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Authors: Gary Jennings

Tags: #Histórico

Azteca (37 page)

Fui lo suficientemente afortunado de encontrar a un pescador que estaba irreverentemente decidido a trabajar durante el festival de Ochpanitztli y que aún se estaba preparando para partir, esperando sólo el crepúsculo, que era cuando los
amilotlin
, peces blancos, subían. Estuvo de acuerdo en remar todo el camino hacia Texcoco, por un precio excesivo tomando en consideración lo que hubiera podido ganar en una tarde de pesca. Cuando íbamos en camino le pregunté: «¿Ha escuchado si algún pescador o cazador ha perdido su canoa recientemente? ¿O si alguien ha visto algún
acali
flotando lejos? ¿O si alguno ha sido robado?».

«No», dijo.

Miré atrás hacia la isla, pacífica y lozanamente verde en esa tarde de verano. Extendida sobre las aguas del lago como siempre lo había estado y como siempre lo estaría, pero ya nunca más se volvería a escuchar «el sonido de las campanitas tocando» ni a tener quizás un pensamiento hacia esa pequeña pérdida. El Señor Garza Roja, el Señor Alegría, mi madre y mi padre, Tlatli y Chimali, todos los demás habitantes de Xaltocan estaban de acuerdo en olvidar. Pero yo no.

«¡Ah, pero si es Cabeza Inclinada! —exclamó la Señora de Tolan, la primera persona con quien me encontré en mi camino hacia mis habitaciones de palacio—. Has acortado tus vacaciones y regresado más pronto de tu casa».

«Sí, mi señora. Ya no siento a Xaltocan como mi casa. Y tengo muchas cosas que hacer aquí».

«¿Quieres decir que sentías nostalgia por Texcoco? —me dijo sonriendo—. Entonces te hemos enseñado a querernos. Estoy encantada de pensar en eso, Cabeza Inclinada».

«Por favor, mi señora —dije roncamente—, no me llame más así. Ya estoy harto de ser Cabeza Inclinada».

«¡Oh! —dijo y su sonrisa desapareció al estudiar mi rostro—. ¿Qué nombre prefieres entonces?».

Pensé en todas las cosas variadas que había hecho y dije: «Tliléctic-Mixtli es el nombre que me fue dado del libro de adivinación y profecías. Llámeme por lo que yo soy. Nube Oscura».

I H S

S. C. C. M.

Santificada, Cesárea, Católica Majestad,

el Emperador Don Carlos, nuestro Señor Rey:

Nuestra Más Alta y Poderosa Majestad, nuestro Real Soberano, desde la Ciudad de México, capital de la Nueva España, en la Fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, en el Año de Nuestro Señor de mil quinientos treinta, os saludo.

Nos, sentimos mucho no poder incluir en estas últimas páginas recolectadas del manuscrito, los dibujos que Vuestra Majestad nos pide en su carta reciente: «esos dibujos de personas, especialmente de mujeres, hechos por el narrador, a los que se ha referido anteriormente en esta crónica». Cuando le preguntamos al indio viejo sobre el paradero de éstos, se rió ante la idea de que esos apuntes triviales e indecentes se hubieran podido guardar aquí o allá en todos estos años, aun si hubiesen tenido algún valor, pues no hubieran podido sobrevivir a través de tantos años.

