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Authors: Brian Lumley

Vampiros (30 page)

Imagínate, pues, aquel extraño y viejo castillo en la montaña: sus murallas envueltas en la niebla; su centro en arco sobre la garganta, sus torres levantadas como colmillos contra la luna ascendente. E imagínate a su dueño: una criatura que antaño fue hombre pero ya no lo es. Una Cosa que se hacía llamar Faethor Ferenczy
.

Ya te he explicado… cómo me besó. ¡Ah, pero, ningún hijo había sido besado jamás por su padre de
esa
manera! Puso su semilla en mí, ¡sí! Y si había pensado que las contusiones y las heridas en combate eran dolorosas

Recibir la semilla de un vampiro es conocer una agonía casi fatal. Casi fatal, pero no del todo. Pues el vampiro elige al portador de su semilla con gran cuidado y astucia. El pobre infeliz tiene que ser vigoroso, muy ingenioso y, preferiblemente, frío y duro. Y confieso que yo era todas esas cosas. Después de una vida como la mía, ¿cómo podía ser de otra manera?

Y así experimenté el horror de aquella semilla que, por medio de unos diminutos seudópodos y lengüetas… se introdujo por mi garganta en el interior de mi cuerpo. ¿Deprisa? ¡Aquella cosa era como azogue! En realidad, más que azogue. La semilla de un vampiro puede pasar a través de la carne humana como el agua a través de la arena. Faethor no había tenido que espantarme con su beso; simplemente, había
deseado
espantarme. Y lo había conseguido
.

Su semilla pasó a través de mi carne, desde el fondo de mi garganta a la espina dorsal, la cual exploró como explora un ratón curioso una cavidad en la pared, pero con unas patas que quemaban como ácido. Y a cada contacto con las puntas desnudas de mis nervios sentía nuevas punzadas de angustia
.

¡Ah, cómo me retorcí y salté y tiré de las cadenas! Pero no por mucho tiempo. Aquella cosa encontró por fin un sitio donde descansar. Recién nacida, se fatigaba fácilmente. Creo que anidó en mis intestinos, que se anudaron al instante; y me produjeron tal dolor que grité pidiendo la clemencia de la muerte. Pero entonces se encogieron las lengüetas; la cosa se había dormido
.

La angustia desapareció en un instante, tan rápidamente que la sensación fue una especie de agonía en sí misma. Después, con el alivio de la ausencia de dolor, me dormí también

Cuando me desperté, me encontré con que estaba libre de esposas y cadenas y yacía encogido en el suelo. Ya no sentía dolor. A pesar de saber que mi celda estaba a oscuras, descubrí que podía ver con tanta claridad como bajo la luz del día. Al principio, no lo comprendí; busqué en vano el agujero por el que entraba la luz, traté de subir por las desiguales paredes en busca de alguna ventana oculta o de otra salida. Todo fue inútil
.

Sin embargo, antes de esto, antes de este fútil intento de escapar, me enfrenté a los
otros
que compartían mi horrible celda. O a aquello en que se habían convertido
.

El primero era el viejo Arvos, que estaba tumbado tal como lo había dejado Faethor, o al menos lo creí así. Me acerqué a él, observé su carne gris, su pecho encogido debajo de la rasgada y tosca camisa. Y apoyé la mano allí, tal vez en un intento de detectar un calor de vida o incluso los vacilantes latidos del corazón. Pues me había parecido ver un ligero movimiento en el pecho huesudo
.

En cuanto hube apoyado la mano en él, el gitano se descompuso. Todo él se hizo añicos como una cascara, como las hojas secas al ser pisadas. Debajo de la caja torácica, que también se deshizo en polvo, no había nada. La cara se convirtió asimismo en polvo, liberada por la avalancha del cuerpo; aquel semblante viejo, gris y repelente, completamente arruinado. Los miembros fueron los últimos en desaparecer; mientras los observaba, se deshincharon como odres pinchados. En un instante, el hombre se había convertido en un montón de polvo y de pequeños fragmentos de hueso y de vieja piel, y todo envuelto todavía en su tosca ropa indígena
.

