—Muévete —suplicó, aceptando inconscientemente dejar su orgullo de lado y rendirse a lo que Tommy quisiera hacerle.
Un suave gemido escapó de los labios de Tommy cuando estuvo completamente dentro. Un «te amo» llenó su mente y se repitió en ecos infinitos. Su cuerpo se acopló al ritmo que Sasha imprimía a sus caderas y comenzó a entrar y salir de él, respondiendo con suavidad a su pedido.
Las sensaciones eran tan intensas que escondió el rostro en el hueco del cuello de Sasha intentando acallar sus gemidos. No podía pensar muy bien pero de pronto surgió una idea y sin dudar, tomó la mano de su amante, soltándola fácilmente de una de las esposas, y lubricó dos de sus dedos, para llevarla hacia su propio trasero.
—Métemelos —pidió con un ahogado gemido.
Sasha se apresuró a complacerlo, deslizando los dedos de su mano libre en el interior de Tommy como si lo estuviera preparando. Dilató la pequeña entrada al tiempo que era penetrado, sintiendo que el deseo de control volvía a apoderarse de él. Estaba recibiendo y dando placer al mismo tiempo, y se concentró en mover los dedos al mismo ritmo que las acometidas de su amante.
Tommy jadeó. Conforme más profundamente se introducía en Sasha, más profundamente quería sentir sus dedos. Definitivamente tendría que buscar la manera de hacerse con un consolador, la sensación de penetrar y ser penetrado a la vez era lo más parecido a la gloria que había sentido.
Los largos dedos de Sasha se introdujeron todo lo posible, pero eso no bastaba para darle placer. Quería más y más cada vez. Sasha siguió empujando, pero pronto se perdió en sus propias sensaciones, y eyaculó violentamente sobre su pecho. En medio de su orgasmo, introdujo un tercer dedo y siguió penetrándolo, con la vaga consciencia de que si a Tommy le gustaba tanto ese jueguito, tendrían que buscar medidas más efectivas que solamente los dedos.
Tommy sintió en todo su cuerpo cómo Sasha se corría. Sintió en su pecho la humedad ardiente de su orgasmo, el modo en el que su trasero era penetrado por esos largos dedos y, sobre todo, lo sintió contraerse alrededor de su erección y ya no pudo aguantar más. Con un largo gemido y una profunda embestida se dejó ir dentro de su amante, para después soltarle la otra mano y caer rendido sobre él con un ronco suspiro.
—Eso fue fantástico —suspiró el rubio, jadeando aún por la sensación de haber sido dominado de ese modo—, aunque el regalo iba a ser para ti, pero… —Mordisqueó la oreja de su compañero—. Eres terrible. ¿Te gustó lo que hice con los dedos?
—Sí. Se me ocurrió en el momento y ha sido genial —confesó Tommy, aún tumbado sobre él—. De todas formas, ¿quién te dice que esto no ha sido un regalo para mí?
Sasha no pudo verle el rostro, pero adivinó la sonrisa en sus palabras.
Con la llegada de enero, Sasha comenzó a salir con Grant por los alrededores a beber en ciertos
pubs
donde a nadie le importaba si habían cumplido la mayoría de edad. Una noche, el boxeador le anunció había sido admitido en Oxford y prometió que lo llevaría a un lugar especial. Y así, a inicios del segundo trimestre, cumplió su promesa.
Salieron furtivamente del colegio una noche y se dirigieron hacia una zona de estrechas calles. Sasha miraba a ambos lados, un tanto decepcionado por el ambiente.
—Apúrate, es por aquí —dijo Grant, desapareciendo por una puerta en una sombría calle.
Sasha entró, no sin antes echar una ojeada al exterior del bar. Le parecía extraño que un joven como Edward Grant acudiera a un lugar como ese. No era el sitio en el que esperaba verse a jóvenes de sociedad. Sin embargo, no sólo Grant era asiduo concurrente de ese lugar, sino también otros dos chicos del gimnasio, a quien Sasha conocía de los entrenamientos.
No había querido mezclar a Tommy en su aventura. Ir a una discoteca estaba prohibido a los menores y mucho más si era una discoteca sólo para muchachos.
Sentía curiosidad, la perspectiva de un lugar así hizo que las reservas por el aspecto de la calle donde se hallaban fueran olvidadas.
Bajaron por una estrecha escalera, al pie de la cual había un hombre alto de lentes oscuros, que le recordó vagamente a Tommy por la desfachatez de su sonrisa. La música se oía aún de lejos, pero cuando pagaron el importe de las entradas y avanzaron hacia la puerta que Grant empujó, la voz de Simon Le Bon tronó con fuerza en sus oídos.
Se despojaron rápidamente de los abrigos y Grant se los dejó a alguien, para luego tirar de Sasha y llevarlo al centro de la pista.
El joven ruso nunca había bailado esa clase de música, aunque no le eran ajenas las pocas clases de baile de salón recibidas en Saint Michael. La canción era
Wild Boys
y hablaba de rebeldía, de lucha… y de algo definitivamente sexual que hizo que comenzara a moverse al ritmo de esa voz hipnotizadora, dejándose llevar.
