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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (7 page)

Pasaron varios días realizando aquel trabajo de descarga; Bold y Kyu vieron un poco del puerto Kanpu y de la propia Hangzhou, cuando conducían lanchas en viajes a almacenes estatales bajo el recinto de las colinas del sur, el cual había sido anteriormente el palacio imperial, hacía ya cientos de años. Ahora, en los terrenos del antiguo palacio, vivían aristócratas menores e incluso burócratas de alta graduación y eunucos. Al norte de estas tierras se extendía la muralla de la ciudad antigua, increíblemente atestada de conejeras formadas por construcciones de madera de cinco, seis e incluso siete pisos de altura, construcciones antiguas que sobresalían por encima de los canales, donde la ropa de cama de la gente se desplegaba en los balcones para secarse al sol y la hierba crecía en los tejados.

Bold y Kyu se quedaron boquiabiertos ante los canales mientras descargaban las lanchas. Kyu observaba todo con su mirada de pájaro; no parecía estar sorprendido, ni impresionado, ni temeroso.

—Hay muchos —admitió.

Constantemente le preguntaba a Bold los nombres de las cosas en chino, y al intentar contestarle, Bold aprendía también muchas palabras más.

Cuando terminaron de descargar, los esclavos de su barco fueron reunidos y llevados hasta la colina Fénix, «la colina de los extranjeros», y allí fueron vendidos a un comerciante del lugar llamado Shen. Aquí no había mercado de esclavos, ni subasta, ni demasiado alboroto. Nunca pudieron saber por cuánto habían sido vendidos ni quién en particular había sido su dueño durante su travesía por el mar. Probablemente había sido el propio Zheng He.

Con los tobillos unidos por cadenas, Bold y Kyu fueron conducidos por las estrechas y atestadas calles hasta llegar a un edificio cercano a un lago en el límite oeste de la ciudad antigua. El primer piso del edificio era un restaurante. Era el día número catorce de la primera luna del año, les dijo Shen, el comienzo de la Fiesta de los Faroles, así que tendrían que aprender rápido, porque el lugar estaba muy animado.

Mesas que se derraman del restaurante

sobre la amplia calle junto al lago,

todas las sillas ocupadas todo el día.

El mismo lago salpicado de barcas,

cada barca luciendo faroles de todo tipo:

de cristales de colores con figuras pintadas,

esculpidos en jade blanco y manzana,

glorietas que giran con el aire caliente de las velas,

faroles de papel ardiendo en breves explosiones.

Un dique lleno de portadores de faroles

se extiende por el lago, la orilla opuesta está llena

también, así que cuando termina el día

el lago y toda la ciudad que lo rodea

brillan en el crepúsculo del ocaso de la fiesta.

Ciertos momentos nos regalan bellezas inesperadas como ésta.

La esposa mayor de Shen, I-Li, dirigía la cocina muy estrictamente, y Bold y Kyu se encontraron pronto descargando cientos de kilos de sacos de arroz de las barcazas amarradas detrás del restaurante, llevándolas dentro, volviendo con sacos de basura hasta las barcazas de abono, limpiando las mesas, y fregando y barriendo el suelo. Entraban y salían corriendo, y también subían corriendo las escaleras que llevaban a la vivienda de la familia arriba del restaurante. El ritmo era implacable, pero todo el tiempo estaban rodeados por las mujeres del restaurante, vestidas con túnicas blancas y mariposas de papel en el pelo, así como por miles de otras mujeres, que paseaban debajo de los globos de luces de colores, por lo que hasta Kyu corría de aquí para allá ebrio de semejantes vistas y olores, y de tragos recuperados de unas tazas casi vacías. Bebían lichi, ponche de miel y jengibre, zumo de papaya y pera, y té verde y negro. Shen también servía quince clases de vino de arroz; probaron los restos de todos ellos. Bebían todo excepto agua, contra la cual habían sido prevenidos por ser peligrosa para la salud.

En cuanto a la comida, que una vez más llegaba a ellos principalmente a modo de sobras, bueno, superaba toda descripción. Cada mañana les daban un plato lleno de arroz, con algunos riñones u otro menudo dentro; después de eso se esperaba que se arreglaran ellos mismos con lo que dejaban los clientes. Bold comía todo lo que le llegaba a las manos, sorprendido ante la variedad. La Fiesta de los Faroles era para Shen e I-Li una oportunidad para ofrecer su carta completa, por lo que Bold tuvo la suerte de poder probar corzo, venado rojo, conejo, perdiz, codorniz, almejas cocidas en vino de arroz, ganso con albaricoques, sopa de semillas de loto, sopa de pimiento con mejillones, pescado cocido con ciruelas, buñuelos y suflés, ravioles, bizcochos y pasteles de aciano llenos de fruta y frutos secos. De hecho toda clase de comida, excepto cualquier carne de res o productos lácteos; cosa extraña, los chinos no tenían ganado. Pero tenían dieciocho tipos de soja, decía Shen, nueve de arroz, once de albaricoques, ocho de peras. Cada día era una fiesta.