Fascinado, boquiabierto, seguí contemplando lo que había sido Arvos. Recordé aquel dedo como un gusano, que se había desprendido de la mano de Faethor para penetrar en él. ¿Era aquel gusano el responsable de esto? ¿Lo había devorado entero aquella pequeña parte carnosa de Faethor? Y si era así, ¿qué había sido del propio gusano? ¿Dónde estaba ahora?

Mis preguntas fueron contestadas al instante
.

«Consumido, sí, Thibor», dijo una voz opaca tañante. «Ha ido a alimentar a lo que ahora excava la tierra a tus pies.»

De las sombras de la mazmorra salió un viejo valaco camarada mío, un hombre que era todo pecho y brazos, con piernas cortas y regordetas. Se había llamado Ehrig… ¡cuando era un hombre!

Al mirarlo entonces nada vi en él que me fuese conocido. Era como un extraño, con un aura rara a su alrededor. O tal vez no tan rara, pues pensé que conocía realmente aquella emanación. Era la presencia morbosa del Ferenczy. ¡Ehrig era ahora suyo!

«¡Traidor!», le dije, ceñudo. «El viejo Ferenczy te salvó la vida, y ahora se la has dado en muestra de gratitud. ¿Y cuántas veces, en cuántas batallas, te salvé yo la vida. Ehrig?»

«Hace tiempo que perdí la cuenta, Thibor», respondió roncamente el otro, con unos ojos redondos como platos en una cara demacrada y lúgubre. «Las suficientes para que debas saber que nunca me habría vuelto voluntariamente contra ti.»

«¿Qué? ¿Me estás diciendo que eres todavía uno de mis hombres?» Me eché a reír, sarcásticamente. «¡Pero puedo
oler
al Ferenczy en ti! O tal vez te has vuelto
involuntariamente
contra mí, ¿eh?» y todavía más duramente, añadí: «Por qué había de salvarte el Ferenczy, si no era para que lo sirvieses?»
.

«¿Es que no te explicó nada?» Ehrig se acercó más. «No me salvó para él. Tengo que servirte a ti, lo mejor que pueda, cuando él se haya marchado de este lugar.»

«¡El Ferenczy está loco!», sentencié. «Te ha engañado, ¿no lo ves? ¿Has olvidado por qué vinimos aquí? ¡Vinimos para matarlo! Pero mírate ahora: demacrado, aturdido, endeble como un recién nacido. ¿Cómo puede servirme un hombre como tú?»

Ehrig se acercó todavía más. Sus grandes ojos estaban casi vacíos, no pestañeaban. Los tendones de su cuello y de su cara saltaban y se retorcían como si estuviesen montados sobre muelles
.

«¿Endeble? Menosprecias las facultades del Ferenczy, Thibor. Lo que puso en mí curó mi carne y mis huesos. Sí, y me hizo vigoroso. Puedo servirte tan bien como siempre, te lo aseguro. Ponme a prueba

Entonces fruncí el entrecejo y sacudí la cabeza, súbitamente asombrado. En verdad, sus palabras tenían sentido, contribuían un poco a calmar mis furiosos pensamientos
.

«Por lógica, tendrías que estar muerto», convine. «Tenías los huesos rotos, sí, y rasgada la carne. ¿Me estás diciendo que el Ferenczy tiene realmente estas facultades? Recuerdo que dijo que, cuando te recobrases, serías su esclavo. Pero
suyo,
¿lo oyes? Entonces, ¿cómo es posible que estés aquí y me digas que sigo siendo tu señor y tu jefe?»

