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Authors: David Wellington

Tags: #Terror

32 colmillos (37 page)

Ya no estaba. Por un maravilloso, glorioso segundo, Clara creyó de verdad que el misil había impactado contra la vampira, que el arma la había hecho volar por los aires, que la había vaporizado.

Luego, Glauer movió el dedo unos tres centímetros hacia la izquierda.

Malvern flotaba por encima del suelo, a unos tres metros y medio de donde había estado cuando habían disparado el misil. Su vestido y su peluca ardían, llameando como si los hubieran empapado de gasolina. Su pálida piel parecía intacta. Ni siquiera chamuscada.

Su sonrisa no se había desvanecido.

—¡Otra vez! —chilló Fetlock.

Malvern se apartó a un lado justo antes de que lanzaran el misil, que pasó junto a ella y demolió una de las cabañas del otro lado del claro. Ella dio un paso hacia la derecha, como si se anticipara al siguiente disparo, y el misil voló en línea recta hacia los árboles de la cresta de detrás de ella.

El helicóptero disparó todos los misiles que le quedaban en rápida sucesión y en un amplio abanico para intentar acertarle según se movía. Malvern se cubría la cara con un brazo al verlos llegar, pero por lo demás se mantuvo firme.

Cuando pasaron las ondas de choque, cuando Clara pudo ver y oír otra vez, gimió de angustia. El vestido y la peluca de Malvern se habían convertido en prendas de fuego. Pero ella no había sufrido ni un arañazo. Cerró su único ojo encarnado durante un momento, y las llamas se apagaron cuando un viento sobrenatural comenzó a girar en torno a ella. La peluca y el vestido dejaron de arder casi al instante. No parecían haberse chamuscado siquiera.

—No —dijo Fetlock—. No, eso no es posible.

Malvern se sacudió algo de la parte delantera del vestido. Tal vez una mota de ceniza. Luego alzó la cara para mirar hacia arriba, al helicóptero.

Y entonces, no sucedió nada.

Al menos nada que Clara pudiera ver.

—Maldición —dijo Glauer—. ¡Maldito, maldito… Fetlock! ¡Hable por esa radio y dígale a su piloto que se largue de aquí! ¡Ahora que todavía puede hacerlo!

—Ella no ha podido sobrevivir a eso —dijo Fetlock, sin hacer caso de Glauer—. Nada puede sobrevivir al ataque de un misil Hellfire. Es imposible.

—Señor —se oyó a través del
walkie-talkie
—. Señor, ¿puede confirmar? Repita, ¿puede confirmar ese nuevo rumbo? No parece tener ningún sentido.

Eso sacó a Fetlock del trance.

—¿De qué demonios está hablando?

—Del nuevo rumbo que me ha dado. No parece… no, no, señor. No estoy desobedeciendo las órdenes. Lo haré, señor, es sólo que parece…

—¿Con quién diablos está hablando? —preguntó Fetlock, alzando la voz.

—No —dijo Clara, porque al fin lo entendió—. ¡Darnell! ¡Dispárele! ¡Haga que aparte la mirada del helicóptero!

Pero era demasiado tarde.

El piloto tenía órdenes nuevas. Puede que pareciese que procedían de Fetlock, pero era Malvern quien se las había metido en la cabeza. Los vampiros podían hacer eso. Un vampiro como Malvern podía hacerlo con la misma facilidad con que establecía contacto ocular.

El helicóptero giró, inclinándose mucho hacia un lado como si intentara evitar una colisión. Se deslizó por el aire como si el piloto hubiese perdido el control, acelerando al dirigirse en línea recta hacia la ladera de la cresta.

Se estrelló contra los árboles con la fuerza suficiente como para doblar los rotores al instante. La cabina se deformó al chocar la nave contra ramas y troncos, y luego se aplastó al impactar contra la ladera rocosa. Un momento después se le rompió el tanque de combustible, y por encima del claro floreció una luz nueva. Por un momento quedó todo iluminado como si fuera de día, lo bastante como para que incluso Malvern entrecerrara los ojos.

—No —dijo Fetlock, y dejó caer el
walkie-talkie
al suelo.

Darnell levantó el fusil.

Malvern se movió con tal velocidad que no tuvo tiempo de disparar ni una bala. De repente estaba a su lado, más alta que él, al flotar por encima del suelo. Darnell intentó darle la vuelta al fusil para golpearla con la culata, pero ella se lo arrebató de las manos sin el más mínimo esfuerzo.

Luego sujetó la cabeza del agente con ambas manos y se la arrancó limpiamente del cuerpo. Arrojó la cabeza lejos de sí, como si fuera la pelota de un niño. Clara la oyó rodar, rebotando con chasquidos húmedos sobre el suelo.

El cuerpo permaneció erguido durante una fracción de segundo. Luego se desplomó, mojando los pies de Malvern con un chorro de sangre.

2003

El único problema que había con la estrategia de Justina de utilizar caballeros protectores era que tenía que aguantar sus quejas
.


La deseo —dijo Reyes, cuya voz flotó a través del éter, a través de kilómetros para llegar hasta el ataúd de Justinia. Ella cerró los ojos y se concentró en las palabras de él—. Quiero que… que sea como yo. Quiero follármela
.

