—Solamente no te gustan las matemáticas —dijeron Angel y Sasha al mismo tiempo y se echaron a reír.
—Ni yo a ellas —apuntilló Tommy, mosqueado. Sasha le sonrió.
—Angel ya está trabajando conmigo, ¿recuerdas lo que te comenté? —dijo Alex para cambiar de tema. Tommy asintió—. Pasó todas las pruebas y está en uno de nuestros centros de investigación. Quiero que sea mi asistente, pero se niega.
—¡Felicidades! Pero, ¿por qué no quieres trabajar junto a Alex? —quiso saber Tommy. Le parecía normal que siendo novios quisieran aprovechar todas las oportunidades para estar juntos.
Angel se echó a reír.
—No es que me niegue, es que me gusta la investigación. No soportaría hacer todo el papeleo que hace Alex a diario. Y menos verle la cara a ese McAllister.
—¿Qué pasa con McAllister? —preguntó Tommy.
—Quiere controlarlo todo —explicó Alex—. Es el segundo accionista mayoritario, ¿recuerdas lo que te comenté? Mi hermano Ebenezer le vendió su parte y mi padre se puso furioso. Nunca le gustó ese hombre. Sólo piensa en el dinero.
—¿No piensan todos en eso? —replicó Sasha.
—Depende del punto de vista —respondió Alex—. Es obvio que queremos ganar dinero, pero un tener un laboratorio es también una gran responsabilidad. Existimos para dar una mejor calidad de vida a las personas a través de nuestros productos, para combatir las enfermedades, para mejorar los tratamientos o mejor aún, para prevenirlas. El dinero está bien, pero nuestro fin va más allá de eso.
—Alex es un idealista. —Angel sonrió tomando la mano de su prometido—. Él es químico pero no ha podido ejercer su profesión. Tiene que administrar Thot Labs y no es una tarea fácil.
—Tal vez si encontraras alguien de confianza que dirigiera la empresa, podrías dedicarte a lo que te gusta… —Tommy entrecerró los ojos, pensativo.
—Eso es lo difícil. Mi padre no confía en nadie. Ni siquiera en la familia. Pero basta de hablar de negocios, no queremos aburriros. ¿Habéis visto 2010? —dijo en alusión a la película recientemente estrenada, basada en uno de los libros de Arthur Clarke.
—No, ni siquiera he leído los libros. Son de esos que siempre tienes en la lista de lectura, pero nunca empiezas —respondió Tommy.
—A nosotros nos gustó mucho —dijo Angel—. Me gusta la ciencia ficción y Clarke es uno de mis escritores favoritos. Hay astronautas soviéticos. —Sonrió, dirigiéndose a Sasha.
—¿Sí? —El ruso alzó una ceja.
—Sí. Es una expedición rusa y americana que busca llegar a Júpiter. Al inicio hay mucha tensión, pero luego nace el compañerismo.
—¡Si hasta un astronauta ruso se lía con un americano! —dijo Alex.
—¿En serio? —Tommy estaba asombrado. No se podía imaginar que en una película como esa saliera algo así.
—Bueno, en realidad no lo muestran pero se deduce. Y en el libro sí lo dicen de un modo muy sutil. El ruso se casa luego con una de sus colegas, pero el romance con el otro existió. Creo que eso le da realismo a la historia…
Sasha hizo algunas preguntas, sintiendo que el hielo se había roto. Una corriente de confianza unió a los cuatro y pasaron el resto de la tarde hablando animadamente.
Cuando se separaron, había en Sasha un sincero aprecio hacia Angel y mucho respeto hacia Alex, quien a su vez se sentía satisfecho con el amigo de Tommy. Le agradaba la forma en que Sasha se había conducido y el interés que ponía en sus estudios. Se dijo que de continuar con esa determinación, el chico llegaría lejos y que era una buena influencia para Tommy.