Nos, nos abstenemos de deplorar las obscenidades que esos dibujos intentarían reproducir, ya que estamos seguros de que si estuvieran disponibles, no conducirían a nada a Vuestra Majestad. Sabemos que el sentido de apreciación de nuestro Imperial Soberano está basado en las obras de arte como las del maestro Matsys, en cuyo retrato de Erasmo, por ejemplo, puede sin ningún error reconocerse el rostro de éste. Las personas retratadas en la forma de pintarrajear de estos indios, no se podrían reconocer ni siquiera como seres humanos, a excepción de algunos pocos de sus más representativos murales y bajorrelieves. Su Más Alta Majestad ha ordenado anteriormente a su capellán asegurarse con «escritos, tablillas u otros registros» la substancia de las historias narradas en estas páginas. Pero podemos asegurarle, Señor, que el azteca exagera desatinadamente cuando habla de escritura y lectura, de dibujo y pintura. Estos salvajes nunca han creado, poseído o preservado algunas memorias de su historia, aparte de algunos papeles plegados, pieles o artesonados representando multitudes de figuras primitivas tales como las que hacen los niños. Estas representaciones vienen a ser inescrutables para cualquier ojo civilizado y fueron usadas por los indios solamente como un conjunto de preceptos de sus «hombres sabios», que lo garrapateaban para utilizarlo como un estímulo para su memoria, cuando ellos repetían la historia oral de sus tribus o clanes. Una clase de historia bastante dudosa por cierto. Antes de que este vuestro siervo llegara a estas tierras, los frailes franciscanos enviados cinco años antes por Su Santidad, el último Papa Adriano, ya habían rastreado toda la tierra adyacente a esta ciudad capital. Estos buenos hombres habían recolectado, de cada edificio que todavía estaba en pie, todo aquello que podían considerar como un depósito de registro; muchos miles de «libros» indios, pero no habiendo recibido ninguna disposición para ellos, están pendientes hasta recibir alguna orden de la alta directiva.

Sin embargo, como Obispo delegado de Su Majestad, nosotros mismos examinamos esa voluminosa «biblioteca» y no encontramos ninguno que no tuviera más que figuras chillonas y grotescas. La mayoría de éstas eran seres de pesadilla: bestias, monstruos, falsos dioses, demonios, mariposas, reptiles y otras cosas vulgares de la naturaleza. Algunas de las figuras tenían como propósito representar a seres humanos, pero en ese estilo de arte absurdo que los boloñeses llaman
caricatura, y
los humanos no se distinguían de los puercos, asnos, gárgolas o cualquier otra cosa que la imaginación pudiera concebir.

Puesto que no había ni una sola palabra que no fuera una fétida superstición y engaños inspirados por el Demonio, nos, hemos ordenado que con
los
miles y miles de volúmenes y rollos se hiciera una pila en medio de la plaza del mercado de Tlaltelolco y fueran quemados hasta convertirse en cenizas. Nos, esperamos que éste haya sido el fin adecuado a esos archivos paganos y dudamos que hayan quedado algunos otros en todas las regiones de la Nueva España que ya han sido exploradas.

Tomad nota. Señor, que los indios que contemplaban esa hoguera, y que casi todos ellos ahora son cristianos
profesos
, demostraban sin ninguna vergüenza una gran aversión apesadumbrada y una gran angustia; incluso lloraban mientras miraban la pila ardiente, como si hubieran sido
verdaderos
cristianos viendo la profanación y la destrucción de las Santas Escrituras. Nos, hemos considerado eso como una evidencia de que estas criaturas no han sido convertidas de todo corazón al Cristianismo como nosotros y la Madre Iglesia desearíamos. Es por esto que este humilde siervo de Vuestra Muy Piadosa y Devota Majestad, todavía tiene y tendrá muchas obligaciones episcopales urgentes, pertinentes a una más intensa propagación de la Fe.

Pedimos a Vuestra Majestad que comprenda que estas obligaciones deben estar por encima de nuestra actuación como auditor y amonestador de la locuacidad del azteca, excepto en nuestros momentos libres que son cada vez menos. Nos, suplicamos también a Vuestra Majestad que comprenda la necesidad de que mandemos ocasionalmente el paquete de páginas sin una carta de comentario y algunas veces sin leerlas previamente. Que Nuestro Señor Dios preserve la vida y acreciente el reino de Su Sacra Majestad por muchos años
más, es
la sincera oración de su S.C.C.M. Obispo de México.

