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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Aliento de los Dioses (44 page)

—Es esa espada suya —gruñó Denth—. Tenemos que encontrar un modo de hacerle frente, Tonks. Tarde o temprano, acabaremos enfrentándonos a él. Lo presiento.

—¿Qué pasa con la espada? —preguntó la princesa—. ¿Y cómo absorbió el color de sus pieles?

—Tendremos que robarla, Denth —dijo Tonk Fah, frotándose la barbilla mientras Joyas y Clod los rodeaban, formando un círculo protector ahora que se unían a la riada humana de la calle.

—¿Robar la espada? —dijo Denth—. ¡No pienso ni tocarla! No; tenemos que obligarlo a usarla. Desenvainarla. No podrá mantenerla desenvainada mucho tiempo. Después de eso, podremos acabar con él fácilmente. Yo mismo lo mataré.

—Derrotó a Arsteel —le recordó Joyas en voz baja.

Denth se detuvo.

—¡No derrotó a Arsteel! No en un duelo, al menos.

—Vasher no utilizó la espada —dijo Joyas—. No había ninguna negrura en las heridas de Arsteel.

—¡Entonces Vasher usó un truco! Una emboscada. Cómplices. Algo. Vasher no es ningún duelista.

Vivenna se dejó llevar, pensando en aquellos cadáveres. Denth y los demás habían hablado de las muertes que este Vasher estaba causando. Ella había querido verlas. Bien, ahora lo había hecho. Y se sentía perturbada. Inquieta y…

Frunció el ceño, sintiendo un leve resquemor.

Alguien con gran cantidad de aliento la estaba mirando.

* * *

«¡Eh! —dijo Sangre Nocturna—. ¡Es Vara Treledees! Deberíamos hablar con él. Se alegrará de verme.»

Vasher se alzaba en lo alto del edificio. No le importaba que lo vieran. Rara vez lo hacía. Un flujo interminable de gente pasaba por la colorida calle. Vara Treledees (Denth, como se hacía llamar ahora) caminaba entre ellos con su equipo. La mujer, Joyas. Tonk Fah, como siempre. La ignorante princesa. Y la abominación.

«¿Está aquí Shashara? —preguntó la espada, su neblinosa voz masculina llena de excitación—. ¡Tenemos que verla! Estará preocupada por mí.»

—Matamos a Shashara hace mucho tiempo, Sangre Nocturna —dijo Vasher—. Igual que matamos a Arsteel. «E igual que acabaremos por matar a Denth», pensó.

Como de costumbre, Sangre Nocturna se negó a reconocer la muerte de Shashara. «Ella me forjó, ya sabes —dijo—. Me forjó para destruir las cosas que eran malignas. Soy bastante bueno en ello. Creo que estaría muy orgullosa de mí. Deberíamos ir a hablar con ella. Mostrarle lo bien que hago mi trabajo.»

—Lo haces bien —susurró Vasher—. Demasiado bien.

Sangre Nocturna empezó a tararear en voz baja, complacida por el halago. Vasher, sin embargo, se concentró en la princesa, que caminaba con su vestido exótico, destacando como un copo de nieve en el calor tropical. Tendría que hacer algo al respecto. Por su causa, muchas cosas se estaban viniendo abajo. Los planes se derrumbaban como cajas mal apiladas, creando un tumulto con su colapso. No sabía dónde la había encontrado Denth ni cómo la controlaba. Sin embargo, Vasher se sintió tentado de saltar desde lo alto del edificio y dejar que Sangre Nocturna se encargara de ella.

Las muertes de la noche anterior habían atraído demasiada atención. Sangre Nocturna tenía razón. Vasher no era bueno husmeando. Los rumores sobre él corrían por toda la ciudad. Eso era bueno y malo.

«Más tarde me ocupare de ti —pensó, dando la espalda a la tonta muchacha y su séquito de mercenarios—. Más tarde.»

