—¿Qué casa? —interrumpió Leie, que no estaba de humor para apreciaciones racionales. Dio una patada al barril, haciendo tintinear las varas de dinero. El sucio marinero, cuyo volumen doblaba los cincuenta kilos de Leie, se rascó plácidamente la barba.
—Vamos a ver. ¿Eran las Tilden? ¿O era Lam…?
—¿Lamatia? —exclamó Leie, esta vez sacudiendo los brazos tan salvajemente que el hombre se puso en pie.
—Vamos, hermanita. No es motivo para excitarse…
Maia agarró el brazo de Leie cuando ésta parecía a punto de arrojar el taburete contra el marino.
—¡Tiene sentido! —gritó Leie—. ¡Por eso abrieron antes la casa de invitados, y nos hicieron servir vino a esos tipejos toda la noche!
A veces, Maia envidiaba la facilidad de su hermana para los berrinches. Su propia reacción, un aturdido refugiarse en la lógica, resultaba menos satisfactoria que la forma que tenía Leie de romper todo lo que se le ponía por delante.
—Leie —instó roncamente—. No puede ser Lamatia. Sólo tratan con cofradías de clase alta, no con la basura en la que nosotras podemos permitirnos el pasaje.
Fue agradable ver cómo el sobrecargo daba un respingo al oír su observación.
—De todas formas, será mejor que nos vayamos a negociar con hombres honrados. Hay otros barcos.
Su hermana se volvió.
—¿Sí? ¿Recuerdas cómo estudiamos? ¿Comprando libros e incluso tiempo de red, investigando cada puerto que tocaba este cascarón? Teníamos un plan para cada arribada… gente que ver. Preguntas que formular.
Perspectivas. ¡Ahora todo ha sido en vano!
.¿Cómo puede ser?, se preguntó Maia, aturdida.
.Todas esas horas estudiando, memorizando las islas Oscco y el mar Occidental…
Maia advirtió que ninguna de las dos reaccionaba bien a la súbita desesperación.
—Vamos —le dijo a su hermana. Recogió el dinero e intentó por el bien de ambas que la preocupación desapareciera de su voz—. Encontraremos otro barco, Leie. Uno mejor, ya verás.
Resultó más fácil decirlo que hacerlo. Había muchas velas en Puerto Sanger, desde catamaranes de duras quillas tallados a mano hasta rompehielos o
.clippers
con aleteantes hojas de seda-cebo tejido. En los embarcaderos diplomáticos, justo debajo del fuerte de la bahía, había incluso un raro y estilizado crucero cuyas hileras de brillantes paneles solares se horneaban al sol. Maia y Leie ni lo intentaron con barcos tan ricos, cuyas tripulaciones habrían considerado sus exiguas varas de monedas como cebo para pescar. Probaron suerte con cargueros bien preparados que hacían ondear estandartes de la Liga de la Nube Ballena, o la Sociedad de la Garza Azul, cofradías viajeras cuyos barbudos comodoros a veces acudían a la Mansión Lamatia para entrevistar a chicos inteligentes que quisieran vivir en el mar.
Según las fábulas infantiles, antiguamente los chicos como Albert se unían sin más a las cofradías de sus padres. Incluso las
.niñas
del verano solían crecer sabiendo que el barco de su padre se las llevaría algún día, libre de cargos, a dondequiera que las oportunidades fueran más brillantes para las jóvenes vars.
Niño clónico dentro te quedarás,
protector de tu casa, para renovar.
Niño-var debes luchar y ganar,
medio madre y medio hombre, es verdad.
Que los vientos soplen,
escarcha en invierno, o en verano brillo.
Nombra las cosas especiales que permanecen,
fijas, para que guíen de noche tu camino.
La Madre Stratos, los clones de las Fundadoras,
tu propia habilidad, tus impacientes manos.
Una merced más, la feliz ayuda
de un pasaje del padre hacia un lugar lejano.
Una vieja maestra, la Sabia Judeth (una Lamai que sentía especial simpatía por sus alumnos del verano) declaró una vez que los viejos relatos eran ciertos.
—En aquellos días, cada sociedad marinera se mantenía en contacto con una casa de Puerto Sanger; transportaba cargamentos de los clanes y era bienvenida en sus casas de huéspedes, en invierno y en verano por igual. Cuando las niñas-var cumplían cinco años, sus padres (o los compañeros de sus padres) solían llevárselas como tesoros por derecho propio, y las ayudaban a asentarse en tierras lejanas.
A Maia le había parecido demasiado romántico, demasiado bonito para ser verdad. Pero Leie preguntó:
—¿Por qué dejó de ser así?
Momentáneamente pensativa, la Sabia Judeth dejó de parecer una típica Lamai de ceño fruncido.
—Ojalá lo supiera, semillita. Tal vez tenga que ver con el número de nacimientos en verano. Había muchos cuando yo era joven. Ahora son uno de cada cuatro. Tantos vars… —La anciana sacudió la cabeza—. Y la rivalidad entre los clanes y las cofradías se ha vuelto feroz; hay incluso claras luchas… —Judeth suspiró—. Todo lo que puedo decir es que solíamos saber qué hombres se alojarían aquí para criar clones durante el tiempo frío y engendrar hijos durante el breve calor. Oh, y para producir también niñas del verano. Pero esos días han pasado.
