Read Volver a empezar Online

Authors: Ken Grimwood

Tags: #Ciencia Ficción

Volver a empezar (28 page)

—¡Ay, Pam, qué guapa te veías en el estrado! Dejabas a los demás en ridículo.

—Enhorabuena, cariño —le dijo su padre, dándole un abrazo.

—Tengo que devolver el birrete y la toga —le dijo Pamela a Jeff—. Después podemos irnos.

—¿Os vais a marchar tan pronto? —preguntó la madre de Pamela un tanto desilusionada—. Podríais quedaros a cenar y partir mañana temprano. La familia de Jeff nos espera el jueves por la noche, mamá, esta misma noche tenemos que llegar por lo menos a Washington. Anda, coge esto —le dijo a Jeff, entregándole el diploma enrollado—. Vuelvo en seguida.

En el vestuario de chicas, se quitó la toga negra de algodón y se puso una blusa blanca con una falda azul. Algunas de las otras chicas la felicitaron tímidamente y ella hizo lo mismo, pero la excluyeron sutilmente de la camaradería general, las conversaciones nerviosas sobre novios, los planes para el verano y las universidades a las que asistirían en otoño. Aquellas muchachas habían sido amigas suyas en su existencia original; había compartido plenamente con ellas todas las trampas y engaños, las bromas y los primeros pasos hacia la condición de adulto. Pero tal como le había ocurrido al comienzo de su primer replay cuando volvió a cursar el bachillerato, comprobó que entre ellas existía un abismo, y las compañeras de Pamela se habían percatado de ello, aunque no lograban comprender por qué. Pamela había mantenido aquella distancia, había prescindido de los aspectos sociales de la adolescencia, había hecho lo que debía para terminar sus estudios antes de marcharse de casa para vivir con Jeff. Por fin había llegado ese día, y esperaba que su marcha resultara lo menos violenta posible. Terminó de cambiarse, regresó al auditorio que se había ido vaciando gradualmente para reunirse con sus padres y el hombre con el que compartiría el resto de su vida.

—De modo que crees de veras que debo dejar ese dinero donde lo tengo —le decía su padre a Jeff.

—Desde luego —contestó Jeff—. Como inversión a largo plazo es lo más seguro. Yo calculo que de aquí a diez o doce años, le reportará unos intereses considerables. Pamela se dio cuenta de que la pregunta de su padre apuntaba a aminorar la tensión y le estuvo agradecida. El comentario confirmaba que había llegado a respetar a Jeff personalmente como un inversor creativo y astuto y que sabía que su hija iba a estar en buenas manos. Jeff mismo había aprovechado para comprar antes de que desaparecieran, varios miles de dólares en monedas fuera de curso de diez y veinticinco centavos, que contenían un noventa y nueve por ciento de plata; le había recomendado al padre de Pamela que hiciera lo mismo. Se trataba de una maniobra financiera conservadora que no sorprendería a su padre aumentando de valor con sospechosa rapidez, ni le parecería excesivamente arriesgada. Pero con el tiempo iba a dar sus resultados, pues en enero de 1980, las secretas manipulaciones ilegales del mercado de la plata por parte de los hermanos Hunt harían subir el precio del metal precioso a cincuenta dólares la onza. Jeff le comentó a Pamela que se pondría en contacto con su padre ese mes para asegurarse de que vendiera las monedas antes de que se produjera la precipitada caída de los precios que seguiría poco después.

—¿Vais a quedaros mucho tiempo en Orlando, cariño? —le preguntó su madre.

—Unas semanas —contestó Pamela—. Después iremos en coche hasta los cayos, y tal vez alquilemos un barco unas semanas.

—¿Habéis decidido ya adonde iréis al final del verano?

Aquél seguía siendo un punto de discordia; a pesar de que sus padres sabían que tanto a ella como a Jeff no iba a faltarles nada material, lamentaban que no quisiera ir a la universidad.

—No. mamá. A lo mejor conseguimos un piso en Nueva York, no lo sabemos bien todavía.

—Todavía estás a tiempo de matricularte en la Universidad de Nueva York; sabes que tienes ingreso directo gracias a tus notas.

—Me lo pensaré. Jeff, ¿ya está todo en el coche?

—Las maletas, el depósito lleno y listos para partir.

Pamela abrazó a sus padres sin poder evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas. Ellos sólo querían lo mejor para ella e ignoraban que hacía tiempo que había dejado de necesitar su guía amorosa y su disciplina, pero no podía reprocharles nada por querer proporcionársela. Ahora, por fin, Jeff y ella eran verdaderamente libres, libres para ser ellos mismos, para salir a comerse ese mundo conocido, como los adultos independientes —y algo más—que habían sido siempre bajo sus aspectos engañosamente juveniles. Por fin un día propicio, después de todo lo que habían pasado.

Ella salió del agua con un grácil movimiento, subió la escalerilla situada en la popa del barco y cogió la toalla que Jeff le lanzó justo cuando estaba subiendo a bordo.

—¿Una cerveza? —le preguntó él, buscando en la nevera.

