Read Tiempos de gloria Online

Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (25 page)

BOOK: Tiempos de gloria
3.17Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Calma Lerner observaba con los labios apretados cómo Maia caía al suelo y le cubrían la nariz y la boca. Un tejido negro le impidió la visión. Un aroma dulce y pegajoso la asfixió, invadiendo su cerebro y sofocando todos sus pensamientos.

Despertó a través de una bruma anestésica para ver las estrellas revoloteando como escarabajos brillantes en el cielo, y recordó aturdida que las estrellas no se comportaban de esa forma. En su delirio, se le ocurrió sólo vagamente que esto podría ser una cuestión de percepción. Resultaba difícil concentrarse mientras estaba tendida en posición supina, atada al fondo de una carreta tirada por caballos.

A lo largo de toda aquella noche, Maia fue saliendo y cayendo en un sueño drogado con intervalos en los que alguien le levantaba la cabeza para suministrarle desde un paño gotas de agua en la boca reseca. Sorbía aquel paño como un bebé recién nacido, como si ese reflejo primario fuera lo único que le quedara. Los sueños asaltaron a Maia con recuerdos capturados al azar, distorsionados, y vueltos a la vida con adornos procurados por su subconsciente libre.

Tenía poco más de tres años stratoianos… nueve o diez según el antiguo calendario. Era el Día del Solsticio de Invierno y las veraniegas de Lamatia habían comido y habían sido enviadas a sus habitaciones para que se quedaran en ellas hasta que el gong las llamara para la cena. Pero las gemelas habían estado haciendo planes.

Maia y Leie sabían que al mediodía todas las Lamai puras estarían en el gran salón para participar en la Ceremonia de Iniciación. Durante semanas, la clase de Lamais de seis años se había estado preguntando excitada cuál de ellas recibiría la maduración, y cuál tendría que esperar otro invierno, quizá dos. Entre las clones, que se distinguían en poco, la que conseguía concebir durante su primer solsticio maduro tenía ventaja sobre sus iguales y subía de categoría a medida que su generación maduraba, quizás incluso hasta jugar un papel predominante en la dirección del clan.

Maia y Leie no querían en modo alguno perderse la Ceremonia, a pesar de que las reglas prohibían los ritos a las simples mediohijas. Habían pasado muchas horas furtivas explorando qué ruta seguir: primero había que salir por la ventana de su cuarto, luego sortear una viga maestra y deslizarse por un canalillo, bajar por una pared adornada con refuerzos, atravesar una ventana para llegar a un ático, y bajar por una escalera de cuerda que habían colgado previamente en el interior de una chimenea cegada y abandonada…

En el sueño de Maia, cada fase de la aventura parecía tan real e inmediata como lo fuera para su yo más joven.

La posibilidad de caer y matarse era aterradora, pero menos terrible que la idea de ser capturada. La captura y el castigo eran, a su vez, impedimentos irrisorios en comparación con la espectral posibilidad de que Leie y ella pudieran
.no ver
.

Llegar a su puesto de observación fue la parte más peligrosa. Significaba arrastrarse por la empinada cúpula del gran salón, cuyos arcos de hormigón reforzado mantenían en su sitio las vidrieras de colores. Arrastrándose por el borde para no proyectar sombras en el salón, Maia y su hermana reunieron por fin el valor necesario para asomar la cabeza por una sección de la ventana, desde donde vieron por primera vez la ceremonia que se desarrollaba abajo.

El interior era una confusión de luz y sombras. El tejado de cristal dejaba entrar la luz del día invernal en la cámara, transformada en un brillante simulacro de las noches de verano. Unos paneles de colores proyectaban hábiles imitaciones de las auroras sobre las paredes de debajo, mientras que otros resplandecían tan dorados como la Estrella Wengel, cuando la pequeña y menos brillante compañera del sol brillaba alto en el cielo de verano.

Una hoguera ardía en un rincón de la sala, desprendiendo un calor que las gemelas podían notar desde fuera. Las llamas estaban teñidas con aditivos garantizados para simular el espectro de las luces del norte.

Era un espectáculo por el que merecía la pena correr todos los riesgos que las habían llevado allí. Ni Leie ni Maia habrían tenido el valor de ir solas.

Sin embargo, tardaron un rato en sofocar el temeroso convencimiento de que alguien iba a mirar hacia arriba.

Las muchachas pasaron más tiempo riéndose y dándose codazos que mirando a través de las lentes bruñidas.

Finalmente, advirtieron que nadie estaba interesado en el techo en un momento como aquél.

Las bailarinas trazaban pautas ondulantes mientras danzaban ante el dosel central, agitando livianos vestidos que también imitaban exposiciones iónicas. El grupo procedía del Clan Oosterwyck, famoso por su belleza y sensualidad. Su promedio de éxitos era legendario y sólo los clanes ricos podían permitirse contratar sus servicios en esa época del año.

De los incensarios emanaban espirales de humo, cuyo aroma debía de estimular las feromonas que más excitaban a los machos. Tras una cortina, unas siluetas revelaban la presencia de las madres y las hermanas plenas de la Casa Lamatia, que observaban discretamente desde fuera para no molestar a sus invitados.

