—¿O Duval?
—O Duval. No crea que lo elimino. Pero también pudo ser un simple accidente.
—¿Y su cable de segundad? ¿También se soltó por accidente?
—¿Pretende sugerirme algo más?
—No; no lo pretendo. Sólo puedo señalarle algunas cosas, si usted lo desea.
—No lo deseo, pero hable, de todos modos.
—Fue Duval quien sujetó su cable salvavidas.
—Y supongo que su nudo sería defectuoso —repuso Grant—. Por otra parte, el cable estuvo sometido a una tensión considerable. Muy considerable.
—Los cirujanos saben hacer nudos.
—Eso es una tontería. Los nudos de cirujano no son nudos de marinero.
—Quizá. Pero también es posible que el nudo fuese hecho deliberadamente de modo que se aflojara. O incluso pudo ser desatado a mano.
Grant asintió con la cabeza.
—Está bien. Pero también en esta ocasión estaban todos concentrados en lo que ocurría a su alrededor. Usted, Duval, o Miss Peterson podían volver rápidamente a la embarcación, desatar el nudo y regresar sin que nadie lo advirtiese. Incluso Owens podía salir del submarino, según creo.
—Sí; pero Duval tuvo la mejor oportunidad. Justo antes de que se soltara el cable, se dirigió a la embarcación, llevando el
snorkel
. Dijo que el cable se había soltado mientras él lo estaba mirando. Sabemos, por propia confesión, que se hallaba en el lugar y en el momento adecuados.
—Sin embargo, puede seguir siendo un accidente. ¿Qué móviles podía tener? El láser estaba ya roto, y todo lo que conseguía al soltar el cable era perjudicarme personalmente. Si lo que le preocupaba era la misión, ¿qué le importaba yo?
—¡Oh, Grant! ¡Oh, Grant!
Michaels sonrió, moviendo la cabeza.
—Bueno, hable y déjese de exclamaciones.
—Suponga que fuese la joven la que se encargó del láser. Y suponga que a Duval le interesase concretamente usted; suponga que quisiera librarse de usted y que el fracaso de la misión fuese para él una cosa secundaria.
Grant se quedó sin habla. Michaels prosiguió:
—Tal vez Duval no se halla absorto en su trabajo hasta el punto de no advertir que su ayudante se ha dado cuenta de que usted existe. Usted es un joven muy apuesto, Grant, y evitó que ella se lesionase gravemente cuando nos pilló el remolino; tal vez incluso le salvó la vida. Duval presenció esto y tal vez advirtió también la reacción de la muchacha.
—No hubo tal reacción. A ella no le intereso.
—La observé mientras anduvo usted perdido en el alvéolo. Estaba desesperada. Lo que entonces pudo ver cualquiera, pudo verlo Duval mucho antes: la atracción que siente por usted. Y cabe en lo posible que hubiera querido librarse de usted por esta razón.
Grant se mordió el labio inferior, reflexionó y dijo:
—Está bien. ¿Y la pérdida de aire? ¿Fue también un accidente?
Michaels se encogió de hombros.
—No lo sé. Supongo que va usted a decirme que Owens pudo ser el responsable de esto.
—Pudo serlo. Conoce el barco. Él lo diseñó. Nadie como él para averiar los mandos. Y sólo él comprobó la avería.
—Es verdad. Sí; esto es verdad.
—Y si nos ponemos en este terreno —prosiguió Grant, con creciente irritación—, ¿qué me dice de la fístula arteriovenosa? ¿Fue un accidente, o sabía usted que estaba allí?
Michaels se echó atrás en su butaca y pareció anonadado.
—¡Dios mío! No había pensado en esto. Le doy mi palabra, Grant, de que no me había pasado por la cabeza la idea de que algo de lo sucedido pudiese apuntar en mi dirección. Naturalmente, comprendía que podía sospecharse que había averiado el láser, o desatado el nudo de su cable, o estropeado la válvula del tanque de aire, aprovechando un momento en que nadie me observase..., o incluso imputárseme las tres cosas. Sin embargo, en todos estos casos, las probabilidades señalaban a otras personas antes que a mí. En cuanto a la fístula, confieso que únicamente yo podría ser el responsable.
—Así es.
—Naturalmente, yo ignoraba que estuviese allí. Pero, ¿acaso puedo probarlo?
—No.
—¿Ha leído usted novelas policíacas, Grant? —preguntó Michaels.
—Algunas, cuando era más joven. Ahora...
—Su profesión hace que no las encuentre divertidas. Lo comprendo perfectamente. Pero en las novelas de detectives todo resulta sencillísimo. Hay un sutil indicio que apunta a una persona, a una sola, y el detective es el único que sabe verlo. En cambio, en la vida real, los indicios apuntan, por lo visto, a todas partes.
—O a ninguna —dijo Grant con firmeza—. Es posible que nos encontremos ante una serie de accidentes y desgracias.
—Es posible —admitió Michaels.
Sin embargo, ninguno de los dos parecía muy convincente..., ni muy convencido.
