—¿Qué hay de Jacovic? ¿Está despierto o dormido?
—Está en el comedor, señor. Precisamente, me acaba de preguntar si se lo requería en el puente —preguntó Cole.
—Dígale que se quede allí —respondió Cole—. Necesito un poco de café. Voy para allá.
Llegó poco después y sentó frente al teroni.
—Ha oído las noticias, imagino —dijo.
—Sí, capitán Cole —respondió Jacovic—. Asumo que nos vamos a replegar. No cabe duda de que no podemos enfrentarnos a doce buques de guerra armados de la Armada.
—Demonios, este viejo cacharro no podría combatir ni siquiera con una de ellas —dijo Cole.
—Así pues, ¿nos retiramos? —dijo.
Cole frunció el ceño.
—No lo sé.
—¿Qué nos lo impide?
—Tenemos que llevar a esos pacientes al hospital. Vinimos aquí porque no podían pasar cuatro días sin ser atendidos en una instalación médica. Si nos retiramos y volvemos a la Frontera Interior, les hago perder otro medio día.
—Pero la alternativa es enfrentarse a doces naves a las que sin duda les han ordenado que nos destruyan en cuanto nos avisten —señaló Jacovic.
—Imagino que eso me da media hora para ver si existe otra alternativa antes de que anuncie la retirada. Y hay aún otra cosa a tener en cuenta.
—¿Sí?
Cole asintió.
—Si están a dos horas de nosotros, probablemente pueden entrar en la Frontera Interior y decir que se trataba de una persecución.
—¿Pueden atraparnos?
—Probablemente —dijo Cole—. La
Teddy R
. tendría que haber sido retirada del servicio hace un siglo.
La imagen de Forrice apareció de repente.
—¿Qué pasa? —preguntó Cole.
—Una transmisión de una de las naves de la Armada. Nos han identificado y nos ordenan que nos rindamos o afrontemos las consecuencias. —El molario sonrió—. Les di una respuesta totalmente humana —continuó—. Les dije que se jodieran.
Cole rió.
—Lo apruebo.
—Sabía que estarías orgulloso de mí. He hecho que Domak haga una valoración rápida de a qué nos estamos enfrentando: un conjunto de más de ciento cincuenta cañones, la mitad de energía, la mitad láser.
—¿Alguna otra noticia igual de alegre? —dijo Cole.
—Sí —dijo Forrice—. Nuestro cañón láser número cuatro no responde a los controles informáticos.
—Desactívalos antes de que dispare a una de las naves medicalizadas —dijo Cole.
—¿Alguna otra orden?
—Serás el primero en conocerla.
—Yo no esperaría tanto, Wilson —dijo Forrice seriamente—. Tienen un par de naves de clase MV en ese grupo, y esos trastos son muy rápidos.
—Tendré en cuenta el consejo —dijo Cole, y cortó la conexión.
—¿Disparará la Armada a un convoy que traslada pacientes a un hospital? —preguntó Jacovic.
—Si saben con seguridad qué estamos transportando, no atacarán a las naves medicalizadas. Pero si atacan a la
Teddy R
. y las otras cuatro naves que claramente no están transportando pasajeros, siempre hay la posibilidad de daños colaterales. —Reflexionó—. Supongo que lo mejor es convencerles de que ésas son de verdad naves medicalizadas, hacer que se comprometan a no atacarlas y en vez de eso, escoltarlas en lo queda de camino hacia Ejido, y que nuestras cinco naves salgan echando leches hacia la Frontera Interior.
—¿Creerán al hombre al que les han ordenado matar? —preguntó Jacovic.
—Ni por asomo. Pero quizás crean a alguien como Bertha Salinas.
—¿La administradora del hospital?
—No hay duda de que destruirán la
Teddy R
. si pueden, pero no son monstruos. Una vez que conozcan la situación, le garantizo que proporcionarán a los pacientes paso franco hacia Ejido.
—Nunca pensé que fueran monstruos —replicó Jacovic—. Sólo que estaban equivocados.
—Demonios, es difícil imaginarse por qué estamos combatiendo —dijo Cole—. Probablemente, algún tío abuelo mío, muerto hace mucho, dijo algo ofensivo a un tío abuelo suyo, muerto hace mucho, o viceversa, y ambos bandos han estado matándose unos a otros desde entonces.
—Es reconfortante saber que no atribuyes casi toda la culpa a la Federación Teroni —respondió Jacovic.
—Hay culpa de sobras para todo el mundo —respondió Cole—. Y como en la mayoría de las guerras, son los inocentes los que mueren hasta el final. Esperemos que los pacientes no se cuenten entre ellos. —Alzó la voz—: Jack, páseme a Bertha Salinas.
—Deme unos segundos —dijo el mollutei—. Lo tengo.
—¿Qué quiere? —preguntó la imagen de Bertha; estaba claro que había estado atendiendo a los pacientes.