Pasadas la horas de más trajín de la Fiesta de los Faroles, a I-Li le gustaba tomarse unos breves descansos durante su trabajo en la cocina y visitar algunos de los otros restaurantes de la ciudad, para ver qué ofrecían.

Cuando regresaba, informaba a Shen y a los cocineros que necesitaban hacer una sopa de soja dulce, por ejemplo, como la que había encontrado en el Mercado de Artículos Varios, o cerdo cocido a las brasas, como el del Palacio de la Longevidad y la Compasión.

En aquellos paseos matutinos empezó a llevar a Bold con ella al matadero situado justo en el corazón de la ciudad antigua. Allí escogía las costillas de cerdo, y el hígado y los riñones para los esclavos. Allí Bold descubrió por qué no debían beber el agua de la ciudad: los despojos y la sangre de la matanza se limpiaban en el gran canal que desembocaba en el río, pero a menudo la marea hacía que el agua regresara a aquel canal y al resto de la red de canales de la ciudad.

Un día, cuando regresaban detrás de I-Li con su carretilla llena de carne de cerdo, se detuvo para dejar pasar a un grupo de nueve mujeres de blanco intoxicadas. Bold sintió de repente que estaba en otro mundo. Ya en el restaurante le dijo a Kyu:

—Hemos vuelto a nacer sin darnos cuenta.

—Tal vez tú. Aquí eres como un bebé.

—¡Los dos! ¡Mira a tu alrededor! Es... —No podía expresarlo.

—Son ricos —dijo Kyu, mirando a su alrededor.

Luego continuaron con su trabajo.

El paseo del lago nunca era un lugar común. De fiesta o no —y había fiestas casi cada mes— era uno de los sitios principales donde se reunía la gente de Hangzhou. Cada semana había fiestas privadas entre las más generales, por lo que el paseo era una celebración diaria de mayor o menor magnitud, y a pesar de que había mucho trabajo que hacer abasteciendo y llevando el restaurante, había también mucha comida y bebida para aprovechar o para robar furtivamente en la cocina, y tanto Bold como Kyu eran insaciables. No tardaron en engordar; Kyu también creció en altura, parecía alto entre los chinos.

Pronto fue como si nunca hubiesen vivido otra vida. Bastante antes del amanecer, sonaban los pescados de madera golpeados con mazos, y los meteorólogos vociferaban sus anuncios desde las torres para detectar incendios: —¡Está lloviendo! ¡Hoy está nublado!

Bold y Kyu y unos veinte esclavos se levantaban y eran sacados de su habitación; muchos bajaban a trabajar en el canal que llegaba desde los suburbios, para encontrarse con las barcazas de arroz. El personal de las barcazas se había levantado aún más temprano; el de ellos era un trabajo nocturno, comenzaban a medianoche a muchos lis de distancia. Todos juntos arrastraban los pesados sacos hasta las carretillas, luego los esclavos las llevaban por las callejuelas hasta la casa y el restaurante de Shen.

Barren el restaurante,

encienden los fuegos de la cocina, ponen las mesas,

lavan cuencos y palillos, pican verduras,

cocinan, cargan provisiones y comida

hasta los dos barcos de recreo de Shen;

luego, cuando empieza a amanecer

y la gente comienza a aparecer lentamente

en el paseo del lago para desayunar,

ayudan a los cocineros, atienden las mesas,

mueven y limpian las mesas, lo que sea necesario,

perdidos en la meditación del trabajo.

Aunque generalmente el trabajo más duro del lugar era el que hacían ellos, puesto que eran los esclavos más nuevos. Pero incluso el trabajo más duro no era muy duro y, con la constante disponibilidad de comida, Bold pensaba que la situación en la que estaban viviendo era privilegiada; una oportunidad de poner algo de carne en sus huesos y aprender mejor el dialecto del lugar y las costumbres de los chinos. Kyu simulaba no notar nunca ninguna de estas cosas, de hecho fingía no entender casi nada de lo que se le decía en chino, pero Bold veía que en realidad lo estaba absorbiendo todo como una esponja, mirando hacia los lados para que pareciera que nunca miraba, cuando siempre lo hacía. Así era Kyu. Ya sabía más chino que Bold.

El octavo día de la cuarta luna se llevó a cabo otra gran fiesta en honor de una divinidad que era la patrona de muchas de las comunidades de la ciudad. Las comunidades organizaron una procesión, cuesta abajo por el amplio camino imperial que dividía la ciudad antigua de norte a sur, luego hasta el lago Oeste donde se hacían justas en barcos-dragones, entre tantos otros placeres habituales en el paseo del lago. Cada comunidad llevaba su propia vestimenta y su propia máscara, y agitaban idénticos paraguas, banderas o ramos de flores mientras marchaban juntos gritando:

—¡Diez mil años! ¡Diez mil años!

Siempre había sido así desde que los emperadores vivieran en Hangzhou; esos gritos eran de esperanza de larga vida. Esparcidos delante del lago al final del desfile, observaban una danza de cien pequeños eunucos, una celebración particular de aquella fiesta. Kyu sólo miraba a aquellos niños.

Más tarde aquel mismo día, a él y a Bold los enviaron a uno de los barcos de recreo de Shen, que eran extensiones flotantes de su restaurante.

