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Authors: David Wellington

Tags: #Terror

32 colmillos (25 page)

—Éste es mi hogar —dijo Glynnis con voz clara y firme. No gritaba, pero Caxton tuvo la sensación de que se la podía oír desde kilómetros de distancia—. No entraréis aquí sin ser invitados. No nos sacaréis de aquí. En este lugar no haréis nada sin mi permiso.

Caxton vio que algunos de los policías asentían, como si estuvieran de acuerdo con todo lo que decía.

—Maldición —admitió Caxton—. Es buena. No creo que Urie Polder pudiera hacer esto mejor que ella.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Clara, alzando la voz—. ¿Vas a permitir que la maten?

Caxton lo pensó durante un momento. Se había endurecido a lo largo de los últimos dos años. Había estrujado la poca humanidad que le quedaba hasta lograr que sucumbiera. Había sabido que se producirían bajas cuando llegara el momento.

—Ella sabe lo que hace.

El megáfono de Fetlock volvió a mugir, cosa que pareció arrancar a los policías de su estado hipnótico.

—¡Éste es el último aviso! ¡Entréguense o dispararemos contra ustedes!

Glynnis no pareció oírlo en absoluto. No se inmutó, no se movió ni un centímetro del sitio. Los tatuajes de su espalda y brazos ardían con luz. Uno de los coches emitió un sonido metálico y se balanceó de un lado a otro sobre los neumáticos en el momento en que manó una erupción de vapor del radiador. Los policías que estaban cerca se alejaron a toda velocidad del vehículo, como si esperaran que explotase.

—Detenla —dijo Clara.

Caxton negó con la cabeza.

—No creo que pueda. ¿Quieres bajar ahí corriendo y cogerla de un brazo? Es probable que pierdas toda la piel de la mano.

—¡Tienes que hacer algo! —imploró Clara.

—Fuego a discreción —ordenó Fetlock.

Los polis con cazadora estaban demasiado ocupados sintiendo pánico como para reaccionar. Las unidades del SWAT, sin embargo, no parecían afectadas en lo más mínimo por el ataque sobrenatural. Los agentes formaron en hileras ordenadas, con una rodilla en tierra, en perfecta posición de disparo. Uno de ellos abrió fuego con su arma, y dos más lo siguieron.

Las balas silbaron alrededor de Glynnis. Caxton sabía de qué eran capaces los hombres del SWAT; sabía cuánto se entrenaban para operaciones como ésa. Era imposible que todos estuvieran fallando. Al menos, algunas de las balas tenían que herir a Glynnis. Pero ella no retrocedió ni un paso. No movió un solo músculo.

—Joder… —dijo Caxton con tono de admiración.

—¡Basta! —gritó Clara, que pasó corriendo junto a Caxton, y recorrió a la carrera los últimos cien metros de la cresta, hasta el borde mismo del claro. A Caxton le dio un salto el corazón dentro del pecho, a pesar de sí misma. La pequeña idiota iba a conseguir que la mataran de un tiro. Sintió el desesperado impulso de correr detrás de Clara, una necesidad palpable de proteger a la mujer que había sido su amante…

Pero no. No. No, no podía permitir que la capturaran en ese momento. No podía permitir que Fetlock la atrapara, no cuando Malvern estaba tan cerca. Acortó la distancia que la separaba de ellos, pero se aseguró de permanecer bien oculta, a cubierto de los árboles.

—¡Glynnis! —gritó Clara—. ¡Glynnis, ríndete! ¡Déjate caer al suelo con las manos por encima de la cabeza!

Era evidente que Glynnis no había esperado eso, porque giró la cabeza una fracción de centímetro hacia un lado antes de detenerse. Antes de que recordara que no podía permitir que la distrajeran.

Fue suficiente para romper su concentración. Y cuando esto sucedió, el encantamiento que la protegía falló.