«Él
tiene
muchas facultades, Thibor», respondió. «Y es cierto que soy su esclavo… hasta cierto punto. El es un vampiro y, ahora, yo soy una especie de vampiro. Y también lo eres tú…»

«¿Yo?» Me sentí ofendido. «¡Yo soy dueño de mí! Me hizo algo, desde luego; puso en mí algo de él mismo, que seguramente era venenoso, pero no he cambiado. Tú, Ehrig, antaño amigo y partidario mío, puedes haber sucumbido, ¡pero yo sigo siendo Thibor de Valaquia!
».

Ehrig me tocó un codo y yo me eché atrás
.

«En mí, el cambio fue rápido», dijo. «Y lo fue más porque Ferenczy mezcló su carne con la mía, y con esto me curó. Remendó mis partes rotas con su carne, y, al repararme, me ligó a él. Cierto que haré lo que me ordene; pero, por fortuna, sólo me pide que esté aquí contigo.»

Mientras él hablaba, en su lúgubre tono, yo había rondado por toda la mazmorra, buscando una escapada, y había tratado incluso de escalar las paredes
.

«La luz», murmuré. «¿De dónde viene? Si la luz puede encontrar su camino para entrar, yo puedo encontrar el mío para salir.»

«No hay luz, Thibor», dijo Ehrig, andando detrás de mí y con su voz tan lastimera como siempre. «Esta es una prueba de la magia del Ferenczy. Como somos suyos, compartimos sus facultades. Aquí, la oscuridad es total. Pero, como el murciélago de tu blasón y como el propio Ferenczy, puedes ver ahora de noche. Más aún, eres algo especial. Llevas su semilla. Llegarás a ser tan grande, o tal vez más, que el propio Ferenczy. ¡Tú eres wamphyri!»

«¡Yo soy yo!», grité furioso, y lo cogí por el cuello
.

Entonces al verlo más de cerca, advertí por primera vez el fulgor amarillo de sus ojos. Eran los ojos de una bestia; y también lo eran los míos, si él había dicho la verdad. Ehrig no hizo el menor esfuerzo para resistirme; por el contrario, se arrodilló al ejercer yo más presión
.

«Entonces», le grité, «¿por qué no te defiendes? ¡Muéstrame tu maravillosa fuerza! Dijiste que te pusiese a prueba, y ahora te tomo la palabra. Vas a morir, Ehrig. Sí, y después morirá tu nuevo dueño, ¡en el mismo instante en que asome su hocico de perro en este calabozo!. Al menos, no he olvidado mi razón de estar aquí»
.

Agarré la cadena que me había sujetado a la pared e hice un lazo con ella en su cuello. Boqueó, se arqueó, sacó la lengua, pero no trató de resistirse
.

«Es inútil, Thibor», jadeó, cuando yo aflojé un poco la presión. «Completamente inútil. Ahógame, estrangúlame, rómpeme la espalda; sanaré de nuevo. No debes matarme. ¡No
puedes
matarme! Sólo el Ferenczy puede hacerlo. Muy gracioso, ¿eh? ¡Porque vinimos aquí para matarlo!»

Lo empujé a un lado y corrí hacia la gran puerta de roble, y la golpeé con furia. Sólo me respondió el eco de mis golpes. Desesperado, me volví de nuevo a Ehrig
.

«Así pues, te das cuenta del cambio que se ha producido en ti. Desde luego; pues, si está claro para mí, debe de estarlo todavía más para ti. Por lo tanto, dime: ¿por qué soy yo igual que antes? No me siento diferente. Seguro que ningún cambio importante se ha producido en mí, ¿verdad?»

Ehrig se frotó la garganta y se puso en pie. Tenía grandes cardenales en el cuello producidos por las cadenas; aparte de esto, parecía no haber sufrido mucho a causa de mi brutalidad; sus ojos ardían como antes y su voz era quejumbrosa como siempre
.

«Como dices», respondió, «el cambio fue forjado en mí, como es forjado el hierro en el horno. La carne del Ferenczy se apoderó de la mía y me sometió a su voluntad, como se dobla el hierro al calor del fuego. Pero contigo es diferente, más sutil. La semilla del vampiro crece dentro de ti. Se inserta en tu mente, en tu corazón, en tu misma sangre. Eres como dos criaturas bajo una sola piel, pero poco a poco te fundirás en una»
.