—Hoy tenemos una fiesta maravillosa para nuestros pasajeros — gritaba Shen mientras éstos llegaban y se amontonaban a bordo—. Serviremos los Ocho Manjares: hígados de dragón, médula de ave fénix, patas de oso, labios de simio, embrión de conejo, cola de carpa, quebrantahuesos asado a la parrilla y kumiz.

Bold sonrió al pensar en el kumiz, que era simplemente leche de yegua fermentada, incluido entre los Ocho Manjares; prácticamente había crecido bebiéndolo.

—Algunos de esos manjares son más fáciles de obtener que otros — dijo, y Shen se rió y lo hizo subir al barco de una patada.

—¿Cómo es que tienes aún los labios en la cara? —le dijo Kyu a Shen, quien no podía oírlo.

—Los Ocho Manjares —dijo Bold riendo—. ¡Eso es lo que esta gente cree!

—Parece que les gustan los números —reconoció Kyu—. Los Tres Puros, los Cuatro Emperadores, las Nueve Luminarias...

—Las Veintiocho Constelaciones...

—Los Doce Husos Horarios, los Cinco Ancianos de las Cinco Regiones...

—Los Cincuenta Espíritus de Estrella.

—Los Diez Pecados Imperdonables.

—Las Seis Malas Recetas.

—Lo que les gusta no son los números, son las listas. Listas de todas las cosas que tienen —dijo Kyu chasqueando los dedos.

En el lago, Bold y Kyu vieron de cerca la magnífica decoración de los barcos dragones del día, engalanados con flores, plumas, banderas y bolas de colores. En cada uno de ellos había músicos que tocaban desenfrenadamente, intentando ahogar, con trompas y tambores, el sonido de todos los otros, mientras que en las proas había hombres con palos acolchonados que golpeaban a los tripulantes de los otros barcos e intentaban tirarlos al agua.

En medio de aquel feliz tumulto, ciertos gritos de un tono diferente llamaron la atención de los que estaban en el agua, entonces miraron hacia la orilla y vieron que había un incendio. Instantáneamente, los juegos cesaron y todos los barcos se acercaron a la orilla, amontonándose en el muelle. La gente, en su desesperación, corría directamente hacia los barcos, algunos hacia el fuego, algunos hacia su propio barrio. Mientras se apresuraban para llegar al restaurante, Bold y Kyu vieron por primera vez una brigada de incendios. Cada barrio tenía la suya, con sus propios equipos, y todos seguían las banderas de señales de las torres de vigilancia alrededor de la ciudad, empapando los techos en los distritos amenazados por el incendio, o apagando las brasas voladoras. Todas las construcciones de Hangzhou eran de madera o de bambú, y muchos de los barrios ya se habían incendiado otras veces, así que la rutina ya estaba bien establecida. Bold y Kyu corrieron detrás de Shen hasta el barrio en llamas, que estaba al norte del de ellos y hacia el lado desde donde soplaba el viento, por lo que ellos también estaban en peligro.

En los límites del fuego, miles de hombres y mujeres hacían su trabajo, muchos formando hileras de cubos que se extendían hasta los canales más cercanos. Los cubos eran subidos rápidamente por las escaleras de los edificios llenos de humo, y eran echados sobre las llamas.

También había un gran número de hombres cargando palos, picas, e incluso ballestas, e interrogando a hombres que eran sacados a rastras de las ardientes callejuelas que bordeaban la conflagración. De repente, estos hombres golpeaban a uno de los que emergía como una masa ensangrentada, justo allí entre los que luchaban contra el fuego. Saqueador, decía alguno. Los destacamentos militares no tardaron en llegar para ayudar a capturar a más y matarlos en el acto, después de someterlos a torturas públicas, si había tiempo.

A pesar de esta amenaza, Bold veía ahora que había figuras que no llevaban cubos, precipitándose para entrar y salir de los edificios en llamas. ¡La batalla contra los saqueadores era tan intensa como la que se libraba contra el fuego! Kyu también observó esto mientras pasaba los cubos en su lugar de la línea, mirándolo todo abiertamente.

Los días pasaron volando, uno más intenso que el otro. Kyu seguía prácticamente mudo, con la cabeza siempre baja, una mera bestia de carga o un trozo de paño de cocina, incapaz de aprender chino, o al menos eso era lo que pensaban todos en el restaurante. De hecho, sólo semihumano, que era la actitud habitual de los chinos para con los esclavos negros de la ciudad.

Bold pasaba cada vez más tiempo trabajando para I-Li. Ella parecía preferirlo para sus paseos, y él se apresuraba para seguirle el ritmo, maniobrando la carretilla a través de la multitud. Ella siempre tenía mucha prisa, generalmente en busca de nuevas comidas; parecía ansiosa por probarlo todo. Bold se dio cuenta de que el éxito del restaurante era el fruto de sus esfuerzos. El propio Shen era más una molestia que una ayuda, puesto que era malo con el ábaco y tenía mala memoria, especialmente en cuanto a las deudas, y pateaba a los esclavos y a las muchachas que contrataba.

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