Las balas le atravesaron el pecho y el cuello. La sangre cayó en regueros por la parte delantera de su cuerpo, ocultando los tatuajes. Permaneció de pie durante una fracción de segundo más, con las palmas aún tendidas hacia los policías. Pero eso no podía durar. Antes de que Clara tuviese siquiera tiempo de empezar a gritar, Glynnis cayó, desmadejada, sobre el polvo, muerta sin remedio.

34

Clara no pudo evitarlo. Chilló como una niña.

Acababa de matar a Glynnis. Tenía ganas de caer de rodillas y sollozar, descargar la culpabilidad y el horror que sentía.

Por desgracia, justo en ese momento el tiempo se negó a estarse quieto. Una unidad del SWAT avanzó a la carrera, con las armas al hombro, los agentes dispuestos a disparar contra cualquiera que se moviese. Los polis de cazadora azul se dispusieron a cubrirlos desde detrás de los coches.

A Clara le resultó evidente que en cualquier momento estallaría una batalla campal en la que mucha gente moriría. Detrás de las casas prefabricadas, los hombres de La Hondonada prepararon sus armas. Las mujeres ya casi habían terminado el elaborado signo hex, aunque aún no se veía indicio alguno que sugiriera cuál podría ser su propósito. Sobre la casa prefabricada, la otra mujer, la hippie, permanecía en perfecto reposo, con las manos sobre las rodillas y los dedos dispuestos en un complicado gesto.

Clara tenía que hacer algo. Tenía que detener aquello. Todavía no podía moverse.

Se tragó los gritos y miró a Laura. Era como si no la hubiera visto nunca antes. En la cara de Laura no había ni rastro de emoción. Sólo cálculo frío e indiferente. Estaba analizando las probabilidades, intentando averiguar quién saldría victorioso de la tormenta de plomo que estaba a punto de desatarse.

—Detenlos —dijo Clara. No suplicaba. Rogar no iba a servir para nada allí. Pronunció las palabras como si fueran una instrucción.

—Ahora mismo no puedo permitir que Fetlock me atrape —dijo Laura. El tono parecía casi de disculpa, pero era sólo una simple concesión. Una explicación rápida ofrecida a alguien demasiado estúpido para entender lo que realmente estaba pasando.

Con movimientos firmes y expertos, Laura metió una bala en la recámara de su Glock. Estaba dispuesta a abrirse paso a tiros.

Eso hizo enfadar a Clara. Y fue lo que acabó con su parálisis.

—¡Ahí hay niños! ¿Dónde están ahora? ¿En aquellas casas de allí? ¿Acuclillados debajo de las mesas de las cocinas, esperando para saber si sus padres sobrevivirán a los próximos minutos?

—Están a salvo. Ese signo hex que están dibujando las mujeres los protegerá. Impedirá que las balas perdidas lleguen demasiado lejos —le explicó Laura.

—No protegerá la vida de sus padres.

Laura no tenía respuesta para eso. ¿Qué podría haberle dicho?

Clara no tenía armas. No podía pegarle un tiro a Laura. Por un instante se preguntó si habría sido capaz de hacerlo, de haber tenido la oportunidad. Tendió una mano para sujetar a Laura por un brazo, pero la otra se la quitó de encima.

—No deberías estar viendo esto —dijo Laura—. No deberías estar aquí. Si tuviera que desaparecer en una llamarada de gloria, querría hacerlo a solas.

—¿Gloria? ¿Llamas «gloria» a esto? Glynnis está muerta, Laura. ¡Muerta! ¡Eras tú la que quería proteger a la gente! Por eso empezaste a luchar contra los vampiros. ¿Lo recuerdas? Y ahora ha muerto una mujer por nada. No ha sido un medio muerto quien la ha matado. Ni ha sido Justinia Malvern. Han sido los agentes del SWAT, enviados para llevarte ante la justicia.

—¿Crees que eso va a detenerme? —replicó Laura, y negó con la cabeza—. Esto ya no es una cuestión de proteger a la gente, ya no.

