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Authors: Howard Mittelmark & Sandra Newman

Tags: #Ensayo, Humor

Cómo no escribir una novela (30 page)

En un lugar de Alabama

Cuando el autor se inspira inconscientemente en otros libros y hechos

Y entonces vi cómo el insumergible transatlántico se entregaba a las gélidas profundidades. Era una noche clara, todas las estrellas titilaban como si delicados fragmentos de un temible iceberg se hubieran alzado al cielo y encontrado acomodo allí y tiraran del casco del imponente barco. Fue la insolente arrogancia de la Edad de la Opulencia lo que nos hizo pensar que podíamos construir un ingenio insumergible, pues fuimos ciegos a las masas que se apelotonaban en tercera clase. Muchos de ellos se ahogarían pronto porque algunos crueles miembros de la tripulación cobardemente no quisieron abrir las puertas que los mantenían encerrados allí abajo.

Y puedo imaginarme, por ejemplo, a una madre tumbada en su litera con sus dos pequeños, calmándolos mientras las frías aguas del océano iban subiendo poco a poco. Otros, los más ricos, corrieron a lo loco como animales hacia las cubiertas superiores, pero ya era demasiado tarde. Pese a ser de alta cuna también ellos formaron una masa. Algunos fueron nobles y valientes, se sacrificaron para ayudar a otros mientras llevaban aún sus elegantes prendas de noche. Pero uno en particular se sirvió de un ardid para huir en un bote salvavidas. Incluso llegó a cubrirse con un chal e intentar hacerse pasar por una mujer. Fue una lección, supongo, tanto para los ricos como para los pobres, que creyeron conocer el precio de todo pero que en verdad no conocían el valor de nada, ni siquiera de los cuadros de pintores vanguardistas que algún día serían de valor.

Aunque todos nosotros, salvo algunos académicos (y tal vez incluso ellos), inconscientemente nos imaginamos algunas épocas pasadas a partir de ciertos elementos culturales de la actualidad, no debes limitarte a documentarte en un videoclub. Algunos lectores pueden haberse perdido tal película sobre la locura del rey Jorge, pero otros reconocerán al instante las escenas y detalles que has tomado prestados de esa película. Algunas veces estos préstamos son inconscientes, por lo que es aconsejable detenerse a considerar si esas cortinas de terciopelo que acaban convirtiéndose en un vestido para esa desesperada belleza del viejo Sur —el clímax de tu libro— pueden sonarnos ligeramente.

La lucha de clases

Cuando el autor lucha con una clase social que no es la suya

—¿Cómo se encuentra hoy? —dijo imperiosamente la señora permitiendo que le besara la mano Sebastián Skeapong, el vendedor de seguros de los ricos. Los mayordomos se arracimaban a las puertas, lucían inmaculados con sus blancos guantes y sus sombreros de copa. Justo entonces un recadero, un muchacho, se abrió paso entre la multitud y le ofreció a la hija de la señora, la heredera, una tiara de diamantes.


Oh, c’est del marquis de London
—exclamó la muchacha entusiasmada, y luego le dio un cachete al muchacho por atreverse a mirarla. Entonces se lo pensó mejor e hizo planes para escaparse con él porque ella estaba en la edad de correr aventuras con el servicio. Su ensoñación fue interrumpida por Sebastián, que se las ingenió para ponerse a su lado.

—Mademoiselle —dijo en un susurro—, ¿no debería asegurar esa tiara contra los ladrones? El Gato Enmascarado ha sido visto recientemente merodeando por los áticos de la isla de Manhattan.

Mientras tanto, en la otra punta de la ciudad, la más humilde, Tripi y Barragán encendieron sendos cigarrillos de sus pitilleras. Estaban sentados en su casa de recreo, donde las cucarachas y las termitas campaban entre miríadas de jeringuillas.

—Por Zeus —dijo Barragán—. Este caballo está destrozándome el trasero.

Tripi rió y recogió la bolsa de polvo blanco del suelo.

—¡Cuán cierto es lo que dices, querido colega! —exclamó Tripi—. ¡Ésta es la droga más dura que he tomado jamás en toda mi vida!

