Authors: Brian Lumley
Entonces subí al recinto almenado. Un sol débil atisbaba a través de unas nubes oscuras y móviles, cargadas de lluvia. Tuve la sensación de que me miraba ceñudo. Ciertamente, no me gustaba la sensación de sus débiles rayos sobre los brazos y el cuello descubiertos y, al poco rato, me alegré de volver al interior del edificio. Y allí me encontré con que me sobraba el tiempo, y lo empleé para registrar el castillo con mayor minucia que antes
.
Busqué un botín y lo encontré: platos y copas de oro, muy antiguos; un puñado de gemas; un cofrecillo lleno de sortijas, collares, ajorcas y otros objetos en metales preciosos. Lo suficiente para vivir con comodidad toda una vida. Al menos, toda una vida normal. En cuanto a lo demás: habitaciones vacías, colgaduras deshilachadas y muebles carcomidos, un ambiente general de tristeza y decadencia. Era opresivo, y decidí marcharme de allí lo antes posible. Pero primero quería asegurarme de que el Ferenczy no estaba acechándome
.
Al anochecer, cené y me adormecí delante del fuego en las habitaciones de Faethor. Al avanzar la noche, sin embargo, ésta me trajo ideas inquietantes que empezaron a hurgar en el fondo de mi mente, pero que no salían a la superficie. Los lobos volvían a dar señales de vida, pero sus aullidos parecían lúgubres, lejanos. No había murciélagos. El fuego me adormecía
…
Thibor, hijo mío,
dijo una voz
. ¡Ponte en guardia!
Me desperté de golpe, me puse en pie de un salto, agarré la espada
.
¡Oh! Ja, ja, ja!,
rió la misma voz
.
¡Pero allí no había nadie!
«¿Quién es?», grité, aunque sabía ya quién era. «¡Aparece, Faethor, pues sé que estás aquí!»
No sabes nada. Ve a la ventana.
Miré inquieto a mi alrededor. La habitación estaba llena de sombras, proyectadas por las llamas, pero estaba claro que me encontraba solo. Entonces pensé que al oír la voz del Ferenczy, no la había «oído» en realidad. Había sido como una idea en mi cabeza, pero no una idea
mía.
¡Ve a la ventana, imbécil!,
dijo de nuevo la voz, y de nuevo me sobresalté
.
Impresionado, me dirigí a la ventana y aparté las cortinas. En el exterior empezaban a brillar las estrellas y salía la luna, y los misteriosos aullidos de los lobos resonaban desde los picachos lejanos
.
¡Mira!,
dijo la voz
. ¡Mira!
Volví la cabeza como dirigida por una voluntad ajena. Miré hacia arriba hacia la última cadena de montañas, una silueta negra contra los últimos destellos del sol en el ocaso. Allá arriba, muy lejos, brilló algo, captó los rayos del sol y los dirigió hacia mí. Cegado por aquel resplandor, levanté un brazo y me eché atrás
.
¡Ah! ¡Ah! Mira cómo duele, Thibor, ¡Prueba tu propia medicina! Es el sol, que una vez fue tu amigo. Pero ya no lo es.
«No me ha dolido!», grité, volviendo a la ventana, y sacudí el puño hacia las montañas. «Sólo me has sorprendido. ¿Eres realmente tú, Faethor?»
¿Quién más podía ser? ¿Me creías muerto?
«¡Te quería muerto!»
Entonces tu voluntad es débil.
«Quién te acompaña?», pregunté, rindiéndome a la extrañeza de todo aquello. «No tus mujeres pues las tengo yo. ¿Quién hace ahora señales con los espejos? No eres tú quien juega con el sol.»
El espejo me enfocó de nuevo, pero me eché a un lado
.
Los míos van donde yo voy,
respondió la voz
. Transportan mi cuerpo quemado y ennegrecido, hasta que sane de nuevo. Tú has ganado este asalto, Thibor, pero el combate no ha terminado.
«Has tenido suerte, viejo cabrón», lo desafié. «No serás tan afortunado la próxima vez.»
Escucha.
Hizo caso omiso de mi baladronada
. Has despertado mi cólera. Y
serás
castigado. El grado del castigo dependerá de ti. Quédate aquí y guarda mis tierras y mi castillo y todo lo que es mío, durante mi ausencia, y seré compasivo. Desobedece y…
«Y qué?»
Y conocerás los tormentos del infierno por toda la eternidad. ¡Yo, Faethor Ferenczy, te lo juro!
«Faethor, yo sólo dependo de mí. Aunque tuviese que servir, nunca podría llamarte mi amo. Debes saberlo, pues hice todo lo posible para destruirte.»
Thibor, tú no lo comprendes todavía, pero te he dado muchas cosas, grandes poderes, sí, pero te he dado también varias grandes debilidades. Los hombres corrientes descansan en paz cuando mueren. La mayoría de ellos…
Comprendí que lo último que había dicho era una especie de amenaza. Estaba en su voz; una CONDENA dictada en un murmullo
.