LINFA
Sonó la voz de Owens en la cabina:
—Mire hacia delante, doctor Michaels. ¿Es ésa la salida? Percibieron que el
Proteus
disminuía la velocidad.
—Hemos hablado demasiado —murmuró Michaels—. Hubiera debido estar observando. Inmediatamente, frente a ellos, veíase el abierto extremo de un conducto. Las delgadas
paredes que tenían delante aparecían como desgastadas, casi perdiéndose en la nada. La abertura apenas si era lo bastante ancha para que pasara el
Proteus
.
—No está mal —gritó Michaels—. Métase por ella.
Cora se había apartado del banco y miraba hacia delante con asombro; en cambio, Duval permaneció en su sitio y siguió trabajando con infinita e inagotable paciencia.
—Debe de ser un canal linfático —dijo ella.
Habían penetrado en él y se hallaban entre unas paredes no más gruesas que las del capilar en que habían estado un rato antes.
Como en los capilares, los muros estaban claramente constituidos por células poligonales planas, cada una de ellas con un núcleo en el centro. El fluido a través del cual pasaban era muy parecido al de la cavidad pleural; brillaba con amarillento resplandor bajo los focos del
Proteus
y transmitía su tono amarillo a las células. Los núcleos eran de un color más oscuro, casi anaranjado.
—¡Huevos escalfados! —dijo Grant—. ¡Son exactamente igual que huevos escalfados! —Y añadió—: ¿Qué son los canales linfáticos?
—En cierto modo, constituyen un sistema circulatorio auxiliar —explicó Cora, gravemente—. El fluido escapa de los finísimos capilares y se concentra en el espacio del cuerpo y entre las células. Es el fluido intersticial. Después pasa a pequeños tubos de desagüe, o canales linfáticos, los cuales están abiertos por sus extremos, según acabamos de ver. Estos tubos se unen para formar canales cada vez mayores, hasta alcanzar el tamaño de las venas. Toda la linfa...
—¿Es el fluido que nos rodea? —preguntó Grant.
—Sí; toda la linfa va a parar al mayor vaso linfático, el conducto torácico, el cual la lleva a la vena subclavia, en la parte superior del pecho. De esta manera, la linfa es reintegrada al sistema circulatorio principal.
—¿Y por qué hemos entrado en un canal linfático?
Seguro ya del rumbo, Michaels se retrepó en su butaca y terció en la conversación:
—Verá —dijo—, es un camino secundario y más tranquilo. Aquí no sentimos los efectos del corazón. Son las presiones y tensiones musculares las que mueven el fluido, y Benes apenas las experimenta en la actualidad. Esto nos asegura un viaje tranquilo hasta el cerebro.
—Entonces, ¿por qué no nos metimos en los canales linfáticos desde el principio?
—Son pequeños. Una arteria constituye un blanco mucho mejor para una aguja hipodérmica, y confiábamos en que la corriente arterial nos llevaría al punto de destino en pocos minutos. La cosa salió mal, y, para volver a una arteria, habríamos perdido muchísimo tiempo. Además, es posible que la nave no aguantase ya los embates de la corriente arterial.
Desplegó una nueva serie de mapas y gritó:
—¡Owens! ¿Se guía usted por la Carta 72-D?
—Sí, doctor Michaels.
—Asegúrese de que sigue la ruta que le he trazado.
Así tendremos que cruzar un número mínimo de ganglios.
—¿Qué es aquello que se ve al frente? —preguntó Grant.
Michaels miró y se puso rígido.
—¡Disminuya la marcha! —gritó.
El
Proteus
frenó vigorosamente. De la pared del tubo, que ahora se había ensanchado, emergía una masa informe, lechosa, granulosa y en cierto modo amenazadora. Pero, mientras la observaban, pareció encogerse y se desvaneció.
—Adelante —dijo Michaels, y, volviéndose a Grant—: Pensé que ese glóbulo blanco venía hacia acá, pero, afortunadamente, se iba. Algunos glóbulos blancos se forman en los ganglios, los cuales constituyen una importante barrera contra las enfermedades. No sólo forman células blancas, sino también anticuerpos.
—¿Y qué son los anticuerpos?
—Son moléculas proteínicas que tienen la cualidad de combinarse específicamente con diversas sustancias exteriores que invaden el cuerpo: gérmenes, toxinas, proteínas extrañas...
—¿Y nosotros?
—Supongo que también nosotros, en determinadas circunstancias.
—Las bacterias —intervino Cora— son atrapadas en los ganglios, los cuales sirven de campo de batalla entre ellas y los glóbulos blancos. Los ganglios se hinchan y se vuelven dolorosos. Habrá oído usted decir que a los niños se les hinchan las glándulas de las axilas o de debajo de la mandíbula.
—¿Y son realmente los ganglios linfáticos?
—Exacto.
—Me parece —dijo Grant— que sería buena idea mantenernos apartados de los ganglios linfáticos.