Maia dio un codazo a Leie y señaló:

—¡Allí! —susurró, aunque no hacía falta. Puesto que la música sólo les llegaba como un leve murmullo, era altamente improbable que nada de lo que dijesen pudiera ser oído abajo.

Leie se volvió para mirar en la dirección que su hermana indicaba.

—Sí, es el capitán de la Cofradía del Pingüino, y esos dos marineros jóvenes. Exactamente los que predije.

¡Paga!

—¡No llegué a apostar! Todo el mundo sabe que la Cofradía del Pingüino está en deuda con Lamatia por ese gran préstamo que las madres le concedieron el año pasado.

Leie ignoró la réplica.

—Vamos, echemos otro vistazo —instó, tirando a Mala del brazo y haciendo que su hermana se tambaleara peligrosamente en la empinada pared de la cúpula.

—¡Eh, cuidado!

Pero Leie ya se había deslizado hacia donde una gran pieza de cristal convexo sobresalía del tejado. Maia oyó a su hermana jadear y luego reír nerviosa.

—¿Qué pasa? —exclamó Maia, mientras se arrastraba hasta allí.

Leie alzó una mano.

—No. ¡No mires todavía! Agárrate y planta bien los pies en el suelo. ¿Ya? No mires todavía.

—¡No estoy mirando! —gimió Maia.

—Bien, ahora cierra los ojos. Acércate un poco más y yo te moveré la cabeza para que veas mejor. ¡No los abras hasta que yo no te lo diga!

Era uno de esos rituales que parecían tan naturales cuando tenías tres años. Maia sintió la mano de su hermana cogerle la trenza y moverla hasta que notó el frío cristal pulido contra la punta de su nariz.

—Vale, ahora puedes mirar —dijo Leie, reprimiendo una risita.

Maia abrió un ojo, y al principio sólo vio algo borroso. El cristal tenía varias capas delgadas, separadas por bolsas de aire. Retrocedió un poco y logró enfocar una imagen. Al menos
.parecía
enfocada, notablemente ampliada desde tanta altura. Con todo, lo que vio parecía más un amasijo de colores carnosos, sazonados con pelaje negro y corto que clareaba en la mayoría de las partes pero era espeso allí donde un pequeño apéndice rosado se unía en la intersección de otros dos más grandes. Advirtió que estos últimos debían de ser las piernas de alguien. El pequeño de en medio…

—¡Oh! —exclamó, echándose atrás con tanta fuerza que tuvo que agitar los brazos para recuperar el equilibrio.

Leie la agarró, riéndose de su sorpresa. Casi al instante Maia volvió a pegarse al cristal, tratando otra vez de enfocar la escena.

—No, déjame a mí ahora. ¡Es mi turno! —la importunó Leie. Pero Maia se agarró con fuerza y su gemela tuvo que buscar a regañadientes otro sitio que, según se apresuró a declarar, era «aún mejo».. Maia estaba demasiado absorta para darse cuenta. .

.Así que ése es el aspecto que tienen los hombres sin ropa, pensó. Los efectos amplificadores del cristal eran confusos, y le resultaba difícil obtener una sensación de proporción, mucho menos relacionar lo que estaba viendo con aquellos estériles diagramas que había estudiado en el colegio
.¿Dónde se lo meten mientras caminan? Debe de ser molesto, colgando de esa forma.

Maia se sintió demasiado avergonzada por lo que pensó luego para expresarlo ni siquiera de manera subvocálica. La fascinación ganó una dura batalla contra la repulsión y miró ansiosamente, esperando poder ver cambiar aquella cosa.
.¿De verdad crece aún más?

Una mano entró en su campo de visión, y pasó ante el flácido apéndice para rascar un muslo velludo. Maia se echó atrás para poder contemplar también el brazo y el torso y la cabeza del hombre recostado sobre los cojines de seda que observaba a las bailarinas. Se volvió para decirle algo a otro hombre, repantigado a su derecha, que se echó a reír, y luego se incorporó y se inclinó hacia delante con una expresión más concentrada en el rostro, como si intentara prestar más atención al espectáculo. Al lado tenían bandejas de comida y bebida. El primer hombre cogió un vaso de vino y lo apuró. No pareció advertir a la mujer sucintamente vestida que acudió a llenárselo, ni a las otras que esperaban cerca, preparadas para acudir con cortinas que aseguraran la intimidad en caso necesario.

—¡Ven aquí a ver a las de seis años! —llamó Leie con urgencia.

Un tanto reacia, Maia se separó del cristal y se arrastró hacia su hermana.

—Allí, junto a la pared norte —sugirió Leie.

Aquel panel rosado estaba cubierto de ondulaciones, y la ampliación no era tan buena como en las lentes claras. Tardó un poco en encontrar la posición adecuada, pero Maia percibió por fin un puñado de muchachas que esperaban a un lado, vestidas con atuendos claros y finos. Estaban maquilladas para parecer menos virginales, y sin duda perfumadas con profusión para engañar el sentido del olfato masculino. Naturalmente, los hombres se sentían más atraídos por las mujeres mayores, que ya habían parido una o dos veces. Pero esta ceremonia era sólo para las muchachas de seis años. Era su día especial y las madres no habían reparado en gastos.