«¿Qué quieres decir?», pregunté
.
Desafíame y lo sabrás. Lo he jurado. Y por ahora, ¡adiós!
Y se fue
.
El espejo centelleó una vez más, como una estrella brillante sobre la lejana cordillera, y después, también él desapareció
…
Estaba harto de vampiros y de vampiresas. Encerré a mi compañera de la última noche en la mazmorra, con su hermana y Ehrig y aquella cosa subterránea, y dormí en un sillón, delante del fuego, en las habitaciones de Faethor. Amaneció y ya no había nada que pudiese demorar mi partida. Salvo…, sí, tenía que hacer algunas cosas antes de marcharme de allí. El Ferenczy me había amenazado y yo no me tomaba a la ligera las amenazas
.
Salí del castillo, maté un par de gordos conejos con el arco y los llevé al calabozo. Los mostré a Ehrig y le dije lo que quería y que él tenía que ayudarme. Juntos atamos y amordazamos a las mujeres y las arrojamos a un rincón de la mazmorra. Después, aunque él protestó a gritos, até y amordacé también a Ehrig y lo puse al lado de las mujeres. Por último, rajé los conejos por la mitad y arrojé sus cuerpos ensangrentados sobre el suelo negro, donde estaban levantadas las losas
.
Entonces sólo fue cuestión de esperar, pero no por mucho tiempo. Al poco rato, un tentáculo de carne leprosa surgió para explorar la fuente de sangre fresca; salió a tientas del esponjoso suelo, apartándolo a un lado, y yo tomé, en un abrir y cerrar de ojos, aquello que quería. Dejé atados a Ehrig y las mujeres, atranqué la puerta y subí a la base de la torre. Encima de la mazmona, una escalera de caracol se hallaba enroscada a un pilar central. Destrocé muebles y amontoné los pedazos alrededor de aquel pilar. Saqueé el castillo, rompiendo todos los muebles que encontraba y, repartiendo la madera entre las torres. Después vertí aceite sobre todas las tablas del terrado almenado, así como en el salón y las habitaciones que cruzaban la garganta y en todas las escaleras
.
Cuando hube terminado, había empleado media mañana en mi trabajo
.
Salí del castillo con mi botín, caminé un corto trecho y lo miré de nuevo, por última vez; entonces volví atrás y prendí fuego a la puerta abierta y al puente levadizo. Y sin mirar nunca atrás, empecé a desandar mi camino hacia Moupho Alde Ferenc Yabórov
.
Al mediodía, me encontré con mis cinco valacas restantes, que venían en mi busca. Me vieron bajar por el sendero del acantilado y me esperaron en la depresión rocosa de su base
.
«¡Hola, Thibor!», me saludó el más viejo cuando me reuní con él. Miró detrás de mí. «Ehrig y Vasily, ¿no vienen contigo?»
«Están muertos.» Señalé con la cabeza hacia los picachos. «Allá atrás»
.
Ellos miraron y vieron la columna de humo blanco que se elevaba como un hongo extraño hacia el cielo
.
«La casa del Ferenczy», les dije. «La he incendiado.»
Entonces los miré más severamente
.
«¿Por qué habéis tardado tanto en venir a buscarme? ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cinco o seis semanas?»
«Esos malditos gitanos, ¡los
szgany!»,
gruñó su portavoz. «Cuando nos despertamos, la mañana después de que os marchaseis los tres, el pueblo estaba casi desierto. Sólo quedaban mujeres y niños. Tratamos de averiguar lo que sucedía, pero nadie parecía saberlo, o no querían decirlo. Esperamos dos días y, entonces, emprendimos la marcha para seguirte. Pero los varones
szgany
desaparecidos nos estaban esperando en el camino. Éramos cinco contra más de cincuenta de ellos. Nos cerraron el paso y, además, tenían la ventaja de unas buenas posiciones en las rocas.» Se encogió de hombros, incómodo, y trató de no parecer confuso. «De nada os habríamos servido si hubieseis estado muertos, Thibor.»
Asentí con la cabeza y hablé con voz pausada
.
«Y sin embargo, ahora habéis venido, ¿eh?»
«Porque ellos se han ido.» Se encogió nuevamente de hombros. «Cuando nos detuvieron, volvimos a lo que llamaban su "pueblo". Ayer por la mañana, las mujeres y los niños empezaron a marcharse solos o en parejas, o en pequeños grupos aquí y allá. No querían hablar y parecían terriblemente afligidos, ¡como si llevasen luto por alguien, o algo parecido!. Hoy, al amanecer, el lugar estaba vacío, salvo por un gran jefe, él se hace llamar “príncipe'', su bruja y un par de nietos. Tampoco quiso decir nada y, a fin de cuentas, parece medio imbécil. Por consiguiente, subí solo por el sendero, con disimulo, y descubrí que todos los hombres se habían ido también. Entonces llamé a estos muchachos para que viniesen conmigo en tu busca. Aunque, a decir verdad, ¡pensábamos que habrías muerto!»
