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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (11 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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Era difícil seguir el largo discurso, pero el tono de oposición a la autoridad saltaba a la vista. Maia miró de nuevo a la postulante, y vio que las franjas de su hábito estaban rotas con hilos de colores.

—Eres una hereje —susurró.

—Chica lista. ¿No hay muchas allí de donde vienes?

Maia sonrió débilmente.

—Estamos un poco lejos. Teníamos Perkinitas…

.Todo el mundo
tiene Perkinitas. Sobre todo desde que la Nave Exterior les dio una excusa para difundir historias sobre el hombre del saco. Ya las conoces… Ahora que Stratos ha sido redescubierta, el Phylum enviará flotas de naves llenas de machos babosos, peludos y sin modificar, peores que el Enemigo de antaño.

—Bueno… —Maia sonrió ante la imagen—, puede que exageres lo que dicen.

—¡Y puede que vuestras Perkies locales sean más blandas que las nuestras, oh, virgen del helado norte! —La hereje se rió burlona—. De todas formas, incluso las jerarcas del templo están hechas un lío sobre la llegada de los extranjeros humanos que posiblemente van a cambiar Stratos para siempre. A las idiotas no se les ocurre que podría ser
.al contrario
. ¡Que éste puede ser el momento que Lysos planeaba desde el principio!

Maia estaba confundida.

—¿No veis la nave estelar como una amenaza?

—Las de mi orden, las Hermanas de la Ventura, no. En los primeros días, restaurar el contacto podría haber sido dañino. Pero ahora nuestra forma de vida ha sido comprobada. Cierto, tenemos problemas, injusticias, ¿pero has leído acerca de cómo eran las cosas en los Viejos Mundos, antes del exilio de nuestras Fundadoras?

Maia asintió. Era uno de los temas favoritos de los libros y la tele.

—¡Caos animal! —exclamó la mujer, apasionadamente—. Imagina lo violenta e insegura que sería la vida, sobre todo para las mujeres y los niños. Ahora advierte que
.¡probablemente todo sigue igual ahí fuera!
Es decir, en todos aquellos mundos que no hayan sido destruidos por el Enemigo o por las agresiones entre varones humanos.

—Pero la Nave Exterior prueba que algunas colonias todavía…

—¡Exactamente! Puede que haya docenas de mundos supervivientes, castigados, buscando lo qu
.nosotras
somos capaces de ofrecer: salvación.

Maia había retrocedido hasta que una pared de piedra se le clavó en la espalda. Sin embargo, se sentía dividida entre las ganas de huir y la fascinación.

—¿Crees que deberíamos aceptar el contacto… y enviar
.misioneras
?

La postulante, que se había ido encorvando mientras perseguía a Maia, se irguió ahora y sonrió.

—Sabía que eras una chica lista. Lo que trae a colación mi comentario original de que hay un motivo para todo, también para el aumento de nacimientos veraniegos, aunque los nichos parezcan tan escasos. —Alzó un dedo—. ¡Pocos aquí, en Stratos! ¡Pero no allí fuera! —El dedo apuntó al cielo—. ¡El destino llama, y sólo las tímidas idiotas de Caria se interponen!

Maia vio fervor en los ojos de la joven, una fe que trascendía la lógica y superaba todos los obstáculos.

.Supónte que te consideras insignificante en el mundo, empequeñecida por las poderosas. ¿Cómo sentirse importante después de todo? Todo lo que necesitas es una conspiración conveniente. Una que te permita obtener un lugar adecuado como líder hacia la luz.

Sólo que aquí hay tantas luces…

Maia se abstuvo de expresar su opinión sobre la idea de las Venturistas, que sonaba muy bien, e incluso merecía la pena discutir.

—Lo leeré —prometió, alzando el panfleto—. Pero…

Su voz se apagó. La sacerdotisa miraba más allá de su hombro. En tono distraído, la joven postulante dijo:

—Muy bien. Pero ahora debo irme. A las estrellas, hermana.

—Eia, hermana —contestó convencionalmente Maia a la extraña despedida, y vio cómo el hábito a franjas desaparecía entre la multitud. Se volvió para ver lo que había asustado a la hereje, y no tardó en divisar a cuatro fornidas mujeres que atravesaban la muchedumbre, blandiendo despreocupadamente unos bastones que no parecían necesitar… al menos para caminar.

Guardianas del templo, comprendió Maia. Había sacerdotisas y sacerdotisas. Aunque la herejía no era oficialmente ningún crimen, la jerarquía del templo tenía formas de hacer que fuera menos cómoda de seguir que los dogmas clásicos. De los grupos marginales, sólo el Perkinismo era lo bastante fuerte para que nadie se atreviera a molestar a sus seguidoras.

.Oh, supongo que aún quedan nichos, pensó Maia, contemplando a las fuertes mujeres avanzar, algo que hacía que incluso las miembros de la Guardia de la ciudad se hicieran a un lado.
.Las vars con músculos siempre encuentran un empleo en este mundo
.

