HERTA MÜLLER, (Timisoara, Rumanía, 1953). La concesión del premio Nobel produce sorpresas cada año, y 2009 no fue diferente. Para asombro casi universal, lo recibió Herta Müller desplazando a favoritos como el estadounidense Philip Roth, el italiano Claudio Magris o el coreano Ko Un. Sus novelas, redactadas en alemán, no resultan fáciles de leer, con excepción de la presente,
Todo lo que tengo lo llevo conmigo
, que es una verdadera obra maestra. La riqueza lírica de la prosa empañaba a veces, en anteriores obras, la claridad de la expresión, pero aquí la fortalece, añadiendo un tinte de tristeza y melancolía apropiado al asunto narrado…
El tema procede de la biografía de la propia Müller, quien consiguió escapar de su país natal a Alemania en 1987, cuando sus libros de poemas y novelas llamaron la atención de la Securitate, la temible policía secreta rumana, que acto seguido prohibió su publicación. La escritora relata un episodio histórico olvidado, la vida de miles de rumanos recluidos en los campos de concentración rusos durante la segunda guerra mundial; la brutalidad padecida por los internados; el hambre, el frío, los maltratos, el convivir los prisioneros con los muertos hacinados y congelados. El protagonista sobrevivirá poniendo distancia verbal, imaginativa, ante tamaña miseria humana y moral; el horror sólo se puede aguantar si uno se distancia, renombrando la realidad mediante la lengua (Aldonza Lorenzo:
Dulcinea del Toboso
).
Stalin consiguió en 1944 derrocar al autoritario mariscal Ion Antonescu de Rumanía, fiel aliado de Hitler. A continuación, los soviéticos obligaron a los rumanos de ascendiente alemán, los hombres y mujeres de entre dieciséis y cuarenta y cinco años de edad, a ir a campos de concentración en Ucrania. Así participaban en la «reconstrucción» de Rusia, reparando los daños ocasionados por las tropas del Führer; la madre de la autora formó parte de la expedición junto con el poeta Oscar Pastior (1927-2006). Traumatizados por el horror vivido regresaron cinco años después a Rumanía. Su progenitora jamás habló de la experiencia, otros testigos tampoco mucho, pero sí Pastior. Herta Müller trabó una estrecha amistad con él, llegaron incluso a visitar juntos el campo de concentración en Ucrania, y mientras, ella escuchaba las historias con tanta fascinación como terror. La idea era la de que juntos redactarían un libro sobre aquel
gulag
olvidado, pero inesperadamente murió Pastior, y Müller emprendió sola la redacción de la novela, valiéndose de las conversaciones y de las detalladas notas de la vida en el campo de concentración tomadas por su amigo.