—Bueno —dijo Pamela, enroscando la amplia toalla azul alrededor de su cuerpo desnudo y sacudiendo vigorosamente el pelo. Jeff abrió dos botellas de Dos Equis, le entregó una y se tendió en una tumbona de lona.

—Te ha ido bien nadar, ¿eh?

—Ajá —asintió ella, satisfecha, presionando la botella helada contra su cara—. El agua está casi como en un jacuzzi.

—La corriente del Golfo. Desde aquí baja por todo el Atlántico. Estamos justo encima del respiradero de la calefacción que impide que Europa pase por otro período glaciar. Pamela volvió la cara hacia el sol, cerró los ojos e inspiró la fresca nsa salada. Un sonido repentino la arrancó de su ensoñación; escrutó el cielo y vio una enorme garza blanca planear elegantemente sobre el barco, con las largas patas y el pico ahusado extendidos en aerodinámica simetría; se zambulló luego en dirección de la costa del cayo sin nombre delante del cual habían anclado esa misma mañana.

—Dios mío —suspiró ella—. No quiero irme nunca de aquí.

Jeff sonrió, levantó la botella de Dos Equis manifestando su aprobación con un brindis. Pamela se dirigió a la borda, se apoyó en la barandilla y miró el mar verdeazulado del que acababa de salir. A lo lejos, hacia el oeste, las aguas tranquilas se agitaron al paso de las traviesas payasadas de un grupo de delfines. Se quedó un rato observándolos y luego volvió junto a Jeff.

—Hay algo que hemos estado evitando —le dijo—. Algo que deberíamos discutir pero todavía no lo hemos hecho.

—¿De qué se trata?

—¿Por qué esta vez me costó tanto comenzar mi repetición? ¿Por qué perdí un año y medio? Hace demasiado tiempo que evitamos el tema.

Era cierto. Nunca habían hablado de la desafortunada desviación del modelo cíclico con el que habían llegado a familiarizarse. Jeff se había sentido agradecido por el solo hecho de que Pamela hubiera vuelto; y ella había dado largas a las preocupaciones que le rondaban la mente para concentrarse en la laboriosa tarea de terminar el bachillerato y en la delicada diplomacia de convencer a sus padres de que aceptaran su necesidad de estar con Jeff.

—¿Por qué sacas el tema ahora? —le preguntó él, frunciendo la frente bronceada por el sol.

Ella se encogió de hombros y repuso:

—Tarde o temprano tendremos que hablar de esto. Él la miró con ojos implorantes.

—Pero no tenemos que preocuparnos de ello hasta por lo menos dentro de veinte años.

¿No podemos dedicarnos a pasárnoslo bien hasta que llegue ese momento? ¿A saborear el presente?

—Se trata de algo que no podremos pasar por alto nunca —le dijo ella en voz baja—, al menos por completo. Y lo sabes.

—Si no hemos podido descifrar nada sobre los replays, ¿qué te hace pensar que seremos capaces de dilucidar por qué ocurrió? Creí que era un tema que había quedado zanjado.

—No me refiero necesariamente a por qué ocurrió, ni cómo, sino que he estado pensándolo y me da la impresión de que forma parte de un esquema general, que no se trata de una alteración única.

—¿Y eso? Ya sé que esta vez volví tres meses más tarde de lo acostumbrado, pero es algo que nunca nos había ocurrido a ninguno de los dos.

—No estoy segura, al menos no se produjo nunca un retraso tan grande, pero en nuestras repeticiones hubo siempre una…, una distorsión casi desde el mismo inicio. Sólo que ahora empezó a acelerarse.

—¿Una distorsión? Asintió con la cabeza.

—Piénsalo. Al principio de tu segundo replay no estabas en la habitación de la universidad, sino en el cine con Judy.

—Pero era el mismo día.

—Sí, pero… ¿qué serían, ocho o nueve horas más tarde? Y la primera vez que volví yo, fue a las primeras horas de la tarde, pero la vez siguiente lo hice en plena noche, unas doce horas más tarde.

Jeff se quedó pensativo.

—Cuando empecé mi tercera repetición, es decir, la anterior a ésta, y me vi en el coche de Martin con Judy…

—¿Sí? —lo alentó ella.

—Supuse que era la misma noche y que volvíamos de haber visto Los pájaros. Estaba tan afectado por la pérdida de mi hija Gretchen que no presté demasiada atención a lo que ocurría a mi alrededor. Me limité a emborracharme y a pasarme un par de días bebido. Pero el derby de Kentucky se produjo bastante más rápido. Logré que Frank Maddock apostara por mí apenas el día anterior a la carrera. A pesar de estar muy afectado, recuerdo que me sentí aliviado de no haber perdido esa oportunidad. Creí que la bebida me había hecho perder la noción del tiempo, pero es posible que comenzara mi repetición más tarde, unos dos o tres días quizá. Es posible que volviera a casa con Judy de otra salida completamente distinta. —Pamela asintió.

Yo tampoco me fijé bien en el calendario esa vez —le confesó—. Pero sí me acuerdo de que mis padres estaban en casa esa mañana en que empecé mi replay, de modo que debía de ser en fin de semana; el anterior había comenzado un martes, el último día de abril. Es decir que se produjo una distorsión de cuatro o cinco días.