Aquello le recordó de pronto que tenía que estar de vuelta en el
.Wotan
antes de la puesta de sol. Trabajo en la cocina. ¡Y le harían pasar un infierno si llegaba tarde!

Maia se guardó en un bolsillo el panfleto hereje para mostrárselo a Leie más tarde. Apartándose lo máximo posible de las guardianas del templo, recogió sus cosas y cruzó el mercado en dirección al inconfundible aroma de los muelles.

—¡Trabaja ahora, mira después! —la reprendió la contramaestre Naroin, el cuarto día de su estancia en el puerto.

Maia estaba distraída contemplando algo al pie del embarcadero.

—¡Sí, señor! —asintió, controlándose rápidamente y asegurándose de que los cubos que extraían carbón de la bodega del barco no volcaran o derramaran su contenido. A veces hacían falta músculos para controlar el burdo artefacto. Incluso cuando ya todo parecía estar en perfecto orden, Maia siguió controlando los cubos para asegurarse. Finalmente, alzó la cabeza por encima de la amura, una vez más.

Lo que había atraído su atención antes fue la llegada de un coche que recorría el embarcadero, en dirección al muelle donde estaba atracado el
.Wotan
, dejando en el aire un zumbido característico de su impulsor a metano.

.Un coche, pensó ella. Para transporte personal y nada más. Había dos en Puerto Sanger; los utilizaban sólo en ceremonias ocasionales o para transportar a dignatarias en visita oficial. Otros vehículos de motor eran igualmente raros, ya que la mayoría de los productos entraban y salían de la ciudad por mar. En la cosmopolita Lanargh, se podían ver furgonetas en la calle, cada una con una conductora, varias cargadoras, y una guardiana que caminaba delante ondeando una bandera roja, para asegurarse de que ningún niño cayera bajo sus ruedas.

Eran máquinas impresionantes, aunque su ominoso ruido asustaba un poco a Maia.

Durante varios días, un ajado y feo camión había acudido al muelle para llenar su panza de carbón del mar de Parthenia. Los descargadores acabaron odiándolo.
.Pero, bueno, es un trabajo
, pensó Maia mientras el depósito del camión se llenaba con la antracita de Puerto Sanger destinada a una planta petroquímica familiar donde sería convertida en plástico fundido y luego utilizada por otros clanes de Lanargh para hacer hermosas molduras de inyección.

Su mirada volvió una vez más al pie del muelle. El coche había aparcado, pero todavía no había bajado nadie de él. Curioso.

Se volvió para asegurarse de que los cubos vacíos que regresaban no chocaban contra la escotilla de
.Wotan
.

Si la cinta continua se atascaba, el sudoroso equipo de abajo le echaría a ella la culpa.

—¡Alto! —exclamó Maia cuando el movimiento se volvió demasiado lento para su gusto. Naroin repitió sus palabras con un grito. Mientras los cubos se detenían, Maia soltó de una patada un par de cuñas e introdujo una palanca bajo el armazón de la cinta, esforzándose por manipular el enorme aparato hasta que la marcha de los cubos le pareció la adecuada. Finalmente, se agachó para introducir las cuñas en su sitio.

—¡Listo! —gritó. Naroin accionó una palanca y la preciosa electricidad brotó de los acumuladores del barco, poniendo en marcha la ajada maquinaria con un rumor de marchas rechinantes.

Era un trabajo duro, pero Maia se sentía agradecida por trabajar en cubierta. Su misión abajo, llenando de paletadas de carbón los cubos siempre hambrientos, había sido como una condena al infierno. El polvillo flotante se pegaba al sudor, y te corría por los brazos formando ríos de hollín. Se metía en todas partes, incluyendo la boca y la ropa interior. Finalmente, como los demás, Maia se desnudó por completo.

Tampoco podía quejarse, pues aquella tripulación era más afortunada que la mayoría. La mitad de las naves del puerto usaban tornos manuales o se servían de estibadores encorvados que gemían mientras cargaban los negros sacos en carretas tiradas por caballos. Incluso los cargueros dotados de energía eléctrica o los de vapor empleaban muy poco tales medios, confiando más en el poder de los músculos.

—Para ahorrarle esfuerzos y sudor a la maquinaria —había explicado Naroin—. Algunas estaciones, la mano de obra var es más barata que las piezas de recambio.

Este año parecía particularmente cierto.

Las mujeres del verano tampoco trabajaban solas. Las clones supervisaban la descarga de la delicada mercancía, y los hombres aparecían cada vez que eran necesarias sus cualidades especializadas. Con todo, los marineros pasaban la mayor parte del tiempo preocupándose por sus preciosos barcos, y nadie esperaba otra cosa de ellos. Lo que hombres y vars tenían en común era que ambos tenían padres… aunque rara vez conocían sus nombres. Ambos eran inferiores a los ojos de las orgullosas clones. Aparte de eso, cualquier parecido era mínimo.