—Nos enfrentamos a una flota de la Armada —dijo Cole—. Esperaba que la mayoría de las naves estuvieran estacionadas más allá, en la zona de guerra, y probablemente la mayoría de ellas lo están; pero por alguna razón han dejado atrás una docena de naves de guerra y cazas. La
Teddy R
. tiene lo que podría llamarse un largo desacuerdo con ellos, así que creo que es más probable que la escuchen a usted antes que a mí. Voy a hacer que mi gente proporcione los códigos de comunicación a su ordenador para que pueda convencerles de la gravedad de su situación y de la urgencia de sus necesidades.
—Pero…
—Créame, usted puede hacer un alegato mucho más convincente, en especial si transmite imágenes de los pacientes —dijo Cole—. Y no podemos permitirnos perder más tiempo. ¿Lo hará?
—Sí, capitán —dijo Bertha.
—Haré que uno de mis oficiales proporcione los códigos a su ordenador. Debería recibirlos en veinte segundos. —Cortó la conexión—. ¿Jack?
—¿Sí, señor? —dijo Jaxtaboxl.
—Pase todos los códigos de comunicación con Ejido y la Armada al ordenador de Salinas. También podría enviarles algunos de los mapas que tenemos del hospital, y listas de su personal, lo que sea que pueda resultarle útil si sobrevive para llegar allí.
Se produjo un breve silencio.
—Hecho, señor.
—Bien —dijo Cole—. Ahora es cosa suya, y que tenga suerte porque nosotros no vamos a ser de ninguna ayuda. Diablos, tampoco lo sería si pudiera.
—No le sigo, capitán Cole —dijo Jacovic, frunciendo el ceño—. Dice que no la ayudaría si pudiera. Perdóneme, pero eso no suena muy propio de usted.
—No contábamos con una pequeña flota de naves de la República —respondió Cole—. Si tuviera la capacidad de acabar con esas doce naves, no lo haría. No a menos que estuvieran atacándome, e incluso en ese caso preferiría huir a combatir. Es la Armada en la que serví casi toda mi vida adulta la que está ahí fuera. No puedo matar a mil tripulantes sólo porque están siguiendo órdenes que les dictan perseguir a un amotinado. La mayoría son chavales como Rachel Marcos. No saben por qué tomé el control de la
Teddy R
., y nadie de su bando va a contárselo.
—Es un hombre decente e inteligente, capitán Cole —dijo el teroni tras un momento de silencio—. Puedo ver por qué no le interesa a la Armada.
—¿Señor? —dijo Jaxtaboxl—. Han contactado.
—Bien —dijo Cole—. Quiero a todo el mundo aquí: usted, Domak, incluso Cuatro Ojos y también los capitanes de las otras cuatro naves, para empezar a monitorizar todas las transmisiones de las naves de la Armada. Páseme a Christine.
—Pero está…
—Sí, lo sé. Hágalo igualmente.
—¿Sí, señor? —dijo Christine adormecida cuando la señal de Cole la despertó.
—Odio hacerle esto dos veces en el mismo turno —dijo Cole— pero quiero que suba al puente lo más rápido que pueda.
—¿Nos atacan? —preguntó, echando un pie al suelo, repentinamente alerta.
—No, aún no. Pero nos enfrentamos a una docena de naves de la Armada. Sin duda están usando códigos cifrados, y tengo que saber todo lo que las naves de la Armada se comunican entre sí.
—Ha ido bien que estuviera tan cansada que haya dormido con el uniforme —dijo, poniéndose de pie—. Voy para ahí.
—Gracias.
La conexión finalizó y Cole se volvió hacia Jacovic.
—Teóricamente, todos pueden manejar el equipo, pero ella tiene un toque mágico y se me está ocurriendo una idea para poder utilizarlo.
—¿Cuál es? —dijo Jacovic.
—Pronto lo sabrá —dijo Cole—. Primero quiero oír lo que le contestan a Bertha Salinas. —Dio instrucciones a la mesa para que le sirviera una taza de café—. Acabó de recordar la razón original por la que bajé aquí —dijo sonriendo.
—Los humanos parecen adictos a esa bebida —repuso Jacovic.
—A la mayoría les gusta por la cafeína, que es un estimulante suave. Ayuda a mantenerse despierto y alerta. A mí me gusta por el sabor. Insisto en usar granos reales de café en esta nave. Casi todo lo demás en esta condenada cocina es artificial, la mayoría productos de soja hechos para parecerse a la comida de verdad.
—Yo he encontrado que mi comida resultaba auténtica y muy satisfactoria —notó el teroni.
Cole sonrió.
—Es la ventaja de no ser humano en una nave construida por humanos —dijo—. No podían estar seguros de quién más estaría a bordo, así que no planearon proveerse de comida artificial o sustitutiva para la tripulación no humana. Como resultado, todo lo que transportamos para usted, y Domak y Cuatro Ojos y los demás, es comida natural. Todo lo que transportamos para nosotros es de pega. Excepto el café —concluyó, y bebió un sorbo.
La imagen de Christine se materializó encima de la mesa.
—Señor, la Armada acaba de aceptar que los pacientes continúen hacia Ejido.
—¿Y?
—Eso es todo hasta ahora, señor.
—Siga monitorizándolos. Lo que se digan entre ellos en los próximos dos minutos, determinará lo que hagamos.