La esperada Nochebuena por fin llegó. La cena transcurrió entre miradas cómplices y sonrisas traviesas. Sasha estaba en la mesa de los chicos de su curso mirando a Tommy, que se había sentado con los pocos alumnos de su clase que se habían quedado esa Navidad.
Recordaba con ternura esa accidentada primera vez de hacía un año. Ahora, más experimentado, esperaba darle a Tommy algo mejor que recordar.
—Feliz Navidad —dijo alguien a su lado. Era Patrick Arden. No había reparado en él por estar viendo a Tommy.
—Igualmente, Arden —replicó—. ¿No has ido a tu casa?
—No… Iré mañana. ¿Y tú?
Sasha pensó en lo lejos que estaba su casa y se le hizo un nudo en la garganta. Entonces recordó que se suponía que era hijo de su tío Piotr y se forzó a sonreír.
—Me quedaré aquí.
—Oh. Lo siento. —Patrick enrojeció—. Es cierto que vosotros no celebráis la Navidad. ¡Qué tonto soy!
—Descuida.
—Lo siento de verdad.
—Vamos, Arden. —Dio una palmadita en el hombro del apenado muchacho—. No es para tanto. Además, mi familia sí celebra la Navidad. —Sasha sonrió con nostalgia al recordar las sencillas cenas clandestinas que organizaba Anastasia con las familias que compartían el apartamento—. Mis padres son ortodoxos, celebramos el 6 de enero.
—Ya. Entonces esta fecha no significa mucho para ti, ¿verdad?
—Te equivocas. —Sasha miró hacia Tommy, que reía despreocupado—. Significa mucho para mí.
La conversación derivó hacia la familia de Patrick que lo recogería el 25 para llevarlo a Plymouth donde pasarían las vacaciones de invierno. Sasha procuró mostrarse interesado, pero apenas terminó de cenar se despidió y se dirigió rápidamente a su habitación, lugar escogido para el encuentro ya que la mayoría de sus condiscípulos habían ido a pasar las fiestas con sus familias y los dormitorios contiguos estaban vacíos.
Encendió varias velas, única luz que dejaría en la habitación, colocó las esposas debajo de la almohada, el bote de lubricante de fresa en el cajón de la mesilla, y se dispuso a esperar a su joven amante.
Tommy terminó de cenar, repitiendo postre como era habitual en él. Aún se estaba relamiendo cuando llegó corriendo al pasillo de los de Sexto Alto
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, miró hacia todos lados y cuando estuvo seguro que no había nadie, se deslizó hacia la puerta de Sasha y la tocó.
—Al fin estás aquí. —Sasha lo arrastró dentro—. Pensé que nunca vendrías, es casi medianoche. —Lo envolvió en un beso apasionado, para susurrarle luego, entre jadeos—: ¿Te has dado cuenta que siempre follamos en Navidad?
—Bueno, son fechas de felicidad y hay que celebrar —susurró Tommy—. De todas formas, ¿tú crees que a Dios le moleste que hagamos el amor? —Se mordió el labio nada más terminar su pregunta. Nunca habían llamado a lo que hacían
amor
. Sasha seguía diciendo que era amistad y ambos querían creer eso. Ahora tenía la certidumbre de haber metido la pata.
Hacer el amor.
Sasha suspiró. Él siempre le llamaba follar a lo que hacía con Tommy, porque de esa manera sentía que no se involucraba demasiado, pero no pudo negar el agradable calor que lo envolvió al oír esas sencillas palabras.
—No, no creo que le moleste. El amor… la amistad, eso no tiene nada de malo —respondió suavemente—. Además, es tu cumpleaños, creo que mereces un regalo especial —Sasha titubeó un poco. En esa ocasión no tenía ningún regalo, salvo su cuerpo.
Tommy suspiró interiormente al ver que no se lo había tomado mal. Sonrió y su cara se iluminó, para luego saltar sobre Sasha y volver a besarlo.