«No habría sido nada de extraño», le respondí; «pero estoy vivo. Toma», y le arrojé una bolsita de cuero, «lleva esto. Y tú…» di mi botín a otro, «carga con esto. Pesa mucho y lo he llevado ya demasiado tiempo. En cuanto al trabajo que se nos encomendó, ha quedado terminado. Esta noche dormiremos en el pueblo; mañana emprenderemos el regreso a Kiev para ver a un embustero, tramposo e intrigante príncipe Vladimir Svyatoslavich»
.
«¡Uf!»
El portavoz alargó el brazo con el que sostenía la bolsa. «Hay algo vivo aquí dentro. ¡Se mueve!»
Yo reí entre dientes
.
«Sí, llévalo con cuidado… y esta noche mételo en una caja, con bolsa y todo. Pero no te duermas con ella cerca…»
Entonces bajamos al pueblo. Durante el camino, oí que hablaban entre ellos, principalmente de las molestias que les habían infligido los
szgany.
Propusieron incendiar el pueblo. No se lo permití
.
«No», dije, «los
szgany
son fieles a su manera. Fieles a ellos mismos. Y en todo caso, van de un lado a otro, a su antojo. ¿Qué ganaríamos incendiando un pueblo deshabitado?»
Y no se habló más de aquello
…
Aquella noche fui a ver al anciano príncipe
szgany
y le dije que saliese. Salió a la frescura del claro de bosque y me saludó. Me acerqué a él y me miró con dureza; oí que jadeaba
.
«Viejo jefe», le dije, «mis hombres querían incendiar el pueblo, pero yo se lo he prohibido. No tengo ninguna queja de ti ni de los
szgany.»
Era moreno y arrugado como el tronco de un árbol, sin dientes, corcovado. Sus ojos negros eran oblicuos y parecían no ver con demasiada claridad, pero estuve seguro de que me veía. Me tocó con una mano temblorosa y me agarró el brazo por encima del codo
.
«¿Valaco?», preguntó
.
«Lo soy, y pronto volveré allí», le respondí
.
Asintió con la cabeza y dijo:
«Tú… ¡Ferengi!»
.
No era una pregunta
.
«Me llamo Thibor», le dije. Y cediendo a un impulso: «Thibor… Ferenczy, sí»
.
Él asintió de nuevo con la cabeza
.
«Tú
… ¿wamphyri?»
Empecé a sacudir la cabeza para negarlo, pero me detuve. Sus ojos estaban taladrando los míos. El lo sabía
, Y
yo también, ahora de fijo
.
«Sí», dije, «wamphyri»
.
Aspiró fuertemente y exhaló despacio el aire
.
«¿Adonde irás, Thibor el Valaco, hijo del Viejo?», preguntó
.
«Mañana iré a Kiev», respondí con hosquedad. «Tengo un asunto pendiente allí. Después, me iré a casa.»
«¿Un asunto?» Lanzó una risa cascada. «¡Ah, un asunto!»
Me soltó el brazo y se puso serio
.
«Yo también iré a Valaquia. Muchos
szgany
allí. Tú necesitas
szgany.
Te encontraré allí.»
«¡Muy bien!», le dije
.
Se echó atrás, giró sobre sus talones y entró de nuevo en su choza
…
Salimos del bosque y llegamos a Kiev avanzada la tarde. En las afueras encontré un lugar donde descansar y comprar un pellejo de vino. Envié a cuatro de mis cinco hombres a la ciudad. Pronto empezaron a volver, trayendo con ellos a miembros eminentes de mi ejército de campesinos; lo que quedaba de él. La mitad había sido atraída por Vladimir y luchaba en esos momentos contra los pechenegi; el resto permanecía fiel; se habían escondido y me esperaban
.
Sólo había un puñado de soldados del Vlad en la ciudad; incluso la guardia de palacio combatía lejos de allí. El príncipe tenía sólo una veintena de hombres en la corte; sus guardaespaldas personales. Esto era parte de las noticias, pero había más; aquella noche debía celebrarse un pequeño banquete en palacio, en honor de algún boyardo lameculos. Me invité a él
.
Llegué al palacio solo, o al menos esto debió parecer. Crucé los jardines entre el ruido de las risas y el jolgorio del gran salón. Unos hombres armados me cerraron el paso; me detuve y los observé
.
«¿Quién vive?», me increpó el jefe de la guardia
.
Me descubrí
.
«Thibor de Valaquia, el
voevod
del príncipe. Él me envió a una misión y estoy de regreso.»
Durante el camino, había pasado de forma deliberada por lodazales. La última vez que había estado allí, el Vlad me había ordenado que vistiese de etiqueta, que no llevase armas y me hubiese bañado y compuesto. Yo iba armado hasta los dientes, no me había afeitado y estaba sucio y desgreñado. Apestaba más que un campesino y me alegraba de ello
.
«¿Vas a entrar ahí de esa manera?» El jefe de la guardia estaba asombrado. Frunció la nariz. «Lávate, hombre, ponte ropa limpia ¡y tira las armas!»