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Authors: David Wellington

Tags: #Terror

32 colmillos (21 page)

—Vampiros. ¡Vampiros! Se han extinguido, dice la televisión. Pero usted tiene su hedor encima. Vampiros… Y ha perdido a un ser querido. Alguien que sigue con vida, aunque es como si estuviera muerta. Ah. Usted es lesbiana.

—Lo… soy. ¿Cambia eso las cosas?

Nerea se encogió de hombros.

—En el pueblo del que procedo, un pueblo de Guatemala, solíamos decir que los homosexuales estaban más cerca de los antiguos dioses, porque no eran ni hombre ni mujer, y por tanto estaban menos atados a las cosas de esta tierra. —Volvió a encogerse de hombros—. Por supuesto que eso se refería sólo a los hombres, y en concreto a los travestis.

—La mayoría de los travestis, de hecho, son heterosexuales.

—Sí, querida, lo sé —respondió Nerea, agitando un par de asombrosas pestañas postizas. Debían de tener cuatro centímetros de largo—. Pero en mi pueblo sólo teníamos uno, y era una maricona descarada.

Clara abrió la boca para protestar otra vez, pero luego un destello de intuición hizo que le echara una buena mirada al cuello de Nerea. Le sorprendió no haberse fijado antes en la prominente nuez de Adán.

«Ah.»

—Bueno, ya veo que no ha venido a perjudicarme. Me alegro. Usted quiere encontrar a esa persona perdida. Esa persona que no está muerta, aunque en muchos sentidos…

Clara interrumpió a Nerea antes de que pudiera decir nada más sobre Laura.

—De hecho —dijo, intentando recordar la correcta pronunciación de la palabra española que le había enseñado Simon—, quería preguntar por
los desaparecidos
.

La cara de Nerea se puso pálida a pesar de todo el maquillaje que llevaba. Dijo algo que Clara no entendió, una maldición o tal vez una plegaria rápida en español. Luego se acercó a la pared y descolgó con cuidado la manta de los indios navajos.

—¿De verdad quiere saber? A la mayoría de la gente le gustaría actuar como si esto no estuviera pasando —dijo Nerea, mirando a Clara de reojo.

—Necesito saber —replicó Clara.

Malvern estaba aumentando las filas de su ejército con trabajadores inmigrantes clandestinos. Si Nerea sabía algo al respecto, si había hecho una especie de seguimiento de las víctimas, Clara quería conocerlo. En ese momento, cualquier pista merecía ser investigada.

Detrás de la manta, toda la pared estaba cubierta de hojas de papel grapadas contra la placa de yeso. Cada una era una fotocopia de mala calidad de un cartel de «desaparecido», aunque ninguno parecía oficial. Estaban escritos a mano y llenos de súplicas de ayuda y desesperados lamentos de amor y pérdida. Cada uno tenía una fotografía en blanco y negro de un hombre o una mujer jóvenes, muchos de ellos sonrientes. El proceso de fotocopiado había convertido sus ojos en uniformes charcos negros.

Había centenares de ellos.

1783


Intenta sentarte. Sólo un poquito más —dijo Easling—. Eso es. Lo haces muy bien
.


¡Maldito seas! —dijo Justinia con una voz que sonaba como los gorjeos de un chorlito. Le resultaba doloroso moverse. Abrir la boca le causaba dolor
.


Sólo un poco más. No hay mucha. No quiero desperdiciarla. —Se inclinó sobre ella y dejó que la sangre cayera en hilillos de su boca, sobre los dientes aún afilados de ella. Con cada gota ella sintió despertar la vida en su interior, sintió nuevas fuerzas. Pero no las suficientes
.


Estoy preparada para el resto —dijo, cuando él se retiró
.


Es todo lo que hay —replicó él, y la miró con ojos compasivos. Los ojos encarnados de un vampiro nunca deberían mirar así. Ella lo maldijo en silencio un millar de veces. Lo necesitaba, eso lo había aceptado, no podía continuar sin los cuidados de él. Pero ¿Easling no podía ser un poco más cruel? Justinia pensaba en lo que ella le había hecho a Vincombe. Horrible, tal vez… pero era lo que se necesitaba para ser un asesino. Un cazador
.

Su ojo se esforzaba por seguirlo mientras él iba de un lado a otro por sus aposentos. Sus manos se movían tanto de un lado a otro que la distraían
.


Debes entender que van detrás de mí. Se ha organizado un gran alboroto por el vampiro que fue visto en el mercado de grano… no es fácil. Nunca antes había sido tan difícil encontrar víctimas. Y tienen muchas armas de fuego. Muchísimas. Hay mosquetes dondequiera que mires, y soldados… las tropas han vuelto, han regresado de América, y…


Han ganado esta última guerra. Muy bien —lo interrumpió Justinia con voz ronca. La fuerza de la sangre ya estaba abandonándola, consumida por su necesidad. Volvió a tenderse sobre el tapizado de seda del ataúd. En esa época ya le resultaba mucho más fácil no moverse. Había sido muy activa durante años, pero en esos momentos… podía dormir. Podía dormir tanto como le apeteciera—. Los hombres de la Corona nunca serán derrotados
.