—Sí, señor —dijo la oficial mientras su imagen desaparecía.
—¿Mantendrán su palabra, capitán? —preguntó Jacovic.
—Probablemente —dijo Cole—. No tiene nada que temer de un puñado de naves medicalizadas. Puede estar seguro de que las escanearán para asegurarse de que les estamos enviando pacientes y no bombas. —Hizo una pausa—. Pero lo cierto es que no hay modo de que podamos pararlos si deciden empezar a atacar.
—Parece razonable asumir que si acompañamos a las naves medicalizadas, nos convertiremos en blancos muy fáciles —corroboró Jacovic—. Ya que han prometido a las naves medicalizadas paso franco hasta Ejido, ¿no deberíamos volver inmediatamente a la Frontera Interior?
—Lo haremos, pero como le he comentado, el concepto de «persecución» es especialmente elástico aquí, cerca de los límites de la Frontera. Quiero asegurarme de que no nos siguen.
—¿Y cómo se propone hacerlo, si puedo preguntarlo?
—Como he dicho, tengo una idea —respondió Cole—. Únicamente necesito saber exactamente qué van a hacer.
Forrice entró en el comedor y se unió a ellos.
—Creía que estabas dirigiendo la operación —dijo Cole.
—Están a dos horas de distancia, bueno, una hora y cuarenta minutos, en cualquier caso, y Domak o Christine pueden llamarme si me necesitan. Mientras tanto, he imaginado que vosotros dos estaríais aquí contando chistes verdes, y se me ocurrió venir a oírlos.
—Tiene que excusar a mi primer oficial —dijo Cole a Jacovic—. Alguien le dijo que los molarios tienen sentido del humor, y se lo ha creído.
—Está bien, me pondré serio por un minuto —dijo Forrice—. ¿Tienes algún plan o sólo estamos esperando hasta que todas esas naves de la Armada estén lo bastante cerca como para hacernos volar por los aires? Todavía nos estamos aproximando a ellas, ya lo sabes.
—Lo sé.
—¿Y entonces?
—No te pongas nervioso.
—Wilson, no vamos a estar fuera de su alcance para siempre —dijo Forrice—. Si tienes algo en mente, sería prudente dejar que tu primer oficial supiera lo que es.
—Planeo volver a la Frontera Interior.
—¡Bien! —dijo el molario—. ¡Vámonos!
—Aún no.
—Si los toreas lo suficiente, Wilson, te seguirán hasta el mismo agujero negro del Núcleo —dijo Forrice—. Lo sabes ¿verdad?
—Solamente necesito descubrir si están pidiendo ayuda o si vienen sólo con doce naves —dijo Cole.
—¿Y qué cambia eso? —quiso saber Forrice—. Probablemente no podríamos abatir ni a una sola.
—Tú relájate, Cuatro Ojos —dijo Cole—. La cosa no es salir de aquí de una pieza. Eso se da por sentado. El objetivo, ahora que han aceptado encargarse de los pacientes, es asegurarnos de que no hemos de estar echando la vista atrás durante todo un mes.
»Lo sabremos en un segundo —dijo Cole en el momento en que la imagen de Christine reaparecía.
—Al ordenador le costó casi un minuto entero decodificar su código cifrado, señor —dijo—. Han decidido que si no hay naves militares —con lo que se refieren claramente a las nuestras— que acompañen a las naves medicalizadas, confiarán a los escáneres y defensas de Ejido que descubran cualquier amenaza potencial, y atacarán a la
Teddy R
. con las doces naves. Creen que no nos acercaremos más, pero si alguna de las otras cuatro lo hace, dejarán dos naves atrás, que es más de lo que necesitan para enfrentarse a unas naves relativamente pequeñas.
Guardó silencio y finalmente Cole dijo.
—¿Eso es todo?
—Es todo lo que han dicho, sí, señor.
—¿Nada de pedir ayuda a otros sistemas?
—No, señor —dijo Christine—. Parece que piensan que tienen una amplia potencia de fuego y que no les hace falta más.
—Vale, eso es —dijo Cole, decidido—. Contacte con la más pequeña de las cuatro naves y haga que atraque en nuestra dársena lo antes posible. Dígales a las otras tres que se desplieguen y estén listas para entrar en el agujero de gusano que conduce de vuelta a la Frontera Interior cuando yo dé la orden.
—¿A eso estabas esperando? —preguntó Forrice, desconcertado—. Sabías que iban a atacarnos…
—Por supuesto que sí. Pero tenía que saber cuántas naves pensaban enviar. Si hubieran pedido más a los sistemas vecinos, tendríamos que haber cambiado el guión.
—¿Qué guión?
—El de la comedia que el comandante Jacovic y yo vamos a representar —respondió Cole.
—¿Cuál de las naves ha atracado en la nuestra? —preguntó Cole mientras se dirigía al puente, acompañado por Forrice y Jacovic.
—El
Dardo Silencioso
, señor —dijo Domak.
—Bien —dijo Cole—. Ésa es la nave que Jacovic comandará. —Se volvió hacia el teroni—. ¿Puede inventarse un buen nombre teroni para ella, uno que no esté en uso?