—
Korabota
—replicó Jacovic—. «Serpiente Asesina» en terrestre.
—Bueno. Durante las próximas horas, el
Dardo Silencioso
será la
Korabota
. Christine, Domak, esto es muy importante: bajo ninguna circunstancia se referirán a ella con otro nombre que no sea
Korabota
. Cuatro Ojos, que Briggs entre en el
Dardo Silencioso
y cambie todo lo que haya de cambiarse para que sea reconocida como
Korabota
: identificador de radio subespacial, lo que sea.
—¿Quieres que le diga a Aceitoso que cambie la insignia exterior de la nave?
Cole negó con la cabeza.
—Espero que no se acerquen tanto como para verlo. ¿Christine?
—¿Señor?
—¿Qué frecuencias pueden leer las naves de la República desde esta distancia?
—Más o menos todas, señor —dijo— Quizás si supiera lo que tiene en mente…
—Lo sabrá —respondió Cole—. ¿Tenemos alguna frecuencia que sea relativamente difícil de leer desde esta distancia? No quiero que esto les resulte demasiado fácil.
—Probablemente, la frecuencia número Q03W6…
—No necesito saber el nombre —la interrumpió—. Pero déselo al señor Briggs y dígale que quiero que lo ajuste a la radio subespacial del
Dardo
… del
Korabota
para transmitir sólo en esa frecuencia.
—Sí, señor —dijo Christine—. ¿Y sobre la recepción?
—Que reciba en todas las frecuencias.
—Se lo diré al señor Briggs.
—Bien —dijo Cole—. Creo que está al cuidado de todo lo que se necesita en la
Teddy R
. y la
Korabota
.
—Haré lo que pide, señor —dijo Christine, con una mueca de desconcierto en su rostro—, pero realmente no veo para qué estoy haciendo esto.
Cole sonrió.
—Eso es porque es joven e idealista y honorable, teniente. No se preocupe, superará las tres cosas. —Se volvió hacia Forrice y Jacovic—. El sector realista de la tripulación, sin duda ya se habrá imaginado de qué va esto, ¿no?
—Me lo he imaginado, claro —dijo el molario—, pero no se lo van a tragar.
—¿Por qué no? —replicó Cole—. Soy el número uno de su lista de los más buscados. Depuse a la capitana de una nave estelar en tiempo de guerra. Me escapé de una prisión militar. Volví de incógnito a la República para vender diamantes robados. Soy un archivillano, si lo pienso bien.
—Tienes razón —admitió Forrice—. Quizás debería entregarte para cobrar la recompensa.
—Es una pena que nadie de la
Theodore Roosevelt
hable la lengua teroni —dijo Jacovic—. Eso reforzaría el engaño.
—Estoy de acuerdo —dijo Cole—. Tendremos que apañárnoslas con lo que tenemos. Sé que usted habla terrestre con fluidez, pero causará mayor impresión si emplea un traductor automático y habla en teroni.
—¡Ah! —dijo Christine excitada—. ¡Ahora lo veo!
—Tendremos que cuidar algunos detalles —dijo Cole—. No puede decir que aún está al mando de las Quinta Flota Teroni. Para ellos es demasiado fácil comprobar su paradero. —Se detuvo y consideró el problema—. ¿Cuántas flotas tiene ahora mismo la Federación Teroni?
—Catorce —replicó Jacovic.
—Bien —dijo Cole—. Ha sido elegido para comandar la recién formada Decimoquinta Flota. Aún no tiene todas sus fuerzas, pero cuenta con casi doscientas naves. Ha estado haciendo maniobras con ellas en la Frontera Interior.
—¿Cómo nos encontramos?
—Contacté con usted para hacerle una proposición. Discutiremos sobre ella una vez que usted esté a bordo de la
Korabota
.
—¿Debería ir ahora? —preguntó Jacovic.
—Espere hasta que el teniente Briggs nos diga que ha ajustado la radio.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Christine—. Estaba tan enfrascada en lo que estaba diciendo que lo olvidé.
—Está bien —dijo Cole, tranquilizándola—. Cálmese. Sólo nos llevará un minuto y las naves de la Armada aún están a una hora y media.
—Lo siento, señor —dijo lastimeramente—. Yo…
—Contacte con Briggs ahora —dijo Cole—. Deje las disculpas para más tarde.
—Sí, señor.
—¿Cuánto esperamos? —preguntó Jacovic mientras Christine transmitía las instrucciones a Briggs.
—No queremos que se acerquen demasiado —dijo Cole—. Tienen que ser más rápidas que nosotros, y estoy seguro de que están a la última en armamento de largo alcance. —Guardó silencio durante un momento mientras consideraba el problema—. Si no se lo han tragado en diez minutos, mejor será que salgamos pitando por el agujero de gusano y esperemos abatirlos al otro lado. Y no fijaremos un punto de reunión. Nos separaremos, haremos que dividan sus fuerzas, y los supervivientes nos encontraremos en la Estación Singapore dentro de diez días estándar. Pero espero que no lleguemos a tanto.