Justinia miró a través de los ojos de él y vio el objeto de su lujuria. Humana, por supuesto. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Justinia había mirado a un humano y visto su forma, visto belleza en sus facciones. Cuando ahora miraba a la gente, lo único que veía era su sangre
.

Supuso que aquélla no carecía de atractivo. Una hembra pelirroja. Bueno, la vanidad de Justinia hacía que sintiera debilidad por las pelirrojas. Y estaba bastante bien hecha esa criatura que Reyes había convertido en su favorita. Estaba tendiendo una sábana dentro de un granero, sujetándola a una larga cuerda de manera que al caer dividiera el espacio interior. Tenía los brazos largos y delgados. Reyes estaba oculto en las proximidades, dentro de un grupo de árboles
.


Se llama Deanna —le dijo a Justinia—. Es lesbiana
.

Justinia puso los ojos en blanco de asco a causa de la grosería que dijo el hombre. Había conocido a bastantes devotas de Safo, en sus tiempos. No podía decirse que no existieran en el siglo
XVII
. Ya entonces, los hombres se habían obsesionado con ellas. ¿Sería porque les estaban prohibidas? ¿Era el desdén que demostraban para con los hombres lo que provocaba la lujuria de ellos?


Puedo adoptar su forma —insistió Justinia—. Puedo darme a mí misma el aspecto exacto que tiene ella. O puedo asumir una forma aún más atractiva, si te place
.


Tú dijiste… dijiste que buscara a otros, que encontrara a otros que estuvieran preparados a aceptar la maldición. Ella está preparada. Lo percibo. ¡Quiere morir! Si ella es como yo, si se vuelve como… como nosotros, tal vez se… se sentirá sola. Como yo. Y entonces…

Al otro lado del granero había una casa pequeña. Mientras Justinia miraba a través de los ojos de Reyes, se encendió una luz encima de la puerta trasera de la casa, que se abrió. Por ella salió otra mujer. Probablemente, la amante de la pelirroja
.


¿Qué les pasa a los perros? —preguntó la recién llegada—. ¡Están volviéndose locos!

Deanna alzó la cabeza con aspecto sorprendido. Debía de estar perdida en sus propios pensamientos. Dirigió una breve mirada hacia la perrera, situada al otro lado del patio. Luego se volvió a mirar hacia los árboles entre los que estaba acuclillado Reyes. Por un momento miró directamente a Reyes… y a través de él, a Justinia
.

Y Justinia vio que Reyes tenía razón. Aquella mujer estaba preparada para la maldición. Preparada para convertirse en vampiro, en realidad tan preparada como lo había estado el propio Reyes. Impulsarla a suicidarse sería de lo más sencillo
.


Muy bien —dijo Justinia. Nunca antes había utilizado una mujer como caballero protector, pero no veía razón por la que no pudiese funcionar—. Tómala cuando te plazca, Reyes
.


Y a ella… a ella también —dijo el vampiro novato. Por el sonido, parecía que estaba jadeando entre los arbustos. Como un vulgar mirón
.

¡Qué grotesco!


Las quiero a las dos, y podrán… harán cosas para mí…


Sí, sí, muy bien —dijo Justinia
.

Le dirigió una mirada más a la mujer que se encontraba de pie en la puerta. Más alta, más fuerte, con el pelo tan corto como el de un hombre. Había algo en ella, algo que haría que resultara más difícil imponerle la maldición. Pero podía hacerse. Ningún humano podía resistir eternamente las atenciones de un vampiro
.


Tómalas a las dos —dijo
.

No tenía ni idea de que llegaría a ser Laura Caxton. La mujer que se convertiría en su Némesis. De haberlo sabido, sin duda le habría ordenado a Reyes que matara a Caxton allí mismo
.

Pero ni siquiera el jugador más hábil puede saber qué carta aparecerá a continuación
.

49

Clara levantó el fusil y comenzó a apuntar, con la intención de meterle a Malvern tanto plomo en la espalda como pudiera. No tenía ni idea de lo que haría a continuación.

—No —susurró Glauer, al tiempo que posaba una mano sobre el arma de ella—. ¿No lo has visto? Está tan llena de sangre que a estas alturas es absolutamente inmune a las balas. ¡Incluso es inmune a los misiles!

—No podemos permitir que mate Laura —insistió Clara.

—No tenemos elección —le dijo él. Tenía la cara contorsionada de horror y asco. Admitir que no podía hacer nada tenía que causarle dolor físico. Glauer no era el hombre más rápido que Clara había conocido, ni el más valiente. Pero siempre intentaba hacer lo correcto.

Sin embargo, no había nada correcto que hacer. Al menos allí, en ese momento.

Clara sólo pudo observar con terror mientras Malvern volvía su atención hacia Fetlock. El federal chilló de miedo e intentó correr hacia su centro móvil de mando. Clara sabía que no iba a lograrlo. No tenía ninguna esperanza.

Antes de que pudiera llegar a las puertas del vehículo, Malvern ya estaba allí, esperándolo. Le dedicó una sonrisa fría.