Ah —dijo Easling
.

Habría requerido demasiada energía preguntarle por qué parecía tan incómodo, así que se limitó a esperar a que se explicara
.


Ellos… es decir… ellos, más bien… Bueno, han sido derrotados
.

Nada de aquello tenía importancia, por supuesto. La Historia era un juego de mortales. Pero tenía que admitir que estaba intrigada
.


Las colonias…


Han obtenido su libertad. Bueno… hace tiempo que la cosa se veía venir, así que no es ninguna sorpresa, en realidad, pero se ha firmado la paz y… y… ¡No, Justinia, no permitas que esto te altere de esa manera! No luches, querida mía
.


América es libre —dijo ella. No estaba tan alterada como había esperado—. Imagina cuánto más fácil sería para nosotros la vida allí —le dijo a él—. En ese vasto territorio. Podríamos alimentarnos de rojizos indios y beber hasta hartarnos sangre de bostonianos. —Cacareó un poco. El sonido que hizo no podía describirse como risa—. Sí —dijo—. Lo veo tan claro…


No hagamos ningún plan grandioso de momento… —le pidió él
.

Los ojos de ella se abrieron de repente
.


Maldito seas, Easling. Yo necesito más sangre. Tengo que conseguirla. Tienes que traerme víctimas vivas. No debería ser tan difícil. ¡Yo te di la fuerza, el poder! ¡Úsalos, por amor del Diablo, mientras aún puedes!


Sí, por supuesto, es sólo…


¡Excusas! ¡Lloriqueos, eso es lo único que obtengo de ti! No es de extrañar que tu mujer estuviera tan insatisfecha. ¡Tráeme sangre!


Ya te lo he dicho, de verdad que no es seguro ahora mismo, y en cualquier caso faltan pocas horas para el amanecer, así que…


¡Ahora! ¡Sangre! ¡Tráeme sangre!

Lo hostigó hasta que él volvió a salir. Estaba complacida con el control que tenía sobre aquella patética criatura. Sabía que no tardaría en regresar con la sangre que ella necesitaba… la sangre… la sangre… el sólo hecho de pensar en ella bastaba para hipnotizarla, para aturdir sus sentidos. La sangre… la sangre… se convirtió en una resonante salmodia dentro de su mente
.

La sangre. La sangre.
.

Transcurrirían muchos, muchos, años antes de que ella se enterara de cómo lo habían atrapado, inmovilizado por un bosque de bayonetas, atravesado por un centenar de balas de mosquete. Arrastrado hasta el mercado y allí, atado a una estaca que habían clavado junto a la picota, lo habían quemado. Los alaridos se oyeron por toda la ciudad, entre las aclamaciones de la gente que se veía libre del monstruo. Eso bastó para calmar, al menos un poco, el dolor de la vergüenza nacional
.

Ella sólo podía oír sus propios pensamientos. La necesidad que resonaba dentro de su cráneo, constante y eternamente. «Sangre. Sangre. Más sangre.»

Cuando la puerta de sus aposentos volvió a abrirse, no fue Easling quien entró, sino unos hombres vivos
.

29

—Vinieron aquí desde México, desde Honduras, desde Ecuador. La situación en Ecuador es muy mala ahora —dijo Nerea—. Lo único que querían era trabajar. Ganar un poco de dinero. Luego se desvanecieron y no dejaron nada que indicara adónde habían ido.

Las personas de las fotos eran casi todas muy jóvenes. Pocas superaban los veinticinco años de edad. En las fotografías tenían un aspecto esperanzado y vigoroso. Clara se atragantó un poco al darse cuenta de que todos estaban muertos.

Medio muertos, para ser exactos.

Tenía la certeza de que aquellas personas eran las que Malvern había matado para saciar su sed de sangre. Eran las víctimas anónimas, las que Fetlock había sido incapaz de descubrir en los dos últimos años. Malvern necesitaba la sangre sólo para poder moverse. Si no mataba una víctima cada noche, se debilitaría y descompondría hasta el punto de que no podría levantarse del ataúd, hasta no ser más que un cadáver reseco con dientes puntiagudos.

Clara estudió las fotografías y los nombres, uno a uno. Eran tantos que los carteles habían sido grapados unos sobre otros y tapaban los que había debajo.

—No… no esperaba que fueran tantos —dijo—. ¿Cómo es que yo no he sabido nada de estas personas? Tanta gente no puede desaparecer sin más, en el aire, sin generar informes policiales.

Simon estaba mirando fijamente una de las fotografías en particular. Mostraba a una joven de pelo claro. Se parecía un poco a Raleigh, la hermana de Simon que había seguido a su padre y a la muerte.

Clara posó una mano sobre uno de sus hombros y se lo frotó un poco.

Él apartó los ojos del cartel.