—¿N… no lo es?

—No. Es una cuestión de matar vampiros. Si necesitas otra razón, ya has fracasado. Los vampiros son malignos. Hay que matarlos. Y ya está. Y se hace lo que sea necesario para matar vampiros.

Clara miró a Laura con horror.

—No puedo permitir que hagas esto —dijo. Entonces abrió la boca para chillar, para gritarle a Fetlock y decirle dónde estaba Caxton. Eso significaría atraer a las unidades del SWAT, y probablemente ella misma acabaría muerta en el fuego cruzado. Pero salvaría al resto de la gente de La Hondonada, y tal vez eso merecía la pena.

Antes de que pudiera emitir un solo sonido, Laura había levantado la pistola y apuntaba al rostro de Clara.

—Delata mi posición y te disparo —le dijo.

Y Clara se sintió destrozada, completamente hecha pedazos al pensar que Caxton lo decía en serio.

—Lo… siento —dijo Caxton.

Clara no la creyó en absoluto. Levantó las manos con lentitud. Sabía que no era conveniente hacer ni el más leve ruido.

Sobre la casa prefabricada, la hippie alzó las manos hasta unos pocos centímetros por encima de las rodillas. Una brisa repentina le agitó el pelo. Los hombres de las unidades del SWAT, que se encontraban a unas cuantas docenas de pasos de las casas prefabricadas, de repente parecieron estar avanzando a través de un huracán. Las muchas correas de sus uniformes restallaban y se sacudían. Tenían que inclinarse hacia delante a cada paso, y uno de ellos tuvo que volver el rostro hacia un lado, mientras Clara observaba, como si no fuera lo bastante fuerte como para dar un paso más.

—Nuevo objetivo está —gritó Fetlock, por el megáfono. ¿Dónde estaba? Pero Clara lo sabía: tenía que estar dentro del centro móvil de mando. Fetlock no era un agente de campo. Nunca se lo vería en las primeras líneas con una pistola en la mano. Era un administrador—… a las siete en punto. Arriba. Fuego a discreción.

—No, otra vez no —gimió Clara.

—Guarda silencio o…

Caxton calló de golpe. Clara volvió la cabeza con lentitud para ver por qué.

Y la inundó la esperanza, una esperanza desesperada, en la que creía sólo a medias. Glauer había bajado por el sendero desde la casa de la cresta. Tenía que haber estado moviéndose con una lentitud glacial para no hacer ruido. Sostenía una escopeta de dos cañones, y esos dos cañones estaban ahora apoyados contra la parte posterior de la cabeza de Caxton.

—¿Tú también, Glauer?

Glauer no perdió el tiempo con disculpas.

—Sé que eres más rápida que yo, y sé que eres mortífera. Pero ahora mismo tengo el dedo sobre este gatillo, y dispararé en el mismo segundo en que piense que intentas algo —le dijo—. Laura Caxton, quedas arrestada.

1861

Obediah Chess la tendió en la cama, sobre sábanas blancas que parecían de color marfil comparadas con su pálida piel. O al menos la piel que él veía cuando la miraba
.

La sangre que él le daba, una o dos gotitas que ella recibía cada noche, bastaba para permitirle practicar los hechizos. Pero ya no bastaban para permitirle levantar la cabeza, y ni siquiera un dedo. Sólo podía permanecer allí tumbada y recibirlo, como una muñeca de porcelana. A diferencia de su padre, él era un amante delicado. Al igual que su abuelo, estaba dotado de una enorme imaginación. A veces se dejaba llevar por ella
.

«
¿Has hecho lo que te pedí? —preguntó ella, hablándole directamente a la mente. Hablar de viva voz le costaba demasiado en esa época. Cuanto más envejecía, más sangre necesitaba incluso para lo más simple, y nunca había suficiente—. ¿Has hablado con las señoras de la ciudad? Tenemos que encontrarte una esposa.»