Capítulo 30

—¡Sondeluz! —exclamó Encendedora, los brazos en jarras—. En nombre de los Tonos Iridiscentes, ¿qué estás haciendo?

Sondeluz la ignoró, y continuó aplicando sus manos al trozo de barro que tenía delante. Sus sirvientes y sacerdotes permanecían de pie en un amplio círculo, con expresión casi tan confundida como Encendedora, que había llegado al pabellón tan sólo unos momentos antes.

La rueda de alfarero giraba. Sondeluz sostuvo el barro, tratando de mantenerlo en su sitio. La luz del sol entraba por los lados del pabellón, y la hierba perfectamente cortada bajo su mesa estaba moteada de barro. Cuando la rueda adquiría velocidad, el barro giraba, expulsando trozos y pegotes. Las manos de Sondeluz se empaparon de barro sucio y pegajoso, y no pasó mucho antes de que todo se desmoronara en la rueda y cayera al suelo.

—Caramba —dijo contemplándolo.

—¿Es que has perdido el sentido estético? —preguntó Encendedora. Llevaba uno de sus vestidos de costumbre, lo que significaba nada por los lados, muy poco en la parte superior, y apenas algo delante y atrás. Su cabello se alzaba en un intrincado dibujo de lazos y trenzas, probablemente obra de un maestro estilista que había sido invitado a la corte para solaz de algún dios.

Sondeluz se puso en pie de un salto, extendiendo las manos a los lados para que sus criados las limpiaran. Otros llegaron y quitaron los trozos de barro de su hermosa túnica. Permaneció pensativo mientras otros se llevaban la rueda de alfarero.

—¿Y bien? —preguntó Encendedora—. ¿Qué era eso?

—Acabo de descubrir que no soy muy bueno con la alfarería. De hecho, soy peor que eso. Soy patético. Ridículamente malo. Ni siquiera puedo hacer que el maldito barro se quede en la rueda.

—¿Y qué esperabas?

—No estoy seguro —dijo Sondeluz, dirigiéndose a una larga mesa al otro lado del pabellón.

La diosa, molesta por ser ignorada, lo siguió. De repente, él cogió cinco limones de la mesa y los lanzó al aire. Empezó a hacer juegos malabares.

Encendedora lo observó y, por un instante, pareció auténticamente preocupada.

—¿Sondeluz? —preguntó—. Querido, ¿todo… va bien?

—Nunca he hecho juegos malabares —dijo él, mirando los limones—. Por favor, coge esa fruta de guayaba.

Ella vaciló y luego lo hizo.

—Lánzala —dijo Sondeluz.

Ella se la arrojó. Con destreza, él la atrapó en el aire y la lanzó entre los limones.

—No sabía que podía hacer esto —dijo—. No antes de hoy. ¿Qué interpretas?

—Yo… —Ella ladeó la cabeza.

El dios se echó a reír.

—No creo haberte visto nunca sin nada que decir, querida.

—Y yo no creo haber visto nunca a un dios lanzando fruta al aire.

—Es más que eso —dijo Sondeluz, inclinándose bruscamente para no perder un limón—. Hoy he descubierto que conozco un número sorprendente de términos marinos, que soy fantástico con las matemáticas, y que tengo buena mano para el dibujo. Por otro lado, no sé nada de la industria del tinte, de caballos ni de jardinería. No tengo ningún talento para esculpir, no sé hablar ningún idioma extranjero y, como has visto, soy terrible con la alfarería.

La diosa lo observó con suspicacia.

Él la miró, dejando que los limones cayeran pero capturando la guayaba en el aire. Se la arrojó a un criado, que empezó a pelarla.

—Proceden de mi vida anterior, Encendedora. Todas estas habilidades. Y yo, Sondeluz, no tengo derecho a conocerlas. Quienquiera que fuese antes de morir, sabía hacer juegos malabares, navegar y dibujar.

—Se supone que no hemos de preocuparnos por las personas que fuimos antes.

