una risotada salvaje y demencial, como si los condenados del infierno estuvieran pidiendo clemencia.

—El barco del dios Loco —dijo el capitán Mouso con los ojos empezando a llenársele de lágrimas—. Ahora vamos a morir todos.

7. El anillo en el dedo

Hawkmoon, Oladahn y D'Averc permanecieron hombro con hombro junto a la barandilla del barco mientras la extraña nave se acercaba más y más.

Todos los miembros de la tripulación se habían arremolinado alrededor de su capitán, alejándose todo lo que pudieron de los atacantes.

Al ver los ojos desorbitados y las bocas espumeantes de los locos del otro barco, Hawkmoon comprendió que no tenían la menor oportunidad de salir bien librados. Unos garfios fueron arrojados desde el barco del dios Loco, que quedaron bien sujetos en la suave madera de la barandilla del Muchacha sonriente. Instantáneamente, los tres hombres empezaron a lanzar tajos contra las cuerdas, cortando la mayoría de ellas.

—Que sus hombres suban a la arboladura —le gritó Hawkmoon al capitán—. Que traten de hacer girar el barco. —Pero los hombres, asustados, no se movieron—. ¡Estarán todos más seguros en el aparejo!

Los hombres se agitaron, inquietos, pero siguieron sin hacer nada.

Hawkmoon se vio obligado a volver toda su atención al barco atacante, y se quedó horrorizado al comprobar que ya se había pegado al suyo, y que su loca tripulación ya empezaba a saltar sobre la cubierta del Muchacha sonriente, con las espadas desenvainadas. Sus risotadas llenaron el aire y la sed de sangre brillaba en sus retorcidos semblantes.

El primero de ellos se lanzó por el aire contra Hawkmoon, con el brillante cuerpo desnudo y la espada levantada. La hoja de Hawkmoon se elevó para recibirlo y lo atravesó al tiempo que caía; luego, con un giro rápido, dejó que el cadáver cayera al mar, a través de la estrecha abertura que aún separaba a ambos parcos. Momentos después, todo el aire se llenó de guerreros desnudos que se balanceaban de las cuerdas, saltando salvajemente de un barco a otro. Los tres hombres lograron detener a la primera oleada, lanzando sablazos a su alrededor, hasta que todo pareció adquirir el color rojo de la sangre. Pero poco a poco se vieron obligados a retroceder a medida que los hombres locos inundaban la cubierta, luchando sin gran habilidad, pero con un escalofriante desprecio por sus propias vidas.

Hawkmoon quedó separado de sus compañeros y a partir de un momento determinado ya no supo si vivían o si habían sido muertos. Los guerreros, que saltaban como locos a su alrededor, se lanzaron sobre él, pero sostuvo la espada de combate con ambas manos, haciéndola oscilar con fuerza de un lado a otro, trazando un gran arco defensivo, rodeado por un brillante semicírculo de acero. Estaba cubierto de sangre de la cabeza a los pies; únicamente le brillaban los ojos, azules y firmes, refulgiendo desde el visor de su casco.

Y los hombres del dios Loco no dejaban de lanzar risotadas… e incluso seguían riendo cuando se les cortaba la cabeza o se les separaban los miembros del cuerpo con certeros tajos.

Hawkmoon se dio cuenta de que no tardaría en verse abrumado por el cansancio. Ya empezaba a sentir la espada en sus manos como algo muy pesado, y le temblaban las rodillas. Con la espalda apoyada contra un mamparo, se defendía continuamente contra la incesante oleada de locos rientes, cuyas espadas trataban de arrancarle la vida.

Decapitó a un hombre, desmembró a otro, pero a cada golpe que daba Hawkmoon iba perdiendo gradualmente su energía.

Entonces, ai bloquear con su hoja dos espadas que buscaban su cuerpo, las rodillas se le doblaron de tal forma que cayó al suelo, apoyándose en una de ellas. Las risotadas se hicieron aún mayores cuando los hombres del dios Loco avanzaron dispuestos a rematarle.

Elevó la espada desesperadamente; agarró la muñeca de uno de sus atacantes, se la retorció y le cogió la espada, de modo que ahora tenía dos. Utilizó la espada del loco para detener los golpes, y la suya para lanzar nuevas estocadas, y poco después logró recuperar la verticalidad, le pegó una patada a otro hombre y se volvió rápidamente con la intención de correr hacia la escalera que conducía al puente. Una vez allí, se volvió de nuevo para continuar la lucha, disponiendo en esta ocasión de una ventaja adicional sobre sus atacantes, que se apelotonaron ante los escalones para subir hacia donde él estaba. Desde su posición elevada, vio que D'Averc y Oladahn todavía estaban junto a la barandilla, y que se las habían arreglado hasta el momento para mantener a raya a sus atacantes. Miró hacia el barco del dios Loco. Seguía estando bien sujeto al Muchacha sonriente, pero no había nadie en él, puesto que toda la tripulación se había lanzado al ataque. Entonces, a Hawkmoon se le ocurrió una idea.

