Read Tiempos de Arroz y Sal Online
Authors: Kim Stanley Robinson
El día en que el sucesor ascendió al Trono del Dragón, su primer edicto fue leído en voz alta para todos los que estaban en el Gran Adentro y el Gran Afuera. Casi al final del edicto, el lector del palacio proclamó a todos los allí reunidos ante la Sala de la Gran Armonía:
«Deben detenerse todos los viajes de la flota tesoro. Todos los barcos amarrados en Hangzhou tienen la orden de regresar a Nankín, y todos los bienes que se encuentran en los barcos deben ser entregados y guardados en el Ministerio de Asuntos Internos. Los oficiales que se encuentren en el exterior por cuestiones de negocios deben regresar inmediatamente a la capital y a todos los que han sido llamados para realizar futuros viajes, se les ordena que regresen a su casa. La construcción y reparación de todos los barcos tesoro debe cesar ahora mismo. Toda solicitud oficial para viajar al exterior también debe ser detenida, y todos aquellos que se dedican a comprar deben regresar a la capital».
Cuando el lector terminó, el nuevo emperador, que acababa de autoproclamarse emperador Hongxi, habló en persona:
—Hemos gastado demasiado en extravagancias. La capital regresará a Nankín, y Pekín será nombrada capital auxiliar. Ya no se derrocharán los recursos imperiales. La gente está sufriendo. Hay que aliviar la pobreza de la gente como si estuviéramos rescatándola del fuego o salvándola para que no se ahoguen. No podemos dudar.
Bold vio el rostro de Kyu en el otro extremo del gran patio, un pequeño figurín negro con los ojos encendidos. El nuevo emperador giró para mirar al séquito de su padre muerto, muchos de ellos eunucos.
—Durante años, vosotros los eunucos habéis estado pensando solamente en vosotros mismos y a expensas de China. El emperador Yongle pensaba que estabais de su lado. Pero no era así. Habéis traicionado a toda China.
Kyu habló antes de que sus compañeros pudieran detenerlo:
—¡Su Alteza, son los oficiales los que están traicionando a China! ¡Están intentando ser tan regente como vos y haceros un emperador niño para siempre!
Con un rugido, un grupo de oficiales atacó repentinamente a Kyu y a algunos de los otros eunucos, sacando cuchillos de la manga mientras se abalanzaban sobre ellos. Los eunucos lucharon o escaparon, pero muchos fueron asesinados en el acto. Kyu fue apuñalado mil veces.
El emperador Hongxi se quedó inmóvil observando. Cuando todo acabó dijo:
—Llevaos los cuerpos y colgadlos fuera de la Puerta Meridiana. Que se cuiden todos los eunucos.
Más tarde, en los establos, Bold estaba sentado con la mitad del tigre entre sus manos. Había pensado que también lo matarían a él, y se avergonzó al pensar hasta qué punto aquel pensamiento lo había dominado durante la matanza de los eunucos; pero a él nadie le había prestado la menor atención. Lo más probable era que nadie se acordara de su relación con Kyu.
Sabía que debía marcharse, pero no sabía adónde ir. Si iba a Nankín y ayudaba a quemar la flota tesoro y todos los muelles y almacenes, estaría desde luego continuando el proyecto de su joven amigo. Pero todo aquello sería hecho de todos modos.
Bold recordó la última conversación que habían tenido. Tal vez era hora de ir a casa, de empezar una nueva vida.
Pero unos guardias aparecieron en la puerta. Nosotros sabemos lo que sucedió después; y vosotros también; así que pasemos al próximo capítulo.
En el momento de su muerte, Kyu vio la clara luz blanca. Estaba en todas partes, bañaba el vacío en sí, y él formaba parte de él, y lo cantaba en el vacío.
Alguna eternidad más tarde, pensó: esto es por lo que uno lucha.
Y entonces se cayó de allí, y fue consciente de sí mismo. Sus pensamientos seguían cayendo en un continuo monólogo de ensueño, aun después de la muerte. Era increíble pero cierto. Tal vez todavía no estaba muerto. Pero allí estaba su cuerpo, cortado en pedazos sobre la arena de la Ciudad Prohibida.
Escuchó la voz de Bold, que sonaba dentro de sus pensamientos y decía una oración.
«Kyu, mi muchacho, mi hermoso muchacho,
ha llegado la hora de que busques el camino.
Esta vida ha terminado. Ahora estás
cara a cara con la luz clara.»
Ya he pasado eso, pensó Kyu. ¿Qué sucede después? Pero Bold no pudo saber en qué lugar de su camino se encontraba. Las oraciones para los muertos eran inútiles en ese sentido.
«Estás a punto de experimentar la realidad
en su estado puro. Todas las cosas son huecas.
Serás como un cielo despejado,
vacío y puro. Tu llamada mente
será como el agua clara y tranquila.»
¡Eso ya lo he pasado! pensó Kyu. ¡Pasa a lo siguiente!
«Utiliza la mente para cuestionar a la mente. No duermas en este momento decisivo. Tu alma debe abandonar tu cuerpo despierto y salir por el agujero Brahma.»