(ecce signum)
ZUMÁRRAGA

QUINTA PARS

Mi pequeño esclavo Cózcatl me dio la bienvenida con genuino deleite y alivio, porque, según me dijo, Muñeca de Jade había estado excesivamente irritable en mi ausencia y había dejado caer su mal humor sobre él. A pesar de que ella tenía un gran grupo de mujeres que le servían, se había apropiado también de Cózcatl y lo había tenido trabajando sin descanso para ella, corriendo o trotando, o estando quieto para ser azotado, durante todo el tiempo que yo estuve fuera.

Me sugirió parte de algunas bajezas en mandados y trabajos que tuvo que hacer para ella, y a mi insinuación, me contó finalmente que la mujer llamada Algo Delicado había bebido el corrosivo
xoyócaíl
un poco antes del siguiente encuentro en las habitaciones de la señora y había muerto allí, echando espumajos por la boca y convulsionada por el dolor. Después del suicidio de Nemalhuili, que de alguna forma no se había conocido fuera de esos recintos, Muñeca de Jade tuvo que depender, para sus entretenimientos, de compañeros conseguido por Cózcatl y las criadas. Deduzco que esos compañeros fueron menos satisfactorios que los que hasta entonces yo le había procurado. La señora no me presionó inmediatamente a volver a su servicio ni envió un esclavo a través del corredor para mandarme un saludo o dar alguna señal de que ella sabía o le importaba mi retorno. Estaba muy ocupada con las festividades de Ochpanitztli, que por supuesto se estaban llevando a efecto en Texcoco como en todas partes. Poco después, cuando terminó el festival, Tlatli y Chimali llegaron al palacio según lo previsto y Chalchiunénetl se ocupó personalmente en conseguirles alojamientos, asegurándose de que su estudio tuviera suficiente arcilla, utensilios y pinturas, y dándoles instrucciones detalladas sobre el trabajo que tenían que realizar. Deliberadamente yo no estuve presente a su llegada. Cuando me los encontré accidentalmente, dos o tres días después en los jardines del palacio, sólo los saludé brevemente y ellos respondieron con un tímido murmullo. Desde entonces me los encontraba con frecuencia, ya que su estudio estaba situado en los sótanos existentes bajo el ala del palacio donde estaban las habitaciones de Muñeca de Jade, pero sólo inclinaba la cabeza al pasar. Para entonces ellos ya habían tenido varias entrevistas con su señora y me podía dar cuenta de que el entusiasmo que habían sentido anteriormente por su trabajo se había disipado considerablemente. Se veían nerviosos y temerosos y era obvio que deseaban discutir conmigo la precaria situación en que se encontraban, pero les miraba con tanta frialdad que no les daba lugar a ningún acercamiento. Estaba muy ocupado con mi propio trabajo, haciendo un dibujo particular que intentaría presentar a Muñeca de Jade cuando ésta finalmente me llamara a su presencia, y era un proyecto difícil que me había impuesto a mí mismo. Éste debería ser el dibujo de un joven irresistiblemente guapo, el más guapo que yo hubiera dibujado, pero al mismo tiempo tenía que parecerse a un joven que realmente existía. Hice y rompí muchísimos bosquejos y cuando al fin logré uno que me satisfaciera, pasé todavía mucho tiempo retocándolo y elaborándolo hasta finalizar el dibujo, confiando en que éste fascinaría a la reina-niña. Y así fue.

«¡Pero si él es más que guapo, es hermoso! —exclamó ella cuando se lo alargué. Lo estudió un poco más y murmuró—: Si él fuera mujer, sería como Muñeca de Jade». Y ella no hubiera podido decir mayor cumplido. «¿Quién es él?».

«Su nombre es Alegría».

«¡
Ayyo
, y debería de serlo! ¿Dónde lo encontraste?».

«Es el príncipe heredero de mi isla nativa, mi señora. Pactzin, hijo de Tlauquécholtzin, el
tecutli
de Xaltocan».

«Y cuando lo volviste a ver, pensaste en mí y lo dibujaste. ¡Qué detalle tan delicado, Trae! Casi te perdono el haberte ido por tantos días. Ahora ve y tráelo para mí».

