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Authors: Howard Mittelmark & Sandra Newman

Tags: #Ensayo, Humor

Cómo no escribir una novela (29 page)

El samurái envainó su espada y la dejó sobre la esterilla hecha con hojas de plantas de arroz. Cruzó las piernas según establecían las formas. La geisha le sonrió, extrayendo unas gráciles notas de su
ikebana
.

—Ah, Tamiko —dijo él—. Mañana iré a la guerra, como debe hacer un buen samurái. Y si no vencemos, lo cual sería una ironía, me quitaré la vida, para que nadie del clan Shimecaigo me considere un vergonzoso borrón en nuestra historia.

—Sí —dijo ella sonriendo grácilmente—. Tras clavarte la espada la removerás hacia el oeste, luego al noroeste y finalmente al este, como tus ancestros hicieron siempre que sufrían una derrota.

—Pero —dijo con una pícara sonrisa— al menos en nuestra cultura no se condenan los placeres de la carne, como he oído que ocurre entre los bárbaros del misterioso Occidente. Aquí no es vergonzoso querer disfrutar de una mujer.

La geisha esbozó una grácil sonrisa.

—¡Ahí está! —dijo—. Yo, por mi condición, soy una víctima de un doble rasero impuesto por esta sociedad patriarcal. Debido al estigma asociado a mi tradicional cometido no puedo esperar a tener un matrimonio respetable, por más que una geisha esté educada en las más sublimes artes y no seamos meras prostitutas.

En esta variante de Buenas, soy la momia, los personajes hablan incansablemente sobre los valores y las normas de su época histórica; por ejemplo, unos vikingos se explican sus costumbres pormenorizadamente los unos a los otros a pesar de que nunca han conocido a nadie que no sea vikingo.

Otra variante es la del protagonista rebelde que se cuestiona los valores hasta entonces incuestionables de su sociedad, desde el punto de vista de los valores no cuestionados de la sociedad actual. Aunque hasta cierto punto (la heroína que lucha contra las limitaciones que impone el concepto victoriano de la respetabilidad, por ejemplo) este recurso es aceptado por los lectores, asegúrate de que esa postura rebelde puede darse en el mundo que se describe en tu novela.

Una táctica factible es introducir a un extranjero en medio de la niebla vikinga y aprovechar los malentendidos para plasmar las diferencias entre las respectivas sociedades. De este modo los vikingos pueden explicar sus costumbres sin que se resienta la verosimilitud.

La novela histórica y el desafío de lo desconocido

Cuando una novela transcurre en un mundo con el que el lector no está familiarizado, tanto si es en el País de las Hadas, en un planeta lejano o en el Imperio mongol, el autor debe trabajárselo más que si escribiera una novela que se desarrollase en la actualidad y en el típico pueblo de su país.

Puedes decir que una escena se desarrolla en Times Square la víspera de Año Nuevo de 1999, y de inmediato el lector se formará una imagen. Dile a tu lector que la acción tiene lugar en el planeta Alfa Nebulón durante el auge de la dinastía Xinth y la imagen que se formará en la cabeza estará en blanco. Cuanto menos sepa el lector de ese mundo, más trabajo tiene el autor para construirlo. Hablar de España en 1914 requerirá cierto esfuerzo, pero no tanto como si la historia sucede en la Italia de 1514. La China del año 914 requerirá montones de frases para explicar las costumbres locales, los vestidos, los edificios, etc.

Si faltan esos detalles específicos el lector llenará inconscientemente esas lagunas con los hechos de su propio mundo. Si dices que Galdor de Nebulón se sentó para desayunar y no describes en qué consiste ese desayuno, el lector que desayune un tazón de cereales todas las mañanas en cierto sentido dará por sentado que Galdor desayuna lo mismo.

La ciencia ficción y el género fantástico requieren que el lector cree un mundo que sea coherente y creíble, pero la novela histórica obliga a que lo que se diga de ese mundo también sea cierto. A tal fin, algunos autores ofrecen verdaderos cursillos sobre la época medieval o la historia militar de China en sus novelas. Si esto funciona, es un magnífico regalo para los lectores; pero la novela histórica debe estar escrita además tan bien como los libros de divulgación más populares, y de una forma similar.

Un recurso que se emplea con frecuencia para introducir al lector en el período histórico de una novela es que el protagonista conozca a Carlomagno, la reina Victoria o a Benjamin Franklin, una persona de esa época histórica de la que el lector haya oído hablar. Esto puede funcionar cuando el protagonista de la obra es un hijo bastardo que se presenta en la corte o un huérfano que entra de aprendiz en la imprenta de Benjamín Franklin. Si ese personaje no tiene más relevancia en su novela que la que tendría una imagen de la Torre Eiffel o del Arco del Triunfo o una
baguette
al principio de una película, lo que debe hacer el autor es sustituirlo por otro.

Lo más importante: si al autor de esa novela histórica la historia le parece aburrida, su novela se resentirá. Como ese autor se salta todos los pasajes donde se da información histórica en sus novelas favoritas, él se decide a hacerle el favor al lector de omitirlos en el libro que está escribiendo. Aunque su libro se sitúe en la Inglaterra del período Tudor, él ni menciona, porque lo ignora, qué clase de gobierno tenía Inglaterra entonces, cómo se ganaba la vida la gente y si creían en Jesús o en Zoroastro. En algunos casos ese autor salva el problema no diciendo nada, en otros se las arregla describiendo elementos más propios de Xena, la princesa guerrera.

La documentación histórica tiene la misma importancia que los antecedentes de los personajes en una novela. El autor debe tener buenos conocimientos sobre esa época, aunque algunos de esos datos no aparezcan directamente en la novela. De lo contrario los personajes no parecerán reales y el escenario tampoco.