—Somos muy pequeños —dijo Michaels—. El sistema de anticuerpos de Benes no se verá excitado por nosotros, y, además, sólo tendremos que cruzar una serie de ganglios, después de los cuales será muy fácil la navegación. Claro que existe un riesgo, pero todo lo que estamos haciendo es arriesgado. Supongo —dijo, en tono de reto que no me ordenará usted que salga del sistema linfático.
Grant movió la cabeza.
—No —dijo—, no; a menos que alguien sugiera una alternativa mejor.
—Ahí está —dijo Michaels, dando un ligero codazo a Grant—. ¿Lo ve?
—¿Aquella sombra de enfrente?
—Sí. Nuestro canal es uno de los varios que penetran en el ganglio, el cual es una masa esponjosa de membranas y pasillos tortuosos. El lugar está lleno de linfocitos...
—¿Qué son éstos?
—Un tipo de células blancas. Espero que no nos molestarán. Toda bacteria que se encuentra en el sistema circulatorio acaba por llegar a un ganglio linfático. No puede maniobrar por los angostos y retorcidos canales.
—¿Podemos nosotros?
—Nosotros seguimos un rumbo deliberado, Grant, y tenemos un punto de destino; en cambio, las bacterias navegan ciegamente. Supongo que comprende la diferencia. Una vez atrapada en el ganglio, la bacteria es atacada por los anticuerpos y, si éstos fallan, por las células blancas desplegadas para el combate.
La sombra estaba ahora más cerca. El tono dorado de la linfa se oscurecía y se enturbiaba. Frente a nosotros, parecía elevarse una pared.
—¿Tiene la ruta, Owens? —gritó Michaels.
—Sí, pero es muy fácil equivocarse.
—Aunque se equivoque, recuerde que en este momento seguimos, en general, una ruta ascendente. Mantenga el indicador gravitómetro en su línea actual, y, a la larga, no podrá errar el rumbo.
El
Proteus
hizo un giro brusco y, de pronto, todo tomó un tono gris. Los faros parecían reflejar únicamente sombras grises, más o menos oscuras. De vez en cuando, pasaban una especie de bastones, más cortos y mucho más estrechos que la nave; y también racimos de objetos esféricos, muy pequeños y borrosos en sus bordes.
—Bacterias —murmuró Michaels—. Las veo con demasiado detalle para poder determinar su especie exacta. ¿No es extraño? ¡Demasiado detalle!
El
Proteus
movíase ahora con mayor lentitud, siguiendo las numerosas y suaves curvas y recodos del canal, de una manera casi vacilante.
Duval asomó en la puerta del cuarto de trabajo.
—¿Qué pasa? Si la nave no mantiene un curso más firme, me es imposible trabajar. El movimiento de Brown es bastante fuerte.
—Lo siento, doctor —dijo Michaels fríamente—. Estamos cruzando un ganglio linfático y no podemos hacerlo mejor.
Duval dio media vuelta, con aspecto irritado.
Grant miró hacia delante.
—Doctor Michaels, ¿qué es eso que parece un montón de algas?
—Fibras reticulares —respondió Michaels.
—¡Doctor Michaels! —llamó Owens.
—¿Qué?
—Ese material fibroso se espesa cada vez más. Creo que no podré maniobrar sin causarle algunos daños. Michaels reflexionó un momento.
—No se preocupe por esto —dijo—. En todo caso, los daños que podamos producir serán mínimos.
Un haz de fibras se desprendió al paso del
Proteus
, rozando las ventanillas y perdiéndose a su espalda. Esto se repitió con creciente frecuencia.
—Todo va bien, Owens —dijo Michaels, animándole—. El cuerpo repara estos desperfectos sin ninguna dificultad.
—No me preocupa Benes —gritó Owens—. Me preocupa la nave. Si esas cosas se pegan a los tubos de escape, puede calentarse excesivamente el motor. Y se están adhiriendo. ¿No percibe la diferencia del ruido del motor?
Grant no la percibía, y desvió nuevamente su atención hacia el exterior. La nave cruzaba un verdadero bosque de zarcillos que a la luz de los faros resplandecían con un lúgubre color castaño.
—Pronto saldremos de aquí —dijo Michaels, pero había en su voz un manifiesto acento de ansiedad.
El camino se aclaró un poco y pudo Grant percibir la diferencia en el ruido de los motores, una especie de ronquera, como si el claro eco de los gases que salían por los tubos de escape quedara amortiguado y ahogado por algo,
—¡Adelante a toda máquina! —gritó Owens.
Una de aquellas bacterias como bastones chocó blandamente con la nave. La sustancia de la bacteria se dobló sobre la curva de la ventana, recobró su forma primitiva y salió rebotada, dejando una mancha que se fue borrando lentamente.
Delante de nosotros se veían otras bacterias.
—¿Qué ocurre? —preguntó Grant, asombrado.
—Creo —dijo Michaels—, «creo» que estamos presenciando una reacción de los anticuerpos contra las bacterias. No intervienen células blancas. ¡Fíjense! Observen las superficies de las bacterias. El reflejo de la luz miniaturizada es insuficiente, pero, ¿no lo ve usted?