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Authors: Ken Grimwood

Tags: #Ciencia Ficción

Volver a empezar (34 page)

—¿Puede resumírmela? —le pidió Jeff, agobiado.

Dejó a un lado el editorial publicado esa mañana en el New York Times en el que se pedía «una actitud escéptica ante estos modernos Nostradamus y su manipulación de las coincidencias».

—Sí, señor. Cuarenta y dos peticiones de consulta privada, se trata de personas gravemente enfermas, padres de niños desaparecidos y demás, nueve agentes de bolsa que han llamado ofreciendo sus servicios a una comisión reducida; doce llamadas y ocho telegramas de personas dispuestas a poner dinero en distintos planes de apuestas; once mensajes de otros tantos psíquicos que desean compartir…

—No somos psíquicos, señorita… Kendall, ¿verdad?

—Sí, señor. Elaine, si lo prefiere.

—Bien, Elaine. Quiero que quede bien claro ese punto; Pamela y yo no manifestamos poseer poderes psíquicos, y hay que aclarárselo a toda persona que lo dé por sentado. Se trata de algo muy diferente, si va a trabajar aquí, tiene que saber cómo queremos que nos representen.

—Lo comprendo, señor. Pero es que…

—Le resulta un tanto difícil aceptarlo, claro. No he dicho que tenga que creernos; cuando hable con la gente, sólo debe asegurarse de que no se tergiversen los elementos básicos de lo que hemos dicho, es todo. Y ahora, siga con la lista. La muchacha se alisó la blusa y miró sus apuntes estenográficos.

—Hubo once…, las llamaría once llamadas odiosas, algunas de ellas obscenas.

—No tiene por qué aguantarlas. Dígale a las demás chicas que pueden colgarle el teléfono a las personas que se propasen. Llamen a la policía si insisten en esa actitud.

—Gracias, señor. Hemos recibido varias llamadas de un grupo futurista de California. Quieren que vaya a verles para hablar con ellos.

Jeff enarcó una ceja con aire interesado.

—¿La Rand Corporation?

La muchacha echó otro vistazo a sus apuntes y respondió:

—No, señor; se llaman «Grupo Porvenir».

—Pásele los datos a mi abogado. Pídale que los investigue para ver si se trata de una asociación legal.

Elaine apuntó las instrucciones en su libreta y continuó resumiendo la lista.

—Ya que voy a hablar con el señor Wade, quizá sea conveniente que le informe de todas las líneas aéreas que amenazan con demandarlo. Aeronaves de México, Allegheny Airlines, Philippine Airlines, Air France, Olympic Airways… y las Juntas de Turismo de Ohio y de Mississippi. Nos han llamado los abogados de todas ellas. Estaban muy enfadados, me pareció prudente advertírselo.

Jeff asintió distraídamente.

—¿Es todo?—inquirió.

—Sí, quedan las llamadas de unas cuantas revistas que quieren una entrevista exclusiva con usted o con la señorita Phillips, o con los dos.

—¿Hay alguna revista científica? Negó con la cabeza y le recitó:

—El National Enquirer, Fate… Me parece que la más seria de toda las que llamaron es Esquire.

—¿Ninguna noticia de ninguna universidad? ¿Ni de ninguna fundación científica aparte del grupo de California que todavía no sabemos a qué se dedica?

—No, señor. Es toda la lista.

—Muy bien —suspiró—. Gracias, Elaine, manténgame informado.

—Sí, señor. —Cerró la libreta y se disponía a marcharse pero se detuvo—. Señor Winston…, me preguntaba…

—¿Sí?

—¿Cree usted que debería casarme? Es que he estado pensándolo y… mi novio ya me lo ha pedido en dos ocasiones, pero me gustaría saber…, bueno, me gustaría saber si funcionará o no.