La imagen de Briggs apareció un minuto después y anunció que la radio había sido ajustada.
—Vale —dijo Cole—. Buena suerte.
Jacovic saludó —Cole asumió que era un saludo; no se parecía a nada que hubiera visto antes, pero no podía imaginar qué otra cosa podía ser— y se dirigió al hangar.
—Christine, póngame con el capitán del
Dardo Silencioso
. Y esto es una comunicación interna, no un mensaje subespacial. No quiero que las naves de la Armada lo capten.
—Haré que la señal sea tan débil que nadie en un kilómetro de distancia pueda pincharla. —Hubo una breve pausa—. Está conectado, señor.
—En un minuto, el comandante Jacovic, el tercer oficial de la
Teddy R
., va a subir a su nave. Quiero que le ceda el mando durante una hora. En caso de que sean atacados, el mando volverá automáticamente a sus manos. El comandante Jacovic tendrá acceso absoluto a la radio subespacial. Quiero que todos los miembros de la tripulación, incluido usted, estén fuera del campo de los hologramas, para que cuando los mensajes y las imágenes sean transmitidas, nadie pueda verlos o detectarlos. ¿Está claro?
—Sí, señor —dijo el capitán del
Dardo Silencioso
—. ¿Sólo por una hora, dice?
—Exacto. Y durante esa hora, nadie contradecirá al comandante Jacovic ni dirá una palabra. Si llama a su nave con otro nombre, deben permanecer callados. ¿Entendido?
—Sí, señor.
—Comunique esa información a su tripulación.
—Nuestra tripulación tiene sólo seis personas, y todas pueden oírle y verle, señor.
—Tan pronto como sepa que Jacovic está a bordo, sano y salvo, ponga tanta distancia como pueda entre nuestras dos naves y después cédale el mando. Voy a acabar esta transmisión ahora.
Hizo una señal a Christine, quien cortó la conexión.
—¿Qué hacemos ahora, señor? —preguntó Domak.
—Ahora esperaremos unos diez minutos, hasta que la
Korabota
esté lo bastante lejos como para justificar que hablemos con ella mediante la radio subespacial Y entonces veremos si el comandante Jacovic ha pasado bastante tiempo asociado con hombres como para mentir convincentemente.
Cole dio media vuelta y se dirigió al aeroascensor.
—Déjame que lo adivine —dijo Forrice—. Vas a tomarte otra taza de esa cosa a la que eres adicto.
—No —dijo Cole— Voy a librarme de las últimas dos o tres tazas. Incluso tu capitán, con todo su temple de acero, tiene que responder a la ocasional llamada de la Naturaleza.
Cole entró en los lavabos para humanos que estaban junto al aeroascensor. Cuando acabó, se roció la cara con agua fría, se peinó el pelo (que nunca parecía estar en su sitio), se fumó medio cigarrillo sin humo y tiró la colilla en el atomizador de basura. Finalmente volvió al puente. Se plantó, con las manos en las caderas, y estudió su entorno.
—¿Has olvidado qué aspecto tiene este lugar? —preguntó Forrice al cabo de un momento.
—Estaba intentando decidir dónde situarme, en caso de que puedan hacer una conexión en vídeo y también de audio —respondió Cole.
—¿Por qué no en tu despacho o en el comedor, que es donde usualmente diriges las acciones?
—A la Armada solía disgustarle eso —respondió Cole—. Creían que las decisiones importantes únicamente podían tomarse en el puente. Y como estamos esperando que la Armada intercepte esta transmisión, queremos que sepan que esto es un asunto importante. —Finalmente se dirigió a la consola de sensores—. Aquí, creo.
—¿Por qué no desde el puesto de comunicaciones? —preguntó el molario—. Es más impresionante.
—Porque no quiero fingir que me enfado cuando compruebe que nuestros mensajes entrantes y salientes están siendo interceptados.
—¿Qué es un árbol de Navidad?
—Pregúntamelo mañana —dijo Cole, mirando el cronómetro que llevaba en la mano—. Es la hora, Christine. Contacta con la
Korabota
. De ahora en adelante, nadie habla, excepto yo.
La imagen de Jacovic cobró vida.
—Saludos, capitán Cole —dijo a través de su traductor automático.
—Saludos, comandante Jacovic.
—Veo que las naves de la Armada se acercan a ustedes.
—No se preocupe —dijo Cole—. Tengo mucho tiempo por delante.
—Es un idiota, capitán Cole —dijo Jacovic—. Tiene diez minutos estándar a lo sumo.
—Tengo más que eso —replicó Cole—. Pero diez minutos deberían ser suficientes para llegar a un acuerdo. «No lo sueltes ahora —pensó Cole—, empieza a discutir.»
—Ya hemos sellado un contrato vinculante —dijo el teroni.
—Bueno, «vinculante» es una palabra muy elástica —dijo Cole—. La
Teddy R
. es la nave que está en riesgo, no la
Korabota
. Quiero más.
—Ya hemos acordado un precio, capitán Cole. No es éste el momento de renegociarlo.