Maia no tuvo que contar. Sabía que eran trece. Toda una clase de invernales Lamai; todas estiradas, inconfundiblemente idénticas, pero cada una de ellas esperando ser la elegida cuando llegara el momento, si el momento llegaba.

Serían afortunadas si dos o tres lo conseguían aquel año. No se podía esperar gran cosa de las muchachas de seis años. A esa edad, fueras una inferior var o una orgullosa clónica, tu cuerpo sólo producía la química adecuada para la reproducción durante el apogeo del invierno. Incluso a los siete años, tu período fecundo no era amplio. La mayoría de las mujeres, aunque tuvieran pleno respaldo de su clan, nunca llegaban a madurar hasta que tenían ocho años o más. Para entonces su periodo era lo bastante amplio como para aprovechar algo de la pasión del verano que quedaba en los machos durante el otoño, o empezar a florecer en primavera.

Lamatia no esperaba conseguir gran cosa de la Ceremonia de Iniciación de hoy, pero era importante de todas formas. Un rito de paso para las nuevas miembros adultas del clan. Un presagio para el año venidero.

Ahora, mientras Maia observaba, las muchachas Lamai empezaron a unirse a las Oosterwyck en la danza, apareciendo una a una con sus pasos meticulosamente ensayados. De algún modo (probablemente estudiado) los movimientos más fluidos de las bailarinas profesionales parecían desviar la atención hacia las neófitas de cabellos rubios. Las muchachas habían estudiado sus movimientos con típico cuidado Lamai. La coreografía de la danza daba a cada una el mismo tiempo, en etapas controladas, progresivamente más cerca de su público; pero Maia vio lo ansiosamente que cada una de ellas intentaba adelantarse de alguna manera a sus hermanas. En cieno sentido, eso sólo servía para hacerlas a todas más iguales.

Tras echarse hacia atrás para ver mejor lo que pasaba, Maia advirtió cómo los hombres de abajo se hallaban en una situación por la que posiblemente habrían sido capaces de matar sólo medio año antes, cuando todas las puertas de la ciudad estaban cerradas y las patrullas de la Guardia no quitaban ojo a los pocos machos autorizados a pasar a los santuarios cercanos. En verano, los hombres aullaban para poder entrar.

Ahora, con las mujeres en la cima de su receptividad, los marineros estaban allí tendidos como si prefirieran estar leyendo un buen libro, o contemplando algo divertido en la tele. Aferrada al borde de la cúpula, viendo cosas de las que sólo había oído vagas descripciones hasta el momento, Maia experimentó una sensación de asombro mezclada con una chocante reflexión.

.Ironía. Era una palabra que había aprendido hacía poco. Le gustaba su sonido, así como lo difícil que era definirla o catalogarla. Su significado se aprendía con ejemplos. Aquél era un buen ejemplo de ironía.

.Me pregunto por qué Lysos hizo que fuera de esta forma… para que nadie consiga exactamente lo que quiere, excepto cuando no lo quiere…

—¡Maia, pssst! —la llamó Leie desde la sección clara y convexa—. ¡Ven a mirar!

—¿Se ha puesto grande? —preguntó Maia, sin aliento, mientras se acercaba. Estuvo a punto de perder pie.

Tembló con una extraña mezcla de repugnancia y excitación al poner la cabeza junto a la de su gemela.

Lo que se veía no era el misterioso apéndice, después de todo. Era el rostro barbudo de un hombre a quien Maia reconoció: el guapo y viril capitán del carguero
.Emperatriz
, cuya sana risa y cuya voz de trueno eran tan agradables de escuchar cada vez que las madres lo invitaban a cenar con sus oficiales. La mitad de los niños del verano de Lamatia querían navegar con él; la mitad de las veraniegas fantaseaban con la idea de que era su padre.

Pero las muchachas de abajo no buscaban padres para sus hijos. No en aquella época del año. El acto físico en sí era más valioso en invierno que en verano, porque la paternidad no tenía nada que ver con él.

Lo que las muchachas de seis años buscaban era ser
.potenciadas
: inseminación como catalizador para iniciar una formación de placenta, para disparar una madurez clonal interna. ¡Y se decía que aquel capitán había prendido a siete, a veces a ocho o más invernales algunos años, él solito!

Como en la canción infantil…

Padre de verano,

el esperma sale sano.

Padre ansioso,

engendra una var.

Potenciador de invierno,

el preciado esperma llega.

Potenciador de asombros,

¡allá va!

BOOK: Tiempos de gloria
3.17Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Further Tales of the City by Armistead Maupin
Trial Run by Thomas Locke
Sold to the Trillionaires by Ella Mansfield
All Over You by Sarah Mayberry
Are You Still There by Sarah Lynn Scheerger
Beach Strip by John Lawrence Reynolds


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024