Jeff sonrió con tolerancia, notó el desesperado deseo de conocer el futuro reflejado en los ojos de la muchacha y repuso:

—Ojalá lo supiera. Pero se trata de algo que tendrá que descubrir usted misma. Aeronaves de México retiró la demanda el cinco de junio, el día después de que uno de sus aviones se estrellara contra la ladera de una montaña, cerca de Monterrey, tal como Jeff y Pamela habían vaticinado. El dirigente político mexicano Carlos Madrazo y la estrella del tenis Rafael Osuna no iban a bordo del avión en el que habían muerto en cinco ocasiones anteriores; sólo once personas y no setenta y nueve habían considerado oportuno tomar el fatídico vuelo.

Después de aquello, de las restantes compañías aéreas para las que Jeff y Pamela habían pronosticado algún desastre, sólo Air Algerie y Royal Nepal Airlines decidieron hacer caso omiso de la advertencia y no cancelar los vuelos en cuestión. Esas dos compañías fueron las únicas de todas las empresas comerciales de aviación del mundo que sufrieron accidentes mortales en lo que quedaba de 1969.

La Marina de Estados Unidos se negó a aceptar lo que el Secretario de Defensa Laird denominó «una superstición» y el destructor Evans siguió su curso por el Mar de la China Meridional, pero el gobierno de Australia, sin decir nada a nadie, ordenó a su portaaviones Melbourne que parara las máquinas y permaneciera anclado la primera semana de junio y el choque que siempre había partido en dos al Evans no ocurrió nunca. El número de víctimas producido por las inundaciones del cuatro de julio en el lago Erie, en la parte norte de Ohio, se redujo de cuarenta y uno a cinco, pues los habitantes de la zona hicieron caso de las alertas insistentemente publicadas en los medios de comunicación y se trasladaron a tierras más altas antes de que comenzaran las lluvias. Una situación similar se produjo en Mississippi; a mediados de agosto, las reservas turísticas en los hoteles de la costa en Gulfport y Biloxi estaban prácticamente a cero, y los residentes huyeron tierra adentro en cantidades que las advertencias de los servicios de defensa civil no habían logrado nunca. El huracán Camila azotó una zona costera prácticamente desierta y sobrevivieron ciento treinta y ocho de las ciento cuarenta y nueve víctimas habidas en casos anteriores. Las vidas cambiaron. Las vidas continuaron donde antes habían quedado truncadas. Y el mundo tomó nota.

—¡Mitchell, quiero que presentes un requerimiento judicial ahora mismo! Esta misma semana, si podemos, o a mediados de la próxima a más tardar.

El abogado se concentró en las gafas; limpió los gruesos cristales con una precisión propia del cuidado que podría dedicársele a un telescopio carísimo.

—No lo sé, Jeff —dijo—. No estoy seguro de que sea posible.

—¿Cuándo podemos presentarlo, entonces? —preguntó Pamela.

—Tal vez no podamos hacerlo —reconoció Wade.

—¿Quieres decir que no nos está permitido? ¿Que esa gente tiene las manos libres para seguir tejiendo todas esas ridiculas fantasías sobre nosotros y que no podemos hacer nada?

El abogado localizó otra mancha invisible en una de sus lentes y la limpió delicadamente con un cuadradito de gamuza.

—Es muy probable que actúen dentro de los derechos que les concede la primera enmienda.

—¡Nos están desangrando! —estalló Jeff, agitando el folleto que había provocado aquella reunión. En la cubierta del folleto aparecía bien visible su foto junto con una más pequeña de Pamela.

—Se aprovechan de nuestros nombres y de nuestras declaraciones sin contar con nuestra autorización, y de paso se burlan de todo lo que hemos intentado hacer.

—Se trata de una organización sin ánimo de lucro —le recordó Wade—. Y como institución religiosa han presentado una solicitud para que se la exima de pagar impuestos. Resulta muy difícil luchar contra ese tipo de cosas; lleva años y las probabilidades de ganarles son muy escasas.