—A ver —dijo Cole—, he oído que usted y la
Korabota
están a cargo de la maniobras de esa nueva Decimoquinta Flota. No olvide que soy el único que ha contactado con ustedes y les ha dicho que podrían atraer algunas naves de la Armada a la Frontera y acercarse tanto a ellas que puedan alegar que se trataba de una persecución, y seguirme hasta donde estarán ustedes esperándolas con doscientas naves.
—Sólo tengo ciento ochenta y siete naves, y algunas de ellas no están preparadas para la batalla —respondió Jacovic.
—Bien —dijo Cole—. Aun así la desproporción es enorme. Tiene todas las de ganar. Una vez que las arrastre al agujero de gusano, son carne de cañón, y usted lo sabe. Pero yo soy quien se va a exponer como cebo, quien va a dejar que se acerquen lo bastante para pensar que tienen una oportunidad de atraparme. Un millón de créditos no basta. Quiero dos.
—Primero, no estamos tratando en créditos sino en rupias Nuevo Stalin, como quedamos. Segundo, no permitiré que me extorsione para sacar más dinero de la Federación Teroni. El trato fue por un millón de rupias y eso es lo que le pagaré. Tercero, si falta a nuestro acuerdo, si hace algún intento de advertir a la Armada de que la Decimoquinta Flota los está esperando, lo consideraré un acto de guerra contra la Federación Teroni y responderé como corresponde. ¿Me estoy expresando con claridad?
—Está bien, está bien —dijo Cole, imprimiendo un aire de enfado a su voz—. Voy a conducirles al agujero de gusano ahora. Asegúrese de que la
Teddy R
. lo atraviesa indemne. Y no lo olvide: mi dinero ha de estar listo en el instante en que la última de las naves de la Armada haya sido destruida.
—Los estaré esperando, si es que de verdad pueden llevar las doce naves al agujero de gusano —dijo Jacovic.
—Usted mantenga los ojos abiertos —dijo Cole, indicando a Christine que cortara la conexión—. Piloto, acérquenos al agujero de gusano, pero no entre hasta dentro de quince minutos.
Wxakgini incrementó la velocidad de la nave.
—Quince minutos, sí, señor.
Después Cole ordenó a sus otras tres naves que avanzaran hacia el agujero de gusano.
—Ahora vamos a ver si se lo tragan —dijo.
La Armada continuó acercándose a la
Teddy R
. durante los siete minutos siguientes, luego ocho, luego diez.
—Entraremos en el agujero de gusano en cinco minutos —anunció Wxakgini.
Y justo entonces, cuando la
Korabota
desapareció en el agujero de gusano, Forrice, estudiando el sensor de las holopantallas por encima del hombro de Domak, emitió un grito de triunfo.
—¡Se están alejando! —dijo.
—¡Qué alivio! —dijo Cole mientras la última de las naves de la Armada cambiaba de rumbo y regresaba hacia Ejido—. Creo que cuando nos retiremos de la vida mercenaria, el comandante Jacovic y yo tenemos un claro futuro en el teatro.
—No estoy de acuerdo, señor —dijo Christine.
—¿Cómo?
—Desde hoy, yo lo veo como un encantador de serpientes.
La
Teddy R
. y las naves de su compañía volvieron a la Estación Singapore sin más problemas. Cole concedió un permiso de tres días para todos excepto un retén rotativo de mínimos, se aseguró de que las cocinas se reabastecían y, acompañado de Sharon Blacksmith y David Copperfield, se dirigió hacia El Rincón del Duque. Forrice contactó con el burdel de molarios y descubrió que dos de las prostitutas estaban en celo, así que fue a rendirles una visita, prometiendo reunirse con el grupo de Cole al cabo de dos horas.
El casino estaba tan atestado como de costumbre, y Cole percibió cierta tensión al entrar en el local. Divisó a Csonti sentado a una mesa de Kalimesh, echó una ojeada en busca de Val y la vio en otra mesa. Decidió que todo el mundo estaba sorprendido de ver que él y la valkiria pelirroja estaban vivos y en el mismo lugar. Claramente esperaban una pelea, pero Cole caminó como si tal cosa hasta la mesa a la que el Duque Platino estaba sentado, en aislado esplendor, contemplando su porción de imperio.
—Me alegra ver que todos sobrevivisteis —dijo mientras Cole, Sharon y Copperfield se aproximaban—. Sentaos, la primera ronda la paga la casa.
—Gracias —dijo Cole—. Yo sólo quiero una cerveza.
—Un brandy de Antares —dijo Sharon.
—Y yo una copa de Dom Perignon, cosecha de 1955, preferiblemente de la ladera norte —dijo Copperfield.
—Venga, David —dijo el duque, con aire cansado—. Sin jueguecitos.
—Lo he dicho muy en serio —dijo Copperfield—. En cualquier caso, hasta que te parezca apropiado abastecer tu bodega, me conformaré con coñac cygniano.
—¿Qué tal fue? —preguntó el duque, mientras la mesa transmitía nota al bar—. ¿Pudisteis sacar a vuestros dos tripulantes?