Le dije la verdad: «Me temo que él no querrá atender mi requerimiento, mi señora. Páctli y yo sentimos una inquina mutua. Sin embargo…».

«Entonces no haces esto para beneficiarlo —me interrumpió la joven—. Me pregunto por qué haces esto por mí. —Sus profundos ojos me miraron suspicazmente—. Es verdad que nunca te he maltratado, pero tampoco te he dado motivo para sentir afecto por mí. Entonces, ¿por qué esta repentina y espontánea generosidad?».

«Trato de anticiparme a las órdenes y a los deseos de mi señora».

Sin ningún comentario y entrecerrando ahora sus ojos, ella tiró del cordón-campana y cuando la criada se presentó ordenó que llamaran a Chimali y Tlatli. Ellos llegaron, mirando atemorizados y aprensivos, y Muñeca de Jade les mostró el dibujo. «Vosotros dos venís también de Xaltocan. ¿Reconocéis a este joven?».

Tlatli exclamó: «¡Pactli!», y Chimali dijo: «Sí, es el Señor Alegría, mi señora, pero…».

Le lancé una mirada que le hizo cerrar la boca antes de que pudiera decir: «Pero el Señor Alegría no es tan fino como aquí». Y no me importó que Muñeca de Jade interceptara mi mirada.

«Ya veo —dijo ella arqueando las cejas como si me hubiera comprendido—. Podéis iros. —Cuando Chimali y Tlatli dejaron la habitación, me dijo—: Mencionaste una inquina. Seguramente alguna mezquina rivalidad romántica y supongo que el joven noble fue preferido a ti. Así es que sagazmente arreglaste una última cita para él,
sabiendo
que sería la última».

Dirigiendo significativamente mi mirada por encima de ella, a las estatuas del mensajero-veloz Yéyac-Netztlin y del jardinero Xali-Otli, hechas por el maestro Píxquitl y con una sonrisa de conspirador le dije.: «Prefiero pensar que estoy haciendo un favor a todos nosotros. A los tres: a mi señora, a mi señor Pactli y a mí».

Ella se rió alegremente. «Entonces así será. Me atrevería a decir que ahora te debo un favor. Pero debes hacer que venga».

«Me tomé la libertad de preparar una carta —dije, mostrándosela—, en la real fina piel de cervato. Con las instrucciones usuales: a medianoche por la puerta este. Si mi señora pone su firma en ella e incluye el anillo, casi puedo garantizarle que el joven príncipe vendrá en la misma canoa que llevará el mensaje».

«¡Mi listo Trae!», dijo ella, tomando la carta y poniéndola sobre una mesa en donde había un pomo de pintura y una caña de escribir. Siendo una joven mexícatl, por supuesto que no sabía ni leer ni escribir, pero, al ser una noble, por lo menos sabía cómo escribir el glifo de su nombre. «Tú sabes en dónde está atracado mi
acáli
privado. Lleva esto al jefe de los remeros y dile que salga al amanecer. Quiero mi Alegría mañana por la noche».

Tlatli y Chimali estaban esperándome al acecho afuera en el corredor y Tlatli me dijo con voz temblorosa: «¿Sabes lo que estás haciendo, Topo?».

Chimali dijo con voz insegura: «¿Sabes cuál será el depósito del señor Pactli? Ven y mira».

Los seguí abajo por la sinuosa escalera de piedra a su estudio. Éste estaba bien orientado, pero al estar bajo el suelo tenía que ser alumbrado de día y de noche por lámparas y antorchas, que le hacían parecer como una mazmorra. Los artistas habían estado trabajando simultáneamente en varias estatuas, dos de las cuales reconocí. Una era del esclavo Yo Seré de la Grandeza, que ya había sido esculpida en tamaño natural y que Chimali había empezado ya a pintar la arcilla con la mezcla de sus colores especiales.

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