Vacilante, Leie preguntó si Judeth conocía a su padre.
—¿A Clevin? Oh, sí. Incluso puedo verlo en vuestros rostros. Era navegante del
.León Marino
. Un buen tipo, para ser hombre. Vuestra madre del vientre, Lysos la tenga consigo, no quiso favorecer a ningún otro. Tendríais que haber visto a los hombres en aquellos días. Era agradable, de un modo extraño.
Y difícil de imaginar. Ya fuera como criaturas ruidosas que se alojaban en la getta durante el verano y saciaban su celo en las casas de placer, o como taciturnos invitados durante las estaciones frías que retozaban como gatos mientras las hermanas Lamai los mimaban con vino y los juegos de ajedrez o Vida, de todos modos se marchaban pronto. Sus nombres se desvanecían, aunque dejaran su semilla. Sin embargo, durante un año entero después de haber oído el relato de la Sabia Judeth, Maia escrutó entre los mástiles en busca del estandarte del
.León Marino
, imaginando la expresión en el rostro bronceado de su padre cuando las viera a ambas.
Entonces se enteró de que la Cofradía de Pinniped ya no navegaba por el mar de Parthenia. Las hijas-var que sus hombres habían engendrado, hacía cinco largos ciclos, se encontraban solas.
Ninguno de los mejores barcos de la bahía tenía camarotes para ellas. La mayoría estaban ya saturados de únicas, mujeres var de mirada dura que despreciaban a las gemelas o se reían de sus torpes intentos. Los capitanes y sobrecargos seguían negando con la cabeza, o pidiendo más dinero del que las hermanas podían permitirse pagar.
Y había algo más. Algo que Maia no podía captar. Nadie lo decía en voz alta, pero el ambiente en la bahía parecía…
.sobresaltado
.
Maia intentó ignorarlo considerando aquello un reflejo de sus propios nervios.
Mientras caminaban a lo largo de los muelles, las gemelas no encontraron nada adecuado que fuera a zarpar antes de una quincena. Finalmente, agotadas, llegaron a la orilla izquierda del río Stopes, donde barcazas y remolcadores permanecían amarrados a los viejos embarcaderos propiedad de los clanes locales que habían tenido mala suerte o que, simplemente, los habían descuidado. Enfurruñada, Leie votó por regresar a la ciudad y alquilar una habitación. Sin duda aquella cadena de mala suerte era un presagio. En diez días, tal vez veinte, las cosas podrían cambiar.
Maia no quiso ni oír hablar del tema. Mientras Leie pasaba de la furia a la desesperación total, Maia tendía a una terquedad que acababa siendo pura obstinación. ¿Veinte días en un hotel? ¿Cuándo se pondrían en camino hacia alguna tierra exótica, hacia algún lugar en donde tuvieran una oportunidad de poner en práctica su plan secreto? En una sombría hostería del humilde Clan Bizmai encontraron a dos capitanes de un par de barcos carboneros que partían hacia el sur con la marea de la mañana.
También el mundo de los hombres tenía sus jerarquías. Los que tenían ojos astutos y éxito, y engendraban buenos hijos, eran mimados por los matriarcados ricos. Las líneas maternas más pobres se contentaban con un orden inferior. Bizmai encorvadas y de piel hundida, aún con la suciedad de las minas cercanas en las que trabajaban, deambulaban por la hostería sirviendo jarras de cerveza insípida que Maia no quiso tocar, pero que los rudos marineros adoraban. Las gemelas encontraron a los dos capitanes en la hedionda y sofocante sala común, donde las partículas de carbón irritaron las membranas nictitantes de Maia y la hicieron parpadear furiosamente hasta que salieron a la «terraz»., que daba a un pantano. Allí, enjambres de irritantes zizzersectos revoloteaban suicidas alrededor de las velas hasta que sus alas prendían y se convertían en breves ascuas llameantes que caían sobre el sucio mantel.
—Sin duda echaremos de menos este lugar —dijo el capitán Ran, chasqueando los labios y vaciando su jarra de cerveza de un trago—. Hay damas amistosas aquí. Cuando llegue la estación del calor, las damas de la parte alta no nos dirigirán a tipos trabajadores como nosotros ni una miradita, y mucho menos nos dedicarán un buen revolcón.
Pero aquí las tenemos a manos llenas.
Maia lo creía. De las Bizmai en edad de engendrar hijos que había a la vista, la mitad estaba embarazada del verano. Las aletas de su nariz se dilataron con disgusto. ¿Qué haría un clan pobre como aquél con todos esos únicos? ¿Podrían alimentarlos y vestirlos y educarlos? ¿Lo harían, cuando los retoños del verano rara vez devolvían la riqueza a una casa? La mayoría de aquellos bebés serían eliminados de mala manera, tal vez abandonados en la tundra… «en las manos de Lyso».. Había leyes en contra, pero ¿qué ley pesaba más que el bien del clan?
