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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Mercenario (30 page)

Hizo una señal al duque, quien puso fin a la transmisión.

—La he grabado y la transmitiré por la estación cada hora —comentó el duque.

—Esperemos que funcione.

—Tenemos diecisiete mil naves a las que reunir —dijo el duque— . Por supuesto que funcionará.

—No es una cuestión de cuántas naves están amarradas aquí —respondió Cole—. Lo que importa es saber cuántos de sus propietarios están dispuestos a arriesgar el cuello para salvar tu estación espacial.

—No lo había visto de ese modo —admitió el duque, repentinamente nervioso—. ¿Crees que podremos reunir un centenar?

Cole se encogió de hombros.

—Quién sabe…

—¿Cuál es el mínimo que necesitamos?

—Depende del humor que tenga Csonti —dijo Cole—. Si todavía está tan cabreado como cuando se fue de aquí, es probable que ni dos mil naves lo detengan. Si ya se ha serenado y podemos reunir una flota de veinte, puede que decida que no vale la pena perder la mitad de su flota para destruir la estación. No hay que olvidar que una docena de traficantes de armas usan la estación como base. Te garantizo que todos ellos tendrán al menos una nave que iguale cualquier armamento con que cuente Csonti.

—¡Bien! —dijo el duque entusiasmado—. ¡No había pensado en eso!

—¡Eh, Wilson, duque, sería mejor que vinierais al salón! —dijo Forrice mientras su imagen aparecía en el interior del despacho.

—¿Más problemas? —preguntó Cole.

—En cierto modo.

—¿Qué pasa?

—En el momento en que finalizó tu transmisión, empezaron a hacer cola frente al casino para alistarse —dijo Forrice—. La cola ya da la vuelta a la manzana y a la velocidad a la que crece puede alcanzar unos dos kilómetros dentro de una hora.

—Supongo que ser un héroe condecorado tiene sus ventajas —dijo Cole.

—No por aquí —respondió Forrice—. Fue cuando anunciaste que tanto la República como la Federación Teroni querían tu cabeza cuando todo el mundo se puso de pie y te ovacionó.

—Ningún gobierno es popular por aquí —dijo el duque—. Por eso, la mayoría de la gente viene a la Frontera Interior.

—Cuatro Ojos —dijo Cole—, haz que Christine, Briggs, Braxite, Jacillios, Rachel y Domak vengan de la nave, o de donde diablos estén, y que empiecen a procesar a todos los voluntarios. —Se dirigió a la puerta del despacho—. Vamos, duque, vamos a brindar por la victoria. Espero que no sea prematuro.

Recorrieron el corredor de vuelta al casino. Tan pronto como la multitud vio a Cole empezó a aplaudir y no paró en cinco minutos, hasta que se hubo sentado a la mesa del duque.

—¡Maldita sea! —dijo Cole—. Si hubiera sabido que esto generaría este tipo de reacciones, habría depuesto a mis primeros tres capitanes igual que hice con Podok.

—No te pongas tan ufano precisamente ahora —dijo el duque—. Sólo la mitad te está aclamando. La otra mitad está celebrando que tu cabeza tiene un precio y tratando de imaginar cómo cobrarlo.

Capítulo 30

La respuesta fue sorprendente, aunque era lo esperable.

—¿De dónde diablos están saliendo? —preguntó Sharon cuando la cola todavía daba la vuelta a la manzana dos horas después.

Había venido de la
Teddy R
. cuando oyó el anuncio de Cole, que se había emitido no sólo en la estación sino que también se había pasado a las miles de naves amarradas. Se había abierto paso a trancas y barrancas entre la multitud de voluntarios y ahora estaba sentada a la mesa del duque con Cole, Forrice y Jacovic en el casino.

—Viven aquí —respondió Cole—. ¿Por qué diantres no deberían hacer cola para defender su hogar, por muy pequeño y artificial que sea?