Era lo que Faethor me había dicho. Me apoyé en la húmeda pared
.

«Entonces, mi destino ya no es mío», gemí
.

«Sí que lo es, Thibor, ¡sí que lo es!», dijo Ehrig con vehemencia. «Ahora que la muerte no te aterroriza, ¡puedes vivir eternamente! ¡Tienes posibilidad de ser más poderoso de lo que fue ningún hombre antes que tú! ¿Qué te parece como destino?»

Yo sacudí la cabeza
.

«¿Poderoso? ¿Siendo esclavo del Ferenczy? ¡Querrás decir impotente!. Pues, si tengo que ser de él, ¿cómo puedo ser dueño de mí? No; esto no terminará así. Mientras tenga voluntad, encontraré un camino.» Me golpeé el pecho e hice una mueca. «¿Cuánto tardará en mandar en mí eso que llevo dentro? ¿Cuánto tiempo me queda antes de que el invitado domine al anfitrión?» Sacudió la cabeza despacio, al parecer con tristeza. «Te empeñas en crear dificultades», dijo. «El Ferenczy me dijo que sería así. Porque eres bravo y obstinado, dijo
, serás
dueño de ti, Thibor. Y así será, pues lo que llevas dentro no puede existir sin ti, ni tú puedes existir sin ella. Pero, si antes eras meramente un hombre, con las flaquezas y las pasiones mezquinas del hombre, ahora serás…»

«¡Alto!», le dije; de pronto mi memoria murmuraba a mi mente cosas monstruosas. «El me dijo… me dijo… ¡que no tenía sexo! "Los wamphyri no tenemos sexo como tal", dijo, ¿y tú me hablas de "pasiones mezquinas"?
»

«Todo wamphyri», insistió Ehrig, como sin duda le había ordenado el Ferenczy que insistiese, «tendrá el sexo del huésped. ¡Y tú eres ese huésped! También tendrás tu lascivia, tu fuerza, tu astucia, todas tus pasiones, ¡pero multiplicadas! Imagínate ejercitando tu ingenio contra tus enemigos, o invencible en el combate, o incansable en la cama…»

Las emociones hervían dentro de mí. ¡Ay! Pero ¿podría estar seguro de que eran mías? ¿Enteramente mías?

«Pero… no… seré
… ¡yo!»

Para recalcar cada palabra, golpeó con el puño una y otra vez la pared de piedra, hasta que la sangre manó libremente de los nudillos
.

«Serás
tú»,
repitió él mientras se acercaba para mirar mi mano ensangrentada y se lamía los labios. «Sí, con sangre caliente y todo lo demás. El vampiro que llevas dentro te curará en muy poco tiempo. Pero, mientras tanto, deja que yo te cuide.»

Me asió la mano y trató de lamer la sangre salada
.

Lo aparté de un empujón
.

«¡Guárdate tu lengua de vampiro!», le grité
.

Y con un súbito estremecimiento de horror, empecé a comprender realmente, quizá por primera vez, en qué se había convertido. Y en qué me estaba convirtiendo yo. Pues había visto aquella mirada de afán antinatural en su semblante y recordado, de pronto, que hacía poco tiempo éramos tres

Miré en toda la mazmorra, en todos los rincones llenos de telarañas e incluso las sombras más oscuras, con ojos escrutadores. Miré en todas partes y no encontré lo que buscaba. Entonces volví junto a Ehrig. El vio mi expresión y empezó a retroceder
.

«Ehrig», le dije, siguiéndolo, pegándome a él. «Dime, por favor: ¿qué ha sido del pobre cuerpo mutilado de Vasily? Por favor, ¿dónde está el cadáver de nuestro antiguo colega, el flaco y siempre agresivo… Vasily?»

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