Los labios de Grant buscaron los suyos y Sasha se encontró besándolos, mientras Le Bon cantaba:
Wild boys always shine
[9]
…
Le faltaba Tommy, pero práctico como era, dejó de pensar en su amigo para corresponder al apasionado beso, sin dejar de bailar.
A juzgar por el modo en que lo besaba, Sasha se dijo que era extraño que en esos meses Grant lo hubiera buscado con muy poca frecuencia. Su orgullo le había impedido preguntarle por qué había espaciado tanto sus encuentros, creyendo que había perdido atractivo a sus ojos, pero la actitud actual de Grant hacía que ese pensamiento fuera imposible.
—Ven.
El boxeador salió de la pista y Sasha lo siguió hacia el fondo de la discoteca clandestina. Dos chicos de Saint Michael y otros tres que no conocía estaban bebiendo y manoseándose. Uno de ellos saludó al ruso con un beso en la boca. Tenía un sabor extraño y el muchacho se reía con picardía.
Entonces, otro de los chicos le pasó a Grant un cigarrillo que él tomó, mirando de reojo al ruso. Dio varias chupadas y se lo pasó.
—Es marihuana, de Colombia. Prueba un poco…
Los ojos de Sasha se abrieron mucho mientras tomaba el cigarrillo. ¿Un deportista como Grant drogándose? Pues cualesquiera que fueran los argumentos a favor de la marihuana, para él seguía siendo una droga. Recordó las lecciones sobre las drogas de su infancia, más enraizadas en su mente que las que hablaban de la homosexualidad.
«Los soviéticos no usamos drogas. Son el símbolo del decadente capitalismo, aniquilan la mente y el espíritu y llevan poco a poco a un camino sin retorno. No usamos drogas. No usamos drogas…»
Creyó oír a Anastasia aconsejándole como hacía en cada una de sus cartas:
«Ten mucho cuidado, hijo. Una ciudad como Londres está llena de tentaciones. Los jóvenes se entregan a los vicios y eso los aleja de sus seres queridos. Si haces eso, poco a poco te alejarás de mí. Lleva una vida sana y decente, esfuérzate para que nos sintamos orgullosos.»
—Ivanov.
La voz de Grant lo alejó de los recuerdos. Ahora entendía la actitud del chico que lo había besado y del grupo en general. Estaban drogados y sabía que esperaban que hiciera lo mismo. Era una especie de iniciación, un ritual de bienvenida. Si lo hacía, sería parte de ellos.
Comenzó a sentir la presión tácita del grupo. Las miradas sobre él, los gestos. Grant y los suyos eran los chicos más populares del colegio, representaban una élite. Los otros tres tampoco se veían mal, sus ropas costosas pregonaban que sus padres eran también personas influyentes. Sabía que para salir adelante, necesitaba relacionarse más.
Pero también estaba Tommy.
Tommy había formado parte de todas esas nuevas experiencias y las drogas no estaban incluidas en el paquete.
De pronto, la presión desapareció, reemplazada por el luminoso rostro de su joven amante.
—No, gracias —respondió con una tranquila sonrisa. Devolvió el porro y se volvió al chico que lo había besado, tomándolo de la mano—. ¿Bailas?
Sin esperar respuesta, lo llevó hacia la pista, experimentando la intensa sensación de la victoria. Acababa de expresar lo que sentía al rechazar el porro y luego había actuado con naturalidad pidiendo algo que no le fue negado. Y había tenido éxito, algo a lo que no tardaría en habituarse. Esa noche comenzó realmente a disfrutar lo que se sentía ser joven y guapo.
Bailó con el muchacho y luego se lo folló en el baño, embistiendo sus caderas contra los gastados azulejos. Cuando por fin acomodaron sus ropas, sudorosos, Sasha se acordó de preguntarle su nombre y se sintió un poco culpable cuando el joven susurró: Thomas.
El 16 de enero Sasha recibió una carta de la Universidad de Kingston, anunciándole que había sido admitido en forma condicional a sus notas en los A-Level. Lo celebró con Tommy bebiendo una botella de vodka, aunque todavía tendría que gestionar la ayuda económica.
Su tío no se mostró complacido. Para él, Sasha debía trabajar apenas terminara los Sixth Form, pero sus padres lo felicitaron en una extensa carta que llegó a principios de febrero.
Aunque las visitas a la discoteca clandestina habían seguido, Sasha no había hecho partícipe a Tommy de sus escapadas. Sin embargo, con la llegada de febrero, volvió a sumergirse en el estudio y dejó de frecuentar a Grant, aunque no espació sus visitas al gimnasio. Ahora más que nunca deseaba explotar su atractivo.
Se sentía muy atractivo una mañana, sentado en primera fila en el aula, sabiendo que Patrick Arden lo estaba observando. Disfrutó la sensación. Ladeó la cabeza con gesto atento y leyó deprisa la diapositiva presentada en la clase.