Alguien que me proporcione un heredero, quieres decir —matizó él. Su frente estaba ensombrecida por la preocupación, y miraba por una ventana hacia la negra noche exterior—. Conozco tu juego. Lo conozco y no me importa. Al final me matarás y acogerás a mi hijo en tu lecho. Lo entiendo. Es la maldición de la familia, por el momento. Pero, por Dios, que es mi bendición
.

«Tienes… miedo… de algo», dijo ella
.

Él se le acercó y le cepilló el pelo, un pelo que existía sólo en su mente, con cepillos de plata. Lo tranquilizaba cuidarla de aquel modo. Realmente, era su favorito del linaje Chess
.


Se avecinan tiempos tormentosos… que se llevarán todo lo que construyeron mis antepasados —le dijo—. No tienes por qué inquietarte con los detalles, mi tesoro. Pero hay guerra. Una guerra que temo que Virginia no ganará. Lincoln nos castigará. No tengo ninguna duda. Podríamos perderlo todo. Cuando estuve en la ciudad, decían que los bastardos de la Unión están acercándose. Han andado de cacería arriba y abajo por el territorio, haciendo salir a nuestros muchachos de dondequiera que se escondían. Es sólo cuestión de tiempo que empiecen a apoderarse de las plantaciones, de todos nuestros tesoros, de nuestras tierras
.

«¿Soldados? ¿Que vienen hacia aquí? Tienes que protegerme.»


Y así lo haré. No tengas miedo. —Le tomó una mano y se la llevó a los labios para besarla. Tenía los dedos cubiertos de diminutas cicatrices dejadas por los dientes de ella cuando bebía de su fuerza cada noche. Ella sintió lo ásperos que estaban—. Te defenderé hasta mi último aliento. O tal vez…

«Has estado pensando en esto. Tienes un plan en mente.»


No es tanto un plan como una conjetura descabellada. Una idea loca que parece una estupidez cuando la explico en voz alta. No, no serviría, yo…

«Si no puedes explicarla en voz alta, susúrramela al oído.»


Sí… sí, tal vez así no parecerá tan descabellada. Sí… escucha, mi amor…

Ella aún tuvo fuerzas para sonreír cuando oyó lo que él empezó a contarle
.

35

—Cometes un error —dijo Caxton. No se movió, ni siquiera volvió la cabeza para mirar a Glauer—. Lo sabes, ¿verdad? Si yo estoy detenida, Malvern ya no tendrá miedo. A vosotros, desde luego, no os tiene miedo.

—No tengo elección —dijo Glauer.

Caxton suspiró. Sabía que él decía la verdad. Siempre lo hacía. Y entendía con total exactitud por qué hacía eso. Porque era lo más correcto. Según lo veía él. En otros tiempos, ella había apreciado esa virtud en él. Lo había convertido en su segundo al mando, en los tiempos en que ella dirigía la Unidad de Sujetos Especiales de la policía del estado. En los tiempos en que el mundo aún quería que ella luchara contra los vampiros.

—¿Tienes un teléfono móvil, Caxton? —le preguntó. La presión de los cañones contra la parte posterior de la cabeza de ella no varió en ningún momento.

—¿Por qué demonios iba a hacer una estupidez como ésa? Sabes que ellos pueden localizar los teléfonos móviles y seguirles la pista.

—Eso ya lo sé. Y es la razón por la que dejé el mío en casa, esta mañana. Estoy empezando a lamentarlo. Necesitamos poder comunicarnos con Fetlock, ahora mismo, y detener esto.

—Laura, sólo… sólo conserva la calma, ¿vale? —Clara apareció con paso titubeante en el campo de visión de Caxton. También había confiado en Clara. Resultaba asombroso que todo aquello en lo que había creído pudiera convertirse en un incordio con tanta rapidez. Pero debería haberlo adivinado. Jameson Arkeley había intentado enseñarle eso. Y luego se había convertido en un ejemplo de lo que había tratado de inculcarle.

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