Quizá las Bizmai se ahorrarían el problema. Muchos embarazos del verano fracasaban solos, terminando de forma espontánea debido a defectos en los genes. O eso había explicado la Sabia Judeth.
.Todas las clones vienen como diseños probados y comprobados —había dicho—. Mientras que cada veraniego es un experimento nuevo. E incontables experimentos fracasan
.
Sin embargo, la tasa de nacimientos var seguía subiendo. «Experimento». como Maia y Leie seguían llenando las calles bajas de cada ciudad.
—Hay un motivo por el que nos quedamos tan poco tiempo, esta vez —dijo el otro oficial. El capitán Pegyul era más delgado, más gris, y aparentemente algo más listo que su compañero—. Llevamos antracita a Queg Town, Lanargh, Grange Head y Gremlim Town. Tal vez no seamos una de esas grandes y jugosas cofradías, pero tenemos honor. ¿Las Bizmai quieren que volvamos otra vez a mitad de invierno? ¡Las complaceremos, ya que han sido tan amables durante el calor!
Por eso el clan minero era tan amable con aquellos lagartos. Los hombres tendían a ponerse sentimentales con las mujeres que llevaban a sus hijos del verano, retoños con la mitad de sus genes. Dentro de medio año, sin embargo, ¿advertirían siquiera estos idiotas que pocos de esos bebés sobrevivían?
—Gremlim Town nos va bien —dijo Leie, vaciando su jarra y haciendo un gesto para que volvieran a llenársela.
Eso estaba en el sur en vez de en el oeste, pero ya lo habían decidido. Corregirían el desvío más tarde, después de haber trabajado algún tiempo en tierra y mar. De esa forma, llegarían al archipiélago de las Oscco maduras, sin ingenuidad.
El más delgado de los dos capitanes se frotó la barbilla.
—Ajá. Siempre que hagáis lo que se os diga.
—Trabajaremos duro. No se preocupe por eso, señor.
—¿Y vuestro clan materno os ha enseñado todo lo necesario? Como, pongamos por caso… ¿luchar con palos?
Maia estaba segura de que Leie también detectaba el astuto esfuerzo del marinero por no molestar. Como si estuviera preguntando por coser, o soldar, o cualquier otra arte práctica.
—Lo hemos hecho todo, señor. No lamentarán llevarnos a bordo, no importa cuál de los dos sea el que lo haga.
Los dos marinos se miraron mutuamente. El más bajo se inclinó hacia delante.
—Uh, iréis una con cada uno.
Leie parpadeó.
—¿Qué quiere decir?
—Es así de simple —explicó el alto—. Sois gemelas. Eso está bien, pero puede crear problemas. Llevamos mujeres de los clanes que contratan pasaje de ciudad en ciudad, a lo largo de todo el trayecto. Pueden veros, baldeando cubiertas, haciendo trabajos sucios, y sacar la conclusión equivocada…
Maia y Leie se miraron. Su plan privado implicaba sacar
.ventaja
de la suposición natural de que dos mujeres idénticas eran clones. Ahora comprendieron la ironía de que su ventaja también podía ser un inconveniente.
—No queremos separarnos —dijo Leie, sacudiendo la cabeza—. Podríamos cambiar nuestro aspecto. Podría teñirme el pelo…
Maia la interrumpió.
—Sus barcos viajan juntos por toda la costa, ¿verdad?
Los capitanes asintieron. Maia se volvió hacia Leie.
—Entonces no estaremos separadas mucho tiempo. De esta forma obtendremos recomendaciones de dos capitanes, en vez de sólo de uno…
—Pero…
—A mí tampoco me gusta, pero míralo de esta forma. Conseguiremos el doble de experiencia por el mismo precio. Cada una de nosotras aprende cosas que la otra no sabe. Además, tendremos que separarnos en otras ocasiones. Ésta será una buena práctica.
La expresión sorprendida de los ojos de su hermana dijo mucho a Maia sobre su relación. Sentía un suave placer en sorprender a Leie, algo que sucedía con muy poca frecuencia.
.Nunca había esperado que fuera yo la que aceptara fácilmente una separación
.
De hecho, Maia descubrió que le apetecía la perspectiva de estar algún tiempo sola, alejada de la fuerte personalidad de su gemela.
.Esto será bueno para ambas
.
Ocultando su breve incomodidad tras una jarra de cerveza, Leie asintió por fin y dijo:
—Supongo que no importa.
En ese instante, un destello procedente de la ciudad iluminó sus rostros, proyectando sombras. Un cohete chispeante se elevó desde la fortaleza de la bahía, en espiral, trazó un arco en el cielo y luego estalló, iluminando los muelles y casas con fuertes contrastes. Las siluetas revoloteaban alrededor de los transeúntes detenidos en seco por el brusco resplandor, mientras que un sonido bajo subía rápidamente de tono e intensidad hasta convertirse en un aullido que llenaba la noche.
Maia, su hermana y los dos capitanes se levantaron. Era la sirena de alarma de Puerto Sanger llamando a la milicia, alertando a los ciudadanos para que se prepararan a la defensa.