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Authors: Howard Mittelmark & Sandra Newman

Tags: #Ensayo, Humor

Cómo no escribir una novela (33 page)

Cuándo hay que besar a la chica y contarlo

A menos que te dediques al porno, el hecho de incluir una escena sexual que no tenga nada que ver con la trama de tu novela debe ser considerado muy cuidadosamente. En ocasiones eso es justo lo que se necesita para enriquecer las relaciones de tus personajes, hacer la lectura más amena o sencillamente hacerla más picante. Sin embargo a veces es como el enojoso
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. Establecer un juicio al respecto es tan complicado que nosotros no nos atrevemos a ofrecerte unas pautas que sirvan para cada situación. Pero a continuación te exponemos algunos puntos que conviene considerar.

  1. ¿Esa escena sexual permite que la trama avance o forma parte de la subtrama? Esto no significa que el hecho de acostarse con su entrenador de kárate vaya a cambiarle la vida a la protagonista para siempre. Puede ser algo mucho más sutil. Quizás el entrenador de kárate es quien le da la confianza a la protagonista que necesita para enfrentarse a Pollutio Manufacturing Inc. por esa sospechosa multiplicación de celacantos en Arroyo Fétido. O tal vez algo que él le cuenta sobre la vida en Japón le da la clave para solucionar el asesinato de Kapolski. Si puedes hacer algo así, tu escena de sexo parecerá menos gratuita. Sin embargo, una escena sexual contada con todo detalle, sin vergüenza alguna y absolutamente gratuita también puede funcionar… cuando funciona. Tu criterio (o el de tu amigo más sincero) será quien tenga que juzgarlo.
  2. ¿Esa escena sexual de tu novela es casi idéntica a otra anterior? Por «casi idéntica» queremos decir que presenta a los mismos personajes haciendo el amor en las mismas circunstancias. Aunque una escena donde unos recién casados hacen el amor puede ser una gran escena, si la repites puedes incurrir en la segunda felación en la lavandería, y ser de lo más aburrido. Tampoco sirve que tus personajes intenten una nueva postura más arriesgada. Pero puede funcionar si lo hacen en un compartimento de tercera mientras se hunde el Titanic.
  3. Un buen momento para evitar una escena sexual es cuando a uno no le apetece escribirla. Muchos géneros literarios funcionan muy bien sin que haya sexo explícito de ningún tipo, y si te incomoda escribir esas escenas es probable que al lector también le incomode leerlas (véase Instrucciones de montaje).

Relatar escenas en que un malvado maneja un fetiche repulsivo para dejar clara su depravación no es del todo una buena idea. En una época en que los fetiches se están convirtiendo en ese objeto indispensable para los profesionales urbanos más sofisticados, muchos de tus lectores pueden molestarse si haces que tu malvado, Nefasto, sea aficionado al
bondage
para ilustrar así su naturaleza diabólica. La solución es que Nefasto sea un cerdo desconsideradamente cruel con su chica, no que sea un cerdo desconsideradamente cruel que a veces ata a su chica.

Los relatos del
Penthouse

Cuando el autor se salta los preliminares.

Cenicienta empezó a respirar entrecortadamente cuando su príncipe apartó los sutiles cortinajes que cubrían suntuosamente los laterales de la cama con dosel. Ella podía oír los trinos de los estorninos justo al otro lado de la ventana, que ofrecía un delicado paisaje verde a la tibia luz de la puesta de sol.

Cenicienta le sonrió cuando se acostó a su lado, y entonces ella vio todas las mañanas que le depararía su felicidad, la misma que sentía ahora. La mano del príncipe fue hacia su hombro y le bajó el camisón para revelar sus danzarines pechos, y entonces él llevó la mano de ella a su palpitante y excitado miembro.

—Chúpamela —le dijo, y ella inclinó la cabeza lascivamente, ansiosa por complacerlo.

El deseo es una cosa muy curiosa. Puede adoptar muchas formas maravillosas. El porno, con sus exclamaciones habituales y sus obligados adjetivos, también tiene su tiempo y su lugar.

Pero el porno tiene un tono característico, que no casa muy bien con la mayoría de las escenas de amor. Si el objetivo principal de esa escena es la consumación del amor, no de la lujuria, el autor debe centrarse en los sentimientos y en las caricias, no en el tamaño de los pechos y la firmeza del pene. De hecho, hacer demasiado hincapié en estos aspectos puede crear la impresión de que el novelista está presente en la habitación, como un
voyeur
que se está excitando al ver cómo esa pareja hace tiernamente el amor.