Los muertos no pueden dormir, pensó Kyu irritado. Y mi alma ya ha salido del cuerpo.
Su guía estaba muy lejos detrás de él. Pero con Bold siempre había sido así. Kyu tendría que encontrar su propio camino. El vacío aún rodeaba el único hilo de sus pensamientos. Algunos de los sueños que había tenido durante su vida habían sido de este lugar.
Parpadeó, o durmió, y luego se encontró en un inmenso tribunal. La tarima del juez estaba en una amplia cubierta, una meseta en un mar de nubes. El juez era una enorme divinidad con la cara negra, sentado con su gran barriga en la tarima. Sus cabellos eran un fuego que ardía salvajemente sobre su cabeza. Detrás, un hombre negro sostenía un techo de pagoda que podía haber sido sacado directamente del palacio de Pekín. Sobre el techo flotaba un pequeño Buda sentado que irradiaba calma. A su izquierda y derecha había pacíficas deidades que llevaban regalos entre los brazos; pero éstas estaban todas a una gran distancia y no eran para él. Los muertos probos subían largos caminos flotantes hasta llegar a estos dioses. En la cubierta que rodeaba la tarima, muertos menos afortunados estaban siendo cortados en pedazos por unos demonios, demonios tan negros como el Señor de la Muerte, pero más pequeños y más ágiles. Debajo de la cubierta, más demonios torturaban a aún más almas. Era una escena muy movida y Kyu estaba molesto. ¡Éste es mi juicio; parece un matadero de reses! ¿Cómo se supone que debo concentrarme?
Una criatura parecida a un mono se acercó a él y alzó la mano:
—Juicio —dijo con voz profunda.
La oración de Bold resonaba en su mente; Kyu se dio cuenta de que Bold y este mono estaban relacionados de alguna manera.
—Recuerda, todo lo que sufras ahora es el resultado de tu propio karma —decía Bold—. Es tuyo y de nadie más. Ruega misericordia. Aparecerán dos pequeños dioses: uno blanco y otro negro; entre ambos contarán los guijarros blancos y negros de tus buenas y malas acciones.
Y ciertamente así fue. El duendecillo blanco era pálido como un huevo, el negro era como la ónice; ambos movían grandes montones de piedras blancas y negras con una azada para formar unos montones que, para sorpresa de Kyu, parecían tener el mismo tamaño. Él no recordaba haber hecho ninguna buena acción.
—Tendrás miedo, te someterás, sentirás terror.
¡No! Esas oraciones son para otros muertos, para gente como Bold.
—Intentarás decir mentiras, dirás que no has cometido ninguna mala acción.
No diré algo tan ridículo.
Entonces, el Señor de la Muerte, que estaba muy alto en su trono, vio de repente a Kyu, y éste se estremeció a pesar de él.
—Traed el espejo del karma —dijo el dios, sonriendo espantosamente. Sus ojos eran carbones ardientes.
—No tengas miedo —dijo la voz de Bold dentro de él—. No digas mentiras, no tengas miedo, no le temas al Señor de la Muerte. El cuerpo en el que estás ahora es sólo un cuerpo mental. No puedes morir en el Bardo, ni siquiera si te cortan en mil pedazos.
Gracias, pensó Kyu intranquilo. Eso me consuela de verdad.
—Ahora llega el momento del juicio. Sé honesto, ten buenos pensamientos; recuerda, todos estos acontecimientos son tus propias alucinaciones, y la vida que vendrá después depende de tus pensamientos presentes. En apenas un instante se crea una gran diferencia. No te distraigas cuando aparezcan las seis luces. Mira a todas con compasión. Enfrenta sin miedo al Señor de la Muerte.
El dios negro sostuvo un espejo con tanta precisión que Kyu vio su propio rostro reflejado en el cristal, oscuro como el del dios. Vio que ese rostro es la propia alma al desnudo, siempre, y que la suya era tan oscura y estremecedora como la del Señor de la Muerte. ¡Éste era el momento de la verdad! Y él tenía que concentrarse en ese momento, tal como Bold seguía recordándole. Sin embargo, mientras todo el festival bufonesco gritaba y chillaba y hacía ruido a su alrededor y todos los castigos y los premios posibles e imaginables se daban al mismo tiempo, y él no podía evitarlo, se sentía molesto.
—¿Por qué el negro es malo y el blanco bueno? —le preguntó al Señor de la Muerte—. Yo nunca lo he visto así. Si todo esto es obra de mis pensamientos, ¿entonces por qué es así? ¿Por qué mi Señor de la Muerte no es un poderoso comerciante de esclavos árabe, como sería en mi propia aldea? ¿Por qué tus agentes no son leones y leopardos?
Pero el Señor de la Muerte era un comerciante de esclavos árabe, ahora podía verlo, un árabe tallado en miniatura en la superficie de la frente negra del dios, que miraba a Kyu y lo saludaba con la mano. El que lo había capturado y llevado hasta la costa. Y entre los chillidos de los sometidos había leones y leopardos que devoraban hambrientos los intestinos de las víctimas aún vivas.