—Soy un dios —le recordó Sondeluz, aceptando un plato que contenía la guayaba pelada y luego ofreciéndole un trozo a Encendedora—. Y, por los fantasmas de Kalad, me preocupo por lo que me dé la gana.

Ella vaciló un instante, sonrió y cogió una rebanada.

—Justo cuando pensaba que te comprendía…

—No me comprendes —dijo él, animosamente—. Ni yo mismo me comprendo. Ése es el quid. ¿Vamos?

Ella asintió, y lo siguió cuando él echó a andar por el césped, los criados cargando con parasoles para protegerlos.

—No irás a decirme que nunca te lo has preguntado —dijo Sondeluz.

—Querido —replicó ella, chupando el trozo de guayaba—. Yo era una mujer aburrida.

—¿Cómo lo sabes?

—¡Porque era una persona corriente! Debo de haber sido… Bueno, ¿has visto a las mujeres corrientes?

—Sus proporciones no se acercan a tus niveles, lo sé. Pero muchas son bastante atractivas.

Encendedora se estremeció.

—Por favor. ¿Para qué quieres saber cosas de tu vida normal? ¿Y si fuiste un asesino o un violador? Peor: ¿y si tenías mal sentido de la moda?

Él bufó al captar el destello malicioso de sus ojos.

—Te las das de dura. Pero veo la curiosidad. Deberías intentar algunas cosas, dejar que te expliquen un poco quién fuiste. Tuviste que tener algo especial para haber retornado.

—Mmm —hizo ella, sonriendo y colocándose a su lado. Él se detuvo mientras ella le pasaba un dedo por el pecho—. Bueno, si estás probando cosas nuevas, tal vez haya algo más que deberías pensar…

—No trates de cambiar de tema.

—No lo hago. Pero ¿cómo sabrás quién eras si no lo intentas? Sería un… experimento.

Sondeluz se echó a reír y retiró su mano.

—Querida, temo que me encontrarías menos que satisfactorio.

—Me sobrevaloras.

—Eso es imposible.

Ella se detuvo, ruborizándose un poco.

—Uh… —dijo Sondeluz—. No quería decir exactamente…

—Oh, vamos. Has estropeado el momento. Estaba a punto de decir algo muy inteligente, lo sé.

Él sonrió.

—Los dos sin saber qué decir. Creo que estamos perdiendo capacidades.

—Mis capacidades están perfectamente bien, como descubrirías si me dejaras enseñártelas.

Él puso los ojos en blanco y continuó andando.

—Eres incorregible.

—Cuando todo lo demás falla, uso insinuaciones sexuales —dijo ella alegremente—. Siempre devuelve el centro de atención a donde pertenece. A mí.

—Incorregible —repitió él—. Pero dudo que tengamos tiempo para que vuelva a reprenderte. Hemos llegado.

En efecto, el palacio de Esperanzador se alzaba ante ellos. Lavanda y plata, delante tenía un pabellón preparado con tres mesas y comida. Naturalmente, Encendedora y Sondeluz habían concertado el encuentro con antelación.

Esperanzador el Justo, dios de la inocencia y la belleza, se levantó mientras se acercaban. Parecía tener unos trece años. Según la edad física aparente, era el dios más joven de la corte. Pero ellos en teoría no reconocían esas discrepancias. Después de todo, había retornado cuando su cuerpo tenía dos años, cosa que lo hacía, en años divinos, seis años mayor que Sondeluz. En un lugar donde la mayoría de los dioses no duraban veinte años y la edad media era cercana a los diez, seis años de diferencia era muy significativo.

—Sondeluz, Encendedora —dijo Esperanzador, erguido y formal—. Bienvenidos.

—Gracias, querido —respondió ella, sonriéndole.

Esperanzador asintió antes de señalar las mesas. Las tres mesitas estaban separadas, pero lo bastante juntas para que la comida fuera íntima mientras cada dios tenía su propio espacio.

—¿Cómo estás, Esperanzador? —preguntó Sondeluz, sentándose.