«Y tanto que tendré un regalo especial. Me lo cobraré yo mismo.»
Sasha se dejó envolver en el beso, dejando que sus sentimientos lo controlasen un instante. Lentamente, hizo que Tommy dejase poco a poco de tener el dominio del beso, para tomarlo él y hacerlo menos apasionado.
—Yo deseo regalarte una noche juntos, algo que recuerdes siempre. Por eso acepté guardar lo que compramos para una ocasión especial como ésta —comenzó a decir con el tono solemne que empleaba siempre para hablar de las cosas que tenían para él un significado especial.
—¡Oh, por Dios, Sasha…! Déjate de hablar y vamos a follar —exclamó Tommy con tono desmayado lanzándose de nuevo sobre él y colgándose de su cuello, mientras devoraba su boca.
El rubio se rindió ante tan apasionada exigencia y se dejó besar, sorprendiéndose de todas las sensaciones que los besos de Tommy le provocaban. Aferrándose a su cuerpo, se dedicó a la placentera tarea de desvestirlo, contemplando la maravilla que unas cuantas semanas de ejercicio habían logrado en él. Su boca buscó el punto en el que su cuello y su hombro derecho se unían, para llenarlo de besos, mientras palpaba los músculos más definidos de sus brazos.
—¡Qué bello eres! —susurró contra esa piel dorada que contrastaba tanto con su extrema palidez. Se perdió en un sendero de besos hacia el otro hombro de su amigo y desde allí se agachó para recorrer con más húmedos besos el camino hacia su ombligo, donde se detuvo unos momentos.
—¿No crees que esto sería mucho mas agradable con cierto aceitito con sabor a fresa? —susurró Tommy.
—Todo a su tiempo —sentenció el ruso, deshaciéndose rápidamente de las ropas que le estorbaban, y conduciéndolo a recostarse sobre la cama, para desnudarlo allí.
Se tendió junto a Tommy, acariciando su cuerpo, tenuemente iluminado por la luz de las velas. Le quitó las gafas y se perdió unos momentos en la mirada azul que tanto lo seducía, para formular en susurros su petición.
—¿Me dejas ponerte las esposas?
—¿Me dejas ponértelas yo a ti? —preguntó a su vez Tommy, mirándolo fijamente. No sabía muy bien por qué, pero tuvo una sensación extraña, como si algo muy importante dependiera de la respuesta.
La primera reacción de Sasha fue negarse de lleno. Hacer algo así equivalía a mostrarse vulnerable, a permitir que otro que no fuera él tuviera el dominio. Siempre se había resistido a mostrarse débil ante nadie, fueran cuales fuesen las circunstancias. Se sentía orgulloso de su origen, convencido de que no dejaría de luchar hasta lograr estar en el lugar de los que ahora lo avasallaban por ser pobre. Todo su orgullo se rebeló ante ese inocente pedido.
Pensó en negarse, pero algo en los ojos de Tommy hizo que la negativa no pudiera salir de sus labios.
Tommy no era como los demás, nunca jugaría con sus sentimientos. Era un ser especial, su compañero, su amigo, su amante… y también era su amado, aunque jamás se lo confesaría.
En Tommy podía confiar… podía arriesgarse a ser un poco débil. Después de todo, también era un enamorado muchacho de dieciocho años.
—
Da
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—susurró en ruso.
Tommy sonrió con una de sus sonrisas radiantes e intercambió posiciones. Tomó las esposas, sin dejar de mirar a Sasha a los ojos y, dándole pequeños besos de mariposa por el rostro, le instó a levantar los brazos, y con suavidad, lentamente, le esposó las muñecas al cabecero de la cama. Después, permaneció un rato sobre él sin dejar de besarlo dulcemente y acariciándolo con suavidad. Quería que Sasha entendiera que no le haría daño, que confiara en él. Cogió el bote del lubricante y untó un poco en sus labios con un dedo, reprimiendo las ganas de ponerse a lamerlo todo y volvió a besar a Sasha. El sabor a fresa les inundó la boca.