Dio media vuelta y echó a correr, alejándose de sus atacantes, se subió a la barandilla, agarró una cuerda que colgaba de las jarcias, y se lanzó al vacío.

Mientras atravesaba el aire, rogó para que la cuerda fuera lo bastante larga. Cuando ya empezaba a perder impulso se dejó caer, aparentemente contra el costado del buque enemigo. Sus manos lograron agarrarse a la barandilla del otro buque mientras caía. Se aupó sobre la cubierta y empezó a cortar las cuerdas que mantenían unidas a las dos naves. —¡Oladahn…, D'Averc, seguidme, rápido! —les gritó.

Desde la barandilla del barco asaltado, los dos hombres le vieron, empezaron a subirse a las jarcias y caminaron precariamente por el peñol del mástil principal, seguidos por los aullantes hombres del dios Loco.

El barco del dios Loco ya empezaba a deslizarse sobre las aguas, apartándose, y el espacio que lo separaba del Muchacha sonriente se iba ampliando rápidamente.

D'Averc fue el primero en saltar hacia la barandilla del barco de vela negra, agarrado a una cuerda con una sola mano. Se balanceó en el aire durante un instante, corriendo peligro de estrellarse contra las aguas. Pero finalmente lo consiguió.

Oladahn le siguió, cortando una cuerda que todavía unía a ambos barcos y dejándose caer sobre el vacío, deslizándose hacia un lado y terminando por caer de bruces sobre la cubierta del otro barco.

Algunos de los guerreros locos trataron de seguirles, y algunos lograron alcanzar la cubierta de su propio barco. Se lanzaron en grupo contra Hawkmoon, sin dejar de reír, juzgando, sin duda alguna, que Oladahn había muerto.

Hawkmoon tuvo que defenderse de nuevo. Una hoja le golpeó en un brazo, y otra en el casco, cerca del visor. Entonces, de repente, un cuerpo cayó entre los guerreros desnudos y empezó a lanzar tajos a su alrededor, casi de un modo tan maniaco como ellos.

Se trataba de D'Averc, metido en su armadura de cabeza de oso, cubierto por la sangre de los guerreros que había matado. Instantes después, apareciendo por detrás de los atacantes, llegó Oladahn, que como es evidente sólo había quedado ligeramente aturdido a causa de la aparatosa caída, emitiendo el salvaje grito de guerra de las montañas.

Entre los tres, no tardaron en matar a todos los guerreros locos que habían logrado alcanzar el barco. Los demás se lanzaban al agua desde la cubierta del Muchacha sonriente, sin dejar de reír salvajemente, tratando de alcanzar su barco a nado.

Al mirar hacia el Muchacha sonriente, Hawkmoon vio que, milagrosamente, la mayor parte de los hombres de su tripulación habían sobrevivido…, pues en el último instante habían subido a los aparejos del barco.

D'Averc echó a correr y se hizo cargo del timón del barco del dios Loco, cortando las amarras y manejando el timón de modo que la nave se alejara de los hombres que se acercaban a nado.

—Bueno —comentó Oladahn envainándose la espada e inspeccionándose las heridas—, parece que hemos escapado por poco… y con un barco mejor.

—Con un poco de suerte volveremos a encontrarnos en el puerto con el Muchacha sonriente —dijo Hawkmoon sonriendo burlonamente—. Confío en que siga queriendo llegar a Crimea, pues hemos dejado todas nuestras posesiones a bordo de ese barco.

D'Averc dirigía hábilmente el barco hacia el norte. Su única vela se hinchó al verse impulsada por el viento y la nave fue dejando atrás a los hombres, que continuaban nadando en su dirección. Aquellos locos seguían riendo, incluso cuando se ahogaban.

Después de haber ayudado a D'Averc a trincar el timón, de modo que el barco pudiera continuar el curso por sí solo, iniciaron la exploración de la nave. Estaba abarrotada de tesoros que, evidentemente, eran el fruto del pillaje de otras naves, pero también había gran cantidad de cosas inútiles —armas rotas, instrumentos de navegación, montones de ropa—, y aquí y allá se encontraron con un cadáver en descomposición o un cuerpo desmembrado, todos ellos apilados en las bodegas.

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