—No puedes ser tan fuerte —dijo él, mirándola al ojo.

—Marshal Fetlock —dijo ella—, tengo muchísimo por lo que darte las gracias. Tu incompetencia ha hecho que mi vida sea muy fácil. —Rió.

Fetlock dio media vuelta e intentó huir.

Malvern le sujetó la cabeza entre las manos, igual que había hecho con Darnell. Esta vez, sin embargo, no mató a su víctima. En lugar de eso, se limitó a sujetar a Fetlock en el sitio. Sus piernas intentaron correr, pero no podía escapar de la presa de ella a menos que le salieran unas potentes alas y echara a volar. Ella lo retuvo sin tensar siquiera un músculo, y le obligó a girar la cabeza para que volviera a mirarla.

—Siento la tentación de dejarte vivir —dijo Malvern—. Mientras tú estés a cargo de mi caso, tendré tan poco de lo que preocuparme… ¿no es cierto? Pero, ¡ay!, tú no dejas de intentar acabar conmigo. Aunque a todo el mundo le resulta evidente que no tienes ni la más mínima posibilidad.

—Haré… haré cualquier cosa que quieras que haga —imploró Fetlock—. Cualquier cosa. Te conseguiré sangre. Te conseguiré montones de sangre.

—Esta noche ya he bebido toda la necesaria —le dijo Malvern.

Glauer intentó hacer retroceder a Clara hasta la seguridad ilusoria de las casas prefabricadas. Ella se quitó su mano de encima.

—¿Dónde está Urie Polder? —susurró—. Tal vez él pueda hacer algo.

—¿No crees que ya estaría haciéndolo si pudiera? Vamos —insistió Glauer—. Nosotros seremos los siguientes. ¿No lo ves? Está eliminando a todos los que podrían ser una amenaza para ella. Nosotros estamos en esa lista.

—No. Ahora mismo no estamos en ella —dijo Clara.

Observó cómo Malvern aplicaba una ligera presión a la cabeza de Fetlock. El federal chilló de dolor mientras le manaba sangre de la nariz.

—Dios mío, es verdad —susurró Clara, tal vez para sí misma—. Ha bebido tanta sangre que ni siquiera tiene ya sed. ¿A cuánta gente habrá matado?

Nadie le respondió. Se volvió a buscar a Glauer, y vio que se había marchado. Seguro que no había huido. No era su estilo. Pero ¿adónde podría haber ido?

Malvern levantó a Fetlock del suelo por el cuello. Sus brazos y piernas se agitaban en el aire, golpeaban el pecho de Malvern, pero el hombre no podía hacer nada en absoluto.

—Puedes hacerme un servicio —le dijo Malvern al federal—. Dime. Dime dónde está Laura.

Las extremidades de Fetlock dejaron de agitarse. Levantó un brazo para señalar el furgón celular que estaba en medio del claro.

—Allí. ¡Está allí! ¡Es a ella a quien quieres! ¡Yo no soy nada para ti!

—Ah, eso sí que es verdad —convino Malvern.

Y cerró las manos.

Clara tuvo que apartar la mirada cuando los huesos del cráneo de Fetlock crujían y detonaban al hacerse pedazos. Y su cerebro salía disparado en una nube de sangre. Sangre que goteó de las manos de Malvern cuando dejó caer al marshal muerto.

Malvern no le prestó más atención que a un juguete roto. Miraba el furgón como si valorara el procedimiento que debía emplear, y a continuación flotó hacia el vehículo. Pasó una mano por un lateral, y luego se trasladó a la parte posterior, donde estaban las sólidas puertas, cerradas con llave.

—Laura. Laura. Sé que estás ahí.

El furgón no se meció sobre las ruedas. En el interior, Caxton no hizo ni el más leve ruido. Tal vez sólo se debía a que no quería darle esa satisfacción a Malvern.

—Ah, puedo verte —dijo suavemente Malvern—. Puedo ver tu sangre, Laura. La veo como si fuera un farol en la oscuridad de una tormenta. Puedo verla a través de estas puertas metálicas.

Malvern acercó la cara a las puertas del furgón. Apoyó una oreja contra el metal. Sonrió con una espeluznante cordialidad.

—¡Ay, Laura, tienes que saberlo! De todos los cazadores, de todos mis enemigos, tú has sido la más dulce. Me has proporcionado la mejor diversión. Con placer te crearía a mi propia imagen si eso te complaciera. ¿Te gustaría? Entonces podríamos perseguirnos la una a la otra a través de los siglos. Podríamos danzar así por toda la eternidad. ¡Cuánto me gustaría eso!

Caxton respondió al fin. Las puertas del furgón se sacudieron. Debía de haber lanzado todo su peso contra ellas.

Malvern rió.

—No aceptarás mi oferta, y lo sé. Ya viste lo que le sucedió al pobre y dulce Jameson cuando aceptó la maldición. Por no mencionar al pequeño Raleig. Ni a Alva Griest, ni a Reyes, ni a Scapegrace… lo que les ocurrió a todos mis protectores. Viste en qué se convirtió tu amada Deanna. Ya sabes lo que tengo para ofrecerte. Y me dirás no.

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