Estuvo a punto de decir «te amo», pero recordó que eso lo incomodaría. Incluso así, en su mente no paraba de repetir esas palabras y permitió que todo el amor que sentía se mostrara en sus ojos y en sus caricias.
Bajó por el cuerpo de Sasha, con besos con sabor a fresa y calientes lamidas, hasta llegar a la incipiente erección donde se detuvo.
—Cómo me gusta cuando haces eso... —Sasha alzó las caderas buscando contacto con la boca de su amante.
—A mí también. —Se llenó la mano del gel lubricante y lo untó generosamente en el miembro de Sasha, lanzándose a devorarlo. Era el paraíso: el sabor dulce de la fresa mezclado con las gotitas saladas del presemen, los suaves gemidos de Sasha que se elevaban cuando su lengua jugaba con el pequeño orificio que coronaba la firme erección, la sensación de poder y pertenencia. Era una especie de droga que su boca no podía ni quería soltar.
—Ah, Tommy —jadeó el ruso completamente indefenso, y elevó más las caderas para que esa deliciosa boca le proporcionase mayor placer. Era consciente de su posición, totalmente a la merced de su amante. Se entregaba a él con ardor, con confianza al haber leído en los ojos de Tommy el mensaje inequívoco de lo que ninguno se atrevía a mencionar en voz alta.
La lenta tortura continuó con largos lengüetazos, ligeras mordidas y besos, mientras Tommy procuraba no dejarlo llegar al orgasmo. Lo hizo levantar las piernas y Sasha se preparó mentalmente para ser penetrado, pero no estaba preparado para sentir la cálida humedad de una tímida lengua pugnando por conquistar un lugar que nunca había sido estimulado así.
Su primera reacción fue contraerse, pero la pequeña lengua no se rindió. Tommy trató de imitar lo que había visto en las películas: jugueteó con la lengua, presionó con ella logrando entrar con la puntita, mordisqueó con suavidad, chupó, succionó y lamió todo lo que pudo. Quería más y más de Sasha. Sus dedos jugaron en el apretado pasaje y su boca le volvió a rodear la erección que todavía sabía a fresa.
—Tommy, Tommy… —El ruso luchaba con las esposas, en un acto instintivo por liberarse y tocar el cuerpo que tanto placer le estaba dando. Nunca habían llegado a esa clase de caricias, pero esa noche, Tommy había derribado una barrera más en su búsqueda para dar y recibir placer, en un acto tan íntimo que Sasha capituló, ansioso hasta límites que no había creído sentir, privado de tocar a su amante y por tanto, más excitado—. ¡Fóllame ya… hazlo ya!
—Espera un poquito… sólo un poquito más. —Tommy había descubierto que cuanto más alargaba el momento, más placentero era el orgasmo, y aunque podía parecer una tortura, la recompensa sería mayor—. Sólo un poquito, amor mío…
El rubio, perdido en un mar de placer, no se extrañó de esa última frase, sino que se le antojó perfecta, como el símbolo de la entrega que hacía a ese muchachito a quien adoraba.
—
Amor mío
—susurró en ruso, saboreando cada palabra.
Cuando la espera se hizo una tortura, Tommy se incorporó, besándolo y poco a poco comenzó a adentrarse en él, sin dejar de mirarlo a los ojos, donde el hielo ardía con una intensidad que quemaba.
El ruso gimió. La sensación de recibir a Tommy era demasiado intensa, sumada al hecho de que era la primera vez después del largo verano, que su amigo lo penetraba y la diferencia en tamaño era considerable. Luchó con las esposas, ansiando tocarlo, pero eso le estaba negado. Le tomó un tiempo adaptarse, pero se sentía maravillosamente, Tommy llenaba cada rincón de su cuerpo y de su alma, era demasiado perfecto, demasiado pleno, la sensación era incomparable.