Desde que en el pasado siglo escritores como Scott Fitzgerald o Edith Wharton escribieran sus novelas, en las que describían a determinadas clases sociales, muchos lectores han apostado decididamente por la movilidad social y la sociedad sin clases. Si bien no queremos entrar a discutir lo acertado de esas ideas políticas, la experiencia nos indica que las diferencias sociales aún persisten y que, de hecho, son las diferencias más difíciles de salvar.

Mediante la documentación podemos conocer los detalles materiales habituales en las vidas de esas personas con las que nunca hemos tratado, pero los sentimientos y actitudes con que se mueven en su mundo no son tan fáciles de captar. Tampoco podemos dar por descontado que los demás piensan como nosotros o aplicar las ideas que inconscientemente hemos tomado de ciertos programas de televisión y de las viejas películas. La forma en que las personas de una subcultura en particular se relacionan, sus reglas no escritas y sus normas sociales también son difíciles de encontrar en los libros, y los lectores no tardarán en darse cuenta de la farsa.

Si sólo sabes cómo se comporta un duque por la televisión, todo lo que haga el duque de tu novela, la ropa que lleve o las cosas que piense se convertirán en magníficas ocasiones para demostrar que no has conocido a un duque en tu vida. Si nunca has pasado un tiempo en prisión, hay muchas posibilidades de que tu cárcel se parezca más a un lugar de trabajo donde son muy importantes las duchas en grupo que a una verdadera prisión.

Las investigaciones más útiles en el campo de las clases sociales consisten en frecuentar esos ambientes sociales o hacer una inmersión en lo que los historiadores llaman fuentes primarias: biografías, relatos y documentos escritos por personas de ese grupo social.

La ponencia del simposio

Cuando el autor se pasa con su erudición

La investigadora se sentó en un banco del parque e intentó ordenar sus pensamientos. Miró el césped que brillaba a la luz del sol. Aunque para una persona común aparentemente no fuera nada, ella sabía que 10
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moléculas de CO
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se estaban convirtiendo en glucosa y oxígeno cada segundo por obra de los organismos más diminutos. Pero las glorias del ciclo de Calvin y las posteriores complejidades del ciclo de Krebs, esenciales para la respiración celular, eran un pequeño consuelo ahora que su marido, Hugo, se había tirado a esa secretaria según las pautas de un apareamiento sexual cuyos orígenes se remontaban a la innovación reproductiva operada en las algas hacía 2,7 millones de años.

Gracias por documentarte a fondo como te habíamos dicho. Sabemos que ha sido duro, e incluso a veces aburrido. Otras veces, en cambio, fue fascinante, y, naturalmente, quieres compartir con el lector esa experiencia de empaparse de conocimientos y abrir las ventanas de la mente a nuevas ideas. Pero ve con cuidado.

Es admisible que al ver a un camarero tu médico forense vea sólo un montón de órganos a la espera de una autopsia. Y quizás se describirá esa experiencia a sí mismo con términos en latín. Pero es más verosímil que sólo vea a un individuo que le va servir un café con nata y que se plantee «¿No serán demasiadas calorías?», como cualquier hijo de vecino.

Limita los frutos de tu investigación a los pasajes en los que esos conocimientos especializados sean imprescindibles y lógicos. Aunque no queremos que tu astrónomo mire al cielo y diga: «¡Ah, las nubes… Ah, las estrellas…», tampoco queremos que nos recuerde los principios matemáticos que rigen la formación de galaxias cada vez que remueva un café.

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EL TEMA

Gregor Samsa se despertó una mañana y se encontró con que se había convertido en un sex symbol

La obertura

Cuando el prólogo es una breve guía del sentido de la vida

Prólogo

La vida no es más que destino. El mundo es uno. Y muchos. Nadie puede decirnos cuándo se acabará nuestro mundo o ni siquiera si tendrá un final, un principio o un en medio. Sólo podemos dejarnos llevar por la corriente y por la esperanza que representan los niños.