—Muy bien —respondió. Su voz siempre sonaba demasiado madura para su cuerpo, como un niño imitando a su padre—. Hubo un caso particularmente difícil durante las peticiones esta mañana. Una madre con un hijo que se moría de fiebres. Ya había perdido a otros tres, además de a su marido. Todo en el lapso de un año. Trágico.

—Querido —dijo Encendedora con preocupación—, no estarás considerando… transmitir tu aliento, ¿verdad?

Esperanzador se sentó.

—No lo sé, Encendedora. Soy viejo. Me siento viejo. Quizás es hora de que me marche. Soy el quinto más viejo de todos, ya sabes.

—¡Sí, pero los tiempos se vuelven cada vez más emocionantes!

—¿Emocionantes? Al contrario, se están calmando. La nueva reina está aquí, y mis fuentes en palacio dicen que está cumpliendo con brío sus deberes para engendrar un heredero. La estabilidad llegará pronto.

—¿Estabilidad? —preguntó la diosa mientras los criados servían sopa fría—. Esperanzador, me resulta difícil creer que estés tan mal informado.

—Crees que los idrianos planean usar a la nueva reina para hacerse con el trono. Sé lo que has estado haciendo, Encendedora. No estoy de acuerdo.

—¿Y los rumores que hay en la ciudad? —repuso ella—. ¿Y los agentes idrianos que están causando todo ese alboroto? ¿Y esa supuesta segunda princesa que está en alguna parte?

Sondeluz vaciló, la cuchara a medio camino de sus labios. ¿Qué era eso?

—Los idrianos de la ciudad siempre están fomentando crisis —dijo Esperanzador, agitando los dedos con gesto de desdén—. ¿Qué fue esa perturbación hace seis meses, el rebelde de las plantaciones de tintes del extrarradio? Murió en prisión, según recuerdo. Los obreros extranjeros rara vez proporcionan una clase social estable, pero no les temo.

—Nunca dijeron que tenían un agente real trabajando con ellos —indicó Encendedora—. Las cosas podían irse de las manos con mucha rapidez.

—Mis intereses en la ciudad son bastante seguros —dijo Esperanzador, entrelazando los dedos. Los sirvientes retiraron su sopa. Sólo había tomado tres cucharadas—. ¿Y los tuyos?

—Para eso es esta reunión —contestó la diosa.

—Disculpadme —interrumpió Sondeluz, alzando un dedo—. Pero ¿de qué estamos hablando?

—De la inquietud en la ciudad —contestó Esperanzador—. Algunos lugareños están preocupados por la perspectiva de una guerra.

—Podrían volverse peligrosos muy fácilmente —dijo Encendedora, removiendo su sopa—. Creo que deberíamos estar preparados.

—Yo lo estoy —repuso Esperanzador, observándola con su rostro demasiado juvenil. Como todos los retornados jóvenes, el rey-dios incluido, Esperanzador continuaría envejeciendo hasta que su cuerpo alcanzara la madurez. Entonces dejaría de envejecer, casi en el cénit de la edad adulta, hasta que entregara su aliento.

Actuaba en gran parte como un adulto. Sondeluz no se había relacionado mucho con los niños, pero algunos de sus auxiliares, cuando estaban en su período de entrenamiento, eran jóvenes. Esperanzador no era como ellos. Todo decía que, como los otros jóvenes retornados, había madurado muy rápidamente durante su primer año de vida, hasta llegar a pensar y hablar como un adulto mientras su cuerpo seguía siendo el de un niño pequeño.

Esperanzador y Encendedora siguieron hablando sobre la estabilidad de la ciudad, mencionando diversos actos de vandalismo que habían sucedido. Planes de guerra robados, almacenajes de alimentos envenenados. Sondeluz los dejó hablar. «No parece que la belleza de Encendedora lo distraiga», pensó mientras los miraba. Ella se volvió hacia el plato de fruta con movimientos sensuales. A Esperanzador no le importó, o no se dio cuenta, cuando ella se inclinó y mostró una impresionante porción de escote.

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