Todo parecía marchar bien, así que Maia regresó a la barandilla, sacudiéndose el polvo. Mientras se frotaba la nuca, se volvió y vio que alguien había bajado del coche y se dirigía hacia allí. Un hombre, vestido con afectación y un sombrero de ala ancha, se acercaba al
.Zeus
y al
.Wotan
, esquivando el negro humo que surgía del camión.

Silbando, el hombre se detuvo a inspeccionar la pintura desconchada de la popa del
.Wotan
. Se sacudió los zapatos, luego miró al cielo.
.Así que éste es el aspecto que tiene una persona cuando intenta no parecer sospechosa
, observó divertida Maia. Aquel personaje no era un marinero, ni parecía de los que esperan.

Inmediatamente aparecieron tres marinos, uno de su propio barco y dos del de Leie, que recorrieron la pasarela con exagerada despreocupación. El desconocido, con un cortés saludo, condujo a los marineros tras el camión donde, cubo tras cubo, el negro carbón era introducido en el depósito ya casi lleno.

.¿Qué están haciendo allí detrás?, se preguntó Maia mientras permanecían fuera de su vista.
.Como si fuera asunto mío
.

Un grito penetrante procedente de la bodega del barco la hizo correr a ajustar la cinta otra vez, para que los cubos fluyeran rápidamente hasta alcanzar las montañas de carbón de abajo. En cuanto terminó de ajustar la maquinaria, un grito de la conductora del camión le indicó que el otro extremo necesitaba un último esfuerzo para terminar de llenar el depósito de carga. Tras retirar de una patada las cuñas, Maia esperaba darse un chapuzón en cuanto se acabara el trabajo. A aquellas alturas, incluso las sucias aguas del muelle resultaban muy atractivas.

La última cuña seguía atascada. Con un suspiro, Maia se metió debajo de la cinta para soltarla con el dorso de una mano ya magullada y dolorida.

—¡Vamos, estúpido trozo de madera! —maldijo. La mano le dolía—. ¡Muévete! ¡Pedazo de leño fabricado por los lúgars…!

Un brusco dolor agudo en una zona alarmante hizo que Maia diera un respingo y se golpeara la cabeza contra un cubo, que respondió con un grave y quejumbroso gong.

—¡Oh! ¿Qué demonios…?

Salió de debajo de la cinta, frotándose la cabeza con una mano y el glúteo izquierdo con la otra. Parpadeó confundida ante los tres marineros que sonreían, apenas a un brazo de distancia. Reconoció a los tres hombres que, fuera de servicio, parecían tan falsamente casuales como el hombre de la ciudad. Dos sonrieron mientras el tercero soltaba una risita aguda.

—¿Me…? —Maia casi no era capaz de preguntarlo—. ¿Me habéis
.pellizcado
?

El más cercano, alto y con barba de varios días, volvió a reírse.

—Y hay más de donde vino ése, si quieres.

Maia ladeó la cabeza, segura de haber oído mal.

—¿Por qué iba yo a querer más dolor del que ya tengo?

El que se reía, bajo pero fornido, volvió a hacerlo.

—Sólo duele al principio, encanto… ¡luego te olvidas de todo!

—¡Te olvidas de todo menos de sentirte bien! —añadió el primero, para creciente confusión e irritación de Maia.

El tercer hombre, de estatura media y tez oscura, reprendió a sus compañeros.

—Vamos. Se nota que no es más que una virgie. Vamos a lavarnos y luego a visitar la Casa de la Campana.

Había un salvajismo ansioso en los ojos del pequeño.

—¿Qué te parece, pequeña var? Recogeremos a tu hermana en nuestro barco. Os vestiremos bien a las dos.

Parecerá un bello clan que celebra una fiesta del frío para nosotros. ¿Te gusta la idea? ¡Vuestro propio Salón de la Felicidad, justo a bordo!

Estaba tan cerca que Maia captó un extraño olor dulzón, y apreció una mancha de polvo en la comisura de su boca. Más importante aún, reconoció ahora, por su pose y modales, varios signos que se enseñaban a las niñas a edad temprana. Los ojos del hombre se pegaban más a su cuerpo que el polvo de carbón. Respiraba entrecortadamente y su sonrisa dejaba al descubierto dientes que brillaban por efecto de la saliva.

Aquellos indicios del celo macho eran inconfundibles.

¡Pero ya no era verano! Todo lo que provocaba la estación de la aurora en los varones había desaparecido hacía meses. Oh, cierto, algunos hombres conservaban la libido durante el otoño, pero aquellos descarados avances… ¿con una var? ¿Y además cubierta de hollín de la cabeza a los pies? ¿Sin el menor rastro de olores de fecundidad de anteriores partos?

Era increíble. Maia no tenía ni idea de cómo reaccionar.

.¿Qué sucede ahí?
—cortó una dura voz.

El marinero bajito siguió sonriendo, pero los otros dos retrocedieron ante la maestra de armas de
.Wotan
.

—Oh, contramaestre —saludó el hombre más moreno—. Estamos fuera de servicio, así que íbamos…

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