E incluso cuando esa escena no es tierna ni sutil sino decididamente guarra debe haber una transición desde el lenguaje de todos los días al idioma del sexo duro y los fluidos goteantes. Aunque el sexo y el humor son muy difíciles de plasmar en una página, también es demasiado fácil acabar escribiendo una escena de humor cuando se intenta describir una escena de sexo. Dejar que tus personajes empiecen esa escena mediante una buena dosis de preliminares eróticos te ayudará a asegurarte de que, cuando llegue al acto sexual en sí, el lector ya esté preparado para acoger la expresión «palpitante miembro» con el espíritu que requiere el momento.

Hazañas sobrehumanas

Cuando el hombre cumple

Elevó a la corista por los aires y la dejó caer, empalándola con su pene duro como una piedra. Ella chilló y al instante se corrió, una, dos, tres, cuatro ¡cinco veces! Él continuó alzándola y dejándola caer con sus fuertes brazos, y siguió incluso después de que la chica hubiera quedado inconsciente de tanto placer. Cuando estaba a punto de tener un orgasmo como un terremoto, él no pudo evitar felicitarse a sí mismo. No estaba mal para un cincuentón que ya llevaba echados diez polvos.

Es evidente que las personas nacen con distintas capacidades. Algunas personas pueden cargar una pesada maleta por una escalera sin que les cueste ni una gota de sudor. Algunos pueden dar saltos mortales, caminar sobre las manos, o hacer malabarismos con espadas de fuego. Incluso hay gente que puede recitar poemas en público sin perder la dignidad. Pero hay cosas que ningún ser vivo puede hacer.

En el pasado, estas hipérboles estaban aceptadas —en las novelas, por ejemplo, de Harold Robbins—, pues se escribieron en una época en la que la gente no hablaba de sexo, y todos dábamos por supuesto que esas cosas las hacían los demás.

Instrucciones de montaje

Cuando en una escena de sexo falta sexo

Él tocó primero su pecho izquierdo, luego el derecho. Entonces ella le acarició su espalda y él acarició la suya. Y entonces lo volvieron a repetir. Después se desnudaron y ella colgó su ropa mientras él doblaba cuidadosamente la suya y la ponía sobre la silla que había al lado del armario. Él dijo:

—Perdóname un momento.

Y se fue al baño y recordó que lo mejor sería perfumar el cuarto con el ambientador antes de irse. Cuando hubo acabado volvió a la habitación donde ella estaba tendida desnuda en la cama. Él se acercó a la cama y miró detenidamente todos los rincones de su cuerpo, empezando por abajo: pies, tobillos, rodillas, pubis, estómago, busto. Ella separó las piernas para facilitarle la penetración. Él la penetró.

En ocasiones a uno se le hace demasiado difícil teclear esas palabras malsonantes. Te imaginas lo que sucedería si tu abuelita leyera tu libro y en consecuencia decides que «pene» es el término más adecuado. Pero ¿qué hace tu protagonista con él? Bueno, no será follar… eso es un poco… vulgar… ¿no? ¿Cómo lo diría un médico? Quizá utilizaría una palabra tipo «copular».

¡Eso es! Ahora ya puedes describir sin que te tiemble el pulso lo que tu personaje está haciendo, pues no está utilizando un lenguaje indecoroso.

El resultado será lo más parecido a un folleto médico sobre la disfunción eréctil. Incluso quedará más perverso que un directo «Follaron toda la noche» y más propio del inquietante Norman Bates de
Psicosis
.

Una prosa de almíbar perla

Cuando el lirismo acaba con el sexo

Cuando se bajó la bragueta el tumescente pene salió a la libre libertad como un grácil muñeco de resorte. Al principio se le veía muy feliz con su reciente emancipación, cabeceando afirmativamente como un pura sangre de carreras. Pero casi de inmediato deseó volver a cubierto. Como un vampiro que temiera la luz del sol, se lanzó de cabeza al rincón oscuro más a mano, arrastrando a Peter tras de sí. Peter se había convertido en un mero apéndice de un pícaro órgano sexual que quería sepultarse en la más luminosa bóveda de Virginia sin ningún temor a las bestias que pudiera abrigar. Y esas bestias, Peter lo sabía, estaban allí. En las estrechas espeluncas que Peter había visto por mor del irrefrenable entusiasmo de su miembro por la espeleología…

La mayoría de las descripciones sexuales no son muy imaginativas, ¿verdad? La conocida palabra de cinco letras, los mismos predecibles actos. Bueno, tú no quieres ser otro aburrido plumífero del montón. Vas a vestir el acto sexual con una estructura metafórica que será inteligente, aguda y poética, todo a la vez. Incluso podrías incluir algunos ocurrentes juegos de palabras.

Por desgracia los tratamientos metafóricos y floridos del sexo casi siempre salen mal. De hecho, el único caso en el que salen bien es cuando el autor intencionadamente intenta que la arrogancia de un personaje durante el acto en cuestión sea de lo más risible.

CHISTES

El Mediterráneo reinventado

Cuando el lector, como todo hijo de vecino, ya conoce el chiste

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