—Pasan aquí una temporada, como mucho, antes de desplazarse allá donde surge el trabajo. Viven en pisos compartidos sin contrato de alquiler ni teléfono. No tienen tarjetas de crédito, ni número de la Seguridad Social, ni permiso de conducir. Viven en el más absoluto anonimato. En general trabajan mucho y no ganan lo suficiente como para meterse en líos. El poco dinero que les queda lo envían a la familia. Lo hacen por cable, en el anonimato más perfecto.

Clara asintió.

—Malvern podría matar a tantos de ellos como quisiera y nosotros nunca nos enteraríamos. Pero… sí que tienen familia, después de todo. Cabría pensar que alguien pondría en nuestro conocimiento que esto está sucediendo.

—¿Está de broma? La gente que vive así —dijo Simon, haciendo un gesto hacia la pared— le tiene más miedo a la policía que a los vampiros. Muchísimo más. Si tienen a su familia viviendo aquí, contactar con la policía, aunque sea para informar de una desaparición, haría que toda la familia fuese deportada.

—Pero los familiares que están … al sur de la frontera… no pueden dejar que sus seres queridos desaparezcan sin más, sin hacer nada al respecto, ¿verdad? ¿Cómo podría vivir nadie con eso?

—No se limitan a darse por vencidos, no —dijo Nerea—. Por eso existe este mural. —Encendió un cigarrillo y expulsó el humo hacia una ventana abierta que había en la parte posterior de la tienda. Ni un jirón logró llegar lo bastante lejos como para salir—. Preparan esos carteles y los envían a todas las tiendas de santería y ultramarinos latinos del estado. Nos llaman cada dos por tres para preguntar si hemos tenido alguna noticia. Y cada vez que llaman, se me parte el corazón, se lo aseguro. Siempre parecen tan esperanzados, como si pensaran que cualquier día de éstos su hijo, su mujer o su sobrino fueran a aparecer, y entonces todo se habrá arreglado.

—¿Y… y alguno de ellos aparece alguna vez?

—No —dijo Nerea, y volvió a expulsar humo.

—Malvern no puede ser responsable de todas esas desapariciones —dijo Simon—. De todos modos desaparecen muchísimos inmigrantes, sin más. O bien nunca logran cruzar la frontera, que no es fácil a pesar de lo que piense ese racista de la radio, Rush Limbaugh, o enferman aquí pero tienen demasiado miedo para ir al hospital. Saben que los deportarán en cuanto les pidan documentos. Es una vida muy peligrosa, aun sin añadir vampiros a… —Se encogió de hombros con aire derrotado—. Pero… calculo que a la mayoría los tiene ella.

—Joder. Tantos… Tantos en sólo dos años…

—¿Dos años? ¿De qué está hablando? —preguntó Nerea.

Clara frunció el ceño.

—La vampira está activa desde hace sólo dos años. Si alguna de estas personas desapareció antes de eso, no puede haber sido Malvern quien…

—Cariño —dijo Nerea, con una cara que era una máscara desapasionada—, el cartel más antiguo de ésos es de hace tres meses. Fue entonces cuando esto empezó.

Clara no pudo evitarlo. La recorrió un horrendo escalofrío. Hizo un rápido cálculo mental basado en los carteles que veía. Para llenar la pared con tanta rapidez, Malvern tenía que haber estado cobrándose dos o tres víctimas por noche durante esos tres meses. Y habría otros, otros cuya cara no había llegado hasta esa pared. Tal vez muchísimos.

Ella había sabido que Malvern se cobraba sus presas entre los inmigrantes. Eso ya era bastante horrible. Pero esto… esto era otra cosa. Indicaba que Malvern no estaba sólo bebiendo sangre para mantenerse. Indicaba que si estaba bebiendo tantísima sangre, haciendo que tantos medio muertos volvieran a levantarse, tenía que ser porque se preparaba para algo. Algo apocalíptico.

—Si esta gente fuera caucasiana, si fueran ciudadanos de Estados Unidos, la noticia estaría en todas las cadenas de televisión —dijo Simon, temblando de cólera—. Si los de la policía se enteraran de esto…

—Harían todo lo que estuviera en su poder por encontrar a Malvern y poner fin a estas desapariciones —insistió Clara—. Créeme. Los polis no son tan racistas como los presentan los medios de comunicación. Un asesinato es un asesinato, y nos lo tomamos en serio.

—Al parecer, no con la seriedad suficiente —se mofó Nerea—, como para venir aquí y preguntarme qué está pasando.

—Estoy aquí ahora, maldición —insistió Clara.

—¿Y va a hacer algo? —preguntó Nerea—. ¿Va a encontrar a esa vampira que usted afirma que está matando a tanta gente? Sin ánimo de ofenderla, tesoro, pero usted no es más que un alfeñique. Mide, ¿cuánto, uno sesenta y ocho? ¿Uno sesenta y cinco?

—Uno sesenta y cinco —replicó Clara—. Pero no soy sólo yo quien va tras la vampira. Así que cállese. —De un bolsillo sacó una libreta y un bolígrafo, y empezó a anotar los nombres de
los desaparecidos
.

—¿Qué cree que está haciendo? —exigió saber Nerea, y empezó a avanzar hacia Clara para quitarle la libreta.

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