¿Cómo pudo pasar de unos pocos días a unos meses? ¿A más de un año, en tu caso?

—A lo mejor se trata de una progresión geométrica. Si conociéramos las diferencias exactas de tiempo entre cada una de nuestras repeticiones, creo que podríamos deducir e incluso calcular de cuánto será la distorsión la próxima vez.

La idea de la muerte y de otra separación posiblemente más prolongada hizo que entre ambos cayera un súbito manto de silencio. En la costa lejana, detrás de la rompiente, legarzas, solas y apartadas, se paseaban majestuosas sobre sus patas larguiruchas. El grupo de delfines había continuado su camino hacia el oeste dejando las aguas otra vez tranquilas.

—Pero ya es demasiado tarde para eso, ¿no? —dijo Jeff. Era más una aseveración que una pregunta—. Jamás podremos reconstruir con exactitud esas divergencias, porque no les prestamos atención en su momento.

—No teníamos motivos para hacerlo. Todo era tan nuevo y la distorsión era tan ínfima. A los dos nos preocupaban otras cosas.

—Entonces es inútil que especulemos. Si de verdad se produce una progresión geométrica que ha ido pasando de horas a días y a meses, entonces cualquier cálculo aproximado que podamos hacer podría tener un margen de error de años. Pamela le lanzó una larga mirada.

—A lo mejor hay alguien que sí ha tomado debida nota de la distorsión.

—¿A qué te refieres?

—Tú y yo nos descubrimos prácticamente por casualidad, porque reaccionaste a Starsea como algo nuevo, y pudiste conseguir una entrevista conmigo. Pero podría haber otros repetidores como nosotros, muchos más; nunca hemos realizado un esfuerzo concertado para buscarlos.

—¿Qué te hace pensar que existen?

—No sé si existen, pero también es cierto que jamás esperé encontrarte a ti. Si somos dos, es fácil que pueda haber más.

—¿No te parece que ya nos habríamos enterado?

—No necesariamente. Mis películas recibieron una gran difusión y tu interferencia en el asesinato de Kennedy la primera vez introdujo una variante bastante notoria. Aparte de eso, ¿qué impacto hemos ejercido en la sociedad que pudiera ser notado? Lo más probable es que incluso la existencia de tu empresa Future, Inc. sólo sea conocida dentro del mundo financiero. Sé que no era consciente de ello cuando estaba ocupada cursando medicina y luego cuando me dediqué a trabajar en el hospital de niños de Chicago. Tal vez se produjeron todo tipo de cambios localizados y menores, debidos a otros repetidores, de los que ni nos hemos percatado. Jeff meditó unos instantes aquel aspecto.

—Yo también me he formulado esas mismas preguntas. Pero estaba siempre tan enfrascado en mis propias experiencias como para poder hacer nada al respecto hasta que vi Starsea y luego te encontré.

—Tal vez ha llegado el momento de que hagamos algo al respecto. Algo mucho más simple y directo que lo que intentaba conseguir cuando me conociste. Si en el mundo hay otros como nosotros, podríamos aprender un montón de cosas. Tendríamos mucho que compartir.

—Es verdad —dijo Jeff con una sonrisa—. Pero en estos momentos, la única persona con la que quiero compartir algo es contigo. Hemos esperado mucho para volver a estar juntos.

—Lo suficiente —repuso ella, quitándose la toalla azul de rizo y dejándola caer sobre la cubierta de madera bañada por el sol.

Publicaron el pequeño anuncio en el New York Times, el Post y el Daily News; en el Los Ángeles Times y el Herald—Examiner, en Le Monde, L'Express y Paris—Match; en el Asahi Shitnbun y el Yomiyuri Shimbun; en el London Times, el Evening Standard y el Sun; en el O Estado de Sao Paulo y el Jornal do Brasil. Teniendo en cuenta sus áreas de especialización e interés durante sus repeticiones, el anuncio también empezó a aparecer regularmente en el Journal ofthe American Medical Association, Lancet, y Le Concours Medical; en el Wall Street Journal, el Financial Times y Le Nouvel Economiste, en el Daily Variety y en Cahiers du Cinema, en Playboy, Penthouse, Mayfair y Luí. En total, más de doscientos periódicos y revistas de todo el mundo publicaron el aparentemente inocuo anuncio, que resultaba absolutamente sin sentido salvo para aquellos pocos desconocidos, tal vez inexistentes, a quienes iba dirigido:

¿Se acuerda de Watergate? ¿De Lady Di? ¿Del desastre del transbordador espacial? ¿Del Ayatolá? ¿De Rocky? ¿De Flashdance? Si es así, no es la única persona. Diríjase al Apartado de Correos 1988, Nueva York, N.Y. 10001.

—Aquí hay otra con un billete de un dólar dentro —dijo Jeff, dejando a un lado el sobre—. ¿Por qué diablos son tantos los que se piensan que vendemos algo? —Pamela se encogió de hombros.

—Es que la gran mayoría de la gente vende cosas.

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