—Me apuesto doble o nada a que la mitad de ellos son proscritos —dijo.

—Tal vez en la República —replicó Forrice—. Aquí son ciudadanos.

—Y en breve pueden ser incluso héroes —añadió Cole.

—¿Cómo vas a enseñarles disciplina militar en un día y medio? —preguntó Sharon.

—No tienen que volar en perfecta formación —dijo Cole—. Nosotros vamos a ser mil o más, y el enemigo sólo cuarenta. Lo único que realmente tienen que hacer es ir a donde yo les ordene sin chocar entre sí.

—No haría daño dejar una pequeña fuerza detrás, para proteger la estación si una de las naves de Csonti se infiltra —sugirió Jacovic.

—Es muy poco probable, dadas las cifras —respondió Cole.

—Es verdad —admitió Jacovic—, pero dejar veinte naves en la retaguardia, no nos debilitará, y puede que desanimen —o que liquiden— a cualquiera que se acerque a la Estación Singapore.

—Tiene razón, lo sabes —dijo Forrice.

—Sí, lo sé —admitió Cole—. Parece la voz de la experiencia.

—He estado en situaciones parecidas —respondió Jacovic—. No importa cuán abrumadores sean tus números, siempre debes asumir que el Wilson Cole de turno encontrará un modo de superarlos.

—Me halaga usted —dijo Cole—. Pero esperemos que Csonti y sus tenientes nos echen un vistazo y de repente se acuerden de que tienen asuntos urgentes en cualquier otro lado.

—Si lo hacen, volverán —dijo Sharon.

—¿Por qué deberían molestarse? —dijo Cole—. Ahora mismo estamos demostrando que podemos reunir una fuerza abrumadora en un par de horas. Es Csonti quien está cabreado con nosotros. Los demás no tienen ninguna razón para querer atacar una flota de mil naves, y en cambio, tienen todas para no hacerlo.

—Quizás teman más a Csonti que a nosotros —apuntó Forrice.

Cole parecía divertido.

—¿Crees que Val le teme a algo o a alguien?

—No —admitió el molario—. Pero tiene treinta y cinco o cuarenta naves más, y apostaría a que la mayoría de sus capitanes tienen pánico a Csonti. El tipo es puro músculo, y he oído historias sobre su carácter. Creo que incluso Val podría verse superada por él.

Cole estaba a punto de responder cuando fue interrumpido por la imagen del duque, que se hizo visible justo a su derecha.

—¿Capitán Cole? ¿Puedes, por favor, venir a mi oficina?

—Voy para allá —dijo Cole, poniéndose de pie.

—¿Hay algún problema? —preguntó Forrice.

—Sin duda —dijo Cole—. Pero no es ninguna amenaza. Pactamos una palabra secreta para que la usara si la había.

Después, cruzó el casino, atravesó la primera puerta, entró en el corredor y finalmente se plantó ante el despacho del duque. Sabía que el escáner de retina y otros sistemas de seguridad no le dejarían entrar, pero también sabía que el duque estaría esperándolo y que ordenaría a la puerta que le dejara pasar.

La puerta se irisó y entró en el despacho. El duque estaba sentado detrás de su escritorio y sentados en un par de sillas había un humano inmaculadamente vestido que parecía ser de mediana edad, y un enorme torqual que lucía el atuendo de cuero y pieles habitual en su raza. Este último casi tenía que inclinar la cabeza para no darse con el techo, a pesar de que estaba sentado.

—¿Qué pasa? —preguntó Cole mientras penetraba en la sala.

—Permíteme que te presente al señor Swenson —el humano inclinó la cabeza— y a Tcharisn. —El torqual lo miró fijamente, sin pestañear.

—Vale, Swenson y Tcharisn —dijo Cole—. ¿Y ahora qué?

—Representan a una organización muy selecta pero todavía clandestina, y desean discutir la situación actual con nosotros.

—Déjame que aventure una hipótesis salvaje: son los representantes de los traficantes de armas en la Estación Singapore —dijo Cole.