—¿Qué me dices de las leyes de difamación? —insistió Pamela.

—Os habéis convertido en figuras públicas, con lo cual no contáis con excesiva protección. De todas maneras, no estoy seguro de que los comentarios que hacen sobre vosotros puedan considerarse difamatorios. Un jurado podría llegar incluso a considerarlos como exactamente lo contrario. Esta gente os adora. Cree que sois la encarnación de Dios en la tierra. Lo mejor que podéis hacer es no prestarles atención, un juicio sólo contribuiría a darles mayor publicidad. Jeff hizo un gesto mudo de disgusto, arrugó el folleto que tenía en una mano y lo lanzó al extremo opuesto de su despacho.

—Esto es justamente lo que queríamos evitar —dijo, enfurecido—. Aunque no les hagamos caso o lo neguemos, nos afecta que nos relacionen con ellos. Después de esto, ninguna organización científica de prestigio querrá tener nada que ver con nosotros. El abogado volvió a ponerse las gafas y se las ajustó al puente de la nariz con su gordo dedo índice.

—Comprendo vuestro dilema —les dijo—, pero no…

El intercomunicador que había sobre el escritorio de Jeff lanzó dos pitidos cortos seguidos de uno largo, la señal que tenía establecida para la notificación de mensajes urgentes.

—¿Sí, Elaine?

—Ha venido a verlo un señor. Dice que es del gobierno federal.

—¿De qué departamento? ¿De Defensa Civil, de la Fundación Nacional de Ciencias?

—Del Departamento de Estado. Insiste en hablar con usted personalmente. Con usted y con la señorita Phillips.

—¿Jeff? —lo llamó Wade, frunciendo el ceño—. ¿Quieres que me quede?

—Quizá —respondió Jeff—. Veremos qué quiere. —Jeff volvió a pulsar el botón del intercomunicador—. Hágalo pasar, Elaine. El hombre que la muchacha condujo al despacho rondaría los cuarenta y cinco, empezaba a tener calva, sus ojos azules estaban alertas y tenía los dedos manchados de nicotina. Estudió a Jeff de una mirada veloz y penetrante e hizo lo mismo con Pamela antes de mirar a Mitchell Wade.

—Preferiría que habláramos en privado —dijo el hombre. Wade se puso de pie y se presentó.

—Soy el abogado del señor Winston. También represento a la señorita Phillips. El hombre sacó una billetera del bolsillo de la americana y le entregó su tarjeta a Wade y a Jeff.

—Russell Hedges, del Departamento de Estado de Estados Unidos. Me temo que la naturaleza de lo que voy a discutir aquí es confidencial. Señor Wade, ¿le importaría marcharse?

—Claro que me importaría. Mis clientes tienen derecho a…

—En esta situación no necesitan asesoramiento legal —le dijo Hedges—. Se trata de una cuestión que afecta la seguridad del país.

El abogado se disponía a protestar otra vez, pero Jeff se lo impidió.

—Está bien, Mitchell. Me gustaría escuchar lo que ha venido a decirnos. Piensa en lo que hemos estado comentando antes, y dime si existe alguna alternativa válida, te llamaré mañana.

—Llámame hoy si es preciso —le dijo Wade, lanzándole una mirada colérica al representante del gobierno—. Estaré en mi oficina hasta tarde, probablemente hasta las seis o las seis y media.

—Gracias. Te llamaremos si es necesario.

—¿Les importa si fumo? —preguntó Hedges, sacando un paquete de Camel en cuanto se hubo marchado el abogado.

—No, adelante —le dijo Jeff indicándole una de las sillas que había delante del escritorio, y le acercó el cenicero. Hedges sacó una caja de cerillas de madera y encendió el cigarrillo. Dejó que la cerilla se quemara despacio hasta convertirse en un trocito renegrido, entonces la dejó caer, aún humeante, en el cenicero de cristal.