Son simplemente mis pensamientos, se recordó Kyu a sí mismo, sintiendo cómo el miedo le subía por la garganta. Este reino era como el mundo de los sueños, pero más sólido; más sólido aún que el mundo despierto de su recién acabada vida; todo lleno tres veces de sí mismo, de manera que las hojas en los redondos arbustos de adorno (¡en tiestos de cerámica!) colgaban como hojas de jade, mientras que el trono de jade del dios latía con una solidez que supera en gran medida a la de la piedra. De todos los mundos, el Bardo era el de más suprema realidad.
El rostro árabe blanco en la frente negra se reía y chillaba:
—¡Condenado!
Y el inmenso rostro negro del Señor de la Muerte rugía:
—¡Condenado al infierno!
Lanzó una cuerda alrededor del cuello de Kyu y lo arrastró fuera de la tarima. Cortó la cabeza de Kyu, le arrancó el corazón, le sacó las entrañas, bebió su sangre, masticó sus huesos; sin embargo Kyu no murió. El cuerpo estaba roto en mil pedazos; sin embargo, resucitaba. Y todo comenzaba otra vez. Un dolor muy intenso que no cesaba. Torturado por la realidad. La vida es algo de extrema realidad; la muerte también.
Las ideas se siembran como semillas en la mente del niño, y pueden crecer para dominar completamente la vida.
La declaración: no he hecho ningún mal.
La agonía se deshace en angustia, en pesar, en remordimiento; náuseas por las vidas pasadas y por lo poco que han dejado. En esta hora terrible, Kyu las sentía a todas sin poder recordarlas realmente. Pero habían pasado. Oh, salirse de la interminable rueda de fuego y lágrimas. La pena y el pesar que sintió en ese momento eran peores que el dolor del desmembramiento. La solidez del Bardo se desmoronó y fue bombardeado por luces que estallaban en sus pensamientos, a través de las cuales el palacio de justicia sólo podía verse como una especie de velo o como una pintura en el aire.
Pero ahí arriba estaba Bold, que también era juzgado. Bold, un mono agazapado, la única persona después de la captura de Kyu que había significado algo para él. Kyu quería gritar para pedirle ayuda, pero ahogó el pensamiento, puesto que no quería distraer a su amigo en el preciso momento, de toda la infinidad de momentos, en que necesitaba no ser distraído. Sin embargo, algo debe de habérsele escapado a Kyu, cierto gemido de la mente, algún pensamiento o grito angustioso que pedía ayuda; porque un grupo furioso de demonios con cuatro brazos arrastraron a Kyu y lo sacaron de allí, alejándolo del juicio de Bold.
Luego estaba realmente en el infierno, y el dolor era la menor de sus cargas, superficial como las picaduras de mosquitos, comparado con el sufrimiento profundo, oceánico, de su pérdida. ¡La angustia de la soledad! Explosiones de colores, naranja, lima, mercurio, cada sombra más ácida que la anterior, quemaban su conciencia con una angustia tan profunda que era desconocida. ¡Estoy perdido en el Bardo, rescatadme, rescatadme!
Y entonces Bold estaba allí con él.
Estaban en sus antiguos cuerpos, mirándose el uno al otro. Las luces eran cada vez más claras, menos dolorosas para los ojos; un único rayo de esperanza perforó la profundidad de la desesperación de Kyu, como un farol de papel solitario visto al otro lado del lago Oeste. Me has encontrado, dijo Kyu.
Sí.
Es un milagro que hayas podido encontrarme aquí.
No. Siempre nos encontramos en el Bardo. Cruzaremos nuestros caminos mientras los seis mundos giren en este ciclo del cosmos. Formamos parte de un jati kármico.
¿Qué es eso?
Jati, subcasta, familia, aldea. Se manifiesta de diferentes maneras. Todos entramos juntos al cosmos. Las almas nuevas nacen del vacío, pero algunas veces lo hacen especialmente en este punto del ciclo, puesto que estamos en el Kali-yuga, la Era de la Destrucción. Cuando aparecen nuevas almas sucede como con las vainas de diente de león, almas que son como semillas, que flotan en el viento dharma. Todos somos semillas de lo que podríamos ser. Pero las semillas nuevas flotan juntas y nunca se separan demasiado; eso es lo que quiero decir. Ya hemos pasado juntos muchas vidas. Nuestro jati ha permanecido especialmente unido desde el alud. Ese destino nos une. Nos elevamos o caemos juntos.
Pero no recuerdo ninguna otra vida. Y no recuerdo a nadie de esta vida pasada excepto a ti. ¡Sólo te reconozco a ti! ¿Dónde están los demás?
A mí tampoco me has reconocido. Nosotros te encontramos a ti. Hace ya muchas reencarnaciones que estás cayendo del jati, hundiéndote más y más en ti mismo, solo, en lokas cada vez más inferiores. Hay seis lokas: son los mundos, los reinos, los del renacimiento y los de la ilusión. El cielo, el mundo de los devas; después el mundo de los asuras, esos gigantes llenos de disensión; después el mundo humano; después el mundo animal; después el mundo de los pretas o fantasmas hambrientos; después el infierno. Nos movemos a través de ellos a medida que nuestro karma va cambiando, vida tras vida.