—Correcto, capitán Cole —dijo el torqual—. Hemos venido a ofrecer nuestros servicios.

—¿Ofrecer o servir? —preguntó Cole.

—Quiero decir lo que he dicho —respondió el torqual.

—Nos interesa a todos que la Estación Singapore quede libre e intacta —añadió Swenson—. Nuestro grupo proporcionará armas gratis a una docena de naves, y donará cualquier otro material que necesiten a precio de coste.

—¿Saben que les digo? —replicó Cole—. Que en vez de armar unas naves ¿por qué no arman a la Estación Singapore? Mi primer oficial y mi ingeniero pueden localizar las áreas más vulnerables y, en base a su considerable experiencia pueden sugerir si cada área tiene necesidad de mejorar su equipo ofensivo o defensivo, o tal vez ambos. Su ayuda será valiosa.

—Tiene sentido —dijo Swenson.

—Estoy de acuerdo —dijo el torqual—. Eso es lo que vamos a hacer.

—¿Cuántos de ustedes hay en la estación? —preguntó Cole.

—¿Traficantes de armas? —replicó Swenson—. Al menos un centenar.

—Me refiero a cuántos son en su grupo, cártel o como diablos lo llamen.

—Somos seis —respondió Swenson—, pero somos los seis mayores y no carecemos de influencia sobre nuestros colegas.

—Apreciamos su patriotismo —dijo Cole—. Mi primer oficial está por aquí cerca ahora. Le haré venir cuando me vaya y pueden empezar a trabajar inmediatamente.

—Es extraño pensar en mí mismo como un patriota —dijo Swenson—, o en la defensa de una estación espacial independiente que está en tierra de nadie como un acto de patriotismo…

—Vive aquí —respondió Cole—. Eso implica que la Estación Singapore es su hogar, y que la está defendiendo de invasores que quieren destruirlo o bien arrebatárselo. ¿Cómo llamaría a eso si no patriotismo?

—Nunca lo había visto de ese modo —dijo Swenson.

—Ni yo —añadió el torqual.

—Y apostaría que tampoco lo ha hecho Carlomagno —continuó Swenson.

—¿Carlomagno? —repitió Cole.

—No tengo idea de cuál es su nombre de pila —respondió Swenson—. Adoptó el nombre de Carlomagno cuando llegó a la Frontera Interior.

—¿Hay alguna razón por la que tendría que saber quién es ese tal Carlomagno?

—Equipó el buque insignia de Csonti y algunas de sus otras naves —respondió Swenson—. Lo sabe todo de ellos. Y es uno de nosotros. —Una sonrisa fugaz—. Eso podría venirnos muy bien, ¿verdad?

—¡Absolutamente! —dijo el duque entusiasmado—. Una vez que Carlomagno nos diga todo lo que necesitamos saber de las naves de Csonti, tendrá una línea ilimitada de crédito en el bar durante cien días estándar.

Cole convocó a Forrice en la oficina, y luego se fue mientras el molario localizaba los puntos exactos que requerían refuerzos en un mapa holográfico que proporcionó el ordenador del duque.

Sharon había asumido la tarea de organizar el registro de voluntarios, y las cosas iban avanzando con un poco más de fluidez. Cole contactó con la
Teddy R
. para ver si había algún informe del paradero de Csonti; la respuesta fue negativa.

—Eso podría ser un problema —le confesó a Jacovic cuando se reunió con el teroni en el casino—. Si no sabemos dónde está Csonti y su flota, no puedo enviar un millar de naves a su encuentro. Quiero decir, diablos, ¿qué pasa si las envío en una dirección y él ataca desde otra?

—La única respuesta es enviar algunas naves como exploradoras —dijo Jacovic.

—Ya lo sé. Pero no me gusta depender de gente que no conozco y con la que nunca he trabajado antes.

—La alternativa es situar toda nuestra flota alrededor de la estación.