El iPod de Zenón de Elea: anacronismos

Platón cogió un lápiz, abrió su cuaderno y empezó otro diálogo.

Pocahontas se desabrochó el sujetador y le guiñó un ojo con picardía a John Smith.

«¿Te vas a acabar ese sándwich», preguntó el centurión.

Muchos novelistas debutantes empiezan con un escenario razonablemente parecido a su mundo más cercano, ya que tienen por la mano los detalles cotidianos (lo que come la gente, la ropa que llevan, qué cosas hacen con las patatas). Cuando un autor se aventura en épocas y países lejanos, sin embargo, las cosas empiezan a torcerse, y mucho. Sí, claro, todos sabemos que los caballeros de la Edad Media no llevaban pistolas, que Julio César no llegaba al Senado en limusina y que los doctores medievales prescribían ajo y cebolla, no Viagra. Pero en ocasiones un clip, un libro de bolsillo o una piruleta con sabor a cereza acaban asomando en la corte de Carlomagno y, aunque el autor no se dé cuenta de esta incoherencia, no ocurre lo mismo con el lector, sea cual sea su grado de ignorancia histórica.

Revisa tu manuscrito una y otra vez a la búsqueda de anacronismos. Un simple desliz puede echar por tierra tu saga vikinga.

Yo, Maese Carlomagno, habré a todas vuesas señorías a trasmano

Cuando el autor no maneja bien el lenguaje de la época

—Bueno, signor Michelangelo, ¿cómo va ese techo? —preguntó el Papa Julio irrumpiendo en la capilla.

Michelangelo no le respondió nada al principio.

La espalda le dolía terriblemente tras tantas horas de pintar en aquella posición tan incómoda que exigía aquel trabajo. No estaba muy seguro de poder mantener una conversación educada. Pero finalmente se giró de medio lado y miró al anciano Papa con lo que quería ser una cortés sonrisa.

—¡Cuánto bueno por aquí, su Santidad! El techo prospera.

El Papa sonrió mientras se preparaba para sacar a colación el espinoso asunto. Aunque él personalmente era de la creencia que ese artista tenía demasiadas ínfulas, odiaba las discusiones.

—¿Y podría hacerme el favor de darme algo parecido a una fecha de finalización?

Michelangelo resopló irónicamente y al punto perdió la compostura:

—¡Quejas, quejas, quejas! ¡Siempre me venís con esas quejas, Sumo Pontífice! ¿Acaso no veis que con estos frescos me estoy rompiendo el culo?

Todos los fans de Monthy Python saben lo divertido que resulta que unos personajes históricos empleen giros actuales. Cuando un anacronismo no es intencionado, sin embargo, el resultado es muy embarazoso. Y estos anacronismos no sólo pueden venir por objetos que sean actuales sino por cualquier cosa que tenga el aire de ser moderna. Es razonable pensar que Juan sin Tierra podría haber sufrido algunas depresiones, pero en cuanto uno dice «el rey Juan estaba deprimido» ya entran en juego las teorías de la moderna psicología en pleno siglo XII.

El problema de los anacronismos idiomáticos es más difícil de resolver que el problema de los objetos anacrónicos. Uno puede quitar muy fácilmente determinado objeto, pero demasiado a menudo, al intentar reproducir el lenguaje de la época, los autores acaban escribiendo diálogos muy forzados y nada naturales. «
Voto a tales, ¿cómo se está manejando usía, mi señora, en estas tribulaciones de agora que sacuden nuestro bienquisto reino, lady Macbeth?
» no es mucho más convincente que «
Por los peces de colores, ¿qué está haciendo para arreglar lo que está pasando, lady Macbeth?
».

La única solución a este problema es estudiar tanto la literatura de ese periodo como las novelas históricas que tratan esa época escritas por autores contemporáneos que te parezcan de confianza.

Nunca lo hubiera dicho

Cuando salen a relucir las lagunas del autor

El arquitecto admiró aquella construcción hecha toda de piedra con unos enormes arcos que tanto se parecía a una iglesia muy grande.

Galileo echó una mirada por el microscopio. Ese átomo resultaba de lo más curioso.

«Pero tengo una Armada a mi disposición», recordó de pronto el presidente. Cogió el teléfono y dijo:

—¿Es el Congreso? ¡Que se ponga!

Si vas a escribir sobre un personaje que tiene unos conocimientos especializados de los que tú careces, sobre todo un personaje cuyo rasgo distintivo son esos conocimientos, lo mejor que puedes hacer es tomar medidas para que esos conocimientos no aparezcan en tu libro con errores. Todas las profesiones tienen sus jergas y nombres para las cosas que suelen emplear. Si tu personaje utiliza uno de esos objetos debe nombrarlo con la palabra que es propia de esa profesión.

Tu paisajista debe dar el nombre exacto de cada especie que planta, no debe hablar de «esas florecillas tan bonitas de color rosa oscuro». Tu médico forense debe comentar que «el hígado presenta nódulos necróticos» cuando abre un cadáver, no debe decir «algunos órganos estaban bastante enfermos».

Esto no significa que debas sacarte un máster en biología marina para escribir sobre ese tema. Pero no permitas que tu bióloga marina diga que está estudiando «unos asquerosos gérmenes marinos». Siempre es una buena idea que el autor sepa más de lo que cuenta, de forma que leer libros de divulgación sobre ese tema es una buena idea para empezar. Si no quieres tomarte la molestia de leer libros especializados al menos coge las ideas básicas y lo que cuentes tendrá el aire del tema.

Quizá no acabes de entender cómo funciona una cadena de polímeros, pero sabrás lo bastante para que uno de tus personajes se beba una buena copa de polímeros para curarse una úlcera.

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