—Tenemos noticia de ustedes, por supuesto —dijo Hedges finalmente—. Resulta difícil lo contrario, en vista de que en los últimos cuatro meses han sido el centro de atención de los medios de comunicación. Pero he de reconocer que gran parte de mis colegas han tendido a no hacer caso de sus vaticinios por considerarlos pura charlatanería… hasta esta semana.

—¿Por lo de Libia? —preguntó Jeff, sabiendo la respuesta de antemano. Hedges asintió y le dio una fuerte chupada a su cigarrillo.

—Cuantos trabajan en lo de Oriente Medio siguen absolutamente anonadados; los informes más fiables de nuestros servicios de espionaje indicaban que el rey Idris tenía un régimen muy estable. No sólo dieron ustedes la fecha del golpe, sino que aclararon que la junta estaría formada por los mandos intermedios del ejército libio. Quiero que me digan cómo supieron todo eso.

—Ya lo he explicado con toda la claridad de que soy capaz.

—Esa historia de que está repitiendo su vida… —Su fría mirada incluyó a Pamela—. Sus vidas. No esperará que nos lo creamos, ¿verdad?

—No le queda a usted otro remedio —respondió Jeff como quien no quiere la cosa—. A nosotros tampoco nos queda otro remedio. Lo único que sabemos es que nos está pasando. Y el motivo que nos ha impulsado a convertirnos en un espectáculo es que queremos averiguar más sobre esto. Ya lo he explicado bien antes.

—Imaginaba que me diría esto. Pamela se inclinó hacia adelante resueltamente. —Sin duda el gobierno contará con investigadores que podrían estudiar este fenómeno y ayudarnos a encontrar las respuestas que estamos buscando.

—No están en mi departamento.

—Pero podría indicarnos cómo llegar a ellos, informarles que nos toman en serio. Hay físicos que podrían…

—¿A cambio de qué? —preguntó Hedges, depositando la larga ceniza del cigarrillo.

—¿Cómo ha dicho?

—Lo que nos pide requiere fondos, personal, laboratorios… ¿Qué obtendríamos a cambio? —Pamela apretó los labios y miró a Jeff.

—Información —repuso, al cabo de una pausa—. Conocerán por adelantado ciertos acontecimientos que afectarán a la economía mundial y provocarán la muerte de miles de inocentes.

Hedges aplastó el cigarrillo sin apartar de Pamela sus ojos azules de lince.

—¿Como cuáles?

Pamela volvió a echarle una mirada a Jeff; el rostro de éste no reflejaba expresión alguna, ni de aprobación ni de advertencia.

—El asunto de Libia —le dijo Pamela a Hedges—, tendrá consecuencias desastrosas de largo alcance. El año que viene, el jefe de la junta, el coronel Gadafi, se autoproclamará

presidente; es un demente, el personaje más maligno de los próximos veinte años. Hará

de Libia un semillero y un paraíso del terrorismo. Él será el causante de que ocurran cosas horribles, inimaginables. Hedges se encogió de hombros.

—Lo que acaba de decirme es sumamente vago. Podrían pasar años antes de que se pueda probar si esas declaraciones son ciertas o no. Además, nos interesan más los acontecimientos del Sudeste de Asia, y no las idas y venidas de estos pequeños estados árabes.

Pamela sacudió la cabeza con decisión.

—Hacen ustedes mal. Vietnam es una causa perdida; en los próximos veinte años, Oriente Medio será una región de primordial importancia. El hombre la miró, pensativo, y sacó otro cigarrillo del paquete arrugado.

—En nuestro país existe una minoría que ha expresado esa misma opinión. Pero cuando manifiesta usted que nuestra posición en Vietnam está perdida… ¿Qué me dice de la muerte de Ho Chi Minh que ocurrió anteayer? ¿No debilitará eso la determinación del Frente Nacional de Liberación? Nuestros analistas dicen que…

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