Cole negó con la cabeza.

—Si estamos todos congregados cuando lo encontremos en el espacio exterior, tenemos una enorme ventaja. Pero si nos congregamos alrededor de la estación, podría cargarse a cincuenta naves antes de que supiéramos que está ahí. No olvide que una tremenda cantidad de nuestras naves son de una, dos y tres plazas, y que no han sido construidas para soportar cañones láser y de energía militares.

—Pues entonces hay que emplear exploradores —dijo Jacovic.

—Sí —admitió Cole.

—Ya tiene bastante que hacer —dijo el teroni, poniéndose de pie—. Le pediré a la oficial Blacksmith una lista de voluntarios y enviaré a unos cuantos ahí fuera de inmediato.

—Estupendo —aceptó Cole—. Ya ha usado exploradores antes, estoy seguro.

—De vez en cuando.

—Bien. Entonces sabrá distribuirlos.

El teroni se dirigió hacia Sharon. Ésta descargó cierta cantidad de nombres e información de contacto en su ordenador de bolsillo y Jacovic abandonó el casino.

De repente, un par de humanos bien armados se acercaron a la mesa de Cole y se sentaron a ambos lados.

—Hola, capitán Cole —dijo uno de ellos.

—¿Os conozco?

—Te gustaría —dijo el otro—. Podríamos venirte muy bien.

—¿Cómo?

—Hemos combatido en un montón de acciones como la que vas a librar contra Csonti.

—¿Y vendéis vuestros servicios? —dijo Cole.

—No somos baratos, pero valemos lo que cobramos.

—¿Sabéis qué? —dijo Cole—. No lo dudo ni por un segundo. Pero tengo más de mil voluntarios para enfrentarse a una flota de treinta y cinco. ¿Por qué debería pagaros?

—Si no lo haces, me apuesto algo a que Csonti sí lo hará —dijo el primero.

—Eso sólo tiene dos problemas —dijo Cole.

—¿Sí?

Asintió.

—Primero, no sabéis dónde está. Y segundo, si os unís a él, la proporción será de mil contra treinta y seis o treinta y siete en vez de mil contra treinta y cinco. ¿Tanta prisa tenéis en enfrentaros a esos números?

Los dos hombres lo miraron fijamente, pero no tenían nada más que decir, así que dejaron la mesa.

Cole decidió que si se quedaba allí, todos los que pretendían ser mercenarios y se encontraban en la estación iban a ir a buscarlo, así que se levantó, se aseguró de que Sharon no necesitaba ninguna ayuda y emprendió el camino de vuelta a la nave.

Cuando llegó, llamó a Briggs y a Christine al puente.

—¿Sí, señor? —dijo Briggs, que se presentó un momento antes que Christine.

—Señor Briggs, usted y Christine Mboya son los dos mejores informáticos y técnicos de comunicaciones que tengo a bordo —empezó a decir Cole mientras Christine se unía a ellos.

—Bueno, no sé, señor —dijo Briggs.

—Ahórrese la falsa modestia. Son los mejores y necesito su aportación.

—¿Sí, señor? —dijo Christine.

—Son conscientes de la situación —dijo Cole—. Tan pronto como sepamos dónde está la flota de Csonti, vamos a ir a su encuentro, para que la acción, esperemos, no tenga lugar cerca de la Estación Singapore. El problema es que no quiero tener un millar de naves siguiendo nuestra estela. No tenemos tiempo de instruirlos o hacer que permanezcan en una formación militar, pero me gustaría dividirlas en grupos de setenta y cinco a cien naves. Ya tenemos a cuatro capitanes y quiero al resto bajo la dirección de miembros de la
Teddy R
., que, a su vez, estarán bajo mi dirección. Comuniquen a Jacovic, Forrice, Domak, Jacillios, Sokolov y Pampas que cada uno de ellos será transferido a una nave que actuará como líder de un grupo concreto.

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