Ha nacido un hombre. Se arrastra por la vida con sus metafóricas manos y de rodillas, buscando, siempre buscando. Buscando. Sólo para morir con esa pregunta en sus labios: ¿Qué estoy buscando?

Desde los remotos tiempos en los que la Tierra se formó de los restos de la Gran Explosión Cósmica que originó lo que llamamos nuestro universo, generaciones de humanos se han alzado y conseguido arañar la superficie, todos luchando para ser ellos mismos sin saber si eran seres o simples payasos o sueños del espacio y del tiempo. ¿Logrará alguna vez desentrañar ese caos que es la eternidad el láser de la conciencia? Sólo nosotros tenemos la respuesta. Si es que la tenemos.

Pero como dijo Nietstzche: «Cada cosa tiene su momento». Y así llegamos al momento de Harry Carruthers, vendedor de seguros, padre, amante y buscador, siempre a la búsqueda.

Estás escribiendo una historia sobre un hombre que engaña a su mujer con la canguro y que acaba perdiendo su matrimonio, sus hijos, su casa y la canguro. Pero tu libro en el fondo no trata sobre él, trata sobre todos nosotros. De hecho tu libro trata sobre la condición humana, y quizás, aunque podría ser una inmodestia decirlo, del sentido del universo. Así que, claro, ¿qué mejor manera de definir de entrada la acción que escribiendo un profundo prólogo para tu historia acerca del vínculo entre Harry, el universo y todo lo demás?

El problema aquí es que, para el lector, tú sólo eres un tipo más con una opinión. Para él podrías ser como ese borracho del taburete de al lado que está preguntando al aire: «
¿Usté quiere saberrr cuál esss mi filososfíaaaa? Yo se lo diréee…
» Aún no has conseguido ganarte el respeto del lector y su interés por tus ideas; todavía no has llevado al lector a un mundo en el que esa filosofía juegue un papel clave en lo que ocurre en tu trama.

El lector paga su dinero para que lo entretengan, no para que lo adoctrinen. Tus ideas pueden ser muy instructivas y fascinantes, pero si fuera eso lo que quisiéramos leer habríamos comprado un ensayo.

La oportuna revelación

Cuando los símbolos son transparentes

Los pensamientos de Vivian eran como un papilla llena de grumos mientras avanzaba por la autopista de Long Island. Llegaba tarde a trabajar y sintió una punzada de culpabilidad. ¿Podía ser una buena madre y tener un trabajo como publicitaria? Al oír un bronco claxon del coche de su derecha miró hacia allí y vio a un hombre medio calvo y de mediana edad con sobrepeso tras el volante. Tenía la cara roja y sudorosa, y parecía un buen candidato para tener el mismo ataque al corazón que había tenido Mort, quien la había dejado sola para sostener su mundo con sus bien formados y entrenados hombros.

Ella lucharía para no acabar así. Ella se negaba a renunciar a sus aptitudes femeninas para la crianza de los hijos, a pesar de los vulgares y groseros hombres con los que tenía que competir. Y entonces pasó por delante de la valla publicitaria de Lácteos Roger y la inundó el orgullo: había niños sonrientes con bigotes de leche alzando sus vasos pidiendo más. Ella había colocado el anuncio en esa valla, contra la opinión de los hombres de su oficina.

Quizás no era una coincidencia que ella se hubiera llevado la cuenta de esos lecheros. Quizás no era una coincidencia que su nombre fuera Vivian, que significa «vital». De pronto comprendió que el nombre de su fallecido marido, Mort, significaba «muerte». Sí, la vieja manera de hacer negocios, la manera de los hombres, había muerto.

El mundo de la publicidad se estaba abriendo ahora a las mujeres. Con su nueva y maternal forma de hacer las cosas, la publicidad cambiaría y ella, Vivian, formaría parte de ese nuevo mundo, y esa publicidad sería una parte de ella, una parte de lo que ella podía ofrecerles a sus hijos como madre. «Sí —pensó—. Y puedo ser a la vez publicitaria y madre». Si sus hijos pudieran entenderlo…

Justo entonces, sonó su móvil y se volvió hacia el altavoz. Eran sus hijos.

—¡Te queremos, mamá!

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