La tarea del supervisor no es decirle a la gente qué hacer, ni es castigarla, sino dirigirla. Dirigir consiste en ayudarle al personal a hacer un mejor trabajo y en aprender por métodos objetivos quién necesita ayuda individual.
Sonrió. Era el enunciado del Principio 7 de Deming para la Calidad Total y automáticamente pensó en Alexander. Era muy joven para dirigir una empresa tan grande, pero inspiraba confianza. Había vuelto a salir con Alex y Angel en un par de ocasiones y sentía por él un gran respeto.
Sasha no tenía cerca muchos ejemplos palpables de gestión empresarial, pero estaba seguro de que Alexander Andrew era un ejemplo a seguir.
—¿Quién me puede decir qué es un líder? —preguntó Anthony Reeds, profesor del curso de Fundamentos de Gestión. Los ojos grises de Sasha se abrieron mucho. La primera persona en la que pensó fue su madre. Recordó sus consejos, su ejemplo de trabajo constante. ¡Qué fríos parecían esos textos de Marx y Engel que había leído en el colegio frente a la simple sabiduría de su madre!
—Es alguien que se compromete a algo y trabaja para conseguirlo, sin importar las dificultades y sin traicionar sus principios. Alguien que nos inspira para seguir su ejemplo —dijo con seguridad.
Algunas risitas se dejaron oír y el profesor lo miró, frunciendo un poco el ceño. Sin saberlo, había enunciado el principio del liderazgo basado en valores, en una época en la que las empresas buscaban el máximo de productividad sin preocuparse demasiado por el individuo.
Lester Banks alzó la mano, mirando burlón a Sasha, quien sostenía la mirada de Reeds.
—El líder es quien posee ciertas cualidades de personalidad e intelecto que favorecen la guía y el control de otros individuos.
—Excelente, señor Banks —expresó Reeds—. Las cualidades de un líder son…
Sasha hizo una mueca. Había visto personas que se proclamaban líderes caer y enlodarse en su propia codicia. Para él, el liderazgo significaba comprometerse, no solamente dirigir. Y nadie le cambiaría esa idea.
Al otro lado del aula, Patrick le sonrió.
—No quiero hablar de eso. —Sasha avanzó rápidamente por el pasillo, seguido por Tommy. Su rostro era una máscara de calma, aunque en su interior distaba mucho de encontrarse calmado. Su brillante futuro estaba a punto de hacerse añicos por un tonto malentendido.
Era sábado y media hora antes, luego de uno de sus encuentros con Grant en la Sala de Proyecciones, éste le había ofrecido un poco de marihuana. Sasha la había rechazado, pero para su mala suerte, fueron sorprendidos por el profesor de arte, quien los había llevado a la dirección.
Nunca en su vida se había sentido tan humillado. Había sido interrogado como un delincuente, como si su palabra no valiese nada. Grant se había portado magníficamente, se había echado toda la culpa y le había dicho al furioso director Yeats que sus padres se ocuparían de todo y que él sólo deseaba terminar ese año y ganar el campeonato de box, luego de lo cual iría a Oxford.
El director se había suavizado notablemente cuando recordó el campeonato, pero no estaba dispuesto a perdonar la falta a Sasha. Necesitaba un chivo expiatorio y ese joven estudiante extranjero haría ese papel. Lo había mirado fijamente, preguntándole quién respondería sobre su comportamiento. Cuando Sasha se disponía a contestar que él mismo respondía de sus actos y que no había hecho nada indebido, había sido interrumpido por Tommy, que entró hecho un huracán, diciéndole a Yeats que Alexander Andrew estaba a cargo de Sasha y que se ocuparía de que todo se solucionara.
Yeats los había echado de la dirección diciéndoles que sólo hablaría con Alex, y que mientras no se presentase, Sasha no podría volver al colegio.
—Algún día tendrás que hablar de ello y es más importante que lo hagas ahora para poder buscar una solución —replicó Tommy, trotando tras él para seguirle el paso—. Vale ya, párate. —Lo tomó del brazo—. Voy a llamar a Alex. Él vendrá y lo solucionará. Tranquilízate de una buena vez, que no ha pasado nada.
—¿No ha pasado nada? —La voz de Sasha era un susurro, pero se podía adivinar allí la rabia que sentía. Una rabia dirigida a sí mismo, culpándose por su imprudencia. Debió alejarse cuando Grant sacó el porro. Debió quitárselo. Debió hacer cualquier cosa menos dejarse sorprender. Habían llegado al patio principal y se sentó en una banca, apretando los labios—. No vas a llamar a nadie —dijo, intentando calmarse—. No quiero mezclar a Alex en esto. Agradezco tus buenas intenciones, pero yo tengo que salir solo de este lío.
—¡Estás tonto! —Tommy se sentó a su lado—. Sabes perfectamente que solo no puedes salir de esto, Sasha. —Puso su mano sobre la del ruso—. Sé que eres orgulloso hasta el asco, pero también eres inteligente y sabes que hay que aprovechar las oportunidades. Alex va a hacer esto gustosamente y con ello salvarás tu futuro. —Apretó su mano—. No quiero que te vayas… no quiero que te alejes de mí…